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Capítulo 12.

—Oh, ¡Vamos, Christian! Debe ser una broma.

Me detengo tan pronto como escucho la voz de Elliot por el pasillo que lleva al comedor. Miro sobre mi hombro para ver al hombre de Christian detrás de mí, también escuchando la conversación.

No me presiona ni me obliga a caminar como Reynolds hacía, y decido que lo prefiero mucho más a él y a su jefe. La profunda voz de Christian llama mi atención de nuevo.

—¿Me ves riendo, imbécil? He dicho que la chica se queda aquí, bajo la vigilancia de Prescott, al menos hasta que la mitad de su rostro no luzca como papilla.

—¡Agh! —gruñe—. Conseguí que la aceptaran tus amigos del club de bondage, ¡Les dije que era el jodido sueño húmedo de todo sádico!

Sádico. Un escalofrío de terror me recorre la espalda y me estremezco, pensando si mi plan de llegar a Christian no va a matarme en el intento.

—No puedes quedarte aquí. —el guardaespaldas sususrra a mi espalda, y sé que tiene razón.

Enderezando la espalda y cuadrando los hombros, salgo del pasillo y me dirijo a la silla junto a Christian, con Elliot enfrente.

Ambos se quedan callados mientras lo hago, dirigiendo solo breves e incómodas miradas entre ellos.

—Buenos días. —saludo.

Elliot es el primero en reírse.

—¿Buenos días? ¿Viste tu cara? —mi ceja buena se frunce.

—Mi rostro va a sanar, ¿Cuál es tu excusa para tu cara de mierda?

La sonrisa se le borra en el instante, las cejas de Christian se disparan en su frente.

—¡Agh! ¿Lo ves? —gruñe hacia su hermano—. La perra se merece otra paliza.

Christian pone los ojos en blanco con un gesto exagerado.

—Cierra ya la puta boca, Elliot. —vierte más licor en su vaso a pesar de que está medio lleno—. Carajo, siento como si Mía estuviera de nuevo en casa.

¿Mía? ¿Quién carajos es ella? ¿Su novia?

—Lo de Mía también fue tu culpa, idiota. —luego me señala—. Y esta no es nuestra hermana.

Oh. Hermana.

No recuerdo haber visto artículos o la insinuación de una presencia femenina en la casa, así que supongo que no debe vivir aquí. Solo este par.

Elliot desliza la mano dentro de su saco color crema y saca un arma que apunta directamente a mi cabeza sobre la mesa.

—Tal vez solo debería apretar el gatillo y venderte como alimento para perro.

—Elliot... —Christian gruñe, pero soy incapaz de apartar la mirada del revolver—. Baja esa puta arma ahora o serás tú quien reciba un tiro.

Sus palabras son duras, en un tono ligeramente bajo. Por el rabillo de mi ojo puedo ver a Prescott a mi derecha, con la mano metida dentro de su saco donde asumo tiene su propia pistola.

Dudo que Christian quiera de verdad matar a su hermano, pero me pregunto qué pasaría si se enfrentaras. ¿Sería eso posible? ¿Quién ganaría?

Por mi bien, espero que ojos grises lo haga.

Elliot exhala un suspiro irritado, pero obedece y guarda de nuevo el revolver en su bolsillo. Se levanta de la silla con un movimiento brusco que derrama su taza de café y sale furioso del comedor y de la casa.

Solo entonces me doy cuenta de mi respiración agitada y el zumbido en mis oídos.

—Gracias. —balbuceo, aunque dudo que sirva de mucho si Elliot ya tiene planes para mi—. Creí que iba a matarme esta vez.

Él tomo un sorbo de su vaso, ignorando mis palabras. O al menos tomándose su tiempo para formular una respuesta.

—Elliot no te tocará mientras estés bajo mi techo. No soy una persona con la cual los demás deberían jugar.

Carajo, lo sabía.

—Es mi culpa, no sabía lo peligroso que era Elliot cuando lo conocí. De hecho, no sé nada de ustedes.

Dejo la frase en el aire esperando que Christian quiera llevar los espacios en blanco y admitir que pertenece a una organización criminal, si todos esos rumores son ciertos. Aunque la prensa sigue refiriéndose a ellos como empresarios.

Él decide evadir el tema.

—Me he estado preguntando cuál es tu situación con Elliot. ¿Por qué estás en deuda con él?

¿Debería ser honesta? Una imagen de Ray sonriente aparece en mi mente y es todo lo que hace falta para que me quiebre. Dios, lo extraño tanto.

—Es por mi padre. —recuerdos de cuando era niña se proyectan como una película—. Nuestro hogar en Montesano era una pequeña casita ubicada en una extensa zona en las orillas, muy visitada por los turistas. —tomo la taza de café entre mis manos temblorosas—. Una compañía decidió que quería construir un campo de golf para ricos, y presionó a mi padre para que vendiera.

—No lo hizo. —Christian termina por mi.

—Lo mataron por eso.

—Aún no entiendo la participación de Elliot. —podría jurar que si voz es más dura y me resulta difícil de creer que no lo sospeche.

—Se ofreció a matar al hombre por mi, pero su costo es muy alto. Perdí todo lo que poseo junto con mi padre, ahora no tengo forma de pagarle.

Elliot usando mi cuerpo para cobrar el resto de mi deuda es algo que aún me repugna, pero si la rubia cree que Christian puede salvarme, apostaré todas mis cartas a él.

—¿Qué compañía? —dice de pronto. Mis ojos se abren mucho por la sorpresa—. ¿Qué nombre, Ana?

—Taylor. Taylor algo... Solo conozco el nombre del dueño. Jason Taylor.

Christian tensa los brazos, el cristal del vaso cruje un poco bajo sus dedos. ¿No lo sabe? ¿Elliot no se lo dijo? Siento que estoy llegando a algo, pero él vuelve a gruñir un poco.

—¿Hace cuanto tiempo?

—Yo no... ¿Cuándo? —balbuceo, sin entender qué está preguntando—. Mi padre murió hace casi un mes, y me involucré con Elliot hace un par de semanas.

Su ceño se frunce y se levanta de la silla con un movimiento rápido.

—Tengo qué hacer una llamada. Vuelve a la habitación. —y sale tan rápido que no reacciono.

Prescott apoya su mano en mi hombro y señala el pasillo con la cabeza.

—El señor Grey tiene que encargarse de algo, quédate en tu habitación y no salgas.

Dios, ¿Ahora qué?

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