Capítulo 35. Christian.
—¡Dije que lo siento! —se ríe el imbécil—. Y no vi nada, ¡Lo juro! Pero si ella se pone de pié...
Suficiente. Estoy cansado de estos imbéciles y que se tomen tantas putas libertades.
—Quita tus malditos ojos de ella o haré que Prescott los saque con una cuchara.
Elliot se ríe porque asume que estoy bromeando, pero gira hacia la pared y se cubre los ojos como un puto niño.
—¿Así?
—Jodido imbécil. —gruño, pero es suficiente.
Levanto a Ana del piso con cuidado y traigo la bata que dejó caer, pasándola por sus hombros. Me aseguro de cerrarle el cinturón para que nadie pueda ver su cuerpo y me ajusto la ropa.
—Ve a la habitación, y te dije que no habrá sexo hasta que te sientas mejor.
—¡Me siento bien! —chilla—. La anemia no me impide tener sexo.
Intento mantener la conversación en voz baja pero sé que Elliot escucha y eso me hace enojar.
—Estarás débil, prefiero que descanses. Además, tengo asuntos qué tratar con Elliot. —y con el jodido Prescott.
Ana frunce las cejas en un puchero, pero sale de mi estudio y escucho sus pies descalzos golpeando la madera de la escalera. Solo entonces vuelvo mi atención a Elliot.
—¿Qué carajos quieres?
Se descubre los ojos y gira para mirarme.
—Lamento arruinar tu mamada, hermano. —camina hasta el escritorio y se sirve un puto trago de mi whisky—. Veo que estás recuperando cada centavo de tu dinero.
Mantengo mi vista en él, mi expresión en blanco para no revelar nada. Confío en él, es mi hermano, pero si sabe que Ana es importante para mí podría abrir la boca.
Y eso no la mantendrá a salvo.
Hago un gesto rápido con la mano y vuelvo a sentarme en mi silla, agitando los gastados hielos de mi whisky.
—Es bonita. —digo como si no fuera nada—. Me entretiene.
Mi hermano se ríe y se sienta en la silla frente a mi escritorio, cruzando su pie encima de la rodilla opuesta.
—Si fuera tú, haría que se pusiera implantes grandes. Ya sabes... —pone las manos sobre su pecho simulando tetas redondas—. Soy un hombre de pechos.
Afortunadamente ella es para mí, no para él y sus fetiches.
—Me agrada como está. Ahora dime de una jodida vez a qué viniste, para que pueda volver a mis asuntos.
Elliot se bebe el resto de su trago en un solo movimiento y frunce las cejas de preocupación.
—Alguien jodió de nuevo mi último envío de armas, perdí otros 800 mil y creí que sabrías algo.
—¿Yo? Es tu trabajo, ¿No investigaste?
Cuando hace una mueca de cansancio me queda claro que no hizo una mierda. Es demasiado irresponsable como para preocuparse y quiere que yo lo arregle, como siempre.
—No tengo contactos tan buenos como tú, ¿Crees que podrías hacer que ese amigo tuyo de la policía echara un vistazo?
Lo sabía.
—Eso depende, ¿Vas a pagarle?
Su nariz se arruga.
—Ya perdí suficiente dinero, Christian. No quiero tener qué repartir más con esa rata bocona de la policía. —se levanta de la silla y se dirige a la salida—. Haré que Reynolds envíe a alguien a seguir los camiones, con suerte podría acabarlos en ese instante.
No estoy de humor para seguir lidiando con Elliot, así que lo dejo irse de mi estudio a dónde sea que vaya ahora. Seguramente a gastarse algunos miles en algún casino clandestino.
Me debato entre tomar otro vaso de whisky o subir a la habitación y tener esa mamada que Ana ofreció, pero sé que no podría continuar si su estado se vuelve delicado.
—Carajo, debí mandarle a hacer todo tipo de exámenes tan pronto como estuvo bajo mi cuidado. —me paso la mano por el rostro con frustración—. Tal vez así habría visto las deficiencias de hierro que encontró la doctora.
No puedo creer que ahora tengo una preocupación más.
Sirvo otro poco de whisky y lo bebo todo, necesitando calmar un poco los pensamientos sobre Ana que me consumen.
Jamás admiré frente a nadie que me vuelve loco, que no puedo dejar de pensar en ella, lo cual es raro porque no es como las mujeres que normalmente me atraen.
Ella sigue teniendo ese fuego interno que consume todo a su paso, y creo que me alcanzó. Irónico, creí que quemaría a Elliot en él y a quien consumió en realidad fue a mi.
Una debilidad.
Como si lo hubiera llamado, Prescott golpea la puerta de mi estudio y entra, trayendo una carpeta en las manos con lo que supongo son los conteos de la última producción de crack del día.
—Señor Grey, ¿Desea que el cargamento salga esta madrugada?
El idiota luce tan cansado como yo. Consideraría levantar su castigo si no hubiera puesto "Señora Prescott" en la puta hoja de las citas.
—¿Estás protegiendo a Ana? —más de lo que deberías, es lo que quiero preguntar.
Deja las hojas sobre mi escritorio y asiente.
—Creí que era lo mejor, al menos hasta que usted decida la forma adecuada de manejarlo.
—Así es, es mi maldita desición. Sé que quieres protegerla, pero no tomes atribuciones sobre ella que no te corresponden.
Intento mantener mi expresión calmada pero es obvio que estoy molesto. Y me sorprende darme cuenta que estoy desconfiando de Samuel cuando siempre ha probado lo contrario.
Es un hombre valioso y leal.
—Me disculpo, señor. Solo quise anticiparme a sus necesidades de protección.
Soy incapaz de mantener mi expresión tranquila y él lo sabe.
—Sal de aquí de una jodida vez, me haré cargo del envío mañana. —gruño, tomando de nuevo mi vaso—. Y ve a dormir, luces como mierda.
Mis palabras le divierten pero tiene el sentido común suficiente como para no reírse, y a decir verdad, sé que luzco igual.
Decido dejar el vaso de cristal en el escritorio y yo también voy a la cama, sabiendo que soy el único hombre que la tiene en la cama.
Y así será para siempre.
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