V
Entrar en el Arvidor era lo último que quería hacer ese día, sobre todo si tus fieles compañeros no te dirigen la palabra ni para saludar. Había sido uno de los turnos más raros desde que habíamos salido a cazar. Siempre nos gustaba hablar, soltar cualquier gilipollez o directamente hacer el idiota mientras cazábamos a alguno de esos bichos, pero aquella mañana, ni el mejor de mis juegos de palabras los había hecho reír. Tenían la cara más larga que el pasillo del palacio del rey y no tenía que ser muy listo para adivinar que mis queridos camaradas estaban cabreados conmigo. Y creía saber la razón.
Kim fue el encargado de levantar la mano y llamar a una de las putas del local. Le pidió una ronda de cervezas para cada uno y volvió a clavar los codos y los ojos en la raquítica mesa donde estábamos sentados en círculo. Los demás, simplemente se dedicaron a estar sentados en completo silencio, cada uno distraído con una cosa: Max con su brújula, Nino ajustándose las correas del cinturón, Iván afilando su espada y el simplón de Kim mirando las posaderas a la primera mujer que se le cruzaba por delante.
Bufé para mis adentros. Ya me estaba empezando a cansar el jueguecito que se traían y si continuaban pasando de mi puta cara iba a explotar y a decir cuatro cosas de las que luego acabaría arrepintiéndome.
Esperé a que la camarera trajera la bebida y cuando me aseguré de que no habría más impedimentos, me aclaré la garganta y solté lo primero que se me vino a la cabeza:
—Se puede saber, ¿qué cojones os pasa?—espeté, esbozando una mueca.—No dejáis de crucificarme con miradas, joder. Si tenéis algo que decirme, éste es el momento perfecto. A la cara.
Se miraron unos a otros, comunicándose con un lenguaje que no entendía y luego toda la atención recayó en Kim, que parecía ser que lo habían nombrado la voz cantante del grupo.
—No sé, rubito—dijo, bebiendo un gran trago de su espumosa cerveza.—Tú sabrás lo que haces o dejas de hacer.
—Sabes que no nos gusta meternos en tus formas de trabajar, tío—intervino Nino.—Tú eres el profesional aquí y todo lo que nosotros digamos, serán una sarta de gilipolleces. Supongo que estamos muy lejos de tu nivel
Me pasé una mano por toda la cara y respiré hondo, escrutando a cada uno de ellos con la mirada.
—¿Estáis así por lo de la chica del bosque?—pregunté, esbozando una mueca.
Se removieron incómodos, haciendo berridos con la garganta y dejando bien en claro que había dado en el clavo.
—Bueno chica, si es que se puede llamar así—ironizó Kim, rodando los ojos—.Que yo sepa, es una criatura igual o peor aún que el ogro o el cíclope más horrendo del bosque, pero parece que su cara de angelito te ha trastocado un poco.
—Espera...—lo interrumpí, viéndolo venir.—¿Enserio no estaréis pensando que...?
—No pensamos nada—Kim me miró con indiferencia, como su cabreo no concordara con su actitud pasiva.—Solo digo que le acabas de perdonar la vida a un silveño. Es más, la has soltado así por que sí. Porque básicamente, te ha salido de los huevos.
—Y además la has llevado al cuartel—añadió Max.—Si esa... mujer, se queda con las señas para llegar hasta allí con más de los suyos, estaremos jodidos. Tenemos todas las armas, los mapas, los libros, los venenos y los calmantes que he fabricado durante meses.
—Por lo del cuartel no tenéis que preocuparos—agarré la jarra de cerveza y por poco me la trago entera de una sentada. Necesitaba desvariar un poco para enfrentarme a cuatro tíos que prácticamente se me echaban encima.—No creo que se atreva a ir y tampoco creo que esté en la picardía de buscarlo.—La imagen de aquella extraña mujer se me vino a la cabeza, su forma de mirarme confundida y su indiferencia a la hora de pasearse casi desnuda delante de mí me daban las claras señas de que no podía ser muy peligrosa. Y de haberlo sido, al menos hubiera mostrado cualquier indicio de ataque.—Es como una niña, me atrevería a decir que no tiene maldad suficiente para traer a un ejército, ni siquiera me atacó estando a solas conmigo.
—Pues a nosotros sí nos atacó—contrapuso Kim—. Y si no es porque la pillé a tiempo, esa zorra nos hubiera jodido bien. Al pobre Iván por poco lo asfixia con una de esas enredaderas.
—Le atasteis una soga al cuello—lo fulminé con la mirada, recordando las condiciones en las que la tenían cuando la encontré.—Ni al peor de los silveños le hemos impuesto una tortura como esa. Y me da igual lo que sea, pero sigue siendo una mujer y según los valores que nos inculcaron en el entrenamiento, esas no son formas de tratarlas.
—¡Las únicas mujeres para mí, son las de carne y hueso! ¡Las que estás viendo pasar delante de ti ahora mismo!—señaló con la mano a todas las prostitutas que se contorneaban por toda la taberna.—Mis valores dejan de aplicarse en cuanto entro en ese bosque, porque para matar a todas esas bestias, hay de dejar de ser un hombre de honor y ponerse a su mismo nivel.
No pude evitar esbozar una sonrisa. Me incliné un poco sobre mis codos y me acerqué a él.
—Entonces, si para ti esa silveña no era una mujer ¿Por qué quisiste meterle mano? O acaso me negarás que no quisiste agarrar uno de esos pechos cuando la tuviste a tu alcance.—lo provoqué, ensanchando aún más mi sonrisa mientras sentía que se me iba endureciendo al pensar en aquella criatura.
Durante unos segundos, Kim se quedó mudo y lo sentí tensarse y removerse incómodo por mi acusación.
—Tengo ojos, Agreste.—Me soltó.—Y a mí tampoco me fue indiferente, pero a diferencia de ti, a mí no me tembló la mano. Pensaba llevar mi labor hasta el final, sin que me temblaran los pantalones, porque yo no me dejo impresionar por una cara bonita. Mucho menos si además podía hacernos ricos. Tenía un plan, uno que mataría dos pájaros de un tiro, pero tú preferiste hacerte el héroe y jugar a los príncipes para joderlo todo.
—Yo también tengo un plan.—intervine, a la defensiva.—Porque torturarla, no sería la solución. ¿O qué esperáis? Hacerla que llore a la fuerza hasta matarla ¿y luego qué? Tendríais lágrimas para una semana y luego volveríamos al punto de partida.—Me miraron curiosos, escuchándome con atención.—Yo sé cómo conseguir esas piedras, más de las que os podáis imaginar. Solo tenéis que darme tiempo y confiar en mí.
—Y... ¿Cómo piensas conseguir esas lágrimas sin hacerla llorar de dolor?—preguntó Nino, rascándose la barbilla.
—¿No dijisteis que tenía buen físico?—esbocé una de mis encantadoras sonrisas, poniéndome en pie.—Pues tendré que sacarle provecho entonces.
Aquella criatura era muy frágil, lo sabía, me había hecho falta mirarla una vez para darme cuenta de ello. No era peligrosa, pero si era una mina que nos haría ricos. Así que... Me aprovecharía de ambas cosas para conseguir los dos objetivos que tenía en mente, porque hacerla llorar podría ser más fácil de lo que todos imaginaban y yo sabía cómo hacerlo.
—Voy a demostraros uno a uno que llevo razón.—Les prometí.—Y cuando estéis rodeados de oro, entonces me lo agradeceréis.
Me giré sobre mis talones, aún más dispuesto a llevar a cabo mi plan. Esos cuatro imbéciles me estaban subestimando después de todo lo que les he demostrado, siendo el mejor como cazador. Bien, pues tendría que refrescarles la memoria otra vez.
Empezaría hoy mismo, así tuviera que estar toda la noche en ese condenado bosque.
—¿Ya te vas?—dijo alguien, interponiéndose en mi camino, justo antes de llegar a la puerta.
Me detuve de golpe y miré desde arriba a Rossane, que me observaba desde arriba con una de sus preciosas sonrisas.
—Sí—dije. Me llevé una mano a la nuca y me removí incómodo.—Digamos que hoy tengo más trabajo que de costumbre.
