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Capítulo 26. Christian.

Su vestido está en mis mano, las bragas en mi bolsillo y ella desnuda sobre mi cama, su cabello húmedo esparcido por mi almohada.

Jamás dije que podía venir aquí a dormir, aunque tampoco dije que no y la sola idea de sacarla de aquí para que Samuel la vea desnuda en el pasillo me hace enojar.

¿Por qué no puedo dejar de pensar en ella?

Desde que mencionó que era virgen, mi mente sigue yendo detrás de ella en cada oportunidad, imaginando la cantidad de posiciones en las que podría tenerla. Solo yo.

La observo por un momento más como un jodido idiota, como si nunca hubiera visto una mujer desnuda en mi puta vida. Dejo caer su ropa en el cesto de la ropa sucia y yo también me desnudo para tomar una ducha.

Tal vez así logre calmar la lujuria que me provoca.

Elijo agua fría para refrescarme, pero su descaro de hace un momento me tiene sonriendo porque ella simplemente decidió que debía dormir en mi cama y lo hizo. Salgo del baño envuelto en la toalla y tomo un boxer del cajón antes de ir a la cama.

Ana está acurrucada en un lado de la cama, en la perfecta posición para pegarme a su espalda y dejar mi brazo colgando de su cadera, su cuerpo desnudo y cálido tan suave como una almohada.

Por un instante me preocupo por si debería atar sus manos a la cabecera, solo para evitar que toque mi pecho. Desisto cuando la veo profundamente dormida.

Cuando abro los ojos en la mañana, ella aún está aquí envuelta en la sábana blanca como una diosa.

—Buenos días. —mi dedo índice se mueve por su brazo hacia su pecho.

—Hmm. —se gira al lado contrario—. Duérmete.

No, estoy de buen ánimo y preferiría jugar con ella un poco.

—Nena... —mi mano baja ahora por la curva de su cintura y su cadera—. Me gustaría iniciar el día de forma espléndida, ¿Tienes alguna idea?

—Se me ocurrirá algo después de las 9. —murmura tan bajo que me cuesta escucharla.

—Bien, supongo que no eres del tipo madrugador.

Necesitando gestionar la energía extra de mi cuerpo, me cambio por pantalones deportivos y una camiseta para salir a correr. Es una actividad en la cual José me acompañaba porque ambos somos altamente competitivos, o lo era.

—Prescott. —lo llamo cuando me detengo al pie de la escalera—. Voy a salir, vienes conmigo.

De ninguna manera lo dejaré rondar los pasillos teniendo a Ana desnuda en mi cama, y mierda, odio ser tan desconfiado con Samuel.

—Si, señor Grey.

Le doy cinco minutos para que se cambie el traje por otra cosa, mirando impaciente las manecillas desplazarse hasta las 6:32, casi la hora del amanecer.

Prescott se detiene a mi lado y ambos salimos de la propiedad, trotando alrededor de las calles aledañas con enormes casas iguales a la mía. Después de las 7, decido que he tenido suficiente y le indico que volvamos.

Necesito otra ducha, pero antes de subir las escaleras me detengo a darle instrucciones a la señora Jones.

—Huevos con tocino, tortitas, fruta y jugo de naranja. Y para mí un café descafeinado.

Ella asiente y vuelve rápidamente a sus labores. Cuando entro a mi habitación, Ana sigue dormida pero ahora sobre mi lado de la cama, con la nariz enterrada en mi almohada.

—Vuelve a la cama. —me reclama.

—Es tarde. Y perdiste tu oportunidad de tenerme, ahora debo ir al trabajo. —la veo enderezarse con dificultad y abre un solo ojo para mirarme—. Ponte algo de ropa para que bajemos a tomar el desayuno.

Me estoy quitando la ropa sudada cuando ella se pone de pié y se tambalea hasta el clóset. Se envuelve en una bata de baño y la ajusta con los cordones.

—Estoy lista.

—No, no lo estás. Necesitas al menos tres piezas de ropa para salir de esta habitación.

Sus labios se fruncen.

—Ayer llevaba solo una y no te importó.

Ayer no me sentía como un imbécil posesivo.

—Estabas conmigo, yo cuidaba tu espalda. —y tu culo—. Hoy tengo qué salir a GEH, así que apreciaría que vistieras algo que cubra tu cuerpo y no distraiga a mis hombres.

Sobre todo al jodido Prescott.

Hace un puchero con los labios y sale de la habitación, momento que aprovecho para tomar esa ducha. Vistiendo mi usual traje oscuro, bajo al comedor y Ana aparece minutos después.

Intercambia algunas miradas curiosas con Samuel cuando él se detiene en el pasillo para verificar con Hugo mi salida, luego ambos salen de la casa.

Me despido de Ana y subo al auto con Hugo y Grant, pero no nos alejamos demasiado. Les pido que se detengan un par de calles más abajo y que esperen mis indicaciones para volver a la casona. Si mi presentimiento es correcto, y siempre lo es, descubriré lo que Samuel y Ana traen entre manos.

—Ahora. —digo y ellos retornan en la calle.

En lugar de entrar por el portón, ordeno que se detengan junto a la puerta lateral y me dirijo ahí, sabiendo que uno de mis hombres de seguridad vigila la puerta.

—Olvidé algo. —me excuso, y presiono un dedo en mis labios para que guarde silencio.

Intento ser silencioso cuando entro a la casa, ningún ruido llama mi atención lo cual es extraño. Antes de que pueda subir las escaleras para buscarla en la habitación, escucho su risita.

—¡Pero me duele! —chilla.

—Llorona. —responde Prescott—. No es ni la mitad de mi fuerza, eres una debilucha.

—¡Cállate!

¿Qué carajos está pasando aquí?

No me importa que escuchen cuando camino hacia la puerta que lleva al patio trasero, pasando junto a Gail en la cocina. Atravieso la puerta y no puedo creer lo que estoy viendo: Ana, en mallas ajustadas de yoga y una de mis camisetas, con el cabello recogido en un moño y guantes rojos de boxeo en su manos.

Frente a ella, Prescott sostiene un cojín y también lleva un guante, vistiendo ropa deportiva.

—¿Qué mierda significa esto? —gruño, haciendo que ambos dejen de lanzarse golpes y me miren.

—Señor Grey. —Samuel es el primero en adoptar una postura formal—. Solo ayudo a la señorita Steele.

Si, como no. ¿Qué sigue? ¿Tocarle el culo?

—Me enseña defensa personal. —Ana levanta los guantes para que los mire—. Aunque prefiero utilizar una pistola, es más rápido.

Lo más sensato que ha dicho en las últimas horas.

—Tú. —señalo a Prescott—. Regresa a tu puto trabajo, no te pago para hacer de instructor. —luego me dirijo a la pequeña chica—. ¿Quieres aprender a defenderte? Te enseñaré. Siempre recurres a mi, no a Prescott. ¿Queda claro?

Sus cejas se fruncen un poco, pero asiente y es todo lo que hace falta para que decida hacer un cambio de planes a los actividades diarias.

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