Capítulo 12. Tambores de Guerra
Darya paseó su mirada por los cuatro hermanos alternativamente.
—O al menos, antes lo era —añadió—. Es cierto que durante muchos siglos fui la Comandante de la Bruja, pero después me di cuenta de lo equivocada que había estado al escoger su bando.
—Tonterías —bramó Níhmir desde lo alto de la roca. Todos la miraron—. ¡Simples excusas! Vi cómo destruías bosques enteros, cómo matabas a familias inocentes sin remordimiento.
Darya dejó escapar un suspiro tembloroso. El corazón iba a toda velocidad en el interior de su pecho y empezaba a sentir que la cabeza se le embotaba por momentos; se sentía acorralada, y nadie podía culparla realmente. Níhmir había sabido aprovechar su oportunidad. No cabía duda en que había hablado con Edmund cuando este llegó al Campamento. No se hubiera imaginado, sin embargo, la magnitud a la cual acabarían escalando las palabras de la ninfa.
—Eso fue antes de la Rebelión —repuso Darya, su cola azotándose tras ella de un lado a otro—. Después, durante el resto de mi vida, me he dedicado a proteger a los narnianos.
—El concepto de proteger que posees es muy distinto al mío —rió amargamente la ninfa—. ¿Realmente piensas que creeré lo que un esbirro de la Bruja diga?
—Majestades —Darya miró a los Pevensie, sus ojos suplicantes y el dolor palpable en su voz—. Por favor, debéis creerme. ¡Nunca quise haceros daño, nunca! Ni a vosotros ni a ningún otro.
Miró a Lucy, a la pequeña y tierna Lucy, quien había sido la primera en hacerle entender que la coraza con la que había protegido su corazón durante tanto tiempo, podía ser derretida. Dio un paso hacia ella, pero Susan la apartó de su camino, colocándola a sus espaldas.
—Lucy, por favor... —pidió.
—N-no, no sé qué creer —admitió la pequeña.
Las orejas de Darya cayeron hacia atrás. ¿Qué restaba de ella, si aquellos que quería proteger no creían sus palabras, a pesar de que no había dicho más que la verdad? ¿Qué restaba, si la esperanza que había inundado su ser en los últimos días se extinguía como la llama encendida en invierno?
—No intentaré justificar mis actos pasados atados a la Bruja —dijo en voz baja, mirando a Níhmir y los hermanos—, porque no puedo. Nadie puede cambiar las cosas que ya han ocurrido, pero sí pueden cambiar el futuro con sus actos presentes. Sin embargo, tampoco permitiré que me desacredites, Níhmir del Bosque Tembloroso —Los ojos de la ninfa se llenaron de silenciosa ira ante el reconocimiento—. He protegido durante años a los narnianos y ahora también a Sus Majestades, y pretendo seguir haciéndolo hasta que no resten más que mis huesos y la llama de la vida se haya apagado en mi interior. Lo haré, aunque vosotros no me creáis. Al fin y al cabo, estáis en derecho de dudar del que fuera un siervo de la Bruja Blanca.
Nadie pronunció palabra alguna, pero a Darya no le hizo falta que dijeran algo para comprender qué estaba sucediendo en sus mentes. Por una parte, Níhmir seguía negándose a creer cualquier cosa que saliera de sus fauces; por otra, los Pevensie la miraban con un deje de desconfianza, pero palpitante bajo la superficie, se extendían las ganas de querer creerla.
Se giró y marchó rumbo a la carpa de su padre. En aquellos instantes, era el único lugar en el que podría sentirse mínimamente querida. Áket la siguió en completo silencio. Darya sintió que su corazón temblaba. Seguía sintiéndose culpable por llevarlo a la ruina junto a ella; él lo había dejado todo por depositar hasta la última gota de confianza en una traidora que jugaba a un juego demasiado peligroso. Y aunque sabía que al lobo no le importaba, que moriría junto o por ella si así debía hacerlo, Darya deseó que Áket la odiara, que la cuestionara, que dudara de ella.
No habían muchas razones para hacer lo contrario, ella más que nadie lo sabía.
