Capítulo 22. Christian.
Estoy perdiendo mis putos nervios aquí, lo juro. Si no fuera por la media botella de whisky que bebí, habría lanzado todo contra la jodida pared.
—No estoy bromeando Grey, pagué por el cargamento entero por adelantado, ¡Quiero mis putas armas ahora!
—Las envié esta madrugada, yo mismo supervisé el envío.
—Bien.
Rodney termina la llamada, y agradezco en silencio que el maldito asunto esté resuelto ahora.
Elliot envío ayer un pedido de armas de diversos calibres que tenía que llegar al norte, pero no lo hizo. Ni siquiera fueron robadas o incautadas por la policía, el puto camión explotó en medio de la autopista como si fuera el jodido 4 de Julio.
Normalmente dejaría que Elliot se encargue, pero este es un cliente importante y esto fue una advertencia. Una que no quiero pasar por alto, así que después de asegurarme que la mercancía será repuesta, me dirigí a mi propio laboratorio de crack para asegurarme que no hay nada sospechoso.
Todo bajo control.
Alguien golpea la puerta de mi oficina y Hugo entra, trayendo un pequeño contenedor en su mano. Lo pone sobre mi escritorio con cuidado, luego retrocede un par de pasos.
—Prescott envío esto, señor. Insistió en que solo usted podría abrirlo.
¿Yo? ¿Es una bomba? Después de lo de anoche, no voy a confiarme.
—Ábrelo. —ordeno.
Hugo toma el contenedor y lo destapa, mira adentro con las cejas fruncidas y saca una nota escrita a mano que lee rápidamente.
—“Señor Grey, la señorita Steele me pidió que le hiciera llegar este obsequio”.
¿Un obsequio?
Hugo deja la tarjeta en mi escritorio, intenta meter las manos en la caja pero lo detengo porque estoy seguro ahora que no es un peligro.
—Es de Prescott, vete.
El chico lo hace, cerrando la puerta cuando sale y volviendo a su puesto de vigilancia en el piso de abajo. Tomo la caja y la atraigo hacia mi para mirar el interior, un pequeño envoltorio de tela en el fondo.
Lo pongo sobre el escritorio y retiro la liga que lo sostiene junto, luego miro lo que parece un diminuto retazo de encaje negro.
—¿Qué mierda? —lo levanto con un dedo y la forma se revela ante mi—. ¿Una tanga?
Las bragas de Ana. Jodida mierda.
Prometí volver para la cena y luego pasó esto, por lo que lo olvidé completamente. Tomo las bragas en mi puño e inhalo. Como lo supuse, las llevaba puestas y seguramente las envío para recordarme lo que perdí.
La oportunidad de meterme de nuevo entre sus piernas.
Carajo, la chica me está volviendo loco. Mis pensamientos están invadidos por esos ojos claros, sus labios y su boca lista. Cuando estoy con ella, no puedo pensar en nada más.
Me ha convertido en un cavernícola y eso no es bueno para el negocio, porque tengo enemigos, personas que esperan tomarme desprevenido para acabarme. Y Ana es una distracción.
Una de la que no puedo obtener suficiente.
Miro el rolex en mi muñeca y me percato que apenas es la hora del desayuno, puedo interrumpir sus actividades del día y cogerla como prometí, si. Eso haré.
Meto el trozo de tela en mi bolsillo y me levanto, listo para llamar a Hugo y a Grant para que me lleven a la casona cuando el móvil timbra sobre mi escritorio. El nombre de Prescott aparece en la pantalla.
—Lo recibí —digo apenas contesto—. Dile que me espere en mi habitación.
—Señor Grey. —Samuel interrumpe con voz seria—. Elliot está aquí, intenta entrar a la casa...
... Para llevarse a Ana, termino la oración por él. Jodido Elliot, debí suponerlo debido a lo que pasó con su cargamento. Perdió más de un millón de dólares y ahora quiere recuperarse vendiendo a Ana.
Termino la llamada de Prescott mientras salgo de la oficina, bajo las escaleras con rapidez y localizo a Hugo al frente de los camiones, preparando el envío que cruzará la frontera esta noche.
—Llevame a Broadview. —ordeno.
Voy directo al auto y me subo al asiento trasero mientras mis hombres suben al frente, conduciendo tan rápido como les es posible, sin hacer falta que lo diga. En apenas minutos estamos deteniéndonos en la reja de entrada.
A lo lejos, en el camino frente a la casa se encuentra el auto de Elliot, con él y Reynolds apuntando sus armas al impacible Prescott en el porche.
Prácticamente salto del auto antes de que se detenga del todo.
—¿Qué mierda está pasando aquí? —grito—. Elliot, ¿Qué carajos quieres?
Mi hermano baja su arma y encoge los hombros, como si fuera un simple malentendido. Reynolds aún apunta a Samuel con su arma.
—¡Christian! Qué bueno que llegas, dile a tu perro que vengo por algo que es mío.
Prescott mantiene la mirada en ambos.
—Bajen sus putas armas ahora, ésta es mi maldita casa, carajo.
Elliot pone la escuadra de vuelta en sus pantalones, pero Reynolds vacila un jodido momento, el maldito imbécil desobedeciendo mi orden.
Finalmente la baja, pero no la guarda. Su dedo aún está cerca del gatillo.
—Habla rápido, y sé claro. —me acerco a Elliot. Le hago una seña para que camine conmigo a un costado donde nadie escuche—. No he dormido nada, Elliot. No jodas con mi paciencia.
Para él es una broma, siempre lo es.
—Necesito dinero, hermano, ya sabes. —se frota las manos con ansias—. Me llevo a la chica para cobrar el dinero, estoy seguro que está casi recuperada, ¿Verdad?
No gracias a ti, imbécil.
—No.
—¡Oh, vamos Christian! ¡Es mi deudora! —se queja.
Mierda.
Debería acceder y dejar que se la lleve, pero no puedo. Imaginarla en manos de Elliot, luego en ese club de bondage y siendo jodida por otros me hace enojar.
—No he terminado con ella. —recuerdo, pero por supuesto Elliot no lo sabe. ¿O si?—. Yo te daré el puto dinero.
—¿Qué? —los ojos de Elliot se abren tanto que podrían salirse—. ¿Quieres comprarla?
—Si.
—¿Por qué? —insiste. No está obteniendo ningún puto detalle.
—La cogí, es mía.
El rubio se ríe.
—¡Elige otra puta, Christian! Esta tiene que pagar por sus mentiras.
—¿Pagar? —me acerco y el apuñalo el pecho con mi dedo—. Por tu culpa José está muerto, mi segundo al mando, un hombre mucho más valioso que tú.
José era leal, obediente y confiable. Elliot es una puta sabandija arrastrándose por cada jodido dólar.
—Ouch. —bromea—. Eso duele, hermanito.
—No estoy jugando, Elliot. Toma el puto dinero y sal de mi maldita propiedad de una vez, o de verdad voy a poner una bala en tu cabeza.
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