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Capítulo 6. Elliot.

Es una mierda.

Tengo qué decirle, esta vez no hay forma en que pueda mantenerlo oculto por demasiado tiempo.

Tal vez no me dé una paliza, pero va a restringir de nuevo mis putas cuentas y eso me puede mucho más.

Termino lo que queda de mi bebida, justo a tiempo cuando Reynolds entra a la habitación.

—¿La encerraste? —el asiente en confirmación. Bien, un problema a la vez—. ¿Trajeron su cuerpo?

—Si, señor. En pedazos.

—Mierda.

Levanto el vaso para beber un poco más, pero lo he terminado todo y ahora tengo qué ir ahí y decirle a mi hermano que uno de sus hombres está muerto.

Un rompecabezas lanzado a nuestros pies, afortunadamente levantado antes de que alguien pudiera llamar a la policía. Lo último que necesito justo ahora es tener a la ley en mi culo.

—Bien, vigila a la chica. Luego me encargo de ella.

De preferencia con algo que involucre altas sumas de dinero por todas las molestias que ella me está causando.

Dinero fácil, una mierda.

Me está costando mi tranquilidad y la confianza de Christian.

Salgo del estudio y me dirijo escaleras arriba hasta la habitación de mi hermano. Antes de que pueda tocar la puerta, el sonido de fuertes gemidos y jadeos se escuchan de su lado.

Oh, Dios, si...

Golpeo la puerta con fuerza, esperando que se detenga pero no lo hace. La ruidosa mujer con él sigue gritando y gimiendo como si fuera una maldita porno en vivo.

—¿Christian? —golpeo más fuerte—. Necesito hablar contigo.

Los gemidos se detienen, luego las maldiciones aumentan el volumen hasta que mi furioso hermano abre la puerta, cerrándose la bata de baño negra.

—¿Qué mierda quieres, Elliot? ¿Y qué carajos te dije sobre venir a interrumpirme?

Le sonrío para bajar su tensión.

—Que solo si vengo sangrando o muriendo... —me mira de arriba a abajo para comprobar que no es ninguna de las dos condiciones que señaló, e intenta cerrar la puerta—. ¡Espera, espera! No soy yo, es José.

Detiene la puerta y me mira, su ceño frunciéndose cuando el entendimiento llega. Abre la puerta y sale, haciéndome una seña para que lo siga.

—Deberías vestirte, puedo esperar.

Se gira solo para lanzarme una mirada mortal.

—Cierra la maldita boca, imbécil.

Lo sigo hasta su estudio donde dejé mi vaso de whisky vacío. Toma otro vaso y se sirve, solo entonces gira para mirarme.

—¿Qué hay con José?

Agh, carajo.

—Está muerto. Lo cortaron en pedazos y lo dejaron en una zona deshabitada.

Bebe de su whisky mientras yo siento la boca seca.

—¿Cuándo?

—Hace unas horas. Creí que te habían llamado primero, pero Reynolds ya se encargó.

—¿Quién lo hizo? —pregunta de nuevo y desearía tener la respuesta.

—¿Quién no? José se encargó de muchas ejecuciones. —incluida la de Jason Taylor—. Podría ser cualquiera.

—No. —su dedo rodea el borde del vaso mientras piensa—. Fue mutilado. Es más que una simple ejecución.

Creo que le robaron su parte del dinero que le di, pero no voy a mencionar eso.

—Mantendré los ojos abiertos.

Aún no entiendo cómo pudieron llegar a José, pero el idiota debe haber dejado una pista, un cabo suelto.

—¿Es todo? —gruñe.

—Si. ¿Quieres que envíe dinero a su padre y pague el funeral?

Christian se dirige a la puerta y se detiene para mirarme.

—Llama a su padre, me haré cargo de los gastos. Y deja de gastar el maldito dinero como si fuera confeti, ya tengo mucho en mis manos sin tener cargos por enriquecimiento ilícito.

Levanto las manos en un pequeño gesto de inocencia, porque he cumplido con mi palabra. El dinero que Ana no proviene de mis tratos sobre armas.

—Me estoy portando bien.

Gruñe algo más sobre mi siendo un imbécil, pero desaparece en el pasillo para volver con ruidosa allá arriba. Lo que me lleva a pensar en mi propia invitada.

¿Debería presionarla? ¿Dejarla pasar hambre un poco? ¿Romperla un poco así puedo cambiarla por los 500 mil dólares que me faltan?

Tal vez uno de esos bastardos locos metidos en el BDSM quieran comprar una mujer rebelde para entrenarla.

Está encerrada en una pequeña habitación de la planta baja cerca de la oficina de Reynolds, así la mantiene vigilada. Es tarde, así que le envío un sándwich para la cena y me voy a dormir, necesitando olvidarme de todo.

Desafortunadamente todo vuelve a la mañana siguiente y tan pronto como me siento en la silla del comedor. Christian ya está en su silla bebiendo café y leyendo las noticias.

Un golpeteo fuerte llama nuestra atención.

—¿Ruidosa se fue? —trato de distraerlo.

—Si —sus cejas se fruncen cuando otro golpe se escucha—. ¿Tienes a una mujer atada a tu cama?

—No. —levanto mi propia taza de café para tomar un sorbo.

—¿Entonces?

Mierda.

—Es solo una chica que me debe dinero.

Una sola ceja se arquea, pidiendo que explique más. Carajo, no puedo mantener a Ana escondida en su casa, así que hago que Reynolds la traiga.

Él la sujeta con fuerza del brazo mientras la empuja hacia una silla y permanece detrás de ella. No creo que sea tan estúpida como para intentar escapar, pero quién sabe.

—Ana, este es mi hermano Christian. —luego le hablo a él—. Ella estará aquí hasta que salde su cuenta.

Christian vuelve a mirarla y podría jurar que un resoplido sale de él. Ana solo mantiene la mirada fija en él hasta que nuestra cocinera pone un plato frente a ella.

—Sabes que no nos dedicamos al secuestro, ¿Verdad?

Eso me hace reír.

—Descuida, Ana no tiene quién pague por su rescate. Será su pequeño culo el que la saque del problema, ¿Cierto, dulzura?

Ella frunce las cejas y mi hermano pone los ojos en blanco, mirándome después con insistencia.

—Date prisa, no quiero extraños en mi casa. Y mantenla bajo control, tengo suficientes problemas con lo de José para preocuparme por ti también.

—Entendido.

Christian toma el móvil de la mesa y sale, dejándome solo con mi invitada.

—Bueno, dulzura. Parece que estás de suerte, irás conmigo a dónde quiera que vaya.

La escucho resoplar.

Genial.

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