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Capítulo 4


Kyomi miró con una sonrisa su nuevo local. Recién se había mudado al ciudad, pero desde que vio esa tienda de antigüedades en la zona más central de Tokyo en alquiler, decidió que esa definitivamente tenía que ser su pastelería. Llamó al dueño solicitando su alquiler, siempre aclarando que cambiaría tanto la fachada como el interior del local y las funciones que desempeñarían, a Miyamura no le había importado en lo más mínimo.

Así que ahí estaba. Más emocionada de lo que podía describir en palabras.

Habían pasado unos días y ya comenzaron las remodelaciones. Su dinero era escaso, así que había ciertos lujos que no podía darse. Tenía suficiente presupuesto para comprar todo lo que soñaba con el objetivo decorar la tienda de la forma más espantosamente rosa, llamativa y lujosa; pero si quería que se viera así, no tenía para contratar mano de obra.

Esa mañana se puso su conjunto más viejo y feo porque seguramente después de esos días ya no serviría de nada. Anteriormente había solicitado el desalojo de todas las cosas del interior de la tienda y Miyamura complació encargándose él del asunto. Tenía dos tareas menos, limpiar y sacar las porquerías que no usaría.

Con sus llaves abrió por primera vez la puerta principal —la cual definitivamente iba a cambiar—. Examinando el interior se percató que sin toda esa mierda usada, el lugar era bastante espacioso y bonito, además de que había una corriente de aire espléndida. Se volteó a ver el gran cristal y pensó que eso lo dejaría porque se vería increíblemente bien un cartel ahí con el nombre.

Ahora solo le quedaba esperar. Se había metido en internet para buscar tutoriales de remodelación y lo primero que decía que se debía hacer es limpiar, luego vaciar el local y pintarlo. Kyomi había ordenado dos latas de pintura rosa rubor y dos de rosa flamenco. Iba a hacer una combinación increíblemente hermosa.

Por el momento comenzó a analizar dónde colocaría las mesas y las sillas. Se adentró en el cuarto de desahogo, lugar donde tenían las otras antiguedades que no cabían en los estantes del exterior y alguna que otra herramienta. Era un poco pequeño, pero serviría de cocina, así nadie tenía que verla hacer sus dulces. Le pasó un dedo al suelo comprobando que estuviera limpio y, en efecto, ese señor era muy profesional.

En ese momento sintió como le tocaron la puerta del local. Emocionada salió hasta abrirle a un chico que traía un uniforme azul y negro con una gorra a combinación, a sus espaldas había un gran camión.

—¿Kyomi Kobayashi? —inquirió, dándole vuelta a las hojas dónde venía la información.

—La misma.

—Firme aquí, por favor —solicitó el joven, entregándole la tablet para que hiciera la firma digital.

La joven obedeció. Cuando terminó alzó la vista para ver cómo el mismo chico sacaba del camión sus cuatro cubetas de pintura. Nuevamente feliz le entregó su tablet y se despidió educadamente.

Kyomi cargó sus dos cubetas hasta el interior del local. Hizo con sus dedos un marco y al tomar su decisión, se remangó la blusa. Antes de abrir la lata de pintura colocó unos papeles en el piso para evitar mancharlo, había leído eso en un tutorial.

Minutos más tardes ya se encontraba con la brocha en mano. Antes de comenzar a pintar colocó su playlist en el teléfono —porque no podía hacer nada sin música— y comenzó su tarea.

Había decidido pintar la pared de la derecha y del frente con el color rosa flamenco, mismo que emplearía para la fachada.

Estaba tan concentrada en su tarea que no vio cuando una persona ajena se adentraba en su local y se colocaba detrás de ella mientras la fulminaba con la mirada. Tarareaba la melodía de su música clásica mientras daba pinceladas hasta que un dedo tocó su hombro insistentemente para llamar su atención.

Curiosa, la joven se volteó. Era un chico alto y robusto, de largos cabellos azabaches recogidos en una coleta mal hecha, con las esquinas de su cabeza rapadas, a través de las cuales se podía ver su tatuaje de dragón. Tenía un oberol cubierto de grasa. 

—Hola —saludó, con una inmensa sonrisa.

—Tu música consume mi ser —soltó de repente el chico.

—Vaya, que educado —susurró Kyomi, poniendo los ojos en el techo durante un segundo.

—¿Qué dijiste?

—Que lo siento mucho si te molesta —mintió, esbozando otra gigantesca sonrisa. Era recién llegada y lo menos que quería eran enemigos, no importaba si tenían la educación de un orangután.

—En fin, bájala. Ahí al lado se escucha como si estuviera en la ópera. No me gusta la ópera —dijo, completamente serio, pero con tono cansado y pausado. Sin contar con la autoridad con la que le había ordenado bajarla.

Kyomi hizo búsqueda de paciencia interior—. ¡Oh, eres el dueño de la tienda de motos de al lado!

—Que observadora.

—Que buenos gustos musicales.

Draken guardó silencio un instante examiándola. Era la primera vez que alguien respondía a su sarcasmo con más sarcasmo pero camuflado con una falaz sonrisa.

—Me presento... —prosiguió la joven, extendiéndole su mano—. Soy Kyomi Kobayashi, la nueva dueña de este local. Seremos vecinos. Espero que podamos llevarnos bien.

Ken miró la mano cubierta de pintura rosa de la chica y luego la suya llena de grasa y líquido de frenos. No era una buena idea. Alzó una ceja, cosa que hizo percatarse a la dama de la situación.

Kyomi recogió su mano entre pequeñas risitas de vergüenza, con las mejillas ligeramente sonrojadas. Le dedicó una última sonrisa y lo vio negar con la cabeza segundos antes de salir por la puerta de su local. Su sonrisa se borró rápidamente cuando quedó nuevamente sola. Con desdén bajó su música y, un poco con el rollo cortado, siguió en lo suyo.

Unas horas más tarde ya había terminado las dos paredes que iban con el color flamingo, antes de pasar a destapar el rubor, decidió pintar el exterior. Cargó con cuidado el fondaje de la cubeta de pintura y se percató de que había sido un poco exagerada porque con una sola hubiera bastado, las otras tenía que devolverlas. Genial, más trabajo.

Estando en el exterior se limpió el sudor con el antebrazo para no mancharse la cara de pintura. Se sopló un mechón de su flequillo que se le había escapado de la hebilla que había empleado para mantenerlos presos y comenzó su labor.

Tomó uno de los rodillos que se podían alargar y lo bañó en el líquido. De ese modo era mucho más fácil y rápido. Un pequeño descuido de su parte provocó que una pincelada se le fuera al lado contrario y, terminó pintando una línea rosa en la fachada de la tienda de al lado.

—Genial —murmuró nuevamente. Solo esperaba que el tipo se lo tomara mejor que lo de la música.

Continuó en lo suyo. El sol se pondría en poco menos de dos horas, pero no regresaría a casa hasta haber terminado el interior. Había perdido más tiempo del esperado aguardando la llegada de las pinturas.

Contenta porque ya había concluido la fachada del local, se dispuso a entrar y completar su tarea.

—¡¿Qué carajos?! —inquirió furioso Draken, examinando como aquel color chillón manchaba su perfecto azul. Se volteó con una vena marcada en la frente y otra en el cuello a ver al causante de aquello. Mikey le había hablado del curioso cambio en el exterior de su tienda y él no había entendido hasta divisar aquello—. ¿Qué hiciste?

—Lo siento mucho —sinceró la castaña, haciendo una reverencia. Ese hombre era un completo idiota, pero estaba más que claro que esa vez había sido culpa suya. Tampoco podía tapar el sol con un dedo, fue su error y él tenía todo el derecho del mundo a estar enfadado.

—Lo siento ni leches, princesa —espetó el azabache, fulminándola con la mirada—. Si no sabes pintar págale a alguien para que lo haga, pero no arruines el trabajo de alguien más.

Kyomi alzó su cabeza indignada—. Primero, mi nombre es Kyomi, yo sí tuve la decencia de decírtelo —siseó, frunciendo el ceño. Perder la paciencia no era lo suyo, pero cuando lo hacía era otro nivel—. Segundo, me parece que estás siendo muy desagradable, ya te dije que lo sentía.

Draken alzó ambas cejas y relajó su semblante. Después de unos segundos dibujó una sonrisa—. ¿Ah sí? Si un lo siento puede arreglarlo todo, entonces... —caminó hasta llegar a la pared de Kyomi y apoyó una de sus manos cubiertas de grasa en ella, dejando una mancha negra con forma—. Lo siento.

La castaña se quitó los guantes con desdén, los lanzó al suelo y caminó dando zancadas hasta donde estaba Ken—. Eso lo has hecho a propósito.

—También eres muy lista. Resulta que terminas siendo perfecta, princesa —espetó con sorna el azabache.

—Me ha costado mucho dejarlo así —confesó, doblando ligeramente su rostro. Cerró sus manos en forma de puños y se puso de puntillas para estar a su altura—. Y deja de referirte a mí como si princesa fuera un insulto. Es mejor ser una princesa que una lagartija —añadió, apuntando al tatuaje de dragón en la nuca del hombre.

—Es un puto dragón —puntuó el chico, tocándose el lateral de la cabeza. Su tatuaje era hermoso y no se veía como una lagartija.

Kyomi dibujó una sonrisa falsa, completamente hastiada.

—Píntame lo que descaradamente estropeaste —ordenó la castaña, sacando su lado más salvaje a flote.

Ella venía de una familia de ricos, por lo tanto había vivido cada maldito día actuando con compostura y comprensión. Pero existía una Kyomi oculta que nunca salía a la luz, una que ese imbécil estaba destapando con la gracia de un tractor.

—Arregla lo que despistadamente me estropeaste —rebatió Ken.

Lo mismo era con este chico. Creció rodeado de pandillas, en una vida callejera. Había aprendido a defenderse y a hacer que todos se cagaran de miedo cuando lo vieran, nunca había tenido la necesidad de perder los estribos porque alguien no hiciera lo que él ordenara, sacando a sus mejores amigos, por supuesto.

—La diferencia entre tú y yo es que yo sí traté de ser amable contigo y no lo hice a propósito.

—Me importa una mierda.

—Vete a la mierda. —Segundos más tarde Kyomi fue consciente de lo que había dicho y, arrepentida, llevó ambas manos a su boca. Se desconcía.

—Oh, fue muy duro para tí decir eso —añadió jocoso.

—Voy a-

—Puedes intentarlo —cortó Draken, exortándola a que hiciera lo que tenía planeado de forma amenazante.

—Kenchin... —llamó una voz a espaldas del aludido.

—¿Te crees muy listo? —inquirió Kyomi, frunciendo el ceño. Con total libertad, comenzó a empujarlo repetidas veces por el pecho con su dedo índice, pero el tipo era un maldito poste.

—Disculpa... —dijo una dulce voz a espaldas de la Kobayashi.

Ninguno escuchaba. Se dedicaron plenamente a ofrecerse miradas que, si pudieran matar, hubieran hecho que el contrario estuviera bajo tierra hace mucho. Ni siquiera pestañeaban, en algún momento eso se había convertido en una guerra.

—Kenchin.

—Señorita.

Repitieron las voces, interrumpiéndolos.

—¿¡Qué!? —cuestionaron los dos a la vez, volteándose para descubrir a los culpables.

Kyomi se acomodó su blusa con una sonrisa cuando divisó frente a ella a una asustada jovencita castaña que no tenía para nada culpa de que un idiota hubiera arruinado su día. Draken guardó sus manos dentro de sus bolsillos sin importarle mancharlos cuando vislumbró a Mikey sonreírle de forma socarrona, recordándole que había perdido los nervios y se había comportado como un niño pequeño.

—Kenchin, tienes un cliente —informó el rubio, adentrándose en la tienda de motos.

—Disculpe señorita, pero la vi muy ocupada y pensé que a lo mejor podría necesitar ayuda —dijo la castaña, encogiéndose de hombros con las mejillas sonrojadas.

Draken y Kyomi se miraron de solsayo, por el rabillo del ojo. Luego voltearon nuevamente sus cabezas, indignados. El primero siguió a su mejor amigo rumbo a su local, la segunda contestó de forma amable las palabras de aquella chica, le agradeció de antemano su ayuda.

Y así fue como se conocieron estos dos y como decidieron que, a parte de sus empleos como pastelera y mecánico, su nuevo trabajo era arruinar la vida del contrario.


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Palabras del autor:

Holis. Yo tardo, pero es seguro.

Aquí está el cap de cómo se conocieron estos dos. ¿Qué les parece? ¿Quién tiene la culpa de la enemistad? 🤣🤣🤣🤣🤣

Ay Ken, te extraño, regresa

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Lean comiendo palomitas ( ̄ω ̄)🍿

~Sora.

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