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Capítulo 1:Llámame por mi nombre.

𖤍Gianna Briochi𖤍

Son casi las siete de la noche. Los invitados al cumpleaños de mi padre han empezado a llegar. Keira y Enzo están situados uno a cada lado de mi padre, Giovanni Briochi, el gran capo de la mafia italiana.

Bajo las escaleras, me detengo a tomar una copa de champagne y camino hasta situarme al lado de Keira.

Yo soy la menor de los Briochi, Enzo es el mayor; por ende Keira es la de en medio.

Mi padre está hablando en voz baja con Enzo, Keira me sostiene del brazo con sutileza mientras mira la entrada.

—Los Wojtinek también están invitados —me dice.

Frunzo el ceño. ¿Por qué los invitaron? No es un secreto para nadie que la mafia rusa y la italiana nunca han congeniado, sobre todo después de las incontables muertes ocasionadas en gran parte de Norteamérica por territorio; también porque mi tío Eleazar quemó cinco laboratorios en Alemania, todos propiedad de la Bratva. Después de eso, Keimer y Volker Wojtinek capturaron a Eleazar y lo quemaron vivo.

—¿Por qué los invitaron? —no me aguanto la curiosidad.

—Yo también quiero saberlo —responde—, pero ya sabes cómo es nuestro padre. No le podemos preguntar.

Y como si se les hubiese invocado, en la puerta aparecen los hermanos Wojtinek, ambos con un esmoquin negro que hace un extraordinario contraste con su cabello rojo.

—Y ahí están —susurra Keira—. Solo mantente alejada de ellos. Son unos psicópatas de sangre fría.

La miro confundida. ¿Es en serio? Sí, los Wojtinek son unos psicópatas asesinos, pero nosotros no nos quedamos atrás.

—Volker ya ha pasado por el Laberinto hace tres meses, lo que significa que ahora está en un eslabón más alto que el de Enzo —me cuenta—. Si ellos no controlaran el mercado en gran parte del continente americano y toda Alemania, las cosas serían distintas.

—Si mi tío no hubiera quemado esos laboratorios sin siquiera una estrategia, ya nos habríamos situado en Alemania y Austria —replico.

Cuando vuelvo la mirada al frente, unos ojos grises me están mirando fijamente. Casi suelto la copa a causa del susto.

—Señorita Gianna —saluda el ruso con tono suave, extendiendo su mano. La sujeto, un tanto confundida cuando Volker Wojtinek deposita un beso en mi dorso—. Es un placer conocerla al fin.

Miro en dirección de mi padre y hermano, pero estos están muy ocupados charlando con el mayor de los Wojtinek. Me sorprende cómo es que aún no se están matando.

Estoy demasiado preparada como para no ver que ellos están jugando un juego, la pregunta es ¿cuál?

—Y la señorita Keira Briochi —besa el dorso de la mano de mi hermana también—. Las dos mujeres más letales que mis ojos han podido presenciar.

Una sonrisa cínica se posa en sus labios. No voy a negar que mi arrogancia interior se está regocijando ante el halago.

Tampoco conocía a los hermanos Wojtinek en persona; lo único que sabía de ellos es que son los únicos hijos del actual líder de la Bratva, Basili Wojtinek. Hay rumores sobre una hija perdida, pero es bien sabido que desde hace más de siete generaciones no nace una sola niña en la familia Wojtinek.

—Volker Wojtinek —reconoce mi hermana con tono frío—. El príncipe de la Bratva. Dicen que has pasado por el Laberinto.

Volker sonríe despreocupado, le lanza una mirada a su hermano antes de volver a concentrarse en Keira.

Keimer Wojtinek es el mayor de ambos, pero es Volker el más letal. Hay que tener valor para sostener una conversación con alguien que un segundo puede estar alabando tu vestuario y al siguiente estar degollándote.

—Es verdad —concede—. Todos los miembros pasan por él a los veintidós. No es ninguna sorpresa.

—Que modesto —murmuro.

—No soy modesto —me dice, mirándome a los ojos—. Por supuesto que maté a cada persona que se me atravesó ahí adentro, pero solo soy realista. Soy un Wojtinek, no hay manera en que algo como el Laberinto nos intimide.

A parte de transtornado, arrogante. Dejo de prestarle atención y me concentro en las personas que están en el salón.

Mi hermana y él continúan charlando por otro rato, charla a la cual no presto atención. No hasta que escucho un nombre conocido.

—Laurence Ferrochi parece tener potencial para la siguiente ronda en el laberinto —escucho decir al pelirrojo.

—Laurence Ferrochi no necesita pasar por el Laberinto —replica Keira.

Laurence Ferrochi es uno de los lugartenientes y mi prometido. Estoy segura de que está mirando en nuestra dirección, siempre lo está, aunque no sé dónde está él.

No lo amo, pero mi padre me comprometió con el lugarteniente hace un mes. Éramos amigos antes de eso, pero después del compromiso descubrí que fue Laurence quien le insistió a mi padre para concertar dicho arreglo. No puedo soportar mirarlo y tenerlo cerca desde entonces.

—Tal vez podría... —insiste el ruso, pero Keira le interrumpe de manera educada.

—Laurence Ferrochi será parte de la Famiglia dentro de cuatro meses —le dice—. Por ende no necesita ninguna prueba absurda.

—Con más razón —replica Volker—. ¿Cómo lo van a casar con la princesa de la mafia italiana sin saber si realmente tiene la valía?

Esta conversación me está irritando. Estoy a punto de intervenir cuando una nueva persona aparece en mi campo de visión: Keimer Wojtinek.

Le susurra algo al menor y este último asiente, me mira y se dirije a mí, mientras Keimer Wojtinek empieza a charlar con Keira.

—Señorita Gianna —me dice—. ¿Me haría el honor?

Me extiende la mano; quiere que baile con él. Busco a mi hermano con la mirada, él ya nos está mirando y solo asiente en mi dirección.

Bueno, mierda.

Tomo la mano que me ofrece el ruso y lo acompaño hasta el centro del salón. Él es más alto que yo, podría asegurar que mide dos metros. Tiene el cabello rojo claro peinado hacia atrás, me pregunto cómo logró que los rizos se quedaran justo donde están.

—Siempre quise conocer —dice mientras comenzamos a bailar lentamente, una de sus manos en mi cintura y la otra entrelazada con una de las mías, mi mano libre la poso en su hombro— a la mujer que ha creado estrategias que han reducido a nuestros hombres a cenizas.

—Me gustaría decir lo mismo, pero usted no provocó ninguna curiosidad en mí.

—¿En serio? —suelta una risita ronca—. Por supuesto, debe de haber estado muy ocupada en convencer al capo de comprarle un marido.

Lo último está cargado de zaña. ¿Qué historias se habrán estado contando?

—Yo no necesito comprar ningún marido.

—Por supuesto, por eso...

—El lugarteniente fue el que pidió concertar el matrimonio —revelo. Me importa un carajo si alguien se molesta, a mí nadie me va a acusar de algo tan ridículo.

—Pues que idiota —replica Volker—. Mira que querer atarse eternamente a una desquiciada que encima tiene la mala costumbre de interrumpir a las personas mientras hablan.

—Pues al menos no es un imbécil que saca conclusiones sin tener el panorama completo —le respondo.

Una sonrisa maliciosa se posa en sus labios, aprieta su agarre en mi cintura y acerca sus labios a mi oído.

—¿Qué tan celoso es tu prometido, Gianna? —me susurra en el oído, su aliento fresco choca contra mi piel, haciendo que me erice.

—¿Y yo qué voy a saber? —le contesto.

—¿No te causa curiosidad? —cuestiona, enterrando el rostro en mi cuello.

Esto es una completa falta de respeto. Pongo mis dos manos en sus brazos e intento apartarlo, pero él es mucho más grande y fuerte.

—Señor... —intento decir, pero mi aliento se atasca en mi garganta cuando siento su húmeda lengua contra mi piel. Deja una rastro hasta llegar al mi oreja, donde captura el lóbulo entre sus labios.

«¿Qué demonios?»

—Llámame por mi nombre, Gianna —murmura con la voz ronca.

—¡Quiero que se aleje de mí! —ordeno en un susurro. Hasta ahora no hemos llamado mucho la atención, no voy a abogar para que deje de ser así.

Siento su aliento en una ráfaga fría contra mi mentón. El imbécil se está riendo de mí.

De pronto, siento una de sus manos en mi nuca. Hace que lo mire de un tirón y acerca su rostro al mío. Tiene la misma sonrisa maliciosa plasmada y yo quiero darle un puñetazo.

—Te dije que me llamaras por mi nombre —advierte.

Sin previo aviso y sin darme tiempo, pega sus labios a los míos en un beso desenfrenado. Mi corazón enloquece en mi pecho mientras él rodea mi cintura con un brazo y con su mano libre me sostiene en mi lugar.

«¿Por qué se siente tan bien?»

Tengo que apartarme y no volver a acercarme a él en toda la noche. Intento alejar sus manos de mi cuerpo, pero parecen una roca. Estoy por golpearlo en el pecho cuando alguien más habla:

—¡Gianna! —Exclama Laurence.

Mierda.

A Volker no parece importarle un carajo, así que lo muerdo en el labio, pero ni así me deja ir, en su lugar, suelta un gruñido bajo que hace que todo en mí tiemble.

«¿Qué carajos, Gianna?»

Finalmente, opto por mi única salida: le doy un rodillazo en las pelotas. O al menos lo intento, porque él es demasiado alto, así que el golpe fue a dar a su muslo.

Volker me suelta con un gruñido bajo. Al menos funcionó y le dolió. Apenas estoy libre, cuando otro par de manos me sostienen. Laurence se pone frente a mí mientras mira al príncipe de la Bratva.

—¿Estás consciente de lo que acabas de hacer? —le pregunta a Volker, quién lo mira con desprecio mal disimulado.

—Regula tu tono, Ferrochi —le advierte el ruso—. Y por supuesto que soy consciente de lo que hice. Si me hicieras el favor de dejar de interrumpir.

Laurence se tensa. Los hombres y su testosterona solo ocasionan problemas, así que decido intervenir, antes de que esto llame más la atención. Uh, sí, los únicos que no están mirando son mi padre, Enzo, Keira y Keimer Wojtinek y eso es porque no están en el salón.

—Muy bien, basta —digo tomando en brazo de Laurence—. No hagamos de esto...

—Tú te callas, Gianna —Laurence se da la vuelta y me apunta con el índice—. Ya es suficiente con que te comportes como una puta frente a todos.

Muy bien, en este punto no me importaría que mi prometido impuesto muriera trágica y misteriosamente.

—¡No es mi culpa! —exclamo—. Él fue el que me besó.

—¡Cállate! —me ordena.

¿Quién se cree que es para decirme que me calle?

—Esa no es forma de hablarle a una dama —dice Volker con sencillez, como si interviniera en un asunto que no empezó por su culpa—. Menos si dicha dama es tu prometida.

—¡No estoy hablando contigo, cállate también! —Laurence se gira hacia él y lo empuja con un dedo en el pecho.

Decido apartarme un paso, pues si la expresión de Volker significa algo, aquí va a correr sangre.

—¿Qué? —Volker mira el dedo de Laurence aún en su pecho. Tiene una sonrisa rara en la cara y estoy segura de que Laurence también lo notó.

Intenta dar un paso hacia atrás, pero el ruso lo toma de la muñeca y la aprieta hasta que Laurence está en el suelo de rodillas frente a él.

—La última persona que hizo algo como eso terminó sin mano —cuenta con una sonrisa enorme, como si contara una historia fantástica—. Así que dime, Ferrochi, ¿cómo quieres que te la corte?

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