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Capítulo 23.

Oh, Dios. Estoy acabando con la uña de mi pulgar de los nervios, la picazón de la cortadura y las pequeñas manchas de sangre no me detienen.

La puerta de la habitación de Christian se abre poco después, él entra manteniendo su mirada en mi y luciendo muy preocupado.

—¿Va a llevarme? ¿Me quiere matar? —digo todas mis dudas fuera de mi mente.

—No. —presiona los labios con fuerza, luego exhala—. He pagado tu deuda con él, ya no tiene motivos para venir detrás de ti.

—¿De verdad? —no quiero parecer emocionada, pero funcionó, ¡Mi plan funcionó! —Gracias, Christian.

Me lanzo sobre él, rodeo su cuello con mis brazos y lo beso, aliviada de evadir la tortura en manos de Elliot, Reynolds o cualquiera de sus socios.

Cuando Christian no me devuelve el beso, caigo en cuenta que he pasado de un dueño a otro como si fuera una joya o un jarrón bonito. Espero que al menos el hombre de ojos grises sea más accesible.

—Dime por favor de qué manera puedo pagarte lo que gastaste en mi. —digo, apartándome y tomando una distancia prudente.

Una sonrisa que no alcanza a tocar sus ojos se estira en sus labios tensos.

—Yo no estoy en contra de que me pagues con sexo. De hecho, lo prefiero. El dinero no representa nada para mí.

Intento respirar sin que se note la ansiedad en mi cuerpo, manteniendo mi atención todo el tiempo sobre mi salvador.

—También puedo pagar. Firmaré un pagaré y conseguiré tres trabajos de ser necesario.

Un pequeño gesto le arruga la nariz.

—Hablaremos de eso después, ¿De acuerdo? Por ahora me debes una cena y la quiero, pero esta vez te llevaré a un lugar.

El cambio de tema me viene bien, y levanto las cejas en sorpresa con la mención de una salida, solos, como en una cita.

—¿Es un lugar elegante? ¿Cómo debo vestir?

Ahora sí sonríe, se acerca a tocar un mechón castaño de mi cabello entre sus dedos.

—Vestido, zapatillas. —dice en tono aburrido—. No uses sostén, y tengo tus bragas, no necesitas otras.

Es mi turno de sonreír, mordiendo mi labio inferior y jugar a su juego, incluso levanto la barbilla para darle una respuesta.

—Tengo un cajón lleno de bragas, señor Grey, puede quedarse con las otras. —el desafío en mis ojos lo hace fruncir las cejas, pero el gesto es más seductor que molesto.

—He dicho que sin bragas, señorita Steele. No querrás que desaparezca el resto de tu ropa.

Oh, carajo. La sutil amenaza de mantenerme desnuda no debería encender un fuego en la parte baja de mi vientre pero lo hace, su voz, sus palabras hechizándome.

Esta vez no se va. Permanece en su estudio de la casona con Prescott hasta que es hora de alistarme. Reviso el clóset y elijo otro vestido negro con la espalda totalmente descubierta, estoy segura que si me inclino al frente, la parte delantera caerá revelando mis tetas.

—Nada que no haya visto antes. —me río en voz baja, a pesar de que estoy sola.

Debo estar enloqueciendo.

Recojo mi cabello en un moño alto y apretado, me perfumo y maquillo mis ojos. Rebuscando dentro de las pocas pertenencias que poseo, encuentro el labial que me dió la rubia y decido usarlo.

Mi ropa, normalmente en tonos oscuros, resalta el labial rojizo sobre mis labios haciéndolos ver voluptuosos y apetecibles. Tal vez pueda ensuciar un poco a Christian con mi labial.

Estoy terminando de atar las zapatillas cuando alguien golpea mi puerta, así que camino hacia ahí y abro para ver a Prescott ahí con una sonrisa.

—El señor Grey quiere salir ahora.

—Estoy lista.

No llevo bolso, así que cierro la puerta y lo sigo hasta la escalera, Christian espera en la sala con un vaso de whisky en la mano. Lo deja en la repisa sobre la chimenea y se gira para mirarme.

—¿Te gusta? —me paso las manos por la tela brillante. No llevo joyas, ni aretes, solo el vestido y las zapatillas.

—Me gusta. —sonríe y estira el brazo para que lo tome—. Nuestra reservación está lista.

Genial. Esperaba que fuéramos a un restaurant muy elegante, tal vez en la aguja espacial o en algún lugar concurrido, así que siento un poco de decepción cuando Prescott conduce hacia el Columbia Tower.

—Oh, ¿Vamos a cenar aquí? —pregunto cuando la puerta se abre en el piso del restaurante—. ¿Este lugar?

Su ceño se frunce.

—Mi restaurante.

¿Suyo? Todo este tiempo creí que era de Elliot. El maitre se apresura a saludar a Christian y lo veo hacer una doble toma hacia mí, reconociéndome.

—Señor Grey, bienvenido. —camina a su lado mientras nos lleva a la mesa del fondo—. Señorita.

Aparta la silla para que yo me siente mientras Christian hace lo propio, chasquea los dedos al chico en la barra y una botella de  vino es puesta al instante en nuestra mesa.

—¿Qué les puedo ofrecer esta noche? —esta a punto de poner los menús en la mesa pero mi acompañante le hace un gesto con la mano que lo detiene.

—No había venido en un tiempo, así que tráenos la especialidad del chef.

—Por supuesto, señor Grey. —el pobre hombre casi hace una reverencia—. Con su permiso.

Me mira brevemente de forma acusadora, luego se retira para darnos privacidad. Observo a los comensales de las mesas cercanas hasta que Christian golpea nuestra sus dedos contra la madera.

—No pareces sorprendida, ¿Estuviste aquí antes?

—Si. —no tiene caso mentirle al hombre que acaba de salvarme la vida—. Aquí fue donde negocié con Elliot.

La mirada de ojos grises se endurece y su boca hace una mueca de molestia, seguramente fastidiado de lidiar con este asunto y su hermano. Cambio el tema para hacer más agradable su noche, le contaré chistes si es necesario solo para entretenerlo porque estoy en deuda con él.

—Ahora dime una cosa, ¿Haz estado todo el día por ahí cargando mis bragas? —la hermosa sonrisa en su rostro me colorea las mejillas.

—Por supuesto que sí, ¿Hiciste lo que te pedí?

¿Sobre no usar bragas o sostén? Creo que lo sabe, pero eso no me impide jugar con él.

—Descúbrelo tú mismo, Christian.

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