—Esperaré aquí —Áket se tumbó en el pasto al lado de la carpa escarlata, decidido a permanecer allí como una estatua. La comparación hizo que Darya se estremeciera.
—De acuerdo —dijo ella—; no me demoraré demasiado.
La carpa de su padre, a diferencia de las veces previas en las que había estado, permanecía iluminada pobremente con cuatro velas dispersas estratégicamente en su interior. Darya dio un paso dentro, sintiendo el ambiente extrañamente pesado, tenso. Miró delante de ella, hasta que distinguió la figura de su padre. La respiración se le cortó.
Aslan se encontraba al lado de una mesa baja, erguido sobre sus patas traseras como lo habría hecho un humano. Darya se quedó completamente petrificada ante la vista delante de ella; era una posición anormal, antinatural para una bestia que caminaba sobre cuatro patas. Sin embargo, lo que la perturbó no fue aquello, sino que su postura fuera también extraña... casi humana: las patas delanteras entrelazadas a sus espaldas, rozando el final de la melena en el lomo; inclinado hacia delante levemente, ojeaba algo sobre la mesa que Darya no alcanzaba a ver. Su cola se movía pausadamente de un lado a otro, balanceándose.
Cuando su padre levantó la vista hacia ella, no hizo amago alguno de volver a la posición en la que habría estado un león. No se inmutó y en cambio, volviendo la vista hacia la mesa, dijo:
—Acércate, Darya.
Obedeció, caminando lentamente hasta él. Cuando hubo estado lo suficientemente cerca, el contenido encima de la superficie de madera se le antojó conocido: era un mapa de Narnia con toda clase de detalles. Vagamente, recordaba que la Bruja poseía una réplica como aquella, pero hecho de hielo y pequeñas figuras del mismo.
Los pocos conocimientos que Darya poseía sobre geografía narniana le permitieron identificar varias localizaciones. Las otras, a pesar de que lo intentara, restaron en la ignorancia cuando intentó saber de cuáles se trataba. Al fijarse mejor, pudo ver que en realidad se trataba de un mapa de guerra. Varios peones, piezas de madera labrada que asemejaban estandartes, se extendían por encima del pergamino. Aslan tomó uno con una de sus patas, sosteniéndolo con sus zarpas, y se lo mostró a Darya antes de colocarlo en un punto concreto del mapa.
—Aquí llacen las llanuras de Beruna —explicó el Gran León—, donde tendrá lugar la batalla contra la Bruja y sus fuerzas.
—¿Cómo puedes saberlo? —inquirió Darya. No llegaba a comprender cómo su padre podía determinar sin ningún atisbo de duda dónde se produciría el encuentro final.
—Beruna es tierra de nadie —dijo Aslan. Darya asintió en reconocimiento, por fin comprendiendo.
—Es terreno neutral, ni de un bando, ni del otro.
—Exacto. Jadis escogerá la zona Norte, que es más próxima a su campamento, mientras que nosotros permaneceremos en la zona Sur, a unas pocas millas de aquí —Volvió a mirarla—. Ha llegado a mis oídos que estás bien formada en estrategia, ¿es cierto?
—Sí —asintió Darya—. En la Fortaleza Helada solían recurrir a mí para planear posibles estrategias. Se utilizaban en las redadas, sobre todo. El General de Jadis fue quien me instruyó, pero aprendí principalmente sola, observando.
—Bien —dijo su padre—, porque espero que puedas ayudar a Peter con los movimientos de nuestro ejército. No lo harás sola, aún así: Oreius te brindará apoyo.
Darya asintió, pero en su interior, la incertidumbre no dejaba de crecer.
—Lo aprecio, padre, pero ¿no crees que Jadis planeará un ataque sorpresa antes del conflicto final? —cuestionó la joven leona—. Dejó escapar al Hijo de Adán sin oponer resistencia alguna, y estoy casi segura de que también conoce los hechos de mi traición hacia ella.
—¿Y eso te preocupa? —instó Alsan, sentándose tranquilamente.
Las orejas de Darya se retiraron hacia atrás, defensiva. ¿Cómo su padre podía preguntar aquello? ¡Por supuesto que le preocupaba! No solo todo el campamento sabría quien era ella, algo que tanto le había costado ocultar, sino que Jadis querría su cabeza en una pica a cualquier coste. Por otra parte, no era un secreto para nadie que la Bruja quería a los Pevensie muertos. Si los había dejado escapar tantas veces, era porque tenía en mente un segundo plan.
—Es muy sospechoso que Jadis dejara escapar a Edmund —repitió—; lleva tras la pista de los cuatro niños durante mucho tiempo, y ahora que por fin puede llegar hasta ellos, no lo hace. Ha tenido muchas oportunidades, pero se está conteniendo. Está planeando algo, de eso estoy segura. El tema de mi traición, por otra parte, tiene menor importancia. Lo primero es la seguridad de Sus Majestades.
Estaba alterada; no comprendía cómo su padre podía permanecer tan tranquilo a pesar de la situación que se planteaba ante ellos. Una de las grandes patas de Aslan se posó sobre ella. Ejerció una leve presión, indicándole que se sentara igual que él.
—Calma, Darya —arrulló.
Ella se dejó guiar, sentándose e inclinándose hacia la calidez de su melena. Por instinto, aquel gesto provocó que Aslan empezara a ronronear, y Darya no pudo hacer más que cerrar los ojos, dejando que la sensación de protección que le brindaba su padre, la inundara.
Era extraño cómo alguien con quien siempre había soñado, pero que jamás había conocido hasta aquel instante, podía tener semejante poder tranquilizador sobre ella. Dedujo que se trataba del vínculo fraternal que compartían, de los lazos de padre e hija que irremediablemente les unían. Quizá no hubiera pasado el tiempo suficiente con su padre tanto como le hubiera gustado, principalmente por su inminente muerte con el Síndrome de Morfeo, pero estaba agradecida por haberle conocido y haber estado a su lado durante aquellos días que, de igual forma, serían sus últimos.
Aslan se retiró un poco para mirarla y a continuación le lamió cariñosamente la felina frente.
—¿Estás más tranquila? —Darya asintió—. Bien; necesitaba que lo estuvieras para mostrarte esto.
Se alzó de nuevo y caminó hacia el lado opuesto de la carpa. Darya lo siguió con la mirada sin saber qué le mostraría su padre, pero cuando volvió a ella y sus ojos vieron lo que se encontraba entre las zarpas de Aslan, sintió miedo.
—¿Una audiencia? —cuestionó en voz alta, tras leer el mensaje escrito en escarchado pergamino—. ¿Por qué?
—Tienes razón, Darya. La Bruja no dejará que Edmund se escurra de sus garras sin dar guerra, y me temo que hará lo mismo contigo. Envió a un enano a primera hora de la mañana.
—¿Cómo pudo pasar a los guardias?
—No pudo. Uno de ellos vino a mí y me comunicó los hechos. Bajo las órdenes que les di, que nadie supiera sobre la llegada de un esbirro de Jadis, lo trajeron hasta a mí. —Aslan soltó un suspiro—. Comunicó que Jadis quería un salvoconducto para venir y poder tener una audiencia conmigo.
—¿Cuándo? —preguntó, temerosa.
—Hoy —dijo él simplemente.
Y como si lo hubiera invocado, el cuerno del Campamento, aquel que avisaba de la llegada de alguien, fuera amigo o enemigo, sonó.
La Bruja había llegado.
En la Fortaleza Helada solían producirse audiencias con la Reina. Darya había estado presente en varias de ellas, y aquellos que osaban contradecir cualquier cosa que Jadis dictara, podían acabar de dos formas: perdonados tras conocer su error, o marcados como traidores y condenados a perecer convertidos en piedra escarchada.
Pese a todo, las audiencias eran elegantes y formales, y las arpías de la Bruja vestían a esta de gala, con ropajes invernales cubiertos de pieles de visón o carnero blanco y vestidos de seda plateada. Sobre su cabeza siempre portaba la corona distintiva de hielo y carámbanos, y el cabello negro suelto pulcramente en perfectas ondas.
