Capítulo 10. El Síndrome de Morfeo
Los sueños no eran algo que Darya hubiera experimentado mientras dormía. Desde que fuera llevada a la Cumbre Helada, lo único que había conocido habían sido las pesadillas, atormentándola incluso cuando creía estar a salvo. Con el tiempo, Darya había aprendido a presentarles batalla, y lenta aunque arduamente, había sabido luchar contra ellas. Las pesadillas no la dominaban, Darya las dominaba. Sin embargo, los sueños eran inexistentes; si no habían pesadillas, sí habría una noche sin sueños, solo una profunda quietud y el silencio de un letargo pleno.
Pero ya no se encontraba en la Cumbre Helada, sino en el Campamento del Gran Aslan, de su padre, rodeada de los narnianos que estaban dispuestos a luchar para liberar a su país de la tiranía de Jadis, de tres de los cuatro futuros Reyes de la profecía, de Áket y los castores.
Aquella noche, Darya soñó.
El lugar que se extendía delante de ella era uno sinigual, como ningún otro que había visto jamás. Era un bosque cuya aura fantasmal llegó a erizarle la piel por completo. El techo frondoso cubierto de hojas no dejaba lugar a pedazos del cielo que sin duda se extendía por encima, pero una luz verde se colaba entre el follaje, cálida y brillante. Darya se percató poco después de que se encontraba en su forma humana, no la animal, y de que por unos instantes, al sentirse amenazada por el aura del bosque, deseó ser la leona que era.
El bosque no poseía sonido alguno; no habían animales, ni pájaros cantores o insectos. Tampoco soplaba ni una gota de viento. Observó el lugar más detalladamente, siendo consciente por primera vez de lo juntos que crecían los árboles, y la forma en la que sus raíces saciaban su sed del agua de los estanques que yacían en el suelo. Observando aquellos árboles, de repente Darya olvidó que se trataba de un sueño o que se había sentido amenazada; su cuerpo se relajó, y en su mente se instaló el pensamiento de que siempre había estado allí.
Sentía una familiaridad profunda con aquel lugar, y no se cuestionó en ninguno de los momentos posteriores, por qué. Olvidó su cometido, a la Bruja Blanca, los Pevensie, los castores o Áket. Lo olvidó todo y en ella solo restó aquella familiaridad, y la sensación de no querer irse nunca de aquel bosque místico.
Entonces, dos lazos dorados salieron de su pecho y ataron, una cada uno, sus muñecas. Darya no mostró signo alguno de confusión, sino que tranquila, siguió mirando aquellos lazos de luz que habían salido de su interior. A continuación, ambos haces serpentearon entre los árboles; uno a la derecha, el otro a la izquierda. Cuando hubieron encontrado cada uno su estanque, ambos se sumergieron en ellos, y fue entonces cuando Darya recordó quién era y de dónde venía.
Siguió al primero de los lazos, el derecho, y encontró que el estanque en el que se había sumergido estaba lleno de vida. Era grande y la luz que salía de su interior, infinita. Avistó praderas verdes, mares inmensos del color del zafiro, cálidos desiertos y bosques longevos. El nombre resonó en su mente casi por instinto: Narnia.
Poco más tarde, siguió al otro lazo, que había viajado mucho más lejos que el otro, hacia un estanque distinto y apagado. Las aguas de aquel mostraban un panorama completamente diferente al de Narnia: era oscuro, tenebroso e incluso tétrico. A pesar de todo, desprendía una lucecilla amarillenta, débil y enfermiza que hizo que Darya se sintiera extrañamente calmada. No hubo nombre que resonara en su cabeza aquella vez, pero sabía que una parte de ella pertenecía a aquel mundo.
Una campana sonó de repente, captando su atención.
No provenía de ninguno de los dos estanques que había visto, sino de uno más lejano, al frente. El sonido era constante y melódico, pero solo hizo que Darya se sintiera repentinamente alarmada y sobresaltada. La melodía se volvió más estridente con cada paso que daba en su dirección. Un paso. La campana chilló más fuerte. Otro paso. Ahora gritaba histérica. Otro paso, y otro, y otro.
Y a medida que se fue acercando, que sintió que su cuerpo perdía las fuerzas, escuchó a una voz que acompañaba a la campana; o quizá era la misma campana la que hablaba:
«¡Despertasteis a la Reina del Fin de las Eras!
¡Despertasteis a la Destructora de los Mundos!
¡Despertasteis a la Emperatriz de la Palabra Deplorable!
¡Despertasteis a quien no debíais, y ahora pagaréis por ello!
¡Misericordia a aquellos que se opongan al ascenso de Jadis de Charn!»
Al despertar sobresaltada, Darya sintió que el mundo daba vueltas sobre sí mismo sin que ella se moviera. Lo que había visto en su sueño había drenado toda energía de su organismo; se sentía enferma y débil. Con esfuerzo, tomó una gota del Colmillo que había preparado en un cuenco la noche anterior. El pensamiento de que si se transformaba en humana, quizá el dolor desaparecería, no abandonaba su mente en ningún momento. Pero aquello no hizo más que empeorar la situación. Tambaleándose después de haberse levantado del camastro, se dejó caer de nuevo aferrando las manos a sus sienes. Podía sentir una punzada aguda que recorría su cabeza y se internaba en las profundidades de la misma, el dolor siendo terriblemente insoportable.
Soltó un alarido en cuanto la punzada se hizo todavía más poderosa, dejándose caer al suelo. Junto al golpe, sintió que su garganta se volvía repentinamente ácida y las arcadas la atacaron. Tosió y vomitó, y cuando Darya se apartó, agarrándose la garganta con ambas manos, vio sangre en el suelo.
Antes de que pudiera darse cuenta, la tos volvió a convertirla en su presa y soltó otro grito más. Entonces, unas manos se aferraron a la parte baja de sus brazos para impulsarla hacia arriba. Se encontró con la mirada rubí de una dríada por unos breves instantes, antes de que esta la depositara encima del camastro una vez más, solo para desaparecer a continuación.
Darya apretó los dientes para no volver a gritar, cerrando los ojos fuertemente. Unos minutos más tarde, la dríada volvió a aparecer, tras ella una centauro de color bayo y cabellos dorados. Darya la observó en cuanto escuchó su llegada.
A diferencia de la mayoría de centauros del campamento, aquella fémina no poseía coraza alguna; su torso era cubierto por un velo de raíces y flores silvestres que ocultaban sus atributos humanos, mientras que en sus costados reposaban dos alforjas abultadas.
—¿Cuál es su mal? —preguntó la centauro, dirigiéndose a la dríada que la había conducido hasta allí.
—La encontré gritando de dolor descontroladamente —explicó—, pero no sé qué le ha sucedido.
La centauro caminó hasta ella y acercó las manos a su rostro. Por inercia, Darya se apartó, evitando el contacto, pero la fémina fue más rápida y cogió su rostro firmemente, examinándole los pómulos, la boca y los ojos. Aunque firme, el tacto de las manos de la centauro era suave y gentil. Los ojos de Darya, rojos y llorosos, reconocieron ante ella a una druida.
—Mi nombre es Lássgareth —habló en voz baja, calmada—. No debes tenerme miedo, pues soy la druida de los de mi especie y estoy aquí para ayudar.
A continuación, Lássgareth tomó varios utensilios de las alforjas que llevaba. Le pidió a la ninfa que trajera algo de agua, y después de que esta llevara un cuenco a rebosar, la centauro se puso manos a la obra. Lo primero que hizo, fue limpiarle a Darya los restos de sangre que tenía en las comisuras. A continuación, varios brebajes y plantas curativas fueron extraídos de las bolsas y dispuestos para la elaboración de un tónico. Darya observó en silencio cómo Lássgareth trabajaba, hasta que esta volvió a girarse a ella, un pequeño cuenco de madera en sus manos. Lo acercó a los labios de la muchacha una vez la ninfa la hubo ayudado a incorporarse.
—Bébelo —indicó Lássgareth—. Hará que te sientas mejor.