—Y... ¿No puedes sacar un ratito para relajarte antes de volver a la carga?—posó su dedo índice sobre mi pecho, bajándolo poco a poco por mis abdominales hasta llegar a mi cinturón. El bulto de mi entrepierna, ya duro por los recuerdos de la silveña, se puso más alerta y por un momento tuve el impulso de agarrar a Rossane y meterla a una de las habitaciones para hacerle de todo.
Reprimir con sexo todas las tensiones acumuladas durante todo el día, era lo que necesitaba, más aún sabiendo que el salario de Rosanne dependía de mí. Pues desde el primer momento, se había convertido algo así como en mi prostituta personal, yo le pagaba más al gerente del local y ella solo se acostaba conmigo. Un trato justo, porque no me apetecía que otro baboso le pusiera las manos encima, no después de haber sido yo el primero. Además, yo tenía gustos refinados. No me valía cualquier puta y Rossane tenía todas las cualidades que podía desear en una mujer.
—Lo siento.—Dije, reuniendo todas mis fuerzas para rechazar su tentadora oferta.—Hoy no puedo. —la esquivé, rodeando su cuerpo y forcé el pomo de la puerta para salir de allí.—Pero te prometo que mañana hacemos doble turno, ¿Vale?
No le di tiempo a que me respondiera, le guiñé el ojo y abandoné la taberna, dejándola atolondrada por mi tan repentina reacción .
Llevaba exactamente dos horas caminando por el bosque, aún sin encontrar un maldito rastro de ella. Ya me estaba cabreando el simple hecho de infiltrarme en el bosque y rastrear algo que posiblemente no voy a encontrar.
—Maldita sea la hora en que compliqué tanto las cosas — murmure apoyándome en un roble para descansar un rato.
«Debí haber aceptado la proposición de Rossane, joder»
Eso sí que hubiera sido efectivo o al menos provechoso. Porque seamos sinceros, encontrar a esa chica era como buscar una aguja en un pajar.
En ese instante, llegaron a mi mente varias imágenes de mis camaradas burlándose y mofándose de mi maravillosa idea. Apreté con fuerza la ballesta en mi espalda gruñendo molesto y empalándola en el suelo provocando un ruido estruendoso. Que esos idiotas andasen subestimándome me jodía la vida, así que así estuviera toda la puta noche iba a encontrarla.
—Esos imbéciles no van a salirse con la suya — murmuré encolerizado apretando los dientes y clavando las uñas en el tronco donde descansaba mi mano.—No dejaré... — tomé aire para tranquilizar mi coraje y el cansancio que sentía por haber caminado tanto — que esos mequetrefes, hablen mierdas de mi y se pongan a cuestionar mis decisiones ¡Eso jamás! ¡Soy Adrien Agreste! El mejor cazador de silveños—me recordé —no dejaré que cuatro payaros duden de mis habilidades. — rezongué continuando mi camino rumbo arriba. —Voy a cerrarles la boca uno a uno.
Esa pequeña charla promesa/amenaza interna, fue lo que me motivo a seguir, pues ya quería ver las caras de aquellos cabezas huecas cuando ponga en marcha mi estrategia.
Sonreí ladeadamente visualizando en mi cabeza ese escenario donde nos hacíamos ricos, con una cosa tan simple como lo era hacer llorar a una chica.
Estar tanto tiempo de pie subiendo montaña arriba solo había logrado que mis piernas se cansaran y que mi estómago se contrajera avisando que estaba cansado.
—Menuda mierda — mascullé una vez que mi espalda se recargó en un tronco y al mismo tiempo maldecía por décima vez mi suerte.
Giré mi cabeza hacia atrás y busqué con la mirada cualquier cosa fuera de lo común que lograse captar mi atención.
«Hmp, parece ser un bosque normal, sin rastro alguno de esos bichejos. Parece que se los hubiera tragado la tierra»
Rasqué mi nuca enarcando una ceja confundido, por lo general las criaturas que tenían forma de seres humanos... o bueno, la mayor parte. Siempre se encontraban por estos rumbos alejados y tranquilos.
Tomé mi cabeza con exasperación y limpié el sudor de mi frente con aburrimiento. Quería encontrar pronto a esa chica extraña, pero nada ganaba con estar dando vueltas en círculos las últimas dos horas por el bosque.
Mi mirada se posó en el suelo fijándose en unas enredaderas esparcidas por el suelo que no había notado antes.
«Qué raro»
Con mi ballesta levanté una rama verdosa, mirándola más de cerca. Era de un color verde claro, rodeada de unas cuantas espinas color rojo, incluso pesaba un poco, y llámenme loco, pero jure que se había movido por unos instantes.
—Nah, ¿pero qué cojones estoy pensando? — me burlé soltando el tallo haciéndolo pegarse en el suelo con un ruido seco. Ni bien esta topo la hierba, comenzó a retorcerse como lombrices en agua, con mis reflejos logré saltar hacia atrás antes de que pudieran enredarse en mis tobillos.—Uff, eso estuvo demasiado cerca, jamás había visto una planta tan extraña que se moviera por si sola. — murmuré alejándome a cierta distancia. — bueno, será mejor que continúe — me dije a mi mismo dando un paso atrás para salirme de ese lío cuando esa maldita cosa que no tenía idea de que era me atrapó colgándome de cabeza. En un intento de desesperación por zafarme de su agarre, tomé mi ballesta y comencé a gritarle que me bajara golpeándola una y otra vez con mi arma.
—¡Bájame maldita cosa verde! ¡Voy a hacer una ensalada en cuanto consiga escapar de esto! ¡Joder! — grité mientras embestía la ballesta contra sus tallos verdosos y escurridizos. —¡Venga, bájame ya!
Lo único que conseguí fue que esa cosa me arrancara la ballesta y la alejara de mi con movimientos torpes y desincronizados, muy parecidos a los de una serpiente.
—¡Maldita cosa apestosa, más vale que pongas en el suelo ahora! — grité removiéndome bruscamente para deshacer el firme agarre que tenía sobre mis tobillos. Ya estaba empezando a ver todo borroso y a dolerme la jodida cabeza.
¡Maldigo la hora en la que entre a este bosque de mierda!
Zarandeé mi ballesta de un lugar a otro, tratando cortar con la punta de una de sus flechas la enredadera, pero como si la planta tuviera consciencia propia, la agarró con otra rama y la lanzó a varios metros de mí.
—¡Oye!—espeté, llevándome las manos a la cabeza, observando como mi ballesta chocaba con el otro de otro árbol. —¡Eso es mío!—Nadie se metía con mi ballesta, esa cosa era como mi compañera, a saber cuántas bestias me había cargado con ella y un pajito seco no iba a romperla porque le saliera de los cojones, si es que los tenía.
Saqué una de las flechas que tenía en el carcaj de la espalda y comencé a la rama que me tenía cogido el pie.
—Vamos...—murmuré para mí mismo intentando rajarla de una maldita vez.—Suéltame...
El sonido de algo removerse entre las entrañas del bosque me hizo detenerme de golpe. Empujé con más fuerza mi ballesta y aún colgado boca abajo giré el cuello para ver qué demonios andaba merodeando a mi alrededor.
Fruncí el ceño y activé cada uno de mis sentidos, poniéndome alerta.
«Lo que me faltaba, que un gnomo venga ahora para joderme más de lo que estoy»
Me quedé completamente quieto, procurando no hacer ni un sólo ruido. Aunque fuera boca abajo y sin mi ballesta iba a sacarles los ojos si hacía falta.
Entrecerré los ojos y esbocé una mueca. No veía nada, todo estaba en calma y en paz, pero por alguna extraña razón tenía la sensación de que algo andaba cerca. Como una presencia que se acercaba poco a poco, lista para atacar en cualquier momento.
Escuché el sonido de una hoja seca partirse y en ese momento me fijé en el suelo o más bien mi cielo. ¡Yo qué sé! La cosa es que algo se había movido, joder, estaba boca arriba pero todavía tenía sangre en el cerebro. Con algo de dificultad, logré arrebatarla a esa planta mi adorada ballesta y me dispuse a apuntar a quien sea que tuviese intenciones de joderme aún más la existencia.
Empujé con más fuerza mi ballesta ya recuperada, y cerré un ojo para concentrarme y apuntar hacia un lugar exacto. No veía nada, ni tampoco sabía dónde narices estaba aquello que me acechaba, pero yo era muy bueno con mi puntería y si me concentraba bien, estar colgado no tendría que ser un problema.
Respiré hondo y me centré en una zona en particular donde algo dentro de mí me alertaba de algo. Una zona donde todo parecía normal, pero que por un hueco en particular parecía ser más difuso.
«Sea lo que seas, te vas a arrepentir»
Me mordí la lengua y con todas mis fuerzas impulsé mi brazo para lanzarlo hacia delante, cuando de repente, una figura se materializó allí mismo.
Una silueta con forma de mujer y ojos azules como zafiros.
Solté una maldición perplejo y por instinto lancé la flecha a un lado opuesto.
—¡¿Se puede saber qué cojones estás haciendo?! ¡¿No ves que por poco te mato?!—le grité. Me llevé ambas manos a mi pelo y lo aparté levemente, suspirando a la vez que la veía acercarse a mí con cautela.
Fruncí el ceño y la observé, un poco a la defensiva.
«Bueno. Ahora tenía una buena noticia y otra mala noticia. La buena es que he encontrado a la chica y la mala es que estoy colgado de un árbol y si quiere puede enviarme al otro barrio en menos de un segundo»
Se quedó a apenas dos pasos de mí, con tan solo unos centímetros de distancia y cuando estuvo a una cercanía considerable se agachó para quedar cara a cara, observándome con una expresión extraña en su rostro.
—¿Qué estás haciendo ahí colgado?—me preguntó, apoyando sus brazos en sus rodillas.
—Ah, no sé—ironicé, poniendo los ojos en blanco.—Aquí pasando el rato.
La chica me observó un poco extrañada y luego observó el árbol y la enredadera que me tenía cogido.
—Es extraño, Campanilla no suele hacer amigos tan rápido—dijo, pensativa.
«¿Amigo? No me jodas»
—Era coña—espeté con sarcasmo. —Más bien estoy esforzándome por hacer miles de trocitos con ella.
En ese momento, como si la maldita planta me hubiera escuchado, movió la rama y con fuerza me estampó contra el tronco del árbol.
Solté un quejido de dolor y me llevé ambas manos a la cabeza, insultando y despotricando todo tipo de cosas.
—¡Su puta madre!—exclamé.
—Tú te lo has buscado—dijo ella. Se puso en pie y caminó hacia el tronco para acariciarlo. —Lo has ofendido.
—Qué pena—ironicé, con sorna. —Que lo hubiera pensado dos veces antes de dejarme colgado como un cerdo.
La rama volvió a moverse y de nuevo me hizo chocar contra la madera del tocón.
—¡Joder!
—Puedo decirle que te suelte—dijo. Y me percaté de que el árbol, le dio un golpecito en la nariz con la punta de la rama. —Pero tienes que pedirle perdón primero. Lo has ofendido.
El viento comenzó a soplar con fuerza, moviendo las ramas y las hojas ejerciendo una extraña melodía que no había escuchado en mi vida. La chica miró al árbol como si estuviera escuchando atentamente una conversación.
—¿Lo dices en serio?—preguntó.—¿Una ensalada?—se llevó ambas manos a la boca, horrorizada por lo que el árbol le estaba diciendo. Luego, se giró hacia mí, lanzándome una mirada fulminante. —Más te vale disculparte.
—Claro...—solté una risotada socarrona y la miré divertido.—No tengo otra cosa más que hacer que pedirle perdón a una planta. Ya, muy graciosa.
En ese instante, la rama bajó el nivel de altura y me golpeó la cabeza con el suelo para luego volver a levantarme.
—¡Ya vale, ¿no?!—exclamé, dirigiéndome a la copa del árbol.
—Las campanillas son muy orgullosas—explicó ella acariciando la rama como si se tratara de un perro. —Tienen un gran orgullo y tienen una bonita forma de vengarse de aquellos que quieren dañarlas.—Sus ojos azules volvieron a mirarme y la vi entrecerrarlos ligeramente cuando quiso decir sus siguientes palabras. —Así que más te vale pedirle disculpas, humano.
«¿Humano? No me jodas, ni que yo fuera el bicho raro»
—Yo no pido disculpas tan fácilmente, silveña.
Le devolví el golpe. Ojo por ojo y diente por diente. Así iban las cosas y una cara bonita no la iba a sacar del paso.
—Soy una dríada—se quejó ella. —No una silvana o como se diga.
—Silveños—la corregí. —¿No es así como os llamáis a los que vivís en el bosque? Aunque si prefieres que te llame druida, no hay problema, hablemos entre humano y druida de una forma civilizada.
—Dríada—esta vez le tocó a ella corregirme a mí.—No druida. Los druidas abandonaron este bosque años atrás.
—Druida, dríada, ¿Qué más da? Son prácticamente lo mismo.
—¡Claro que no!—espetó y noté cierto resquemor en su voz. La estaba enfadando, una habilidad bastante innata en mí.—Los druidas son todo varones y son los responsables de descifrar los secretos del bosque, hacían pócimas y curas para muchas criaturas del bosque. Nosotras las dríadas no conocemos sus hechizos, ni nada parecido. Sólo custodiamos los árboles del bosque y oramos por nuestro espíritu.
—Al final, todo es lo mismo—la corté, volviendo a mi faena de liberarme. Al menos el dichoso árbol no había vuelto a golpearme la cabeza.
Escuché a la chica refunfuñar por lo bajo, observándome de brazos cruzados como inútilmente intentaba zafarme de la enredadera.
—No te soltará—dijo y parecía bastante segura de sí misma. —No hasta que te disculpes o como mucho que yo le pida que lo haga.
—Oh, claro... ¡Qué bien! ¿Acaso eres amiga suya?—ironicé, sonriendo con burla.
—Pues sí.
—Claro y yo soy amigo de los geranios de mi vecina.
Si pensaba que hablando con un puto árbol iba a soltarme, apañado lo llevaba. Sabía que la chica era inocente, pero no hasta tal punto de hablar con los árboles. No me jodas eso no es ser inocente, eso era estar más loco que una regadera.
—Campanilla—habló, ignorando por completo mis intentos de cortarla con la punta de otra flecha. —Suéltalo.
—¿Qué?—giré la cabeza para mirarla con una ceja enarcada y en ese momento, la maldita rama liberó mi tobillo y caí al suelo volviéndome a dar en el suelo con toda la boca. —Me cago en la ostia.
En serio... En serio acababa de hacerle caso una puta planta.
Solté un par de maldiciones, mientras que me masajeaba la cabeza. Fijo que mañana amanecería con un chichón.
Me reincorporé un poco y esbocé una mueca con fastidio, levantando la mirada para buscarla. Pero de un momento a otro, desapareció de mi campo de visión.
—¡Eh!—me puse en pie al instante y salí corriendo en cuanto la vi tomar la dirección opuesta para perderme de vista.
«Ni de broma, guapa. Tú no te me escapas»
—¡Oye, espera!—La alcancé poco después e impidiéndole el paso me coloqué delante de ella, obligándola a detenerse.
Al verme, una mueca surcó sus labios y la desconfianza volvió a verse reflejada en sus ojos.
—¿Qué quieres?—preguntó a la defensiva.
Me tomé un tiempo para observar cada rasgo de su rostro. La chica era preciosa de narices y aunque tenía aspecto humano, esa belleza resultaba extrañamente anormal. Sus facciones eran delicadas y su piel demasiado blanca, un hecho que resaltaba de sobremanera ese par de ojazos celestes que eran capaz de paralizarte con tan solo una mirada.
No pude evitar bajar la mirada hasta su cuerpo. A diferencia de la primera vez, parecía haberse cambiado de atuendo y al menos iba completamente vestida. Algo que me molesto, un poco.
Aún no se me había ido la cabeza su falta de vergüenza cuando sin reparo alguno había decidido plantarse delante de mí con sus dos pechos al aire. Unos pechos que, como el resto de su cuerpo eran un paraíso. Mis ojos se clavaron en esa parte, fijándose en la fina tela que los custodiaba, aunque sin ocultar su forma y su esencia, pues a pesar de ello sus dos pezones se transparentaban por medio de la tela.
«Joder, Adrien. A lo mejor tenías que haberte follado a Rossane antes de venir a buscar a la silveña»
Sentí ese hormigueo en mi entrepierna y por un momento me imaginé a mí mismo arrancándole esa túnica y comérmela enterita.
—Pues... Hace calor por aquí, ¿no?—inquirí, sonriendo. A lo mejor, como el primer día, no le importaba enseñarme ese par de hermosos pechos y con un poco de suerte algo más. Ya que no había podido relajarme con Rossane, al menos me alegraría la vista con ésta. —Quizás venga bien, ponernos más cómodos.
Me quité la chaqueta, con la esperanza de que ella imitara mis movimientos y se quitara su túnica. A diferencia de mí, ella no tenía nada debajo y me dejaría ver ese manjar que debía tener ahí guardado.
Sin embargo, para mi mala suerte. Ella se dedicó a observarme como si estuviera loco y sin decir ni una sola palabra, se giró sobre sus talones y cambió de dirección para seguir con su camino.
—Vale, vale—la agarré del brazo y la detuve de nuevo. —Ésta bien, ya me pongo serio.
Ella se giró y me observó con el ceño fruncido. Estaba claro que su único plan era deshacerse de mí y quedarse tranquila.
—Sólo quería saber tu nombre—dije al fin. —Ya sabes... Para no tener que estar llamándote Druida cada vez que te vea.
—Dríada—gruñó ella, y con brusquedad, se zafó de mi agarre. —Y no entiendo por qué debería decírtelo.
—No sé—fingí pensármelo un momento, ya teniendo la respuesta planeada. —Quizás porque el otro día te salvé la vida. Me debes una.
Ella esbozó una mueca de desagrado y enarcó una ceja vacilante.
—Y yo acabo de salvarte de tener que quedarte colgado como un animal cualquier a la espera de que cualquier enano te lleve como ingrediente especial para la cena—me soltó y debo reconocer que lo hizo bien.
—Venga—le guiñé un ojo y me acerqué a ella un paso más, queriendo eliminar cualquier rastro de distancia entre nosotros.—No me compares a un grupo de cazadores armados con una planta. Digamos que... lo mío tiene más mérito.
—No subestimes a los árboles, humano—dijo y sus ojos se fijaron en mis pies, que cada vez andaban más cerca de ella.—Son más fuerte de lo que imaginas, si tientas su ira, pueden ser armas letales capaces de combatir la más poderosa arma mortal.
Se echó hacia atrás, alejándose de mí con cautela.
—Un favor, por otro favor—titubeó, nerviosa.—Estamos en paz.
Ya conocía esa mirada, esa fascinación y esa pizca de timidez que se dibujaba en los ojos de todas las mujeres que se acercaban a mí.
Sonreí burlón e hice más empeño en invadir su espacio personal. Me divertía aquel juego, me gustaba parecer el cazador y ella el corderito asustado que espera a ser capturado.
—Pues yo diría que no—insistí y cuando la vi chocar con el tronco de un gran árbol vi la oportunidad para retenerla durante un tiempo.
No tenía intención de dejarla escapar, al menos no todavía.
Apoyé la mano en él árbol y ella pegó una pequeña encogida, compungida por mi repentino movimiento. Sus ojos me observaron con incomodidad, no siendo capaces de mantener contacto visual por más de un segundo. Su cuerpo tembló y ante tal hecho, me dediqué a acercarme aún más.
Su rostro quedó a apenas unos centímetros de distancia y mi nariz rozaba minuciosamente la suya. Era cuestión de un suspiro lo que me faltaba para probar esos labios. Unos labios que bien podían estar prohibidos y que suponían un completo pecado. Pero, era precisamente ese pecado prohibido lo que hacía el juego más divertido.
Había jugado demasiadas veces, había apostado y ganado siempre. Había metido muchas mujeres en mi cama, y varias a la vez en alguna que otra ocasión. Pero... hasta eso me aburría, me tenía cansado de todo y ya resultaba abrumante y repetitivo y bueno, era cierto que Rossane volvía las cosas algo más divertidas, pero no lo suficiente como para llegar a la altura de tener a una criatura del bosque bajo mis pies.
Mi juego era ella, una silveña. Quería medir la magnitud de sus sentimientos, calcular los días que tardaría en caer rendida ante mí.
La chica tragó profundo y vi como sus manos se aferraban con fuerza a la madera del árbol.
—Entonces...—deslicé una caricia por su mentón.—¿Tú nombre es?
Sus ojos azules descendieron hacia mis labios y un escalofrío sacudió todo su cuerpo.
—Tendrás que...—su voz se quebró al final. Le costaba pronunciar bien todas y cada una de las palabras, como si estar tan cerca de un hombre nublara cada uno de sus sentidos. —Tendrás que vivir con la duda, humano.
«¿Qué?»
Se coló por debajo de mi brazo y esquivó mi cuerpo con facilidad, aprovechando mi estado confundido en el que me había dejado.
«¿Acaba de rechazarme?»
—No vuelvas más por este bosque. Si no es un árbol, puede ser otra cosa peor la que te deje boca abajo y yo no estaré ahí para ayudarte, más que no nada porque no volveremos a vernos.—dijo.
Y encima me estaba echando.
—Pues a lo mejor sí que lo hacemos—me rasqué la mejilla con desgana y luego la miré vacilante.—y quien sabe, a lo mejor soy yo el que tiene que salvarte a ti.
—¡No digas tonterías! Lo que faltaba... que un humano tuviera que venir a rescatarme de mi propia casa. —gruñó indignada.—Este es mi bosque, sé manejarme por él como a mí me dé la gana.
—Sí, claro que sí—ironicé.—Te manejaste muy bien tú sola cuando ese grupo de cazadores te tenía rodeada. Sin duda fue brillante, de mayor quiero ser tan valiente como tú.
—¡No te rías de mí! Eso fue porque me pillaron por sorpresa. Es más, estuve a punto de echarlos yo sola de no ser porque uno de ellos hizo trama.
—¿Trampa? ¿Cómo que trampa?—la incité a continuar, gesticulando para que se explicara.—Venga, venga, quiero saberlo todo.
—Pues eso, que lo estaba haciendo muy bien yo sola, de no ser porque uno de ellos me pilló por la espalda y encima iba armado.
—Claro, tiene sentido—decidí seguirle la corriente.
—Por supuesto que lo tiene, porque es verdad—aseguró—y también es cierto que, si tú te largas de aquí, los humanos que vinieron contigo también lo harán y yo estaré feliz, sana y salva en mi bosque. No te necesito ni a ti, ni a tu molesta ayuda.
Se giró sobre ella misma con decisión y nada más emprender la marcha se tropezó con la raíz de un árbol que se puso de por medio.
Soltó un grito sofocado y yo no pude evitar reír.
Me acerqué a ella, queriendo ayudarla a levantarse, más ella levantó la mano, girándose hacia mí con una mirada fulminante.
—¡No!—me espetó y yo me detuve al instante, levantando las manos en muestra de paz. —Te he dicho que no necesitaba tu ayuda.
—Vale. Tranquila...—me eché un paso hacia atrás y asentí.—Tranquila, no te ayudo. No te ayudo—repetí.
—No, no me ayudes—sentenció y se puso en pie con torpeza.
Se sacudió algunas hojas y polvo de su vestimenta y luego se aclaró la garganta, fingiendo seguridad.
—Hasta nunca, humano.
—Adrien, Adrien. ¡Me llamo Adrien! ¿Lo ves?—levanté los brazos con ironía. —¡A mí no me cuesta tanto decir mi nombre! ¡Deberías aprender de mí!
—No quiero aprender nada de alguien que no voy a volver a ver—sentenció.—Adiós, Adrien.
—¡Adiós, Druida!
—¡Dríada!
Solté una risotada divertida y la observé perderse entre la oscuridad del bosque.
—Ya verás, bichito—murmuré para mis adentros.—Ya verás que un día de estos, terminarás siendo mía.
...
Hola a todos nuestros lectores!
Como veis, aquí esta la actualización de esta mágica historia, la cuál como les dijimos el anterior capítulo, nos divertimos mucho escribiéndola, pues como lográis notar, Adrien ha perdido la batalla contra una campanilla... y por si fuera poco, ha vuelto a encontrarse con la dríada que había liberado antes...
Tendrá algo que ver con su plan?
Será en realidad esta la última vez que se vean?
Poned en los comentarios, Dreamers 😉
Y nos leemos en la próxima actualización!
Un beso a todos 😘❤.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro