Una tarde de verano
21 de enero, verano de 2018.
Vaciada de pies apurados y timbres de celulares, el sol pega directamente en las vidrieras hasta hacer de los locales verdaderas peceras hirvientes. Mas de la mitad de los ciudadanos vacacionando, solamente quedan algunos dedicados a profesar sus intereses más comunes en el frío artificial de sus casas. El vacío de las calles es desolador entre las dos y cuatro de la tarde. Alguien podría estirar la pata en paz, con sol en su punto más alto y solo el olor a muerto alertaría a alguien de que el mismo ya no respira, ni lo hará jamás.
Asesinaron al hijo de un policía. El cadáver yace sobre el asfalto caliente, con una aureola roja alrededor de la cabeza, y la carne endurecida por el horror de haber presenciado la muerte. A unos tres metros de la sombra vívida de ojos abiertos duerme un hombre sin casa, que de vez en cuando se refregaba el rostro para espantar a las moscas. Las mismas, subdivididas entre la labor de despertarlo de su sueño, o buscar un hogar común para procrear en el interior del hombre muerto.
Una madre y su hijo cruzan la calle contigua a una velocidad naturalmente despreocupada, hasta notar lo que una vez fue un hombre tirado en la vereda, con la pálida frente traslucida de sudor y un charco de sangre alrededor del cráneo. El niño señala el cuerpo, de manera inocente le pregunta a su madre por el señor. La mujer dirige la vista acusadora al indigente que, habiéndose despertado hace menos de un minuto, hacia un esfuerzo por reconocer aquel amasijo de carne en su defectuosa vista. Dos móviles de la policía frenaron en la esquina de la cuadra en la que se encontraba el fallecido. Los bomberos asistieron a la mujer medio desvanecida por el estado del cadáver. El niño lloraba sin una razón particular, mientras los federales llevaban arrastrando al hombre con las manos esposadas atrás de la espalda.
Por el estado del cuerpo se supo a simple vista que el asesinato había sido cometido en la noche del día anterior, había permanecido ahí hasta que la mujer llamó a emergencias. Lo que todos juzgaron la víctima, era un adolescente de 18 años, caucásico con un apellido que horrorizó a la mitad de los oficiales de policía. Pues era el hijo del sargento Ávila. La causa se convirtió automáticamente en un caso de terrorismo hacia la federal, y se detuvo al principal sospechoso que dormía a menos de tres metros del cadáver, un hombre sin hogar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro