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III

   Comprobé la sujeción de mi ballesta y maldije internamente. 

   Esos desagradecidos estarán jodiendome toda la semana por este retraso . Y es que parecía que uno no podía ni distraerse cinco minutos. No tenía la culpa de que ellos no cogieran cacho.

   Rosanne siempre sabía como tenerme contento durante horas y parecía que eso los corrompía de la envidia. Ni siquiera se esperaron a que pudiera vestirme, salieron del burdel y se metieron en el bosque y para colmo yo diría que los muy idiotas se metieron a lo más hondo de este.
 
    Para el norte... Sí ya claro y en que parte del norte de bosque.

   Saqué una pequeña brújula de mi cinturón y la sitúe en la tierra del suelo esperando a que la fecha apuntará a el sitio donde mis compañeros estaban.
  
    Y no sabía exactamente el tiempo que llevaba buscándolos pero se me hacían las horas muertas.

   La brújula me apunto en la dirección más jodida de todas. Sí, a todo el centro del bosque y donde más mierda había. Y con eso no me refería a la mierda que se te pega en los zapatos.

     No, en el centro era donde estaban los peces gordos y los bichos más peligrosos.

   Por mi no había ningún problema, de hecho ya era hora de poner llevar una cicatriz a la espalda de la que alardear, pero tampoco me hacía gracia ver a uno de mis camaradas sin cabeza, porque más de alguna vez casi se los llevan por delante, y estoy hablando de un simple gnomo o un ogro.

   Me puse en pie y cogí mi ballesta en mano. Prefería estar atento a tener que lidiar con un ataque sorpresa que me pillara desprevenido.

   En aquella parte del bosque todo estaba más silencioso y eso significaba peligro. Porque aquello que no puedes ver y oír puede ser el arma que acabe contigo.

   Estuve con todos mis sentidos alerta, atento a cada pájaro que emprendía el vuelo y a cada serpiente que se deslizaba por la hierba. 

  Apreté entre mis manos la ballesta y caminé sigilosamente por el bosque apartando ramas y hojas que estorbaban a mi visión, dejé caer mi pie al frente dando otro paso y sin darme cuenta ya estaba en ll más profundo del bosque. Pero aún no podía ver a mis amigos.

  ¿Dónde están esos ineptos?

  Aún alerta a cualquier peligro que me acechara, traté de buscar un mínimo rastro de mis camaradas, cada paso que avanzaba, era un poco más fuerte el sonido que se prolongaba, era más como un escandaloso sonido de risas y gritos. No había duda, eran ellos, solo unos tontos como ellos podían entrara a la parte más obscura del bosque para armar un alboroto.

  Resoplé con fastidio al imaginarme a esos inútiles perseguir a un duende o a un gnomo como el gato persiguiendo a un ratón, así que aligeré la marcha para llegar más rápido al punto de encuentro.

  Los ruidos no cesaban y me estaba preguntando de que se estaban descojonando de la risa y porqué había necesidad de utilizar las cadenas de hierro que utilizábamos para quemar a esos bichejos brillantes denominadas hadas, porque podía distinguir su sonido a kilómetros.

  Cuando llegué todos estaban en un círculo riendo a carcajadas de lo que sea que hubiesen atrapado. Me acerqué corriendo a Nino, que no estaba participando en aquel espectáculo y le pregunté las razones porqué esos idiotas se agasajaban con aquella cosa tirada en el suelo.

  —No es nada, hermano—suspiró mi más leal amigo, mirando a mis compañeros al frente cruzado de brazos.— Los muchachos descubrieron a una especie de hechicera atacándonos. No sabemos con exactitud que clase de criatura es, pero por los poderes que tenía con los que nos atacó, creemos que es un tipo de bruja o una hechicera de artes oscuras, los poderes son muy parecidos — mencionó colocando su mano debajo de su barbilla pensativo.

  —¿Habéis descubierto cuál es su punto débil?—pregunté, tratando de acercarme a ellos. Si habían descubierto una nueva especie, yo era el primero que quería verla, sobre todo para saber a qué atenderme en futuras peleas.