Aquella vez, sin embargo, Darya vio a Jadis como jamás la había visto: a la luz del Sol, en plena naturaleza y rodeada de narnianos encolerizados ante su presencia. Pero Jadis había sido inteligente y había llevado consigo una extensa escolta de criaturas de la noche o de pérfida y oscura mente. Ginarrbrik encabezaba la marcha, vestido con su típico gorro de cascabel rojo y su abrigo; el Hijo de la Tierra se abría paso flanqueado de dos tigres blancos que gruñían y bufaban para que los narnianos del Campamento Rojo se apartaran.
—¡Jadis, la Reina de Narnia! —clamaba el enano—. ¡Emperatriz de las Islas Solitarias y Señora de la Fortaleza Helada!
Tras aquellos tres individuos, la caravana continuaba con minotauros y cíclopes que cargaban un pequeño trono hecho de pieles y hueso. Sentada en él, la Bruja Blanca miraba altiva a los narnianos, su rostro blanco sin inmutarse lo más mínimo por los gruñidos que sus enemigos soltaban. Los siguientes eran diversos soldados armados hasta los dientes y listos para atacar si así la situación lo requería.
Darya se había posicionado cerca de los Pevensie en su forma animal. Había decidido dejar de lado la Esencia de Estrella para que su forma humana permaneciera en el anonimato para Jadis; era una baza que prefería guardarse en caso de que debiera jugarla en algún momento. Los Pevensie la habían mirado brevemente, pero no le habían dirigido la palabra. A su lado, Canthos y Caleen restaban junto a un inquieto Áket.
Los abucheos eran todavía audibles mientras la Bruja se bajaba del trono. Bramidos, gritos, relinchos; todos odiaban a la falsa Reina y se lo hacían saber con sus sonidos. Darya admiraba el coraje que los narnianos mostraban ante Jadis, pero no debían subestimarla. Aslan se erigió sobre sus patas y alzó la cabeza mirando a Jadis con serenidad. El gesto no pasó desapercibido para la Heredera, quien recordó que su padre había hecho lo mismo mientras conversaban en la carpa principal. ¿Era aquella la forma de Aslan de mostrarle a la Bruja que eran iguales a nivel de poder? ¿O que por mucho que pareciera que él era un simple león, su poder era mucho más poderoso que el de ella?
Caminando con paso decidido pero delicado, Jadis se acercó paseando sus ojos por las multitudes de criaturas a ambos de sus lados. El General permaneció cerca de ella, así como Oreius residía al lado derecho de Aslan. La Bruja posó sus ojos sobre Edmund antes de volver la vista al león. Darya alzó la cabeza —así como su padre lo había hecho—, cuando los ojos de Jadis se cruzaron con ella.
—Tienes a un traidor aquí, Aslan —dijo, tranquila—. ¿O debería decir, dos?
Las ovaciones de sorpresa resonaron entre la multitud de narnianos. Darya se sintió observada, pero solo eran imaginaciones suyas. Níhmir no había podido ser capaz de expandir los conocimientos que guardaba sobre su identidad tan rápido, ¿verdad?
El Gran León movió la cola tras él. Cualquiera que los hubiera mirado, no habría sido capaz de contener las observaciones en cuanto a sus apariencias. Mientras Aslan era todo luz de Sol y rostro dorado, Jadis era Luna de muerte y rostro cadavérico. Ambos contaban con siglos de existencia, y sus magias eran poderosas y arcanas, inalcanzables a la comprensión de cualquier criatura que no gozara de sus mismas condiciones.
—Su falta no te perjudicó a ti —habló Aslan, solemne. Había decidido ignorar la segunda acusación de traición, pero Darya supo que simplemente pretendía desviar las posibles atenciones de ella. Jadis lo notó, pero no dijo nada.
—¿Has olvidado las leyes que rigen Narnia, tal vez? —pronunció la Bruja en un atrevimiento. Aslan dejó escapar un breve rugido, y Darya no pudo sino estremecerse ante la rabia contenida que percibió en su padre.
—¡A mí no me hables de la Magia Insondable, Bruja! —proclamó, y a continuación, volvió a serenarse, pero la amenaza en su voz no se extinguió del todo—. Yo estaba allí cuando se escribió.
—Entonces sabrás de sobra que todo traidor me pertenece. Su sangre es propiedad mía.
El sonido de una espada siendo desenvainada hizo que el General Otmin gruñera en advertencia, alzando su hacha de guerra. Peter no se inmutó, apuntando a la Bruja sin miedo alguno.
—Intenta llevártelo —amenazó el muchacho. Darya, por su parte, se posicionó a su lado mientras su pelaje se erizaba. Dejó escapar un gruñido gutural en dirección a Otmin.
—¿Realmente crees que la fuerza puede negarme lo que me corresponde, pequeño Rey? —elaboró Jadis. No había ni un atisbo de perturbación en su semblante. Peter bajó la mirada y la espada. Jadis continuó—: Aslan sabe que a menos que obtenga sangre tal y como indica la ley, toda Narnia zozobrará y perecerá bajo el fuego y el agua. Ese muchacho —señaló a Edmund—, morirá en la Mesa de Piedra, como manda la tradición. No te atrevas a negármelo —le dedicó a Aslan.
—¡Ya basta! —rugió el león—. Tenemos que hablar a solas.
La voz de Aslan tronó por todo el campamento como una corriente de aguas extrañamente tranquilas que solo podían presagiar lo peor. La Bruja, satisfecha, lo siguió hasta la gran carpa carmesí, y ambos desaparecieron tras las cortinas. Los esbirros de Jadis permanecieron inmóviles y tensos bajo la vigilancia de las hordas narnianas. No era ningún secreto que estos últimos los superaban en número, pero así como no había que subestimar a la Bruja Blanca, Darya sabía que tampoco se debía subestimar a aquellos que morirían por ella. Aunque brutos y sangrientos, Otmin y sus subordinados podían acabar fácilmente con al menos un cuarto de los narnianos presentes si se esforzaban, y aquello ya dejaba entrever todo el daño que podía causar un número tan reducido como el suyo.
La leona sintió que Áket se movía a su lado, y no pudo evitar mirarlo: se había acercado a Lucy y la niña acariciaba el pelaje tras sus orejas con aire distraído. Al fijarse, percibió que los cuatro niños se habían sentado en el pasto, esperando el veredicto de aquel salvoconducto que la Bruja exigía. Darya sintió que el peso en su pecho aumentaba y, alejándose un poco, se recostó sobre la hierba, lejos de los niños.
Pasaron unos minutos antes de que sintiera que alguien se sentaba junto a ella, y sorprendida, alzó la cabeza. Sus ojos verdes se encontraron con los azules de Peter, quien le brindó una débil sonrisa. Darya, confundida, preguntó:
—¿Qué haces junto a mí? —Fue tan solo un murmullo, pero Peter logró entenderlo perfectamente. Aunque dubitativo, el Hijo de Adán dejó que una de sus manos descansara sobre el lomo de la leona, quien se tensó levemente bajo el tacto.
—Quería pedir disculpas —dijo, sorprendiéndola todavía más.
—¿Por qué? —insistió ella—. Solo he osado mentiros a ti y a tus hermanos; a todos en este Campamento. No merezco disculpa alguna.
Pero Peter no compartía sus palabras, y no pensaba de la misma forma que ella.
—Si hubieras querido hacernos algún daño —empezó a decir—, no habrías esperado tanto. Pudiste hacerlo cuando estuvimos en el dique de los castores, o cuando nos condujiste hasta el campamento. Te habrías distanciado de todos, y sin embargo, hiciste todo lo contrario. Nos protegiste y ayudaste aún cuando no podías. No creo que fueras sincera con nosotros del todo, pero sé que no supones un peligro, Darya. Níhmir aprenderá a ver lo mismo eventualmente, estoy seguro.
Con la respiración pesada y los latidos del corazón acelerados, Darya restregó la cabeza contra la mejilla de Peter mientras soltaba ronroneos agradecidos. El muchacho correspondió medio riéndose, abrazando su gran cabeza y disfrutando de la calidez que la leona proporcionaba.
—Gracias, Peter —musitó sincera—. Muchísimas gracias.
