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Capítulo 11. Tormenta de Enemigos







Los campos de entrenamiento se extendían a lo largo de una llanura de pasto verde no demasiado lejos del asentamiento militar. La llanura estaba dividida en diversas secciones según su propósito: el campo de tiro con arco, lanza y daga, otra sección de caballería y otra de infantería. Oreius condujo a Darya hasta esta última, donde se instalaron para que la Heredera aprendiera a utilizar la espada que Papá Noel le había obsequiado.

Llevaban aproximadamente seis horas entrenando. Darya soltó un suspiro de terrible cansancio antes de tirarse al suelo y recostarse en el pasto para recuperar el aliento. Unos segundos más tarde, Oreius volvía a hacer que se levantara para continuar. Darya aferró su espada con una mano, clavándola en el suelo para impulsarse hacia arriba y volver a ponerse en guardia. Oreius atacó y ella intentó esquivar el golpe y propinar otro a cambio.

Antes de aprender a utilizar la espada con los movimientos básicos, Oreius se había asegurado de poner a prueba su equilibrio. «La espada deberá ser otra adición a tu cuerpo, una extensión de tu brazo. Si no controlas tu cuerpo primero, no podrás controlar la espada», había dicho.

Oreius lo había dispuesto todo, pues, para que Darya pudiera ganar algo de confianza en su cuerpo humano y, con ello, el equilibrio que carecía. Horas más tarde, cuando había conseguido mantenerse en pie encima de diversos terrenos -el pasto, las rocas de un río o troncos caídos-, Oreius empezó con las primeras lecciones de espada. Aunque torpe en un primer instante, Darya aprendió cada uno de los movimientos y los repitió hasta memorizarlos. También intentaba copiar los movimientos que le había visto hacer a Oreius.

La Heredera no había podido evitar comparar la forma de entrenamiento del centauro con aquel que había sido su instructor en un pasado, el viejo hombre lobo, Umbra.

El final de aquel personaje de su vida había sido triste, aunque merecido, a manos -o más bien, ramas-, de los árboles del Bosque Tembloroso. Había sido una encomienda en la que Darya no había participado, para conseguir leña y madera para fabricar diversas armas y máquinas de guerra. Los árboles del Bosque Tembloroso que no se habían visto sometidos a los poderes de la Bruja, les tendieron una emboscada a los esbirros de la misma; aquel día hubieron bajas considerables, y una de ellas fue la de Umbra.

Darya no podía decir que sentía cariño o algún tipo de aprecio parecido por el licántropo, pero le había parecido un final triste para alguien con tanto talento en batalla. Si bien sus habilidades habían sido empleadas para el mal, la maestría de Umbra debía ser reconocida.

Si los comparaba a ambos, Oreius y Umbra, Darya podía ver las diferencias claramente. Oreius era paciente y empleaba palabras alentadoras que disipaban la fatiga y conseguían transferir el coraje suficiente como para seguir adelante. Umbra había sido considerablemente duro y hubiera preferido utilizar toda clase de conjuntos de palabras hirientes para incitar a la ira y el odio. A pesar de que la mano dura de Umbra había conseguido curtir a Darya de las maneras más arduas, nada podía compararse con aprender con Oreius.

Su concentración, sin embargo, se veía perturbada de vez en cuando por la presencia de Níhmir. La ninfa arquera era la encargada de entrenar a las dos hermanas Pevensie en los campos de tiro, principalmente. La había visto mirar múltiples veces en su dirección, y Darya no podía evitar preguntarse si Níhmir cumpliría su amenaza en algún momento o si simplemente se habían tratado de meras palabras. Claro estaba que la ninfa sentía por ella un rencor evidente, ya fuera por los actos que había cometido tiempo atrás, o por haber sido la Comandante del enemigo.

La piel de su nuca se erizó, y girándose, sus ojos volvieron a encontrarse con aquellos violetas pertenecientes a Níhmir. La retó con la mirada silenciosamente, pero la ninfa no se vio acobardada en lo más mínimo. Finalmente, Darya apartó la vista para mirar a Oreius, quien la había llamado.

-Tómate un descanso -dijo el centauro-. Te lo has ganado.

Había acordado con el centauro que la tratara como a otra más, hasta que ella se sintiera lo suficientemente cómoda como para comunicar su verdadera identidad al resto de narnianos.

Darya sonrió, bajando la espada. Tenía la frente perlada de sudor y los bajos del vestido cubiertos de barro y arena.

-Gracias, Oreius -agradeció.

Su vista pasó hasta las Pevensie, que se alejaban lentamente de Níhmir en dirección al estanque en el que Darya normalmente se encontraba por las noches. Los beneficios de haber entrenado su equilibrio con Oreius, eran visibles en la forma en la que ahora podía correr sin tropezarse demasiado. Alcanzó a las dos hermanas al cabo de unos minutos, no obstante, pues no corría lo suficientemente rápido todavía. Nadie podía culparla -aunque ella creyera que debía dar el máximo de sí misma-; hacía tan solo unas pocas horas ni siquiera podía trotar sin caerse.

-Majestades -saludó en cuanto llegó a ellas.

Los ojos de Lucy se iluminaron al verla, echando a correr en su dirección para darle un basto abrazo. Darya correspondió el gesto, su mirada dirigiéndose a la mayor de los Pevensie.

No sabía la razón, pero Darya no era estúpida como para saber que no le agradaba a Susan. Fuere lo que fuera que había hecho, la Pevensie no la tenía en buena estima. Darya se cuestionó si Níhmir le había contado algo a Susan, pero rápidamente descartó la idea; antes de que llegaran al Campamento, Susan había reaccionado reacia a estar junto a ella.

-¿Os dirigís al estanque? -preguntó, ignorando la fría mirada de la mayor. Lucy asintió vigorosamente.

-¡Sí! -contestó-. ¡Ven con nosotras, Darya!

-De acuerdo -sonrió.

Junto al estanque, unas náyades habían dispuesto una pequeña carpa con comida y vino caliente, además de agua y jugo de uvas frescas. Habían aprovechado también para limpiar en las aguas del pequeño lago sábanas y otras prendas pertenecientes a los integrantes del campamento. Las jóvenes se dirigieron hacia allí primero, buscando acallar sus estómagos con algo de comida antes de descansar.

Darya descubrió que comer con manos y no simplemente con fauces, era mucho más práctico de lo que había pensado. Además, su estómago humano podía comer más variedad de alimentos que su forma animal. Cuando acabaron, se dirigieron a las orillas del estanque, donde Darya se transformó de nuevo. Seguía sin entender cuánto tiempo duraba el poder de la Esencia; tal y como Papá Noel había dicho, las transformaciones serían imprevisibles. Decidió quedarse de aquella forma, tumbada en el pasto verde y cerrando los ojos por unos minutos. A su izquierda, podía oír la conversación de Susan y Lucy.

-Te pareces a mamá -elogió Lucy a su hermana, observando su nuevo vestido. Las náyades habían cambiado sus atuendos amablemente y les habían proporcionado otros nuevos. Para Susan, había sido uno del color del musgo.

-Mamá no ha tenido uno así desde antes de la guerra -respondió la mayor.

-¡Deberíamos llevarle uno! -exclamó la otra de nuevo-. Un baúl hasta arriba.

-Eso si volvemos...

Aquello llamó la atención de Darya, quien levantó la cabeza hacia ellas.

-¿A qué te refieres con eso? -preguntó. En su interior, un sentimiento de malestar se había instalado. ¿Inquiría Susan que quizá alguno de ellos muriera durante la batalla? ¿Que no regresarían a su hogar porque se quedarían en Narnia para siempre?

-Bueno -empezó la Pevensie-. Aquí estáis en guerra también, y por lo visto, nos necesitáis. Pero no sabemos luchar, ¡solo somos niños!

-La carga que lleváis encima es pesada -admitió Darya-. Pero sé que seréis capaces de todo lo que os propongáis.

Susan no dijo nada, pero Darya pudo ver que sus palabras habían hecho que el rostro de la muchacha cambiara. Susan dejó escapar un suspiro y miró a su hermana pequeña, apenada. Sonrió tristemente y le acarició el corto cabello.

-Perdona que esté así -le dijo a la pequeña-. Antes solíamos divertirnos juntas.

-Sí -asintió Lucy, y entonces, sonrió traviesamente-, ¡pero te volviste aburrida! -rió.

En la orilla del estanque, Darya abrió los ojos -que había vuelto a cerrar-, y escuchó atentamente. Sus orejas se movieron en todas direcciones, inquieta, y el pelaje de su lomo empezó a erizarse.

-¡Ah! ¿Con que eso crees? -respondió Susan, para a continuación salpicar a la más pequeña.

Mientras las niñas jugaban con el agua, Darya se agazapó, girándose hacia la primera línea del bosque. El movimiento provenía de allí, estaba segura. Cada vez más constante, cada vez más cerca. Su corazón empezó a acelerarse y dejó escapar un suave gruñido.

Susan se dirigió hacia una de las sábanas, tirando de ella para secarse, y entonces apareció Maugrim.

-Por favor, no intentéis huir; estamos cansados -dijo.

-Preferiríamos mataros rápido -elaboró Fenrrax tras él.

-¡¡Corred!! -rugió Darya, abalanzándose encima del siguiente lobo.

Maugrim escapó de ella al igual que Fenrrax, persiguiendo a las dos niñas mientras estas corrían despavoridas. Darya dejó escapar un gruñido gutural y salvaje antes de hundir sus colmillos en la carne del lobo que había apresado. Sintió la piel desgarrándose y el músculo siendo perforado. No tardó en sentir el sabor de la sangre inundar su boca. Pero no se detuvo. Cogió al siguiente lobo y repitió la acción.

Un cuerno sonó. Dos más se lanzaron encima de ella, intentando herirla; uno de ellos lo consiguió y la leona rugió de dolor en respuesta. A continuación se los quitó de encima como pudo y echó a correr en dirección al cuerno que Susan había hecho sonar. Había perdido de vista a las dos hermanas, y sabía que la jauría detrás de ella la perseguía sin darse por vencidos. Darya resistió el dolor de su pata herida y siguió corriendo, solo para encontrarse con una escena que, por unos segundos, la dejó helada.

Susan y Lucy habían conseguido subirse a un árbol, y debajo del mismo, Maugrim y su hermano rondaban saltando y lanzando dentelladas. A un lado, Darya vio que Aslan estaba allí y detrás de él, varios narnianos más, listos para atacar. Pero permanecían inmóviles, expectantes a cómo se desenvolvería la lucha delante de ellos. Escuchó a los lobos que quedaban tras ella más cerca, pero tan pronto como se hubo girado, vio que los narnianos al lado de su padre se habían movido para darles caza.

-Dejad que el príncipe demuestre de lo que es capaz -habló Aslan, su voz tronante y calmada al mismo tiempo-. Esta batalla es de Peter.

-Venga -dijo Maugrim-, ya hemos pasado por esto antes. Los dos sabemos que no tienes valor.

-¡Maugrim! -gritó Darya, intentando que el lobo apartara la vista de Peter. El sonido de su voz, efectivamente, provocó que el cánido la mirara-. ¡Déjalo en paz!

-¡¡Traidora!! -ladró él, colérico-. ¡Sucia rata inmunda y traidora! A Su Majestad le gustará saber que has elegido al enemigo por encima de aquellos a los que juraste pleitesía.

-Falsa pleitesía -repuso ella, enseñando sus caninos-. Deja al chico en paz, ambos sabemos que ahora tus intereses se enfocan en matar a otro.

Maugrim lanzó una dentellada en su dirección.

-¡Calla! Su Majestad ya se encargará de ti, después de que acabe con estos humanos.

Darya sabía que acababa de posicionarse en una situación delicada. Ahora que había dejado claro que conocía a Maugrim y que este dijera que la Reina se encargaría de ella por traidora, los narnianos no tardarían en atar los pocos cabos sueltos que quedaban. La leona, sin embargo, no se arrepentía; si podía salvar a Peter de Maugrim, si podía salvar a sus hermanos, entonces todo habría valido la pena.

Pero Maugrim volvió a concentrarse en Peter, y fue Fenrrax quien saltó hacia Darya, intentando apresarla. Ella se movió rápidamente y lo atrapó entre sus patas, posicionando sus fauces entorno a su pescuezo para inmovilizarlo. Mientras tanto, el Capitán de la Policía Secreta dejó escapar una seca risa.

-Quizá pienses que eres un Rey -dijo Maugrim medio gruñendo-, ¡pero vas a morir como un perro!

Y de un salto, se lanzó sobre Peter. Las niñas gritaron desde el árbol con terror, pero Darya supo que el que había salido perjudicado no había sido el Hijo de Adán. Al mismo tiempo que las niñas bajaban del árbol, Darya soltó a Fenrrax por instinto para precipitarse hacia donde se encontraba el mayor de los Pevensie. Fenrrax salió corriendo de vuelta al bosque, por allí donde había huido lo que quedaba de la jauría hacía unos minutos; Aslan reaccionó deprisa y les indicó a Oreius y los que habían acudido allí que lo persiguieran.

-¡Id tras él! -dijo-. Os conducirá hasta Edmund.

Ya en el suelo, Susan y Lucy corrieron hasta Peter igual que lo había hecho Darya. Entre la mayor y la leona, empujaron a Maugrim a un lado. El peso del cuerpo del lobo les dijo todo lo que debían saber: había muerto. Peter había sido capaz de clavarle la espada justo a tiempo.

Dejando que los hermanos se abrazaran, Darya miró a su padre.

-Darya, limpia tus fauces y Peter -le dijo al muchacho-, haz lo mismo con tu espada.

Ambos obedecieron. Darya se aproximó a la orilla del lago y hundió la boca varias veces, sacudiéndose y restregándose las patas contra su hocico. Por suerte, la sangre de los lobos todavía no se había secado por completo, por lo que limpiarla no supuso una gran tarea.

Si Darya era sincera, se había acostumbrado al sabor de la sangre cuando comía, pero no cuando mataba por sobrevivir. Desde pequeña, su sabor metálico la había mareado cuando pensaba en sus dientes hundiéndose en la carne de otro ser solo por matarlo; la ley del más fuerte nunca le había gustado, pero llevaba conviviendo con ella toda su vida.

Sin embargo, jamás hubiera imaginado que la sangre de lobos que había conocido -pues estaba segura de que aquella jauría estaba formada por algunos de la Guardia-, mancharía sus fauces. Tampoco que vería a Maugrim o a cualquiera de sus hermanos morir.

Cuando terminó, se levantó igual que Peter y juntos caminaron de nuevo hasta estar delante de Aslan. Con gesto solemne, el Gran León posó primero una de sus patas sobre el hombro derecho de Peter, y después repitió el gesto con el izquierdo mientras decía:

-Levanta; Sir Peter Pesadilla de los Lobos, Caballero de Narnia.

A continuación fue el turno de Darya, y esta pudo sentir como su pecho se hinchaba de orgullo al contemplar al Hijo de Adán. Aslan, no obstante, le sonreía ahora a ella. Darya sintió las patas de su padre encima de ella, y entonces, escuchó palabras que jamás creyó escuchar.

-En pie, Lady Darya Tormenta de Enemigos, Paladina de Narnia.





Aquella noche, en el campamento de la Bruja, los narnianos persiguieron a Fenrrax y los otros lobos con éxito hasta sorprenderlos. Sin darle tiempo a Jadis a reaccionar, liberaron al Hijo de Adán que había sido convertido en prisionero y lo llevaron de vuelta al Campamento de Aslan. Jadis, en vista de que había perdido el primer paso para que la profecía no se cumpliera, llamó traer a los culpables de que los narnianos los hubieran encontrado.

Minutos más tarde, Fenrrax y los otros fueron llevados ante ella. La choza donde Jadis residía era considerablemente más cómodas que las que poseía el resto del ejército. La mayoría no poseía una, durmiendo a la intemperie, y solo aquellos con altos rangos podían permitirse el lujo de tener una tela sobre sus cabezas.

Jadis miró a los cánidos fríamente.

-Dadme una buena razón para no mataros ahora mismo -dijo-. Además de traer al enemigo a nuestra sede, habéis provocado que se lleven al Hijo de Adán que yacía bajo mi poder. Excusaos de buena forma -gruñó-, o el hacha del General Otmin se encargará de ello por vosotros.

Ninguno de los lobos se atrevió a decir nada. Lo que habían visto solo podía despertar una cosa en su Reina: ira. La más iracunda y frenética, sedienta de sangre.

Pero Fenrrax dio un paso adelante y agachó la cabeza en sumisión.

-Vimos a la Comandante -habló. El silencio se hizo más pesado a medida que buscaba las palabras correctas para decir los siguiente-. Nos ha traicionado.

Los ojos de Jadis relampaguearon.



La mañana siguiente amaneció tranquila y despejada. Los primeros rayos del alba bañaron las praderas de naranja y dorado, mientras el rocío goteaba pausadamente de hoja en hoja. La llovizna de la noche anterior había provocado que más flores florecieran, y Darya no pudo sino observarlas embelesada junto a Áket. El que fuera su Segundo se encontraba maravillado por las plantas y no hacía más que hundir el hocico entre los pétalos a la espera de aspirar más de aquel olor dulzón que poseían.

Darya lo había puesto al día con los acontecimientos del día anterior. Áket practicaba ahora con algunos guepardos y perros de caza, por lo que su entrenamiento se limitaba a campo abierto, un poco alejado del campamento; no había sabido nada del ataque de los lobos, pero sí había escuchado brevemente qué había sucedido, aunque esperara que Darya arrojara algo más de luz sobre los hechos, y ella así lo hizo.

-Ahora eres una Paladina -dijo el lobo perlado, emocionado-. ¿Cómo te sientes?

-De maravilla -contestó ella, honesta.

Si bien el Síndrome de Morfeo seguía causando estragos en su sistema, Darya era positiva. Ser una Paladina de Narnia era un gran honor, incomparable a ser la Comandante de los Ejércitos de la Bruja Blanca. No; durante mucho tiempo había estado equivocada al pensar siquiera que aquél era un título por el cual alegrarse. ¿Pero ser una Paladina? Aquello era una maravilla.

Cuando llegaron de nuevo al Campamento, pues se habían alejado bastante para cazar el desayuno, encontraron que los cuatro hermanos ya se habían reunido. El desayuno había sido dispuesto para ellos, como cada mañana, en una pequeña y baja mesa. Sobre el pasto reposaban varios cojines para que se sentaran mientras desayunaban.

Darya no se había convertido aquella mañana, aunque sí se había tomado el tónico que Lássgareth había dejado en su tienda. Se acercó a ellos junto a Áket con trote alegre, y procedió a hilvanar una sonrisa con su felina boca.

-Buenos días -dijo, y mirando a Edmund, añadió-: Bienvenido, Majestad.

Edmund solo le dedicó una mirada larga y silenciosa, pero no le agradeció la bienvenida. Darya decidió dejarlo pasar; quizá se encontraba demasiado cansado como para hablar. No lo culpaba. Lucy le sonrió, no obstante, pero los otros dos hermanos no dijeron palabra alguna tampoco.

-Habrá provisiones para el viaje de vuelta -comunicó Peter.

Darya le lanzó una mirada. Se encontraba apoyado junto a una de las grandes rocas, comiendo una manzana con aire pensativo.

-Pero no podéis marcharos -habló ella, retirando sus orejas hacia atrás-. Pensé que os quedaríais -añadió en voz baja.

-¿Volvemos a casa? -preguntó Susan confundida. Pero Peter no la miraba a ella, sino a Darya. Apartó la mirada de ella al ver el deje de dolor en sus ojos esmeralda, y volvió su atención a su hermana.

-Vosotros -Susan seguía mirándolo con intensidad-. Le prometí a mamá que cuidaría de los tres pero... -Miró de soslayo a Darya, quién se limitó a permanecer en silencio junto a Áket. Con un suspiro, Peter se sentó junto a sus hermanos-. Yo podría quedarme algo rezagado y ayudarles.

-Pero nos necesitan... -dijo la pequeña de los Pevensie-. A nosotros cuatro.

-¡Lucy, es muy peligroso! Casi os ahogáis y a Edmund casi lo matan.

-Por eso debemos quedarnos -expresó Edmund. Su semblante era serio; no el tipo de seriedad que tiene un niño pequeño, sino la de alguien que ha visto horrores a temprana edad. Darya conocía demasiado bien aquella mirada-. He visto actuar a la Bruja Blanca; yo la he ayudado. ¡Y no podemos dejar a toda esta gente a su merced!

-Edmund tiene razón -elaboró Darya, dando un paso al frente-. La Bruja es despiadada y no se detendrá hasta conseguir lo que quiere: que los cuatro muráis y la profecía no se cumpla jamás. Que Narnia perezca para siempre.

El menor de los Pevensie la miraba ahora fríamente, casi dolido.

-Es irónico viniendo de ti -dijo. Darya lo miró sin entender.

-¿Qué quieres decir?

-Hablaban en el Campamento de la Bruja, ¿sabes? -El pánico empezó a propagarse en el pecho de la leona-. Decían que faltaban dos miembros de su Guardia: la Comandante y un lobo. Al principio no presté atención, pero entonces dijeron tu nombre.

-¿Qué estás diciendo, Ed? -inquirió Lucy, el temor palpable en su voz.

Edmund la señaló con el dedo índice, y Darya no pudo evitar sentirse expuesta. Expuesta y descubierta.

«Lo sabe.»

-¡Ella es la Comandante de la Bruja! Mintió desde un principio.

-Sabía que ocultabas algo -dijo Susan, levantándose y dirigiéndose a Lucy. La cogió por el brazo para levantarla y la apartó de Darya-. ¡Lo sabía y aún así te concedí el beneficio de la duda!

-No lo entendéis -masculló.

-Creo que no hay nada más que entender -zanjó Susan-. Por eso el lobo te conocía.

-Darya -llamó Peter. Pero la leona no quiso mirar en su dirección-. Darya -volvió a insistir. Ella lo miró finalmente, sintiendo su visión borrosa-. ¿Es cierto? ¿Lo que dice Edmund es cierto? ¿Nos has estado mintiendo todo este tiempo?

Los escalofríos la envolvieron mientras su cola se enroscaba entre sus patas traseras y daba sendos pasos hacia atrás. Áket aulló por lo bajo, brindándole apoyo. Al alzar la vista, Darya vio que Níhmir residía sentada encima de la roca en la que había estado apoyado Peter.

-Sí -dijo finalmente, sintiendo que el corazón se le aceleraba más todavía-. Soy la Comandante del Ejército de la Bruja Blanca.

Níhmir sonrió triunfal.






¡Hola!

Llevo una racha de actualizaciones, pero tampoco voy a alardear mucho sobre ello porque no quiero gafarme... Quedan tres capítulos más para que se termine lo que vendría siendo el primer acto, es decir, los hechos que cubren «El León, la bruja y el armario».

Se ha descubierto quien es Darya (en parte) y ahora ha perdido la confianza de los cuatro hermanos (o puede que solo la de algunos); sin embargo, parece que todavía no han comprendido del todo las razones de Darya (tampoco es como si las supieran), pero se han dejado cabos sin atar. Jadis sabe ahora sobre la traición de Darya también, y Níhmir parece haberse salido con la suya de alguna forma. ¿Qué ocurrirá en el siguiente capítulo?

Como aclaración, a Darya se la nombra Paladina porque el término «caballero», aunque pueda emplearse de forma general, no me convencía. Para los más quisquillosos: «paladín» y «caballero» podrían entenderse como sinónimos.

Espero que os haya gustado; agradecería muchísimo que me dijérais qué os ha parecido, vuestros comentarios son muy importantes para los escritores, recordad. Son la recompensa que tenemos para saber que lo que hacemos de verdad os gusta, y muchas veces (por no decir siempre), nos ayudan a continuar porque resultan reconfortantes y gratificantes. Y si tenéis alguna teoría, ¡no dudéis en decirla!

¡Votad y comentad!

¡Besos! ;*

-Keyra Shadow.


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