Capítulo 15. Christian.
Dejar a Prescott en la casona de Broadview no es algo que deseé hacer, sobre todo con el puto lío que armó Elliot, pintando un jodido blanco en mi espalda.
Pero no confío en nadie más, así que Prescott tendrá que ser el jefe se seguridad desde mi casa, mientras este otro fulano me lleva hasta Grey House.
—Estaciona en el garaje, ¿Avisaste al guardia que íbamos en camino? —el jodido idiota niega sin mirarme—. Ya lo llamo, señor.
Imbécil.
El hombre sentado a su lado le manotea el teléfono y le ordena que mantenga los ojos al frente en el tráfico de Seattle mientras él realiza la llamada.
Tan pronto como estoy dentro de mi edificio, respiro con más tranquilidad y me dirijo por el ascensor hasta mi piso, mi secretaria ya está ahí esperando con mi café.
—Bienvenido, señor Grey. Tengo lista su agenda y los últimos reportes de su contador. —Andrea carraspea, dejando las hojas hechas a mano debajo del reporte de actividades diarias.
Una simple fachada para mis actividades ilícitas.
—Gracias. Y por favor, comunícame con Welch.
—Si, señor.
Ella sale de la oficina y algunos segundos después, la conexión de la llamada timbra en mi teléfono de escritorio. Cuando descuelgo, escucho el saludo de Welch.
—Señor Grey, buen día.
—Welch, ¿Cómo estás? —pregunto como una mera formalidad—. ¿Tienes alguna novedad para mí?
—Nada aún, señor. ¿Quiere que contacte con más personas?
—No. —mientras menos personas se involucren, mejor será.
—Entendido, señor Grey. No sé preocupe por nada, me haré cargo.
Eso espero.
Vuelvo mi atención a los documentos en mi escritorio detallando las futuras operaciones de Grey Enterprise Holdings sobre las pequeñas compañías en banca rota, un proceso que ya tenemos muy bien ensayado.
Después del almuerzo le pido a Andrea que dé por terminadas mis actividades del día y salgo de mi oficina para volver a Broadview. Normalmente estar en casa me da tranquilidad, pero no la he sentido desde que Elliot trajo sus problemas a mi puerta.
Tal vez ahora que por fin se largó de vuelta a Bellevue pueda retomar mis actividades, o al menos dormir con tranquilidad. El hombre que pertenece a mi nueva escolta abre la puerta del auto y asiente a modo de saludo.
—Señor Grey, estamos listos.
Imbécil. Él tiene qué estar listo todo el puto tiempo para cuando yo lo necesite, no al revés. El nombre del fulano viene a mi mente con un vago recuerdo.
—Llévame de vuelta a mi casa, y asegúrate que este idiota mantiene la vista al frente. —gruño en dirección a Hugo, el primo de José que con su muerte ha subido de nivel.
El camino es más lento de lo que debería, pero las gotas de lluvia que comienzan a caer sobre el cristal me distraen lo suficiente para no perder la paciencia. En cuestión de minutos el auto está atravesando la reja de la entrada.
Salgo del auto cuando Grant abre mi puerta, dirigiéndome hacia el porche y hacia la puerta principal pero me detengo cuando veo a Prescott en un extremo mirando hacia un gran roble junto a la casa.
—¿Por qué estás vigilando el perímetro? ¿Algo pasó?
Gira para mirarme con una sonrisa divertida.
—No, señor. Solo mantengo mis ojos en Ana. —señala con la cabeza hacia el árbol.
Me detengo a su lado y miro con atención hacia la chica, que lleva una bata de satén y encima una gabardina, el agua de lluvia goteando del árbol a su cabeza.
—¿Qué carajos hace? —gruño, porque es la cosa más ridícula que he visto nunca—. ¿Y por qué mierda está descalza?
Debe estar perdiendo completamente la cabeza porque levanta los brazos al aire y gira, haciendo un charco de lodo bajo sus pies descalzos.
—Está bailando, señor.
¿Bailando? ¿En la jodida lluvia?
—¿No puede hacerlo en la sala? ¿O en la habitación? —miro alrededor para encontrar a los otros guardias que custodian mi casa observándola—. ¿O está intentando dar un puto show?
Prescott se ríe como si esto fuera lo más divertido de ver mientras algunos hombres comienzan a reunirse cerca de la orilla. La observan con sonrisas aprovadoras.
—Casi se ve linda, como un pajarillo asustado tratando de levantar el vuelo.
Tengo qué girar la cabeza para mirarlo y comprobar que las jodidas cursilerías en realidad vienen de él, porque seguramente está tratando de meterse en sus bragas.
¿Sabe que es virgen?
—Trae una puta toalla limpia antes de que a la chica idiota le de pulmonía o algo así. Rápido.
Samuel se aleja, así que me acerco a Anastasia porque ella sigue dando vueltas, atrapando cada gota de lluvia que cae. Pequeños ríos corren por su rostro de manchas verdosas, pero al menos ya no está hinchada.
—¿Qué carajos crees que haces? ¿Intentas morir?
Ana deja de girar y frunce las cejas, lo que provoca que las gotas de lluvia caigan por los bordes de su rostro. Y parece que la gabardina no hizo nada por protegerla de la lluvia, puesto que el jodido camisón está pegado a su cuerpo y muestra sus pezones erectos.
—¿Cree que quiero morir? —gruñe. A mí.
—Eso parece. —meto las manos a los bolsillos y las gotas de lluvia se acumulan sobre mi cabello—. A menos que tengas una razón para estar aquí, en la lluvia fría sin la ropa adecuada.
Presiona los labios con fuerza y levanta la barbilla en desafío.
—Solo quería salir de ese encierro y respirar aire fresco. ¿O aún cree que debería esconder mi horrible cara?
¿Horrible?
—Me importa una mierda que estés haciendo esto, lo que me molesta es que estés distrayendo a mis hombres con tu exhibición. Y eres una prisionera.
Sus ojos se abren y su boca magullada cae abierta de la impresión.
—Creí que era la prisionera de Elliot, no tuya.
¿No lo es?
—Es lo mismo. —aclaro mi voz ligeramente—. Ahora ve adentro y date una ducha caliente para quitarte el frío. Luego alístate para la cena.
Ana me mira con atención, gira sobre sus talones desnudos y camina hacia el porche de la casa, donde Prescott ya la está esperando con una toalla. La envuelve alrededor de sus hombros con una jodida sonrisita.
—¿Ana? —llamo su atención antes de que se vaya—. No eres mi prisionera, pero mientras estés en mi casa, harás lo que yo jodidamente diga, ¿Entendiste?
Ella asiente para hacerme saber que lo entendió, y con eso entra en la casa.
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