Unos instantes más tarde, Darya sintió un cuerpo lanzándose a su lado y abrazándola por igual, y después otro. Lucy había sido la segunda en moverse, seguida de cerca por Áket. Susan y Edmund seguían reticentes a unirse al abrazo, pero cuando Darya se separó de los otros tres y los miró, ambos les dedicaron asentimientos cordiales. La Heredera correspondió de igual forma. No le importaba que todavía desconfiaran de ella; tan solo necesitaba que depositaran un poco de confianza sobre ella, era todo lo que necesitaba para sentirse perdonada.
Era consciente de que probablemente no había pasado desapercibido por los siervos de Jadis, pero no le importó. Después de aquella pequeña reconciliación, Darya se alzó y levantó la cabeza, desafiante, en dirección al General Otmin. Este le dedicó una mirada larga y pesada antes de asentir, su morro moviéndose con un agresivo resoplido. El General acababa de declararle la guerra, pero Darya ya lo esperaba; asintió, y dejó que sus colmillos asomaran por los resquicios de sus fauces.
El sonido de las cortinas escarlatas moviéndose atrajo la atención de todos, y aquellos que se habían alejado o habían decidido sentarse, se levantaron como resortes, expectantes. La primera en salir fue Jadis, las faldas de su vestido agitándose violentamente tras ella. Se quedó quieta al ver a Darya a tan solo unos pocos metros de ella, todavía rodeada de los Pevensie y Áket.
En dos zancadas, se posicionó delante de la leona, amenazante. Peter desenvainó su espada de nuevo y la sujetó fuertemente por delante de él; se había acercado a Darya todavía más, y aunque la leona lo agradecía, se posicionó por delante de él, enfrentando a Jadis.
—Tú —siseó la Emperatriz de la Palabra Deplorable, señalándola con su largo dedo índice—. No creí las palabras de Fenrrax cuando me dijo que habías decidido traicionarme, pero entonces todo cobró sentido: tus largas patrullas, la insistencia de buscar y traerme a los Hijos de Adán y Eva, el que te llevaras solo al único lobo por el que te habías permitido mostrar cariño. Eres tan traidora como el Hijo de Adán, y está en mi derecho que tu sangre cubra mis manos; puede que te hayas salvado por el momento, pero escucha atentamente mis palabras: en rojo tornará el pasto cuando la sangre que corre por tu cuerpo lo manche, y roja será la venganza cuando sea yo la causante.
Pero Darya no se acobardó; llevaba huyendo gran parte de su vida, de una forma u otra, y sublevándose a aquellos que solo hacían el mal. Por una vez, iba a hacer algo bien. Se alzó todavía más, mostrando cuan alta era para ser una leona corriente; pero no lo era. Era la hija del Rey de las Bestias y la Reina de la Magia, y Heredera de dos mundos.
—¿Por qué esperar? —tentó sin inmutarse. Jugaba con fuego, pero no había nada que pudiera combatir mejor el hielo de Jadis.
La Bruja desenvainó su cetro y apuntó el filo de hielo hacia el cuello de Darya. Oreius desenvainó su espada, aproximándose rápidamente y amenazando a Otmin en cuanto este se acercó para defender a la Reina. Peter, todavía con su espada en mano, la alzó todavía más.
Aslan apareció tras la cortina y su serena voz volvió a hablar.
—Jadis —pronunció—. Ya hemos hablado las condiciones de tu salvoconducto, y la incluyen a ella por igual.
—No por mucho tiempo —siseó la Reina en voz baja, su mirada sin desviarse de Darya. Retrocedió, y así lo hizo también Otmin. Ambos caminaron hasta el trono y el resto de las criaturas. Jadis se posicionó en el trono.
—Ha renunciado a la sangre del Hijo de Adán —comunicó Alsan a continuación.
Su voz, aunque sonara igual de tranquila que con anterioridad, se apagó levemente. Darya empezó a sentirse nerviosa. Los gritos de júbilo resonaron por todo el campamento. Jadis volvió a hablar:
—¿Y cómo sé que se mantendrá esta promesa?
Y Aslan rugió; sus fauces se abrieron de par en par y el rugido creció y creció en intensidad, y la bruja, tras contemplarlo con asombro imperceptible, se subió un poco las faldas y se sentó en el trono de golpe. Los narnianos volvieron a gritar de emoción y felicidad, y la bruja se marchó.
Pero aún y cuando todo parecía haber acabado bien, Darya no pudo sacudir el sentimiento de malestar de su cuerpo, emprendiendo el camino hasta la tienda de su padre, donde lo había visto desaparecer.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó en cuanto entró. Su padre no le contestó de inmediato—. ¿Qué ha ocurrido para que cambiara de opinión?
Aslan suspiró y la miró con pesar.
—Ha cambiado tu vida y la del Hijo de Adán por algo mucho mayor; algo que lleva mucho tiempo desenado y que la beneficiaría mucho más.
—¿El qué? —insistió ella. El temor se extendía a una velocidad vertiginosa por su cuerpo. Aslan suspiró.
—Mi muerte.
Darya negó repetidas veces con la cabeza. Aquello no podía ocurrir: su padre no debía morir bajo ningún concepto. Aslan se acercó a ella y restregó el hocico contra su cabeza. Darya sintió que las patas le fallaban.
—Existe una magia mucho más antigua que la bruja, que tú y que yo —pronunció el Gran León unos segundos más tarde—: La Magia Insondable de los albores del tiempo. ¿La conoces? —preguntó suavemente. Darya negó—. La Magia Insondable dicta que aquel que sea inocente e inculpado por un delito que no cometió, será perdonado y regresará de la muerta injusta impuesta al verdadero traidor.
Darya se separó de él, perpleja.
—¿Sabe Jadis eso? —cuestionó—; ¿sabe que volverás de la muerte?
—La Bruja ignora la magia arcana que gobierna Narnia —explicó Aslan—. Es ignorante a los poderes que recorren las raíces de nuestro país, y por ello mismo, la misma magia será su condena.
Cuando Darya salió de la tienda de su padre, se encontró cara a cara con los cuatro hermanos Pevensie. Susan, de brazos cruzados, frunció sus labios al hablar.
—Peter y Lucy insistieron en que te diéramos una oportunidad —pronunció—, y aunque no me guste mucho la idea, creo que es justo que te escuchemos antes de asumir cualquier cosa.
Darya asintió tranquilamente.
—Os explicaré todo lo que queráis saber —dijo—. Pero sería conveniente hacerlo en una zona menos habitada.
Los condujo a través del campamento hacia la zona del lago. Una vez allí, Darya observó los rostros de los cuatro niños, intentando descifrar sus emociones. Peter y Lucy, tal y como le habían mostrado durante la audiencia, confiaban en ella ciegamente, pero la reticencia todavía formaba parte de Susan y Edmund, quienes mostraron ser más parecidos de lo esperado: desconfiaban todavía de ella, pero estaban dispuestos a darle una oportunidad para que se explicara.
Suspiró.
—Hace muchos años —empezó diciendo—, tuve un sueño en el que os veía a vosotros y Aslan, pero por aquel entonces aún no sabía bien quiénes eráis. Junto aquel sueño, me fue revelada una profecía que hablaba de mí: según esta, yo, como Heredera de dos mundos, debería infiltrarme entre las filas enemigas correspondientes a la bruja. Era apenas una cría cuando lo hice inconscientemente. Me entrené durante años y no fue hasta el día en que conocí a los castores, que no descubrí las verdaderas intenciones de Jadis. Fue aquella noche cuando tuve el sueño y cuando supe que debía defender y proteger a los narnianos por encima de cualquier otra cosa. La profecía ya se estaba cumpliendo y ahora que vosotros estáis aquí, sé que ahora más que nunca llegará a su fin.
Les relató además sus inicios: cómo el padre de Maugrim la había encontrado en el bosque, cómo la había llevado al castillo y la Bruja había querido que entrenara. Les contó cómo había conocido a Áket y les aseguró que él tampoco suponía una amenaza para ellos, que ser Comandante le había permitido hacerse cargo de la Guardia de Lobos, y que por ello la Policía y Maugrim habían tardado tanto en encontrarlos.
—¿De qué dos mundos eres heredera? —preguntó Susan. Darya reconoció que si bien había intentado que no se preguntara por aquello, era justo que, si iba a explicarles su historia, informara a los cuatro hermanos sobre su procedencia por igual.
—Soy heredera de Narnia, y de otro país más, uno que nadie conoce.
—Espera —interrumpió Edmund—, pero el Rey de Narnia es...
—Aslan —completó ella. Los cuatro hermanos la miraban boquiabiertos—. Aslan es mi padre, pero eso es algo que preferiría que quedara entre nosotros, igual que mi profecía.
Los cuatro parpadearon, sorprendidos ante la historia de Darya. Lucy, quien para sorpresa de todos salió de su impresión antes, miró a Darya con determinación grabada a fuego en sus ojos pardos.
—Ahora no estás sola. Nos tienes a nosotros y también defenderemos a Narnia de la Bruja.
La pequeña la abrazó rodeando su cuello y Darya, sintiendo el revoltijo de emociones en su interior, le correspondió apoyando la cabeza contra su torso, presionándola contra sí. Sus ojos se alzaron y se posaron sobre Susan, quien la miraba aún con pasmo. Sabía que, si bien era probable que la mayor todavía no estuviera del todo convencida, que habían asperezas entre ambas, quizá la visión que Susan tenía sobre ella, cambiara.
—Perdóname, Darya —se lamentó la mayor de los Pevensie, sorprendiendo a la leona. A pesar de todo, Darya sonrió felinamente.
—Yo también hubiera desconfiado de mí en tu lugar, no te preocupes por ello.
El siguiente en tomar el turno de palabra fue Edmund, que se disculpó con todos y pudo estar de acuerdo en que, así como a Darya le había sucedido cuando tan solo era un cachorro, él también se había dejado engañar por las falsas promesas de Jadis. Avergonzado, le pidió perdón a la leona blanca y añadió:
—No diremos nada sobre la profecía o tu padre —asintió Edmund en su dirección. Darya le sonrió agradecida. Los ojos de ella buscaron entonces a Peter, quien ya la miraba mientras sonreía.
Mientras seguía abrazando a Lucy, Darya pensó en que quizá, su padre tuviera razón; quizá la familia no siempre estaba determinada por la sangre.
Aquella tarde, el campamento se trasladó hasta el valle de Beruna, por si, según Peter, la bruja intentaba llevar a cabo un ataque nocturno. Ahora que sabía la situación actual del campamento, les pareció adecuado hacer caso de las advertencias de Darya. Aslan, a sabiendas de que algún esbirro de Jadis podría haber intentado algo, dio el permiso para el traslado, y así se hizo.
Al anochecer, Darya se encontró con su padre antes de que este partiera hacia la Mesa de Piedra. Haciendo gala de su forma humana por primera vez en todo el día, lo abrazó y le dedicó palabras alentadoras y llenas de cariño. Cuando Aslan se lo hubo indicado, ella volvió a su tienda y permaneció allí hasta la mañana siguiente, pues se lo había prometido a su padre.
Aquella noche, mientras Darya intentaba conciliar el sueño tras tomarse el tónico, mientras su mente se hacía a la idea de que debería ayudar a Peter a dirigir el ejército, de que cabía la posibilidad de que no volviera a ver a su padre, escuchó.
Escuchó, y a sus oídos llegaron los rumores y susurros que el viento llevaba consigo, acompañados del sonido atronador de tambores de guerra.
La batalla era inminente, y así lo era también la muerte.
¡Hola!
Llego bastante tarde con el capítulo, pero que sepáis que esta novela se ha convertido en mi prioridad por el momento en lo que a Wattpad respecta: quiero acabar la primera parte, y me complace decir que solo faltan dos capítulos para ello.
En cuanto a edición, este capítulo tiene más de nuevo que de versión antigua, y la verdad es que estoy muy satisfecha con cómo ha quedado. Han pasado muchas cosas, como que ahora los Pevensie y Jadis saben la verdad sobre Darya (o casi toda). Espero que os haya gustado y gracias por leer.
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro