Capítulo 36.
Christian aún está dormido cuando es la hora del desayuno, pero no me sorprende porque eran casi las 4:30 de la mañana y con algunos vasos de ese horrible whisky encima.
Decido darle un poco más de tiempo para dormir y bajo sin hacer ruido, sabiendo que la señora Jones tiene todo listo. Me detengo cuando veo la mesa servida y a Elliot sentado junto a la encimera.
—Te ves horrible. —saludo.
El rubio levanta la cabeza y puedo ver las profundas ojeras bajo sus ojos, un intento de sonrisa se desliza en sus labios.
—Buenos días para ti también, dulzura. —tiene un vaso de agua frente a él—. ¿Sabes? Justo ahora estoy viendo los beneficios de conservarte.
Su mirada se detiene en el borde escotado de mi top deportivo, luego se mueve al pedazo de piel descubierta de mi vientre. La sola idea de que me toque me revuelve el estómago.
—Solo Christian consigue los beneficios. ¿No dormiste bien? —intento cambiar el tema y Elliot lo permite.
—No he dormido en absoluto. Acabo de llegar.
—Eso lo explica. —debería mantener mi curiosidad para ni misma, pero el rubio parece muy accesible—. ¿Estuviste con alguna mujer?
—Nah. Pasé mi noche ganando un poco de dinero en el póker, ¿Eres buena, dulzura?
—¿En el póker? No.
Se ríe un poco de mi, pero se detiene y presiona la mano contra su cabeza en lo que supongo es una resaca considerable. Casi siento lástima por él.
Casi.
—¡Señora Jones! Creo que necesito otra aspirina. —se queja—. O una cerveza, ¿Tiene cerveza?
Gail niega con la cabeza y pone delante de él una taza de café cargado sin leche que estoy segura va a deshidratarlo más de lo que ya está.
—Necesitas algo muy grasoso y picante. —sugiero—. Mi padre amaba los chilaquiles y el tocino a la mañana siguiente de un partido de béisbol.
—¿Si? —sus ojos se iluminan con la promesa de alivio—. ¿Y vas a cocinar para mí?
Mi primer pensamiento es decir que no, pero tengo qué ser más lista que eso. Tener a Elliot de mi lado debería tener algún tipo de ventaja y no solo ahorrarle disgustos a Christian.
—Si, si estás dispuesto a arriesgarte al veneno de ratas. —sonrío por mi pequeña broma, su expresión se vuelve divertida después de unos segundos.
—¿Por qué no? El dolor ya está matándome y las jodidas pastillas no tienen ningún efecto.
—Bien.
Soy conciente de mi desayuno enfriándose en la mesa, algo que huele como omelette de verduras y queso, pan tostado y frutas. Y un insípido café descafeinado.
Me muevo por la cocina tomando los sartenes, el tocino, las tostadas y algunos chiles del refrigerador para preparar una porción grande que podría querer Christian también.
Tomo nota mental de pedir un iPod o al menos una tablet en la que pueda reproducir mi música mientras estoy en la cocina, pero las noticias en la televisión son suficientes por hoy.
El aroma del tocino frito inunda la cocina y el picante de los chilaquiles atrae la atención de Elliot, que prácticamente se llame los labios mientras pongo el queso sobre todo. Y tardé apenas 20 minutos.
—Está listo. —canturreo—. Prepárate para disfrutar el desayuno de tu vida.
—Carajo, dulzura. Debiste decirme desde el inicio que sabías cocinar.
Pongo el plato frente a él con los cubiertos y los toma para comenzar a devorar su comida. El café aún se ve decente, así que acerco la taza.
El sonido de pasos sobre la madera de la escalera atrae mi atención hacia allá para ver a Christian bajar en pantalones de chandal y el cabello mojado de la ducha.
Por un momento mira los platos en la mesa pero viene a la encimera y se sienta al lado de Elliot.
—¿Quieres un poco de eso? —señalo el plato del rubio.
—Carajo, si. Huele muy bien.
Sirvo otro generoso plato y una taza de café para ojos grises, lo pongo frente a él para que comience a comerlo y retrocedo algunos pasos para mirarlos a ambos.
Este par de hombres que perdió a su familia siendo solamente unos niños parecen necesitar el calor de un hogar. No digo que la ama de llaves sea mala cocinera, solo que no puede hacer de esto un espacio hogareño.
Yo sí.
—Es bueno. —dice Christian.
—Oh, lo mejor que he probado, sin duda. Y he pasado muchas noches en el Mile. —agrega Elliot—. ¿Pero esto? La puta gloria.
Eso me hace reír un poco.
—Es tu resaca hablando, eso es todo. Se sentirán mejor después de un buen desayuno y un poco de ejercicio para sudar esas toxinas.
Se miran el uno al otro con el ceño fruncido y me queda claro que la idea les desagrada. Al menos a Elliot que nunca lo he visto hacer ningún tipo de ejercicio, de Christian sé que sale a correr.
Traigo mi plato y el jugo de la mesa para sentarme con ellos en la encimera donde les toma un par de minutos a los dos terminar el desayuno. Con el estómago lleno, Elliot se levantan y se dirige a su habitación a alistarse.
—Gracias por eso, nena. —Christian besa mi cabeza con ternura—. Y aprecio que tú y Elliot estén dejando los rencores atrás.
—Bueno... —mi boca se tuerce en un gesto de fastidio—. Aún llevo mi pistola conmigo en caso de que se ocupe, así que más le vale ser amable.
Christian entrecierra los ojos.
—¿Descargada?
—Nop. —y también conservo el silenciador.
Ojos grises niega un poco con la cabeza, pero no parece molesto en realidad. Tal vez solo le parecemos fastidiosos.
—Como sea, mantenla cerca de ti si te hace sentir segura. —sus manos se apoyan en mi cadera y se mueven hacia atrás, palpando mi culo—. Y trata de practicar un poco, aún no confío en tu puntería.
Idiota.
—¿Prescott puede ayudarme? —pregunto, porque a parte de Christian es el único en el que confío.
—Está ocupado. —gruñe. Se aleja hacia las escaleras pero se detiene antes de subir—. Pero puedes practicar tú sola, tienes la casa entera a tu disposición.
Genial.
Y no tiene qué decirlo dos veces.
.
.
.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro