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Una aliada disfrazada


-¡¿Qué tú qué?!- Exclamó Zelda con los ojos muy abiertos por aquellas palabras.

-Que yo maté a Henry.- Repitió Camelia sin molestarse. -Era algo que quería decirles o más bien, decirte, antes de que me vaya a quien sabe donde.-

-Tú...- Los recuerdos en la memoria de Zelda corrieron como una secuencia de imágenes vívidas que comenzaron a dejarla sin aliento. Era lista pero no tanto como Camelia, por lo cual tardó un poco más de un minuto en comprender todo aquello que se había negado  a creer desde un comienzo. -¡Tú...!-

Las lágrimas traicioneras comenzaron a rodar por los ojos de Zelda y Camelia rio, pocas veces veía tan rota a una mujer con un potencial y fuerza como Zelda, a decir verdad lo disfrutaba mucho.

-¡Tú...!- Zelda no podía completar su oración por la enorme furia que sentía en esos momentos, pero sí podía responder con acciones. Desenfundó su arma y comenzó a dispararle a Camelia.

Valeska no tardó en imitarla y al poco tiempo todo el pasillo se llenó de sonidos estridentes de balas cortando el aire y luego impactándose contra el metal. Camelia esquivaba cada ataque que volaba en su dirección, una persona hubiera muerto antes de siquiera poder pensar en algo, pero Camelia llevaba años conviviendo con aquellas mujeres y no solo conocía su forma de ser, también como actuaban, como pensaban, con eso podía anticipar sus movimientos y reacciones.

-¡MUERE!- 

Los gritos que emitía Zelda eran tan desgarradores y llenos de dolor, que, poco a poco comenzó a causarle dolor de cabeza a Camelia, quien luchaba por no ceder ante aquel ruido que en vez de parecer hecho por una persona humana parecía ser producto de un espectro.

Zelda nunca gritaba, su tono siempre solía ser moderado, amable y calmo, ahora que sentía tanto dolor manar de su interior quería sacarlo, pero como no había gritado antes ahora no sabía como hacerlo.

Su garganta estaba rasposa y le quemaba, con cada grito se secaba más y más, hasta que luego de un par de minutos su dulce y melódica voz se volvió rasposa y ronca, como si hubiera pescado un resfriado.

-Lo siento pero no concedo deseos.- Se apresuró a responder Camelia antes de desenfundar por igual sus armas y disparar seis veces.

Tres disparos para Zelda.

Tres disparos para Valeska.

Los cuerpos hicieron un ruido estrepitoso al caer sobre el suelo seguidos de las armas que hacía poco estaban sosteniendo.

Las balas disparadas por Camelia habían marcado una trayectoria perfecta dando justo en el blanco, en otro momento tanto Zelda como Valeska hubieran podido esquivarlas con la misma facilidad con la que Camelia esquivaba las suyas, pero ahora estaban tan alteradas de sus reacciones fueron demasiado lentas.

Aquellos pequeños trozos de metal dieron en sus piernas y en sus manos dominantes, las cuales sostenían sus pistolas. 

No eran heridas mortales, pero si profundas, Camelia sabía, luego de años de matar y herir gente, cuales eran los puntos más vulnerables y fáciles de romper en los cuerpos humanos, sus balas no habían dado con la intención de matar o dejar inválidas a sus compañeras, solo eran para desestabilizarlas e impedirles que siguieran luchando.

Camelia adoraba la guerra y las peleas pero en esta ocasión quería disfrutar de una retirada pacífica.

Con deleite contempló los rostros de sus dos compañeras y las expresiones que en estos se dibujaban, la sangre manaba de las heridas que ambas tenían, aquel líquido escarlata escurría manchando sus uniformes y creando un pequeño charco en el suelo alrededor de ellas.

-Maldita...- Gruñó Zelda entre dientes.

Para sorpresa de Camelia, Valeska se había mantenido callada, no había dicho casi palabra alguna y eso era increíble, en lo personal, Camelia siempre creyó que quien  le diría todos esos insultos sería Valeska, debía de admitir que el hecho de que fuera Zelda la divertía bastante.

-Lo soy, lo soy.- Camelia rozó el mentón de Zelda y esta le apartó la mano con un golpe.

-No me toques.-

-Auch, vale, vale.- Las manos de Camelia se alejaron del cuerpo de Zelda y se alzaron en señal de rendición. -No te tocaré más, ni a ti ni a Valeska, solo escúchenme... Después de que hable pueden odiarme si quieren, la verdad no importa, me iré en cuanto haya dicho lo que tenía que decir.-

Ninguna de las dos dijo algo y Camelia tomó aquel silencio como que aprobaban de mala gana sus términos así que prosiguió.

-Como les había dicho, yo maté a Henry.-

Ante esas palabras el semblante de Zelda se ensombreció, apretó sus dientes y sus puños, pero no hizo nada más.

-Desde que ingresé al ejército rebelde he estado vendiendo información al bando "enemigo".- Camelia recalcó con un gesto de manos la palabra enemigo, para dar énfasis a que ella no los consideraba como tal. -Ayudé al clan Nevor y a varios dotados de categoría letal, he destruido cientos de escuadrones rebeldes, he sacrificado a miles de "nuestros" soldados para mis propios fines, fui quien ayudó a destruir uno de los corrales de la muerte, durante años he mantenido relaciones personales bastante íntimas con dos de los fugitivos más buscados por los rebeldes, con Robert Nevor y su esposa Vera Filandy. No sé donde se encuentran actualmente, ya que ambos abandonaron su residencia anterior ayer por la noche. Además de eso he traicionado una y mil veces a los suyos.-

Al finalizar de hablar esperó paciente la reacción por parte de sus compañeras, Valeska se mantuvo callada, y Zelda lloraba, aunque no se podía decir si de rabia, de tristeza o de frustración, quizá por las tres emociones juntas.

Todo lo que había dicho era verdad, pero no esperaba que le creyeran, o más bien, ya no le importaba si le creían o no.

-Bueno...- Camelia estiró sus articulaciones, como si acabara de despertar de un largo sueño. -Eso era lo que tenía que decir, solo me apetecía que ustedes lo supieran.-

-¿Para qué?-

La voz de Zelda era tan baja que a penas y logró escucharse.

-¿Cómo?- Camelia la miró.

-¿Para qué?- Zelda alzó el mentón, quería parecer algo amenazante pero más bien parecía un poco, no, muy rota. -¡¿Para qué querías que supiéramos?! ¡¿A caso querías hacernos sufrir?! ¡¿Querías que quedáramos como tontas?! ¡¿Querías jugar con nosotras?! ¡¿Con nuestros sentimientos?!-

-Sí.-

La respuesta fría y directa de Camelia la dejó en blanco.

-Eso era justo lo que quería.- Continuó Camelia sin ninguna pisca de burla en su expresión. -Quería mofarme de ustedes, burlarme, hacerlas sufrir y ver justo las expresiones que ahora tienen talladas en sus bellos rostros.-

No había forma de que Zelda creyera que aquello era verdad, pero tampoco había razones para que fuera mentira.

Ella creía que conocía a Camelia, siempre creyó en sí misma y en la joven, nunca quiso dudar por mucho que el resto le dijera, sabía... Sabía que las señales siempre habían estado presentes pero las ignoraba, ignoraba y se aferraba a su idea errónea de Camelia.

Eso la condenó.

No solo a ella, sino también a los que la rodeaban, todos ellos, los soldados, los miembros que confiaban en su buen criterio, su padre, Henry...

Como si una flecha le hubiera atravesado el corazón, Zelda sintió un repentino dolor en la zona del pecho, era un dolor que nacía desde el interior y se extendía hasta la superficie.

-¿Eso es todo lo que tenías que decirnos?- Preguntó Valeska de pronto atrayendo la atención de Camelia.

-Sí, es todo.-

-Pues ya lo has dicho, ahora vete, tu presencia aquí hace más mal que bien.-

-Me halagan tus palabras.- Camelia por primera y última vez les hizo una ligera reverencia mientras sonreía. -Esta no será la última vez que nos veremos, Valeska... Me gustaría arruinar tu vida pero por si sola ya es bastante miserable, Zelda... En algún momento en el futuro vendré de nuevo y me encargaré de hacer arder tu mundo, así que cuídate.-

Zelda tragó saliva, si algo había aprendido aquellos años conviviendo con aquel monstruo que fingía ser humano era que sus amenazas jamás eran lanzadas en vano, fuese como fuese siempre las cumplía.

Camelia se alejó luego de decir aquello, lo último que vieron sus compañeras fue su espalda antes de que desapareciera doblando por una esquina.

Pasarían años antes de que volvieran a saber algo de ella, y pasarían aún más años antes de que nuevamente, una de ellas se reencontrara con aquella joven despreciable.

-No dijiste nada.- Zelda miró a Valeska cuando esta comenzó a vendarle con delicadeza sus heridas de bala.

-¿Qué podía decir?- Valeska parecía no ser la misma de siempre. -Sabes como es, lo hecho hecho está, por mucho que le dijera no podría cambiar nada, ni su traición ni las vidas que esta arrebató.-

-Concuerdo, pero... ¿Porqué? Si la odias, ¿Por qué no dijiste nada?-

Valeska dejó de vendar y suspiró. Odiaba admitir que era débil, pero a veces lo mejor es aceptar las cosas como son a herirte con una falsa fantasía que jamás se hará realidad, por mucho que lo anheles, por mucho que te esfuerces...

-Porque soy más débil. En este mundo el poder gobierna, el fuerte sobre el débil, siempre ha sido así y siempre será, las cosas no van a cambiar por mucho que los años pasen, el que puede estará arriba, los que no solo podremos mirar.- La voz de Valeska era sincera pero estaba cargada de dolor y pena así sí misma. -No podía decirle nada porque es superior, porque sin importar lo que dijera... Ella solo lo disfrutaría, anticipó todo y solo podía negarle aquello que deseaba, aún cuando estaba en lo correcto al deducir mi reacción. No dije nada porque no quería ver su rostro lleno de satisfacción, no dije nada porque... Por una vez quería ver que se sentía derrotarla.-

-¿Y cómo te sientes?-

-Como siempre, lo cual indica que una vez más la derrotada fui yo.-

-Ambas.- Corrigió Zelda con pesar.

-Ambas...- Concordó Valeska. -¿En algún momento podremos ser quienes la derroten y no las derrotadas?-

Zelda no respondió pero no hacía falta, muy en el fondo las dos conocían la respuesta sin necesidad de que alguien se las dijera.

Nunca.

Nunca podrían ganarle, porque Camelia había nacido con el poder y ellas... Solo fingían tenerlo.



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