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Capítulo 21.

Apenas estoy despabilando el sueño de mis ojos cuando la puerta de la habitación se abre de golpe y Christian entra. Prácticamente salta a la cama y se detiene encima de mi cuerpo, sosteniendo su peso con sus brazos.

—¿Creíste que una mamada podría evitar que te cogiera? —gruñe con los dientes apretados—. No he terminado contigo.

Está vestido con su usual pantalón y camisa negros, listo para bajar a tomar su desayuno como cada mañana, lo que me desconcierta son las sombras oscuras bajo sus ojos.

—Yo no... —balbuceo sin saber cómo terminar. ¿Está aquí, furioso, porque no tuvimos sexo anoche?

—Nadie me dice que no.

Oh. Supongo que no recibí el memo.

—¿Y tú quieres que lo hagamos ahora? —mi cerebro aún está muy confundido, sobre todo porque es muy temprano.

¿Ha estado pensando en esto toda la noche?

—No, pero esta noche. Te volverás a arreglar para mí, me mostrarás toda esa ropa sexy que compraste y luego voy a cogerte hasta que te desmayes.

Carajo, me pregunto si eso será físicamente posible. La parte positiva de esto es Christian, siendo consumido por sus pensamientos sobre mi.

—Si, señor Grey. —susurro, más que nada para que se quite de encima.

Lo hace, se acomoda su ropa perfectamente planchada por la señora Jones y se dirije a la puerta. Apoya la mano en el perilla, pero aún no la gira para abrir.

—¿Prescott la vió? —¿Ver, qué? Balbuceo—. Tus compras, ¿Prescott las vió?

—Pagó por ellas. —digo, haciéndolo obvio. Las escogió, sería una descripción más acertada.

—Imbécil. —gruñe y sale, azotando la puerta.

Aún estoy en la cama cuando alguien llama a la puerta y luego abre, es Prescott mirándome con algo de cautela.

—Levántate, niña. El señor Grey te espera en el comedor.

—Agh... —aparto las cobijas y me siento en la orilla de la cama—. Él estuvo aquí hace un segundo, podría haberlo dicho. —me parece absurdo que mande a su empleado a hacer algo que pudo decir él mismo—. Por cierto, preguntó sobre las cosas que me compraste.

Sus cejas se fruncen ligeramente, pero lo vi.

—Supongo que quiere darme un cheque en agradecimiento por su  noche salvaje. —Prescott sonríe—. ¿Y mañana salvaje?

Ni siquiera voy a tratar de explicar lo que ocurrió anoche, y como prácticamente saltó sobre mi esta mañana. Lo único que sé es que el plan parece estar funcionando.

Me cambio rápidamente, recojo el cabello en una coleta y bajo al comedor, sentándome a su lado en absoluto silencio. Los platos de comida ya están puestos con una variedad de panqueques, frutas, jugos y huevos fritos.

Lanzo una discreta mirada hacia el puesto de Christian y sonrío al ver la humeante taza de café. Tengo una igual y un vaso de jugo de naranja, y me siento como en uno de esos hoteles elegantes de los anuncios.

—Come. —gruñe, manteniendo la atención en el móvil—. Necesitas fuerzas para esta noche.

El calor sube por mis mejillas y se hace más intenso cuando escucho a la ama de llaves del señor Grey toser desde la cocina. Dios, ¿Cómo es que todos se enteran de lo que pasa en esta casa?

Después del desayuno, Christian sale de la casa sin una palabra de despedida, simplemente lo escucho ladrar órdenes a los hombres que lo acompañan y luego el sonido del auto alejándose.

Todo se queda en silencio, lo que solo hace aumentar mis miedos y preocupaciones.

¿Lo hice enojar? ¿Estoy empujando mucho sobre su límite?

Las preguntas siguen dando vueltas en mi cabeza incluso cuando realizo otras actividades, como mi lección de defensa personal con Prescott. Lo único que consigo es terminar con el culo lleno de tierra y un pequeño golpe en mi muslo donde caí contra el piso.

El libro que tomé para leer quedó descartado sobre la cama porque soy incapaz de comprender el texto, a pesar de haberlo leído cuatro veces.

Decido que debería aprovechar el tiempo arreglándome para la cena, tomando un largo baño en la tina, depilarme, buscar un revelador vestido con escote en la espalda y luego voy por lencería de encaje.

Estoy peinada, maquillada y lista cuando la señora Jones sirve la cena en la mesa, incluso agregó un vino tinto para acompañar la comida. Me siento un poco ansiosa, pero me niego a beber algo de alcohol hasta que Christian llegue.

Y es extraño. Normalmente está aquí un poco antes de la hora, bebiendo un poco de whisky en su estudio y por ahora ni sus luces. La cena comienza a enfriarse, mi ansiedad aumentando y la impaciencia de Prescott, que no lo veo pero escucho su voz a lo lejos.

Treinta y cinco minutos más tarde, Gail Jones se acerca con una tímida sonrisa.

—¿Quiere que caliente su cena, señorita Steele?

—No, gracias. —perdí el apetito—. Pero sírvame un poco de ese delicioso vino que eligió hoy.

Vierte el líquido en mi copa y tomo algunos sorbos, pongo la copa en la mesa cuando escucho algunos pasos acercándose por el pasillo de servicio. Prescott lleva el teléfono pegado a la oreja y sale por la puerta principal sin decir una palabra.

Oh, Dios. ¿Christian estará bien? Ni siquiera sé por qué me preocupo, pero lo hago. Mi estómago se retuerce en la duda momentáneamente, porque Prescott vuelve a entrar a la casa y se dirige a mi.

Mi atención está toda en él, que solo me mira.

—¿Qué pasó? ¿Dónde está Christian? —pregunto.

—Inconvenientes. —gruñe, ni siquiera contesta a mi pregunta—. Es probable que no venga esta noche.

—Mierda.

Me recuesto en la silla, solo pensando. ¿Qué tipo de inconveniente? ¿Uno con lápiz labial y piernas largas? ¿De su negocio ilegal? ¿Problemas con la policía?

Me sorprende darme cuenta que estoy preocupada por él y lo extraño, así con toda su intensidad masculina. Me pregunto si debería hacer un movimiento, dándole algo para que piense en mi.

Achispada por el vino que he estado tomando, me retuerzo en la silla un poco para sacarme las bragas que él tan ansiosamente quería ver. Bueno, está obteniendo un vistazo de ellas.

Prescott me mira con un gesto mitad intriga y mitad diversión.

—Toma. —hago una bolita del encaje—. Dale esto a Christian por mi.

Extiendo la mano para que él lo tome, pero su nariz se arruga en una mueca.

—No creo que debería tocar tu tanga, Ana.

¿Tienes asco? Está prácticamente nueva.

—¿Por qué no?

—Quiero conservar mis dedos. Y mi mano. —se ríe—. Si quieres que se las envíe, al menos envuélvelas en algo que no sea tan obvio. Mierda, juro que te estás volviendo tan rara como él.

Tiene razón, no puedo solo darle mis bragas a Prescott. Tomo un pequeño pañuelo de un cajón de la mesita y hago un pequeño paquete que ato con mi liga del cabello.

—Aquí está. —por fin acepta el pañuelo—. Esto es para Christian y esto es para mí.

Digo lo último tomando mi copa y la botella del vino tinto para llevarla a mi habitación y calmar ahora mis nervios de esperar a saber la reacción del hombre de ojos grises.

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