La tormenta
Es maravilloso sentir el frío en la piel, es lo primero en lo que pienso al salir del oscuro edificio de piedra gris. El hombre trajeado de la entrada me tiende un paraguas, pero yo declino su oferta, me quedo bajo la cornisa, hipnotizada viendo la lluvia caer. Una vez oí una frase que nunca he llegado a comprender del todo, "Dios está en la lluvia", al comtemplarla ahora, esa frase acude a mi mente al instante. Con esto resonando en mi cabeza, extiendo el brazo y siento el frescor en mi piel, entonces doy un paso, y otro, hasta quedar completamente expuesta a la tormenta. Miro hacia al cielo y sonrío, la lluvia se mete entre mis labios, no sé si me merezco esta sensación, pero me siento especial al recibirla, como un regalo de bienvenida al mundo real. La tormenta me llevó, y ahora me ha devuelto a mi lugar. Paseo por las oscuras y solitarias callejuelas sintiendome por primera vez en mucho tiempo, parte del mundo.
"Gracias, gracias, gracias", le digo al cielo, "gracias por este regalo." Un trueno suena en la lejanía, como respondiendo a mi llamada, y no puedo evitar estremecerme. Entonces corro, no, no corro. Vuelo sobre el pavimento mojado. "Estoy aquí, he sobrevivido, nadie podrá conmigo, no ahora"
Casi puedo ver la cara de mis padres sonriendo desde el cielo, y a mi hermana poniendo los ojos en blanco, los veo desde aquí abajo, y comprendo por qué me los arrebataron. Tres estrellas tan brillantes no podían estar la tierra, necesitaban un sitio apropiado donde brillar con todo su esplendor, ahora lo hacen, eso es lo que me hace feliz.
Mis pies chapotean sobre los charcos, y me doy cuenta de que no estoy volando, solo corro. Caigo al suelo, estoy completamente empapada. "No soy nadie, no soy nada. La tormenta no me salvó, me rechazó." Grito, grito con todas mis fuerzas, ahogandome de palabras disueltas en la lluvia, y no sé si es agua del cielo o de mis ojos. No eran nada mio, y me los lleve, incluso a las dos niñas acurrucadas en el asiento de atrás.
Las luces se acercan, me preparo para el final, entonces las luces giran y dan vueltas y no las puedo controlar, me acerco a ellas, y ahí esta el mostruo de metal, tumbado boca arriba, las luces apuntan hacia el suelo. Cuatro figuras: Madre, padre e hijas. Todas inmóviles, sus miradas perdidas, todas menos la mayor, que mueve la cabeza y me mira, entonces rompe a llorar y yo lloro con ella, "Es nuestra culpa, solo nuestra." Gritamos, no sé dónde acaba su grito y comienza el mio, entonces me encuentro a su lado en el coche y después gateando sobre los cristales rotos, apenas sentimos el dolor de nuestras manos, fuera todo está oscuro y la lluvia cae con fuerza. Todos están muertos, todos están muertos por nuestra culpa.
Boqueo, o boquea ella, no siento la diferencia entre mi cuerpo y el suyo, entre sus lágrimas y mis lágrimas.
Siento una mano sobre mi hombro, me ayuda a levantarme del suelo. Parpadeo y miro hacia atrás, estoy en la puerta de mi casa, de rodillas sobre la calzada encharcada, ha parado de llover.
-Mamá... ¿Estás bien?- Sus grandes ojos castaños me miran, inocentes. Me obligo a sonreir.
-Sí, estoy bien...- Mi voz suena ronca, me duele la garganta y sé que he estado gritando.
-¿Por qué lloras?- Oigo la puerta de la entrada abrirse y veo a mi marido con nuestra pequeña en brazos, ambos en pijama, los ojos somnolientos de mi hija me miran fijamente.
-Solo a sido un recuerdo, que se me ha metido en el ojo.- Mi hijo sonríe y me sopla en el ojo como si realmente se me hubiera metido algo. Rie y yo también río. No tengo motivos para seguir llorando, ya no.
Los niños entran cogidos de la mano y mi marido se acerca. Me abraza y me conduce hacia casa.
Han pasado doce años desde el accidente, doce malditos años en los que he estado tan muerta como ellos, incluso más. Me dieron una oportunidad de vivir, me dieron una familia y todo el amor que podía desear, pero esta vez me he propuesto vivir realmente. Una tormenta me llevó, otra me trajo, esta última me ha servido para reafirmarme, para saber que por más que ruja, tengo unas raíces lo suficientemente profundas para aguantar. Así que, cuando escucho un trueno en la lejanía, ya no tengo miedo, sé que es una advertencia, sé que son ellos, que me suplican que viva.
Y lo siento dentro de mí, Dios está en la lluvia.
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