Luto que debería festejarse
Había transcurrido ya una semana desde que el cuerpo de Henry fue encontrado, habían pasado siete largos días y todo el cuartel seguía guardando luto.
Las cortinas, habitualmente de tonos claros o rojos, fueron suplantadas los primeros días de luto con telas oscuras, negras, la base central y sus extensiones generaron un aura sombría y lúgubre, aquella escena no dejaban de despertar en Camelia extraños sentimientos, como si estuviera en medio de una obra de terror y suspenso.
No le desagradaba en absoluto que toda la decoración hubiera sufrido un cambio tan drástico de un día para otro, pero si le molestaba, y demasiado, que todo aquello fuera para el rubio ojos bonitos que había aniquilado.
Al octavo día de aquel duelo, Camelia se arrepintió de haber dejado el cuerpo, si tan solo lo hubiera hecho pedazos...
Un suspiro involuntario escapó de sus labios mientras que en su mente rondaban las miles de posibilidades del que hubiera pasado si tan solo no hubiera dejado nada que enterrar.
Comenzaba a aburrirse, últimamente a penas y tenía algo que hacer, la guerra estaba llegando a su fin, tal y como los líderes habían mencionado, la victoria cada vez se veía más y más cerca.
Los rebeldes comenzaban a reconstruir la ciudad del lado del que ya tenían total dominio, mientras que el resto de escuadrones se encargaban de realizar las operaciones de búsqueda y aniquilación respecto a los pocos dotados letales que aún permanecían en resistencia.
La presencia de Camelia y el resto de las Kumaris básicamente no era necesario en la línea de ataque, incluso los soldados de menos rango podían hacerse cargo, los clanes y familias más importantes habían sido asesinadas por el gran titán de caza luego del incidente con Camelia, por ende, tanto ella como Zelda y Valeska no hacían más que ayudar con lo que hiciera falta dentro del perímetro de la base. Sumando a eso el hecho de que Benjamín a penas y quería que su hija se expusiera luego de la repentina muerte de Henry, todos estaban al tanto de la presencia de un traidor en sus filas, y aunque en un inicio se sospechó de Camelia esto quedo descartado súbitamente luego de un breve periodo de chequeo intenso en el que la joven no hizo más que su rutina diaria y aburrida de siempre.
Su amenaza de revelar información aún aterraba a los líderes, pues si bien ya no quedaban casi enemigos aún podía hacer que el mundo entero fuera contra ellos si se rebelaban sus incontables crímenes de guerra cometidos a lo largo de esos monstruosos diez años.
Una sonrisa divertida se pintó en el rostro de Camelia al tiempo que alguien abría la puerta de su habitación de golpe y entraba sin molestarse si quiera en ser un poco educada.
-Camelia...- Aquella intrusa habló mientras se sentaba en uno de los sofás que ayudaban a llenar el espacio.
La sonrisa abandonó los labios de Camelia siendo suplantada por una mueca de confusión. Quien solía entrar de forma agresiva a su dormitorio siempre había sido Valeska, se sorprendía ahora que veía que esta vez era Zelda.
Todo su cuerpo parecía un poco más delgado, las mejillas de la joven habían perdido su color rosado habitual, e inclusive su piel dejaba de verse natural para abrir paso a un tono cenizo azulado, como si fuera una zombie con consciencia. El brillo que llenaba sus ojos se había reducido hasta casi desaparecer, el aura que manaba de ella era lúgubre y sombría, lo único que aún se mantenía normal era su andar, firme y sereno sin importar que.
-Zelda.- Dijo Camelia percatándose de que últimamente comenzaba sus conversaciones diciendo el nombre de la persona con la que iba a hablar. -¿Se te ofrece algo?- Agregó de último momento para no verse tan cortante.
En realidad poco le importaba si aquella mujer estaba bien o mal, ser amable con ella e inclusive consolarla se vería muy hipócrita de su parte, sin embargo aún así no pudo evitar preguntar solo por simple cortesía y curiosidad.
Los labios de Zelda se abrieron levemente como si quisiera decir algo pero de inmediato volvieron a contraerse, cerrándose bruscamente.
Camelia observaba a la joven, siempre había considerado que Zelda era una persona bastante talentosa pero que había perdido toda posibilidad de desarrollar su mayor capacidad en todos los sentidos en cuanto se entregó por completo a su padre, siendo así su fiel sirvienta, aunque este término no era con el que se referían a ella, más bien decían que era su mano derecha... Para no hacerlo sonar tan feo.
Pero sin importar por donde se mirase, Zelda era la esclava de benjamín Suredal, si él pedía algo ella lo hacía sin rechistar, si él quería comer sushi ella conseguía sushi, si él quería deshacerse de un grupo de personas Zelda iba a las mataba.
Aquello la irritaba, no comprendía como una persona podía sentirse tan atada a otra como para incluso no oponerse a ninguna de sus decisiones, por muy estúpidas y tontas que fueran.
-Yo...- La voz de Zelda se cortó, dudaba.
Camelia no presionó, se quedó sentada esperando a que ella misma prosiguiera la frase que había dejado inconclusa.
De repente las manos de Zelda se desplazaron a su vientre y los ojos de Camelia siguieron aquel movimiento sobresaltándose.
-Yo estoy embarazada.- Soltó en un tono glacial la joven delante de ella.
El rostro de Camelia se mantuvo impasible pero en su interior un tsunami de emociones se había desencadenado.
"¡¿Cómo?!"
Pensó.
"¡Maté a Henry para evitar que esto sucediera y esta mujer ya estaba embarazada! ¡Por los astros estelares, a veces de verdad al mundo le gusta odiarme en grande!"
-Tú...- Esta vez fue Camelia quien vaciló. -¡¿Tú qué?!-
La expresión de Zelda se relajó, como si hubiera esperado otra reacción.
-Estoy embarazada.- Repitió en tono calmado mientras tamborileaba sus dedos sobre la zona donde el feto comenzaría a desarrollarse.
-Te escuché, te escuché...- Camelia cruzó sus manos y comenzó a respirar pesadamente.
Sus planes se habían ido a la mierda en cosa de segundos.
Antes creyó que todo estaría solucionado, pero ahora tenía que planear desde cero y evitar a toda costa que esa niña naciera...
No, hacerla nacer y que su madre se encariñara con ella para luego arrebatársela de la misma forma que había hecho con Henry sería más magnífico, más divertido.
La sonrisa que se había retirado volvió a aparecer en sus labios, Zelda atribuyó aquel gesto a que estaba feliz por su noticia, la realidad era muy lejano a eso.
-¿Cuál...?- Camelia volvió a recuperar el control sobre sí misma. -¿Cuál será su nombre?-
-Quería decidirlo junto a Henry.- La voz de Zelda sonó melancólica. -Aunque siempre desee que si tenía una hija sería llamada Ava, y si era varón sería Theodor.-
Camelia parpadeó confundida.
-¿Y resultó ser...?-
-La señorita Fay me dijo que es una niña, aún tengo dos mese de embarazo peor gracias a su don pudo decirme que era, de hecho fue ella quien me dio también la noticia de que portaba a un bebé en mi vientre.- Respondió Zelda.
-Ah ya, aunque ambos son buenos nombres... Ava.- Camelia saboreó el nombre de su futura presa. -Me gusta... Y Theodor... Eh, la verdad hay mejores, sin ofender claro está.-
-Descuida, no me ofendes, pero temo que Ava no será su nombre.-
-¿Entonces? ¿No acabas de decir que..?-
-La abuela de Henry lo crio ya que su madre murió al darlo a luz, el nombre de la señora era Dayana. Henry le tenía mucho aprecio.-
-¡¿Le vas a poner a tu hija el nombre de un muerto?!-
A Camelia nunca le había interesado el tema de los bebés y todo lo relacionado a ellos, pero ahora sabía que sin duda alguna no podía permitir que su rival llevara el nombre de una persona muerta.
-No.- Zelda suspiró. -Su nombre será Dahana, una derivación de Dayana, un nombre casi igual pero diferente a la vez.-
Camelia casi deja escapar un suspiro de alivio al escuchar aquello.
-Eso sí que lo apruebo.-
-Pero hay otra cosa...- Las manos de Zelda se contrajeron en apretados puños. -El don de Fay consiste en revelar profecías de los bebés en proceso de gestación, supe que era niña por lo que me dijo...-
-¿A caso es tan malo como para que lo digas con tanto odio?- Preguntó Camelia al ver a su compañera, quien rara vez perdía el control de sus emociones, dejarse llevar fácilmente por el odio y el coraje.
Los ojos de Zelda estaban inyectados en sangre y su voz sonaba áspera cuando reanudó su charla.
-Fay dijo... "Un poder acompañará como regalo a esta bendecida niña, sus habilidades destruirán montañas, harán que el mar se seque, podrá derrotar ejércitos como simples hormigas, su puntería será perfecta, su equilibrio lo será aún más, el no tropezar vendrá aferrado a sus pies y en su mente se almacenarán valores... Pero todo se perderá por el miedo de una madre a defraudar. A pesar de eso su generosidad y valía la harán liderar a temprana edad."- Zelda pausó un momento y luego siguió con más odio aún. -"Un alma rota a su vida ha de llegar, dos corazones heridos solo entre sí pueden sanar. Oh pequeño pajarillo ante el terrible amor has caído, más tus bellas alas arrancadas te impedirán seguir su brillo. El triunfo de tu lado irá aunque tu antigua gloria no se pueda recuperar. La unión de aliados y enemigos que una vez estuvieron arriba serás. Su igual, su razón y su motivo. Nevor, sí, ese es el apellido."-
La mente de Camelia era lo suficiente ágil como para deducir en un instante lo que aquella profecía anunciaba.
Sin duda sus cálculos no habían fallado, la niña próxima a nacer obtendría un gran don, pero lo más curioso de todo era que su destino se vería irremediablemente atado a algún miembro de los Nevor, aquellos que tanto aborrecían los Suredal.
-Así que... -Camelia recargó su cabeza en una de sus manos con actitud juguetona. -¿Nevor, eh?-
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