  —Eso están intentado adivinar — mencionó Nino señalándolos.

  —¿A que te refieres? — pregunté algo confundido.

  Él se acercó y casi susurró.

  —Porque no lo ves tú mismo — sugirió mirando con ojos preocupados al frente. Era la primera vez que ponía ese tipo de miradas, era un poco angustiante. Le hice caso y me abrí paso entre los muchachos y pregunté el por qué estaban armando tanto escándalo por una simple criatura.

  —A ver señores, habrán paso — grité empujando a mis compañeros y cuando logré un poco de espacio, me encontré con un un panorama ante el que no supe como reaccionar.

  Era una chica. Tenía puesto únicamente un quitón de color blanco que cubría las partes necesarias, y su cabello estaba decorado por pequeñas flores silvestres,  no  podía ver su cara aún, pues su pelo caía como una cortina negra sobre su rostro, pero de una cosa estaba seguro: parecía más humana que criatura mágica. 

  De un momento a otro, Kim sujetó con más fuerza la cadena con la que tenían amarrado su  cuello y tiró de ella haciendo que la chica se cayera al suelo con la respiración entrecortada.

  ¿¡Pero qué cojones estaban haciendo...!? Si seguían así la iban a ahorcar.

  La chica estaba por morir asfixiada, estaba pálida y movía los brazos desesperadamente dirigiéndose a su cuello, tratando de soltarse sin éxito alguno.

  Mis pies se quedaron pegados al suelo ante un escenario que me parecía de lo más bizarro. Podría ser una hechicera, una bruja o cualquier bicho del bosque, pero ante mis ojos no había nada de eso, tan solo una joven que estaba siendo maltratada por cinco brutos.

  —¿Estas tratando de liberarte, zorra? — preguntó Kim carcajeándose por sus fallidos intentos de liberarse.—Mirad eso chicos, esta zorra quiere que la soltemos — volvió a decir. Se acercó a ella y agarró la parte superior de su atuendo rasgándolo por completo y dejando al descubierto  sus dos pechos.

  Empezaron a silbar, gritando palabras obscenas, como si estuvieran viendo un espectáculo del burdel. Kim dio un paso adelante y se agachó para tocar uno de esos pechos que por alguna razón yo estaba deseando tocar también.

  —¡Ya basta!— siseé furioso dejando en evidencia que no estaba de humor para jueguecitos.

  —¿Adrien? — inquirió confuso tratando de soltarse de mi agarre — al fin llegaste amigo, mira — señaló a la chica — la hemos tenido así desde que la capturamos, ¿Te gustaría tener el honor de acabar con ella de una buena vez? — me preguntó toqueteando el arma que me traía en las manos—aunque primero me gustaría divertirme un poco. 

    —Si tan necesitados estáis, no entiendo porque habéis salido con tantas prisas del burdel. Me parece lamentable que estés haciendo esto y con... Una criatura del bosque.

  Juro que por un momento vi todo rojo, mi mente se nubló de puro coraje y apreté tan fuerte el brazo de Kim amenazando con romperlo.

  —Suéltala — siseé — ¡Ahora!

  Kim me miró con los ojos tan abiertos que por un momento pensé que se le saldrían de sus órbitas, más poco le duro esa expresión al ver que hablaba en serio.

  —E-Es una broma, ¿verdad? — preguntó dudoso y algo temeroso.

  —¿Acaso me ves la puta cara de que estoy bromeando? — dije masticando cada palabra.

  —P-Pero...

  —No me gustaría tener que repetirlo otra vez — lo amenacé.

  Este asintió y algo tembloroso soltó el agarre que tenía sobre la chica y esta cayó al suelo. Me acerqué a ella y le quité la cadena que tenía atada a su cuello. En cuanto se vio libre, tomó enormes bocanadas de aire, tratando de recobrar el oxígeno que había estado quitándole durante varios segundos. 

    Me arrodillé a su altura, acercándome un poco y tratando de no asustarla.

  —P-Por favor, y-ya no más, ya no más — repitió con la voz entre cortada abrazándose así misma sin dejar de respirar rápidamente.

  Estaba totalmente expuesta, así que me llevé mis manos a algunas de las correas que sujetaban mi ballesta para poder quitarme la chaqueta y colocársela sobre sus hombros, causándole una rápida reacción de estremecimiento. Estaba muy asustada.

  —Oye — la llamé — Tranquila, ya ha pasado, ¿vale?

  Ella por primera vez, me miro a los ojos, y en cuanto ese par de ojos azules se conectaron con los míos, sentía que estaba en un mar a la deriva. Era preciosa, con unos rasgos delicados y dulces, y unos labios entreabiertos que captaron mi atención al instante, eran de un color rosa natural tan delicado que cualquiera diría que estarían hechos de pétalos de rosas. Mi corazón latió con rapidez al notar como sus mejillas se coloreaban de rojo por el sobresfuerzo que hacía al respirar. 

    Levanté una de mis manos para posarla sobre su hombro, cuando una mano me agarró por la espalda y me hizo retroceder. 

   —¡¿Qué crees que estás haciendo?!—gruñó Kim, observándome con una mirada llameante.—¡Estás echando todo a perder! 

   —No parece peligrosa—dije, ladeando mi rostro para mirarla de nuevo.—Es sólo una mujer y... Parece humana. 

   —Eso es lo que parece, sí—intervino Iván, dando un paso adelante.—Nosotros también lo creíamos, hasta que utilizó sus poderes para atacarnos. Tendrías que haberlo visto, era cómo si los árboles tuvieran vida. 

   —Es una bruja, de eso estoy seguro—aseguró Kim.—Y a esas putas solo hay una forma de tratarlas. 

   Escuché unos sollozos a nuestras espaldas. Sonaban como una dulce melodía, frágil e indolora, como si en lugar de llorar alguien estuviese tarareando una melodía. 

   Todos nos giramos y mis ojos se abrieron cómo platos al ver la escena que teníamos delante de nuestras narices: la chica estaba arrodillada y llorando, pero eso no fue lo extraño y a la vez fascinante del asunto. Eran sus lágrimas, unas lágrimas transparentes y brillantes que salían de sus ojos y surcaban el camino de sus mejillas hasta caer al suelo, donde tocaron una flor, marchita que a los pocos segundos se transformó en un precioso cristal que brillaba más que el diamante. 

   Y no fue lo único, la hierba en la que estaba arrodillada también se fue convirtiendo en una bonita superficie de cristal donde se reflejaban los rayos del mismísimo sol.

   —¿H-Habéis visto eso?—titubeó Nino con la boca abierta. 

   —Se han transformado en cristal—musitó Max, y por su expresión supe que ya estaba tratando de buscar una lógica lo suficientemente buena cómo para explicar lo que acabábamos de ver. 

   —Sí, claro que lo han hecho—dijo Kim, dando un paso a delante—Y por el brillo de esos cristales, apuesto a que deben costar una fortuna.—Sacó de su cinturón una de sus navajas y sonrió divertido.— Dejádmela a mí, llorará hasta que nos haga ricos. 

   En ese instante, extendí mi brazo y lo detuve, lanzándole una mirada de advertencia que lo hizo detenerse en seco. Después yo fui el que tomó la iniciativa de acercarme y comprobar con mis propios ojos el material de aquellos cristales. 

   Si Kim aparecía con una navaja y encima con esa cara de perro, la chica no dudaría en huir o dejar de llorar o de hacer lo que fuera que estuviese haciendo. 

   Me agaché un poco, apoyando mi peso en mi rodilla derecha, con cautela y a una distancia prudente para no asustarla. La chica levantó la mirada, con ojos cristalizados y sin detener esas lágrimas que surcaban sus mejillas, como el agua de un río. No se movió ni un solo centímetro, tan solo se dedicó a quedarse quieta, cómo si de alguna forma estuviera esperando a que yo hiciera algo. Al menos, estaba seguro de que no tenía miedo, o al menos no tanto como el que había tenido con esos brutos que piensan con la polla en lugar de con la cabeza. 

   Esbocé una sonrisa tranquilizadora y con prudencia, arranqué la flor que se había transformado en cristal. La tanteé, notando la suavidad y el brillo de aquella piedra preciosa. Se veía duro, a juzgar por su peso y la transparencia de cada pétalo parecía irreal. 

   «Joder, apuesto a que ésta cosa vale más que el diamante»

    Levanté la cabeza y miré a la chica, que parecía haber estado mirándome todo el tiempo. 

    «Así que puedes convertir algo en piedras preciosas solo con tus lágrimas»

    Sonreí de lado y me puse en pie para dar otro paso hacia ella. Al verme, se arrastró hacia atrás y su cuerpo se estremeció cuando me incliné para cogerla en volandas. 

    —Solo quiero ayudarte—musité, cuando la vi resistirse.—Déjame hacerlo. 

     Sus ojos, aún cristalizados, pestañearon varias veces y después su mirada de desplazó a mis compañeros que la miraban como si fuera un banco andante. Cuando reparó en Kim, aún con navaja en mano, no dudó ni un instante y se refugió en mis brazos, rodeándome el cuello con sus pequeños brazos y permitiéndome levantarla en volandas. 

   —Pero, ¿qué está haciendo?—murmuraron mis compañeros. 

    —Se ha vuelto loco—gruñó Kim. 

   Ante aquel desfile de piropos para nada halagadores, ladeé mis rostro para mirarlos uno a uno y cuando tuve su atención les guiñé un ojo, dejando bien en claro que tenía un plan. Al verme, sus caras descompuestas, pasaron a ser de nuevo burlonas y pícaras. 

   Así eran ellos, cada vez que tenía un plan en manos se volcaban ciegamente en mí. 

   Y eso era lo que haría. 

   Habíamos descubierto una mina y si esa chica podría volvernos ricos, la haría llorar, pero no tiene que ser de dolor precisamente, como el idiota de Kim pretendía. Había muchos motivos que podían hacer que alguien llorara y yo ya tenía el plan perfecto para conseguirlo.

    La llevé a la cabaña que teníamos a las afueras del bosque. Era un sitio pequeño donde nos quedábamos algunas noches cuando la cosa se ponía fea. Estaba situado en un lugar estratégico lo suficientemente lejos del alcance de cualquier bicho que intentase acercarse y lo suficientemente cerca como para salir a la caza de cualquier criatura que se nos pusiera por delante.

    Cerré la puerta, dándole una patada con el pie y caminé al centro de la habitación, concretamente hacia la gran mesa de madera donde más de una vez nos habíamos emborrachado. 

   Recuerdo una vez, íbamos más borrachos que una cuba y se nos pasó por la cabeza hacer una apuesta para ver quien cazaba más gnomos por la noche. 

   Sonreí ante ese recuerdo y senté a la chica encima de la mesa que parecía no tener intención de soltarme aún.

   —Esos hombres ya no están—dije, cogiendo sus manos para apartarlas con suavidad.—Así que no tienes por qué temer nada. 

   Me miró con sus ojos azules aún muy abiertos y después se abrazó así misma, recorriendo toda la estancia con la mirada. Aparté de una patada una espada y un arpón y los oculté debajo de la mesa antes de que recayera en ellos y después le dediqué una de mis mejores sonrisas que al parecer no fue bien recibida pues la desconfianza volvió a aparecer en su rostro. 

   Me removí incómodo en mi sitio, maquinando otra vía de escape. 

   —¿Qué tal el cuello?—dije, levantando una de mis manos para tocar las marcas rojizas que se había quedado sobre su pálida piel. 

   Ella se hizo hacia atrás con brusquedad, al instante cómo si mis manos la quemaran.

    —Tranquila—levanté las manos en son de paz y le mostré que no tenía nada con lo que hacerle daño.—Solo quiero ver cómo tienes las heridas, nada más. 

   Se llevó sus manos al cuello y cuando tocó una de las marcas rojizas soltó un pequeño quejido de dolor. 

   —Mira, deja que te ayude—dije, cogiendo una de sus manos para que dejara de tocarse las heridas.—Puedo hacer que te sientas mejor. 

   La chica me miró a mí y después nuestras manos entrelazadas. 

   —Solo tienes que confiar en mí—murmuré, y sabía que podía entenderme porque antes la escuché hablar mi mismo idioma.—Espérame aquí, voy a por alcohol y un poco de agua. 

   No me dijo nada, tan solo se dedicó a mirarme fijamente a los ojos.

   Me di media vuelta y caminé hacia el mueble para coger un trapo, un tarro de agua y una botella de alcohol, pero para cuando quise regresar a donde la había dejado, la vi quitarse la chaqueta que le había dejado, para salir corriendo hacia la puerta. 

   —Joder—gruñí y dejé todo sobre el mueble para caminar hacia la puerta e impedirle el paso.—Creo que he dicho muy fuerte lo de que puedes entender mi idioma. 

   —Tú eres un humano—dijo, como si me hubiera dando en las narices. Su noto de voz era muy extraño, pronunciaba muy exagerado y el tono que utilizaba muy suave. 

   —Vaya parece que si me entiendes—me llevé una mano a la nuca, incómodo y sonreí con suficiencia.—Y sí, hasta donde yo sé soy humano y eso que no soy muy listo. 

   —Entonces no puedo confiar en ti—dijo, acercándose a mí hasta quedar apenas unos pasos de mí.

   «Mierda, ¿por qué cojones se tiene que quitar la jodida chaqueta?» 

    Me esforcé por mirarla a los ojos y no quedarme fijo en esos dos pechos que me pedía a gritos que extendiera la mano por toda su complexión. 

   —Claro que puedes confiar en mí, pero para más seguridad para ti, será mejor que te cubras con algo—cogí una manta que había colgada en el perchero y se la acerqué.—Está bien si no te gusta mi chaqueta pero esto no puedes rechazarlo. Está muy suave y además está muy calentita. 

   Se quedó mirando la manta confundida.

   —No, no lo quiero—dijo, retrocediendo. 

   —Créeme, si la vas a querer—la amenacé, sintiendo cómo cada vez se me ponía más dura.—Por favor, no me des una razón para no confiar en mí, porque si te sigues paseando delante de mí medio desnuda, vas a convertir esta cabaña en un palacio de cristal. 

   Ella no pareció entender mi amenaza, porque me miró confundida, pestañeando varias veces y después me dio la espalda para seguir caminando por toda la cabaña, buscando no sé que cosas. 

    Maldije para mis adentros y la seguí hasta ponerme de nuevo delante de ella. No pensaba decir que me estaba excitando, ni lo que eso significaba, porque entonces si estaría bien cagada la cosa. Así que intenté calmar con todas mis fuerzas a mi amiguito, mientras la veía deambular por la cabaña, seguramente buscando la salida.

   —Si quieres salir de aquí, vas a tener que dejar que te cure las heridas—dije, tratando de sonar convincente.—Y ponerte esto encima. 

  Suspiré mirando como retrocedía hasta chocar a la pared y chocar su espalda sin tener alguna escapatoria, no tenía remedio.

  —No te dejaré salir de aquí hasta que te coloques esto y me dejes curarte esas heridas — advertí seriamente mirando sus ojos enrojecidos y su labio tembloroso, dudando en si acceder o no. Finalmente, con rendición, se acerco a mi y dejó que le colocara la manta encima de sus delicados hombros, cubriendo así sus pechos desnudos.

  Un alivio, en ambos sentidos.

  Una vez que me permitió taparla con la manta le extendí una mano hacia ella.

  —Tómala, confía en mi ¿Vale? Solo quiero curar las heridas de tu cuello — susurré dulcemente para darle una actuación más crédula.

  Un par de segundos después ella tomó mi mano dejándome sentir la suavidad de sus manos al estar en contacto con las mías, que a diferencia de las suyas eran ásperas y más grandes que las pequeñas y frágiles manos que tenía entre las mías.

  —Ven aquí — le indiqué atrayéndola hacia mi cuerpo para guiarla hasta el taburete que estaba a un lado del bar donde mis amigos y yo nos emborrachamos, hice que se sentara en el mientras yo me separaba de su lado para buscar las cosas para curar las heridas. Saqué algodón, alcohol y un poco de agua destilada en un cuenco de barro.

  Sostuve el pequeño trozo de algodón y lo remojé en el agua para limpiar la herida de su cuello. Más al acercarme a este, ella cerró los ojos y se aparto instintivamente.

  «Mierda»

  —Es solo agua — dije para tranquilizarla — esta bien, es solo para limpiar los magullones.

  Ella asintió dejando total acceso a su cuello para que le pasara el algodón, enseguida limpié con el trozo la poca sangre que desprendía de la herida y observé como siseaba de dolor al contacto con este, y eso que aún no le había colocado el alcohol para desinfectar la herida.

  Ella se alejó un poco del artículo que le hacía estremecer de dolor y acarició sus brazos como si se estuviera consolando ella misma.

  Cuando terminé de limpiar la herida, sumergí el algodón ahora en un poco de alcohol para desinfectarle las heridas, pero, algo extraño pasó. Cuando estuve a punto de topar la rapadura de su cuello con el alcohol, las heridas comenzaron a cerrarse delante de mis ojos, quedando un fino y terso cuello en lugar de un enorme y feo magullón causado por una cadena de hierro. Como si no hubiera pasado nada.

  —P-Pero ¿Qué demonios...?

  —Agradezco mucho lo que hiciste por mi — habló con una voz dulce, totalmente encantadora.

  Se levantó de pronto como si nada aún encogida de hombros sujetando la manta para cubrir su desnudo pecho.

  —Quisiera irme ahora... — murmuró con la mirada fija al suelo, mirando sus pequeños pies calzados por unas sencillas zapatillas color verde, amarraban sus tobillos como si fueran pequeñas enredaderas.

  Hice un gesto con la boca y puse una mano en su espalda causándole un sobresalto, a lo que yo le di una mirada tranquilizadora para que se dejará llevar.

  —Es por aquí, sígueme —le susurré indicándole el camino hacia la puerta, no quería retenerla y hacer que dejara de confiar en mi si quería continuar con mi plan. La idea era que confiara en mi ciegamente. Y dejándola ir, sería un gran paso hacia un salto de fe.

  Le abrí la puerta y ella se quedó parada un rato en el marco de este. Como si tuviera miedo de que en algún momento la retuviera y le enviara de vuelta a la habitación a torturarla como lo hicieron ese grupo de burros.  

  Cuando menos lo esperé, la chica se soltó a correr como si no hubiera un mañana, adentrándose en el bosque y dejando un rastro de perfume floral a medida que se iba alejando. No la retendría, haría que confiara en mi de una manera u otra, y no hacia falta torturarla para conseguir lo que todos deseábamos de ella.

   Conseguiré esas valiosas lágrimas, a como de lugar.

   Es una promesa...

...

¡Hola, queridos lectores!

Como podéis ver, en este capítulo, ha sido el encuentro de nuestros dos protagonistas 🤗. Y por si fuera poco, habéis descubierto el secreto, de porque esta historia se titula... "Lagrimas de Cristal" ¿Os dabais una idea? 

Pero bueno, a fin de cuentas Adrien la ha liberado, diciendo tener un plan para conseguir sus valeosas lágrimas, ¿Será un buen plan? ¿Qué dicen ustedes?

¡Nos despedimos de todos con un beso! ¡Bye, Bye! 😘❤.

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