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Epílogo

Nevermore 
16: 00 pm

Lewis despertó de un terrible sueño, su respiración agitada y el corazón desbocado. Se incorporó, sentado en su cama, y miró a su alrededor. La habitación era amplia, bien equipada, amueblada e impoluto. 

No sabía dónde se encontraba. Su pecho estaba al descubierto, mostrando un cuerpo definido a pesar de todo lo que había pasado. Se levantó de la cama y, vestido solo con unos bóxers, comenzó a explorar el lugar. Al salir de la habitación, se dio cuenta de que estaba en una casa de dos pisos. Al bajar las escaleras, a su izquierda había una sala elegantemente decorada al estilo vintage, mientras que a su derecha se encontraba la cocina, dividida por una hermosa isla de granito y madera. Todo parecía perfectamente equipado y armonioso.

Se asomó por la ventana y vio varias casas similares, separadas por verjas que delimitaban la calle.

Lewis frunció el ceño; no sabía en dónde estaba. No se parecía en nada a su departamento, ni mucho menos a alguna de sus mansiones. Era una casa pequeña, pero a pesar de su tamaño, todo era espacioso, cómodo y hermoso, desde la decoración hasta la infraestructura.

Corrió de vuelta a su habitación para vestirse. Su clóset estaba lleno de ropa de diversos estilos, como siempre le gustaba. Optó por lo más cómodo: un jeans, una jersey blanca y unos tenis blancos. Al mirar su ropa, notó que no era de marca, pero todos llevaban el símbolo del laberinto.

Salió dando grandes zancadas por la escalera y abrió la puerta principal. En la pequeña acería que se extendía al umbral de la puerta había una alfombra con un símbolo que representaba un laberinto formando una pequeña casa, junto a letras que decían: BIENVENIDOS A NEVERMORE

En ese instante, pequeños fragmentos de imágenes comenzaron a fluir en la mente de Lewis: un laberinto, monstruos, personas corriendo, sangre, y una luz intensa.

Recordó que había pasado por el laberinto, la prisión más temida. Sin embargo, si se encontraba en Nevermore, era porque había logrado escapar de ese siniestro lugar. Se miró y no vio cicatrices en su cuerpo; todo parecía normal. Ni siquiera recordaba cómo había llegado allí, ni mucho menos el enfrentamiento con Ágata. Aunque en lo más profundo de su memoria había una pequeña chispa, una conexión que necesitaba ser despertada.

Al salir del lugar, no había autos ni nada parecido. Al llegar a lo que parecía el centro de la ciudad, Lewis quedó fascinado. Todo era casi irreal: había autos tecnológicamente avanzados, motos e incluso un tren que parecía levitar en los cielos, sostenido por finos hilos que funcionaban como rieles. Y más allá, se erguían la Torre Eiffel, las pirámides de Egipto, la Estatua de la Libertad, la Torre de Pisa y varias maravillas más, adornando el paisaje como si todo un continente se hubiera unido en una sola ciudad: una Pangea de maravillas.

A pesar de la fascinación, no vio ningún tipo de robot caminando por las calles.

Lewis continuó avanzando, observando a su alrededor, maravillado. Nunca se imaginó que Nevermore fuera así; siempre había pensado en un pueblo aislado, un lugar simple. Sin embargo, todo allí era diferente y cautivador.

Varias personas caminaban alegremente. Aunque eran pocas, todas parecían disfrutar del lugar. Lewis llegó a una plaza y se sentó en una pequeña banqueta que parecía levitar en el aire. Todo era fascinante y las luces iluminaban el entorno con suavidad. Se sentó allí, absorbiendo cada detalle, incapaz de creer lo que veía. 

Mientras contemplaba el hermoso atardecer, que pintaba el cielo con tonos violetas y naranjas, escuchó a alguien pronunciar su nombre.

—Lewis… ¡Lewis!

Al girarse, Lewis se encontró con Ainara, que lucía deslumbrante. A su lado estaban Harold y Hela, compartiendo un helado y sonriendo, irradiando alegría.

—Esto debe ser un sueño —pronunció Lewis, asombrado y admirado al verlos.

—Todos pensamos que era un sueño al principio, pero ya ha pasado un mes y quince días desde que estamos aquí, y todo se ve maravilloso —respondió Hela, su nuevo corte de cabello varonil con reflejos rosados le daba un aire audaz, adaptándose perfectamente a su estilo, a pesar de que ya tenía unos 40 años.

—Yo apenas llegué hoy, no entiendo del todo… —dijo Lewis, confuso.

—Pensamos que estabas muerto —comentó Harold con una sonrisa—. Y mírate, estás entero.

—No del todo. Mi brazo es artificial; lo perdí ese día, ese final…

Ainara se acercó a él, tomándolo de los antebrazos con una expresión de empatía.

—Fue tu final, el nuestro, el de todos. Lo importante es que estamos vivos y hemos salido de ese lugar. No seremos los mismos después de todo lo que hemos vivido.

—Ya no seremos los mismos; seremos otros aquí y ahora —añadió Harold, consciente de que aún había mucho por descubrir en Nevermore.

—Mira a tu alrededor, es una jodida ciudad perfecta, casi todo en un solo lugar —dijo Hela, gesticulando con entusiasmo.

—¿Y Jean? ¿Está vivo, cierto? —preguntó Lewis de repente, con preocupación.

—Sí, pero… Desde que llegó, no ha querido salir. Se culpa por la muerte de todos sus amigos. Lo peor es que olvidar es difícil; es una mancha que queda en lo más profundo de tu ser.

—Tienes razón, pero lo importante es que estamos juntos, como siempre lo estuvimos tras esos miles de muros.

—A pesar de que seguimos siendo propiedad de ellos —dijo Harold, girando un poco su suéter para mostrar un símbolo grabado en su piel. Era el mismo sello que Lewis había visto en aquella puerta, en la fábrica y en las etiquetas de sus ropas: un laberinto circular con un ojo en el centro y una **V** sobre él.

—Bueno, necesitamos hablar de todo esto. Vamos al bar tres-ocho-cero-ocho —sugirió Ainara con calma; tenían mucho que discutir.

De alguna manera, todos llevaban la marca, el mismo símbolo que los unía.

Lewis miró hacia el centro de la plaza, donde había un busto sin rostro, con una cabeza en forma de círculo grabada con el mismo símbolo. Su superficie parecía un cerebro con grandes grietas que formaban un laberinto.

Lo observó con atención y, en voz baja, murmuró:

—Seguimos siendo de ellos, y podemos esperar lo peor. Nuncamore no puede ser siempre así.

Y en ese instante, una pequeña parte del cielo se partió en pedazos, como si no fuera real, como si solo fuera una gran cúpula. El firmamento se extendió en una falla y, de ella, emergió una enorme nave, dejando un destello de humo que se disipó en las alturas antes de caer en la lejanía.

Todos se miraron perplejos, atónitos y desconcertados. ¿Qué era esa nave? Nevermore no era una ciudad normal en la Tierra.

¿Acaso aún no estaban libres como habían esperado?

***


En realidad, Nevermore era una magnífica ciudad construida en algún rincón del planeta Tierra, encerrada bajo una cúpula que la asemejaba a una jaula “invisible”. Los cielos que la cubrían parecían reales, pero en verdad eran una ilusión; ellos controlaban las estaciones, el clima y todo lo que les rodeaba, cada detalle de su entorno.

Lo inquietante era que la verdadera prisión era la mente, un laberinto del que resultaba mucho más difícil encontrar la salida. ¿Qué secretos ocultaba ahora el lugar?  ¿Qué pasaría si la cúpula se rompiera? ¿Estaban realmente atrapados en una ilusión, o había algo más siniestro en juego? ¿Y si el laberinto era solo un concepto, sino una realidad tangible que les esperaba? ¿Aún no estaban libres? Las preguntas se acumulaban, dejando un aire de misterio y suspenso que envolvía a todos, como un velo oscuro que parecía presagiar que lo peor aún estaba por venir.

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