El líquido del cuenco era de un tono verdoso que, de buenas a primeras, no hubiera invitado a nadie a probarlo, pero el aroma que desprendía, dulce y reconfortante, era una historia totalmente distinta. Darya obedeció y bebió el contenido del cuenco hasta dejarlo vacío. Tan solo pasaron unos segundos antes de que notara una mejora en su cuerpo. Aunque cansados, sus músculos se relajaron y el ardor de su garganta se disipó. El dolor de cabeza perduró unos minutos más, pero en menor medida a como lo había hecho la primera vez.
—¿Qué me ocurre? —preguntó más tarde. Lássgareth soltó un suspiro, volviendo a preparar más brebaje.
—Mi gente y más narnianos ya lo han padecido otras veces —explicó—. Es una enfermedad que se extiende como el fuego y es tan incurable como la muerte propia. Sus síntomas son vómitos y dolores de cabeza durante los primeros días; después todo se intensifica. Por tu condición, determino que llevas padeciéndolo varios días sin tratamiento que alivie tus dolores, y eso ha causado que la enfermedad avance más rápido. En las últimas etapas de su propagación, el cansancio del cuerpo es tal que provoca que el enfermo deje de comer, vomite sangre o incluso quede postrado en el lecho hasta el momento final. Cuando este momento se acerca, el enfermo se sumerge en un profundo sueño, lo que llega a hacer pensar al resto que ha muerto y algunos, lo hacen. Se le conoce como el Síndrome de Morfeo y muy pocos consiguen despertar después de padecerlo.
Darya no quiso reconocerlo en aquel instante, pero sabía que Lássgareth tenía razón: llevaba varios días sintiendo su cuerpo cansado, sintiendo que las fuerzas de su cuerpo eran drenadas sin que pudiera hacer algo para evitarlo.
Había estado tan centrada en la protección de los Pevensie, en que llegaran a salvo al campamento, en la de Áket y los castores, en lo que haría si la Bruja descubría su traición, que no se había prestado atención a sí misma. Había olvidado que pese a ser hija del Gran León, su cuerpo era vulnerable como cualquier otro.
Pasó saliva y cruzó las manos sobre el regazo. Lássgareth la observaba sin decir palabra alguna.
—¿Cuánto tiempo tendré hasta que la enfermedad llegue a su última etapa?
—Me temo que tu cuerpo ya está en esa etapa, querida —advirtió la centauro, dedicándole una mirada llena de compasión—. Calculo que solo unos pocos días más.
Unos días más de vida.
—¿Puedes hacer algo para retrasarlo lo más posible?
Lássgareth asintió lentamente.
—He preparado más tónico, pero no frenará el avance del Síndrome. Es inevitable. Sin embargo, lo retrasará lo más que pueda, siempre y cuando lo tomes cada pocas horas.
Cuando Lássgareth y la ninfa se hubieron marchado, Darya restó sola con sus pensamientos. Ahora descubría que poseía una enfermedad que acabaría con su vida —o con suerte, no—, en unos pocos días, lo que sin duda aportaba un giro drástico a los acontecimientos que tendrían lugar, e incluso a la forma en la que ahora percibía al mundo y a los seres que lo habitaban.
¿Vería a una Narnia liberada y con los cuatro hermanos en los tronos que les pertenecían, o sería demasiado tarde para participar en la batalla, incluso?
Aquellas y más preguntas se arremolinaban en su cabeza como un torrente de información que todavía no había conseguido digerir. Con anterioridad se había planteado ir a ver a su padre para comunicarle lo que había soñado, a la espera de obtener algo más esclarecedor sobre lo que significaba, pero la repentina noticia había aportado un nuevo sentido a la visita que le haría a su progenitor. Si aquellos serían sus últimos días, ¿querría pasarlos presa del rencor que procesaba a su padre por no haber estado ahí para ella? ¿Realmente era capaz de ser tan egoísta como para culparle, aun cuando sabía que como Gran León, los deberes que su padre tenía debían cumplirse sin dilación?
Darya no esperó a que Oreius le dijera si podía entrar en la gran carpa o no. Por lo que Darya sabía, su padre pocas veces se movía de aquel lugar a no ser que supervisara cómo iba el abastecimiento de suministros o la preparación de las armas y armaduras. Al ver esto, el centauro trotó hasta la entrada de la carpa, cortándole el paso. La mirada oscura del centauro le dijo a Darya que, quizá, la había reconocido. Sin embargo, Oreius era el más cercano a su padre, su confidente, incluso. ¿Le habría dicho su padre quién era ella en realidad? ¿Cómo reaccionarían el resto de narnianos si supieran que, además de ser la Comandante del Ejército enemigo, era la hija del Gran Aslan?
Darya decidió arriesgarse. Sabía que Oreius desconfiaba de ella en cierta forma, y ella no podía culparle. Pero si quería posicionarlo de su parte, o al menos hacerle entender la verdad, debía depositar en él su confianza, y regalarle el beneficio de la duda que, con suerte, le concedería él a ella.
—Deseo ver a mi padre —murmuró, tan bajo que solo Oreius pudo escucharlo.
Visiblemente sorprendido por sus palabras, el centauro le dedicó una mirada indescifrable antes de entrar en la carpa, seguida de cerca por la que anteriormente había sido una leona. Darya caminó con esfuerzo, todavía débil por el Síndrome de Morfeo. Su padre esperaba ya sentado de cara a la entrada, como si hubiera prevenido que acudirían a él.
Oreius fue el primero en hablar.
—La acompañante de sus Majestades clama ser vuestra hija, Mi Señor.
Aslan posó su vista en ambos, antes de centrarse en Darya, como si su mirada pidiera una confirmación de las palabras del centauro. Ella asintió simplemente, y Aslan se volvió a Oreius.
—Así es —corroboró—. Darya es hija mía, y si te ha confiado esa información, querido amigo, quizá sea para que puedas verla con mejores ojos, aunque su historia no es algo que yo deba compartir, sino ella, si así lo desea.
—¿Cómo es posible? —cuestionó el centauro—. ¿Cómo puede ser que todo este tiempo tuvierais una hija y nadie supiera nada?
Darya decidió que había llegado el momento de revelar quién era al que sería el primero, además de su padre, en saberlo.
—Mis raíces debían permanecer en secreto, y durante un tiempo, ni yo misma supe quién era hasta que tuve un sueño. Antes de eso, sin embargo, fui llevada por dos esbirros de la Bruja hasta su castillo y allí, ella juzgó mi potencial, decidiendo que entrenaría junto a sus lobos. Por años entrené hasta convertirme en la más fuerte, la más rápida, la mejor de todos. Fue poco después que la Bruja decidió convertirme en la Comandante de sus Ejércitos y la Capitana de la Guardia de Lobos, que trabajaba conjuntamente con la Policía Secreta.
Mientras Darya continuaba la historia de su vida hasta aquel día, vio las diversas emociones que gobernaban el rostro de Oreius a medida que hablaba. Primero vio la rabia por saber que los había traicionado de aquella forma, después, la comprensión de que ella, como cachorro, no había tenido elección. En tercer lugar, la impotencia de saber que la hija de su Señor había pasado tantas décadas en soledad y protegiendo desde las sombras a un pueblo que ni siquiera conocía su existencia.
Mencionó también la profecía, la que le había ayudado a entender quién era en un inicio, y cómo a raíz de esta había intentado corregir sus actos pasados. Oreius maldijo no haber prestado más atención a los astros, que muchas veces eran utilizados por los de su especie para conocer el futuro o las profecías que el mismo escribía para que las cumplieran sus propietarios. Darya le aseguró, no obstante, que la suya había sido revelada en un sueño, y que por ello, ni siquiera las estrellas habían tenido conocimiento sobre su profecía.
Cuando Darya terminó, Oreius, culpable, se postró ante ella con las patas delanteras arrodilladas. Desenvainó su espada lentamente y la colocó delante de ella, en el suelo, para después agachar la cabeza.
—Perdonadme por juzgaros —rezó el centauro—; perdonad mi ignorancia y mi desconfianza hacia vos, Majestad.
—No, por favor —pidió ella, alzando las manos para que él se levantara—. No merezco tu clemencia por mis actos pasados, pero sí la necesito ahora para saber si realmente puedo confiar en ti, y sí tu confiarías en mí a pesar de lo que hice hace ya tanto tiempo.
—Ahora que sé quién sois, os confiaría hasta mi vida, y vos podéis confiarme la vuestra. Ningún esbirro de la Bruja os pondrá un dedo encima mientras yo me halle con vida en esta era.
—Gracias —dijo Darya, sincera.
Aunque sabía que la opinión de Oreius ahora era considerablemente mejor que antes, todavía quedaban cientos y cientos de narnianos a quienes confiarles la verdad, pero no estaba preparada para ello. Solo podía esperar que, llegado el momento, no fuera demasiado tarde.
—Desearía hablar a solas con mi hija, Oreius —habló Aslan por primera vez desde que Darya empezara su historia.
—Por supuesto, Mi Señor.
Una vez se hubo marchado, Darya dio algunos pasos hacia su padre. Aslan se quedó quieto, observándola, y no se mostró sorprendido cuando Darya hundió las manos en su dorada melena, acariciándola. Atisbó en los ojos de su hija el dolor que sentía y acercó el rostro al suyo, ronroneando suavemente.
—Quiero disculparme por cómo te traté el día que llegamos —empezó a decir ella—. Hoy he comprendido que el tiempo que los seres vivos tienen es demasiado efímero como para malgastarlo guardando rencor, sobre todo por actos en los que no se posee jurisdicción alguna.
—No hay nada que perdonar, hija mía. —Aslan sonrió felinamente por unos instantes, antes de que su semblante cambiara a uno más preocupado—. Pero puedo sentir que algo te atormenta, Darya. Dime qué ocurre.
La vista de Darya se cristalizó de forma leve, e internamente, maldijo.
—Esta mañana he sabido que padezco una enfermedad mortal —dijo—. El Síndrome de Morfeo está drenando mis fuerzas, padre. Me queda poco tiempo. Debí haber sospechado que me ocurría algo hace días, porque noté que mi cuerpo no era el mismo, que mis capacidades menguaban por momentos.
Aslan no dijo nada, simplemente se acercó todavía más a ella y volvió a ronronear, ahora de manera triste. ¿Qué palabras podía decir un progenitor al ver que su única hija estaba muriendo sin que él pudiera hacer nada al respecto? Las palabras eran escasas para aquel momento. El león dorado se tumbó en el suelo, y Darya lo acompañó, acurrucándose contra él y acariciando su melena, ensimismada. Encontró reconfortante el calor que su padre desprendía. Se preguntó si era de aquella forma en la que los cachorros se sentían cuando estaban junto a sus padres; si aquel calor poseía magia y el poder de tranquilizar a los más pequeños. Aquellos efectos eran los que Aslan estaba teniendo en su hija, y ella lo agradeció en silencio.
—También tuve un sueño anoche —comentó poco después—. Había un bosque repleto de estanques, y sentí que siempre había pertenecido allí.
—¿Y qué ocurría en ese bosque? —musitó Aslan, animándola a continuar.
La Heredera frunció el ceño, recordando.
—Había dos lazos de luz que me ataban a distintos estanques. Uno lo reconocí como Narnia, y el otro era oscuro, lúgubre y con una luz enfermiza. No supe qué era.
—El mundo de tu madre —respondió él—. Lo que viste en ese sueño, Darya, fue el Bosque de los Mundos. Cada estanque es un mundo, y tu te viste atada a Narnia y al mundo de tu madre porque estás conectada a ambos.
—Dijiste que era la conexión de ambos mundos —recordó Darya, asintiendo lentamente—. El tuyo y el suyo.
—Así es —asintió él.
—Pero había un tercer mundo, creo.
—Hay muchos mundos en ese bosque, querida.
—Sí, pero este era distinto. Provenía de un estanque muy lejano, olvidado. Escuché el sonido de una campana, y parecía gritar desconsoladamente.
Aslan pareció tensarse bajo su tacto.
—¿Y qué gritaba? —preguntó.
Darya se esforzó por recordar las palabras exactas; los sueños no daban a su soñador el poder de recordar todo lo que se dijera de forma coherente. Lo que restaba de las palabras de los sueños eran ecos incompletos, palabras sueltas que muchas veces carecían de significados coherentes. Pero aquella vez, Darya recordó.
—«Despertasteis a la Reina del Fin de las Eras. Despertasteis a la Destructora de los Mundos. Despertasteis a la Emperatriz de la Palabra Deplorable. Despertasteis a quien no debíais, y ahora pagaréis por ello. Misericordia a aquellos que se opongan al ascenso de Jadis de Charn.»
—Charn —repitió Aslan—. Hacía mucho tiempo que no escuchaba ese nombre. Era el mundo de Jadis, de la Bruja. Fue ella la que lo destruyó y lo condujo hasta su descenso a la nada. Acabó con toda vida y tiñó los ríos de rojo junto a su ejército. Es la única superviviente que queda, y durante muchos años vivió desterrada en el Norte de Narnia, una vez consiguió pasar a este mundo.
» Los Pevensie no fueron los primeros niños que vinieron a este mundo, Darya —explicó—. Los primeros fueron un muchacho y una muchacha: Diggory y Polly. Los recuerdo bien. Aparecieron primero en el Bosque de los Mundos y despertaron a la Bruja cuando viajaron hasta Charn. La Bruja causó mucho daño aún cuando Narnia no había sido creada. La Palabra Deplorable es lo que utilizó para destruir su mundo, y llegué a pensar que haría lo mismo con Narnia una vez esta fuera creada. El mal de la Bruja no surgió hasta tiempo después, y puesto que un Hijo de Adán había sido quien había traído el mal a Narnia, un Hijo de Adán debía reparar el daño. Así nacieron los Primeros Reyes humanos, Hijos de Adán y Eva, y para evitar que la Bruja se acercara a Narnia aún cuando esta era joven se plantó un árbol que protegiera el recién nacido país.
—Es una muy buena historia —dijo Darya—, pero no responde a por qué oí que la campana gritaba todo aquello.
—Te advertía sobre la Bruja y su malvado poder, aunque lo hizo tarde, he de reconocer. Ahora sabes que no debes subestimarla, pues tú más que nadie ha visto de lo que es capaz. Jadis es despiadada y coronándose Reina de Narnia, lo único que hizo fue empezar a destruir el país que creé.
—Pero ahora todo está acabando —siguió Darya—. El poder de la Bruja se ha debilitado, y el peligro es menor ahora. Pero todavía queda una batalla que librar, y entonces los Hijos de Adán y Eva volverán a ser coronados.
—En efecto, querida hija mía.
—¿Era mi madre una bruja de Charn como lo es Jadis? —preguntó entonces la muchacha.
El pensamiento había pasado por su cabeza mientras su padre le contaba el origen de la Bruja Blanca. Según la profecía, su madre era la Dama de la Magia, y aquello la convertía en una bruja, ¿no?
—¿Qué te hace pensar eso? —cuestionó Aslan, dedicándole una mirada interrogante y un tanto ofendida.
—La profecía dice que es la Dama de la Magia.
—Pero que sea la Dama de la Magia no inquiere que sea una Bruja de Charn —repuso Aslan. Su tono era grave, pero Darya no pasó desapercibida la tristeza que teñía sus palabras—. Tu madre es una bruja, sí, pero de otro mundo distinto, como bien podrás reconocer si recuerdas tu sueño con claridad. El cometido de tu madre en su mundo es oscuro, sí, pero necesario. Nunca te conté la historia, ¿verdad? —Darya negó—. Entonces creo que ya ha llegado el momento de que lo haga.
» Poco antes de la creación de Narnia, viajé hasta el mundo de nuestros Hijos e Hijas de Adán y Eva; era un mundo lleno de vida, alegría y esperanza, pero también albergaba tristeza, dolor y sufrimiento. Quería estudiarlo, pues era lo más parecido a lo que esperaba que Narnia fuera algún día. Decidí convertirme en un hombre utilizando un poco de Esencia de Estrella que me proporcionó un viejo amigo, la misma mezcla que llevas en ese Colmillo.
—Entonces conocías los poderes de la Esencia y el Colmillo —elaboró Darya, estupefacta.
—De hecho —dijo Aslan—; fui yo quién le entregó el Colmillo a Papá Noel.
—¿Es él ese viejo amigo?
—No. Es alguien que, aunque pertenece a este mundo, también lo es de muchos otros. Me hubiera gustado que lo conocieras. —Suspiró, y a continuación, siguió con el relato—. Una vez traspasé la barrera entre mundos, caminé por las interminables calles de aquello que ellos llamaban «ciudad», pero rápidamente me cansé y decidí entrar en el bosque. La ciudad era demasiado ruidosa y el cielo era encapotado por nubes grises y oscuras. En el bosque aquella aura cambiaba: podía respirarse mejor y el aire era limpio y fresco. Fue allí donde la conocí. Me encontré con una caravana de soldados escoltando a una dama muy bella: recuerdo que tenía el pelo negro y muy rizado, con unos ojos esmeraldas tan preciosos, que quise que los árboles y toda la flora de Narnia poseyera aquel color. No obstante, no sabía que aquella dama no distaba demasiado del mundo que yo planeaba crear mucho más tarde. El suyo era un mundo oscuro en el que la luz no tenía lugar: el Submundo.
» No pude evitar hablar con ella. Dije que era un noble señor de tierras fértiles muy lejos de allí, de otro país. Ninguno sabía quién era el otro hasta que nos presentamos, pero pese a ello, no llegamos a reconocernos. Su nombre era Erylía, jamás podría olvidarlo. Me instalé en una casa de campo no demasiado lejos del lugar en el que ella residía; la conexión entre ambos fue instantánea. Empezamos a vernos más a menudo y después de casi dos años juntos, descubrí que era una Bruja y la Reina del Mundo Subterráneo. Para aquel entonces, yo había vuelto a lo que sería Narnia, donde creé a los animales y lidié con los Hijos de Adán que habían llevado hasta allí a la Bruja, pero Erylía me ataba al mundo humano todavía. Volví múltiples veces, y no fue hasta meses más tarde, en el segundo año, que volví a Narnia con una hija, fruto del amor que habíamos sentido con anterioridad. Lo único que sé a partir de ahí, es que jamás volví a verla otra vez.
» Desconozco si sigue con vida, pero como Reina del Mundo Subterráneo, Erylía tenía deberes que debía cumplir a cualquier coste. Es todo lo que puedo decirte sobre ella, Darya. Sé que probablemente tengas más preguntas, pero es todo lo que yo puedo decirte.
—Gracias por decírmelo —habló Darya—. Gracias por contarme más sobre mis orígenes, aunque no puedas responder las preguntas que tenga ahora. Y... —Su voz se entrecortó levemente. Hundió el rostro en la melena de su padre y lo abrazó torpe, aunque fuertemente—. Me alegro de que estés aquí, padre.
Aslan sonrió, restregando su felino rostro contra el costado de su hija en forma humana.
—Yo también, hija mía. Yo también.
¡Hola!
Debía haber actualizado ayer, tal y como dije, pero no tenía todo lo que quería explicar en este capítulo, hasta hoy.
Ha sido un capítulo de revelaciones y reconciliaciones. Darya ha descubierto lo que sucedió en Charn y los orígenes de la Bruja Blanca (y se ha hecho mención especial a Diggory y Polly de «El sobrino del mago». ¿Qué pensáis del Síndrome de Morfeo? Si habéis sido perspicaces, habréis visto que en los capítulos anteriores ya se mencionaba que Darya estaba más cansada, etc.
¿Qué pensáis de que se haya reconciliado con su padre? ¿Creéis que ha hecho bien o que ha sido demasiado repentino? Y no podemos olvidar que ahora Oreius sabe la verdad sobre ella, y por lo visto, se ha posicionado de su parte. ¿Lo harán también el resto de narnianos cuando lo sepan, o por el contrario, rechazarán a Darya como una traidora?
También hemos descubierto de dónde salió la Esencia de Estrella (en parte) y cómo Aslan y Erylía se conocieron. ¿Esperábais que Erylía fuera la Reina del Mundo Subterráneo? ¿Recordáis quién era en los libros? Espero de verdad que os haya gustado el capítulo.
¡Votad y comentad!
¡Besos! ;*
—Keyra Shadow.
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