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Capítulo 14.

Quería atraer la atención de Christian siendo una chica segura de si misma y retadora, pero Elliot me convirtió en una muñeca rota.

Él no ha venido a verme desde que desperté, ni debería. No soy su problema para resolver. Pero cada vez que la puerta de la habitación se abre, puedo ver a Prescott parado en el pasillo vigilando el ingreso de la ama de llaves, el doctor y de una enfermera.

Cuando el último medicamento de la tarde es aplicado, intento enderezarme un poco pero no lo consigo. El dolor atraviesa mi cuerpo de un lado al otro, irradiando desde el costado derecho.

—Quédate quieta —escucho la voz del hombre de Grey—. Tienes una costilla rota.

Agh, maldito Elliot Grey.

—¿Así que es así como se siente, eh? —me recuesto de nuevo en la cama.

Mi visión es un poco borrosa por los pómulos hinchados, y no quiero ver el aspecto del resto de mi cara porque puedo imaginar lo que veré: Elliot me usó para sacar su enojo por decirle a Christian sobre nuestro trato.

Y por lo que escuché de la ama de llaves, ahora tiene más motivos para odiarme, si es cierto que su hermano lo echó de la casa.

—Si, duele con cada respiro. —responde, pero hay un poco de diversión en su voz. No como lo había en Reynolds, ese bastardo me odiaba.

—¿Puedo pedirte un favor? —no sé si pueda hacerlo, pero lo digo—. No dejes que el señor Grey me vea así.

Algo parecido a una risita viene de él.

—Cariño, nadie debería verte así.

Oh, mierda. Quisiera mantener en Christian la imagen aguerrida de mi, no esta versión desastrosa y magullada.

—¿Es tan malo?

No puedo verlo con claridad porque su cuerpo en una gran mancha borrosa que se mueve dentro de la habitación y cierra la puerta. No tengo miedo, pero desconfío de él.

—Es malo. Voy a ser honesto aquí y decir que es una suerte que respires. Y el señor Grey se siente responsable de lo que te ocurrió, así que tampoco quiere acercarse.

¿Culpable? ¿Un criminal? Porque lo es, ¿No?

—Dile que es mi culpa, no sabía lo peligroso que era Elliot. De hecho, hay muchas cosas que no sé de ustedes.

Creí que Prescott permanecería callado, ocultado las actividades de su jefe. En cambio, carraspea ligeramente y agrega con un tono más serio.

—Somos peligrosos, cariño. No debiste involucrarte con Elliot, mucho menos con Christian y cuánto más sepas, menor será tu posibilidad de salir de aquí.

Mierda.

El solo pensamiento de terminar como esclava, o peor aún, como un reporte de desaparición en el periódico me causa en escalofrío.

Lo cierto es que debí seguir mi instinto y solo alejarme, pero mis deseos de venganza eran más fuertes que cualquier pensamiento. Y ahora mi vida ha acabado.

Intento mirar al techo porque es lo único que distingo por su color claro y suspiro. Tal vez debí dejar que Elliot acabara conmigo, o tal vez regrese a terminar el trabajo.

Por el rabillo del ojo veo a Prescott girando para volver a abrir la puerta, pero lo detengo con una última confesión.

—No quiero ser débil. Me niego a vivir mi vida mirando siempre sobre mi hombro.

—Pues no lo seas. —dice, haciéndolo sonar fácil—. No seas una chica frágil, aprende de tus errores y haz algo. Aquí, solo los fuertes sobreviven.

Mi enojo se enciende, pero estoy segura que no tiene el efecto esperado con mi cara hinchada y amoratada, o mi costilla rota porque ese imbécil debió patearme cuando perdí la conciencia.

—¿Cómo lo hago? —es más un reclamo que una pregunta—. No tengo fuerza, ¡Mírame!

—¡Usa la puta cabeza! —se inclina para estar en mi línea de visión—. Sé más lista. ¿No puedes enfrentar a Elliot con tus puños? Aprende a usar una maldita arma. Porque él volverá por ti, y más vale que estés preparada.

Prescott sale de la habitación con un ligero azote de la puerta, su consejo ocasionándome una crisis.

—Pero tiene razón, es cierto. Debo estar lista para cuándo él vuelva, porque Christian no estará para protegerme.

O si desee hacerlo, después de todos los problemas que le he causado.

Lo pienso otra vez, doy vueltas en mi cabeza e intento encontrar una solución. Ni siquiera sé por dónde comenzar. Me levanto con cuidado de la cama y voy al baño en el extremo, decidiendo que la mejor motivación será ver mi rostro.

El espejo no es más que un plástico reluciente porque obviamente el cristal podría ser usado como arma. Enciendo la luz y me detengo ante el reflejo deforme de mi rostro.

Mis ojos están morados, ambos. Los pómulos hinchados y los labios maltratados, pero al menos el corte en la ceja no sangra. Una gran marca roja se extiende por mi cuello en forma de dedos porque seguramente intentó estrangularme.

Prescott tiene razón, si quiero sobrevivir tengo qué aprender a defenderme. Ahora. Antes de que no quede nada de mí para proteger.

Voy a la puerta y me sorprende que abra a la primera. El sonido del metal debe alertar a mi guardia, porque asoma la cabeza desde la habitación de al lado.

—¿Necesitas algo?

—Si. ¿Podrías decirle a la señora Jones que necesito hielo? Mucho hielo. —para meter mi cuerpo entero en él—. ¿Por favor?

Una divertida sonrisa se estira en sus labios.

—Claro que si. ¿Algo más que necesites? ¿Comida? ¿Un cóctel de medicamentos? ¿Lecciones de defensa personal?

Decido que Prescott podría ser mi persona favorita.

—Creo que voy a aceptar tu oferta de las lecciones de defensa. Y espero que a tu jefe no le moleste...

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