9
La red Laberinto
Todas las personas de la Tierra estaban ansiosas y atónitas ante la caída del dinero. Aunque sentía una extrañeza por la situación, Ágata tenía razón: el dinero era un arma silenciosamente mortal que podía comprarlo todo, envenenando incluso la mente menos avariciosa.
En ese instante, la multitud corría por las calles, sus miedos se habían desvanecido. La incertidumbre de ser contagiados se disipó con un simple respiro de alivio y alegría. Todos se precipitaban a recoger dinero en grandes cantidades; algunos buscaban enormes bolsas y metían todo lo que podían. Adultos, adolescentes, e incluso niños y ancianos recogían el dinero con una chispa de alegría en los ojos, una alegría tan palpable que impregnaba el aire de un gozo contagioso.
En todo el mundo llovía dinero, en cada rincón, en cada continente, en cada región más inhóspita. Era como una lluvia fresca, una lluvia que ocultaba susurros llenos de secretos. Una lluvia de papel con un valor insignificante, pero tan significativo para la sociedad y el mundo en general.
Las naves arrojaron hasta el último billete. Y en ese instante, las naves se revelaron; el cielo se tornó en un grisáceo combinado con la luz vibrante de las naves. Reflejaban un laberinto en todo el firmamento, como si el mismo cielo hubiera cambiado su forma, transformándose en grandes muros y paredes que giraban entre sí, como si el laberinto estuviera dibujado en sus mentes. Las paredes giraban entre sí con movimientos silenciosos.
La gente observaba con confusión, desconcertada. ¿Acaso eran ovnis? ¿Era el fin del mundo?
Miles de preguntas pasaban por la mente de cada uno.
—¡Oh, por Dios! —exclamó una mujer, abrazando a su familia mientras todos miraban al cielo.
—Es el fin del mundo… Oh, Padre Celestial, tu llegada es inminente —dijo un indigente que apenas había recogido unos cuantos billetes del suelo.
—Esto no son ovnis, ni Dios, ni nada de eso. Son ellos. Son los de la prisión —exclamó un hombre, con aire de desconcierto y fascinado por lo que veía en los cielos.
—¿Cómo? Ellos no pueden ser; se supone que… ¿cómo carajos van a construir una prisión en el aire, sobre los cielos? —dictaminó un hombre con desconfianza. Su voz, ronca, llenaba el aire de tensión, provocando miedo en quienes lo escuchaban.
—Cuando la ley del laberinto salió en el año dos mil, todos a nivel mundial tuvimos que firmar un acuerdo ante esa “magnífica ley” —hizo comillas con los dedos— para aplacar la delincuencia y generar temor en todos… Nunca se mencionó su ubicación, nunca se dijo en qué país, región o continente estaba situada. Solo se dijo que era una prisión clandestina. Y aquí está el laberinto —miró nuevamente hacia arriba el hombre—. Deben estar a punto de revelar algo… y no creo que se trate de los reclusos.
El mundo estaba consternado por lo que se veía en los cielos. Las naves permanecían paralizadas, suspendidas, dejando solo ecos de motores suaves. Los gobiernos, en su ingenuidad, desplegaron tropas por todas partes. Aun con el virus presente, la orden era no salir de los hogares. Pero la ruptura de la realidad era más contundente que estar encerrados en cuatro paredes. Y, en cierto modo, tenían razón; en medio de billetes flotando en el aire y personas desconcertadas, el virus cobraba nuevas víctimas.
Los más vulnerables caían en agonía al suelo; sus cuerpos se hinchaban, sus extremidades crujían como ramas, rompiéndose de formas terroríficas. Sus ojos se llenaban de sangre, y sus fosas nasales y su boca derramaban un líquido viscoso carmesí, casi negro.
La alegría de las personas se desvaneció en ese instante ante el espectáculo aterrador. Todos gritaban y corrían. Y, en ese momento, una luz radiante iluminó nuevamente el cielo, ofreciendo un espectáculo fantástico de luces.
En casi todas las pantallas de publicidad de las ciudades del mundo, ocurrió un fallo que las hizo vibrar. Las personas, estupefactas por lo que veían, continuaban recogiendo billetes de las calles mirando con suspicacia. De repente, las pantallas se iluminaron con el rostro de alguien que llevaba una careta brillante, esculpida en oro y diamantes de una forma fascinante.
La voz de esa persona resonó:
—Hola, ciudadanos de la Tierra. Nosotros somos la nueva evolución y revolución del tiempo, el espacio y el futuro. Somos una entidad clandestina, los fundadores del Laberinto. Hemos decidido revelarnos ante ustedes y al mundo entero. Sé que están viviendo tiempos difíciles. Cada día, el mundo se sumerge en la decadencia, y ustedes no obtienen respuestas. Sé que están cansados de luchar solo para llevar sustento a sus hogares. Aquí estoy, yo seré su mano, su ayuda, su salvador. El virus que se propaga en el aire no es más que el resultado de los experimentos inimaginables de los gobiernos—mintió—Pero yo tengo la cura para este mal, para esta tragedia.
Todos los civiles que observaban las pantallas estaban desconcertados, llenos de preguntas y suspicacias.
—La voz continuó—: "El antivirus" —mostró una cápsula ante los espectadores, quienes quedaron impresionados—. "Esta es la solución para poner fin a ese encierro, a este laberinto de miedos en el que se encuentran. Si prometimos acabar con la delincuencia y lo hemos logrado, también terminaremos con el virus de una vez por todas. No teman, porque yo soy su dios, yo los cuidaré y protegeré. Y es por eso que hemos decidido dar la cara."
Aquella voz que resonaba, aquella imagen que se proyectaba a través de las pantallas, tomó la máscara y la retiró cuidadosamente, llenando al mundo de inquietud. Cuando la máscara cayó, no era nada más y nada menos que Ágata. Más allá de las pantallas Ágata se encontraba en un gran salón, donde miles de clones de ella estaban sentados ordenadamente en círculos, cada uno frente a una pantalla que transmitía en vivo. Todos sus clones replicaban el mismo tono de voz y gestos, como si estuvieran programados por la Ágata original para imitarla en todo. Cada uno transmitía en diferentes idiomas según la región, y su voz resonaba sobre los cielos como un relámpago, alcanzando los lugares más vulnerables del mundo para que todos pudieran escuchar.
Era una idea grandiosa, una genialidad épica e implacable que Ágata había concebido.
El ruido del choque de metal contra metal resonó en los cielos como un relámpago. En ese instante, una cápsula de cristal que contenía un líquido verdoso vibrante cayó de una de las naves en el cielo, cada una dirigiéndose a los cinco continentes.
Las cápsulas impactaron contra el suelo y estallaron al instante, esparciendo el líquido como un gas por el aire.
La tensión era persistente, tanto para los civiles como para ellos mismos, ya que el éxito del antivirus estaba en juego. A pesar de haberlo probado con buenos resultados, la angustia y la intriga eran como un crujir de huesos y una herida infectada para Ágata, quien temía que todo se fuera al traste.
5 minutos después.
La tensión era palpable
Las personas que se retorcían en el suelo, infectadas y agonizando, a punto de morir, comenzaron a cambiar. Sus huesos rotos se recolocaban en su lugar, el dolor disminuía y el sangrado se detenía. Su respiración regresaba a la normalidad, hasta que recuperaban su estado anterior en poco tiempo. Todos los presentes observaban el espectáculo casi surrealista, fascinados por lo que sucedía.
Ágata sonreía con gozo a través de las pantallas, al igual que todos sus miembros. Los militares, estupefactos, bajaron la guardia ante lo que estaban presenciando.
Se entendía que el antivirus tardaría años en cubrir toda la Tierra, pero la fabricación de más dosis resultó ser un éxito. Solo llevaría días abarcarla completamente, además de que se esparcía por el aire mucho más rápido de lo esperado, aunque su efecto era breve.
Todos estaban maravillados, fascinados, como si lo que veían fuera algo de otro mundo, algo imposible para ellos. Las caras tensas de preocupación comenzaron a reflejar esperanza y sonrisas en cada uno, hasta que todo el mundo aplaudió en sincronía.
—Yo prometí un cambio, un mejor futuro, y aquí está la prueba de ello. No solo eso, sino que a cada familiar perdido por el virus, los traeremos de vuelta a la vida. La vida es lo más valioso, y volver a verlos es la experiencia más extraordinaria que podrán tener… no como los políticos, ilusos, corruptos y déspota, que son habladurías que generan náuseas y ganas de suicidarse. Le doy mi palabra y la he cumplido al Margen y prometo con mi alma ser un mundo mejor.
Las naves en el cielo laberíntico irradiaron una intensa luz azul vibrante que descendió hasta el suelo de la Tierra. Hombres violetas se reflejaron en esa luz, emergiendo de entre su resplandor. La multitud estaba atónita, desconcertada por lo que presenciaban. Los militares apuntaron sus armas hacia esos hombres, pero ellos simplemente elevaron los brazos, sin inmutarse. Buscaban paz, deseaban ayudar.
¿Acaso la paz podía manifestarse en formas tan misteriosas?
—No venimos a generar caos, solo traemos salvación a todos—dijo un hombre violeta, su voz resonó, era ronca y misteriosa, pero generaba confianza.
Fueron las únicas palabras de esos hombres. En ese instante, el cielo se iluminó con figuras resplandecientes: miles de robots descendían, cada uno llevando en su espalda grandes cápsulas, con un contenido extraño, además contenían información sobre personas. Los robots sabían exactamente a quién correspondía cada cápsula, y entre ellos resonaba un sonido de repiqueo, como una sinfonía de suaves tintineos. Se veían inofensivos, abriéndose paso entre la multitud, buscando a la persona adecuada que correspondía a la información de cada cápsula.
La red de Ágata estaba a solo pasos de ser completado , y así ser lo que siempre quiso…
Más allá, en los cielos, el laberinto permanecía en un silencio escalofriante, sin un solo movimiento. De repente, un destello de luz en forma de onda lo iluminó nuevamente, como la primera vez. En ese instante, todo volvió a cobrar vida.
Lewis, tirado en el suelo, dio un suspiro, esquivando la mordida mortal de la serpiente. La bestia movía su enorme cabeza y cuerpo, intentando arremeter y clavar sus colmillos en él. Harold tomó un tubo que se encontraba en el suelo, con la esperanza de al menos herir a la serpiente. Con todas sus fuerzas, la golpeó, y un sonido similar al choque de metal contra metal resonó, dándose cuenta de que la serpiente no era nada más y nada menos que un artefacto de metal o algo parecido.
—¡¿Qué demonios está hecho esta cosa?!—masculló, Harold, girando su cuerpo hacia un lado para esquivar la mordida.
Lewis no se molestó en contestar; lo único que quería era acabar con la serpiente o salir de ese lugar siniestro de una vez por todas.
—¡Chicos, por aquí!—se escuchó la voz de Ainara detrás de un muro que estaba a su izquierda.
Harold y Lewis se miraron y, sin pensarlo mucho, corrieron hacia Ainara, tratando de no pisar el gran cuerpo robusto de la serpiente que se movía por todo el pasillo. Ainara salió corriendo, y Lewis y Harold la siguieron de cerca. Detrás de ellos, el sonido espeluznante que emitía la serpiente cada vez que abría la boca para atacar resonaba en el aire. Corrieron en una desesperada maratón por sus vidas. Ainara atravesaba los muros como si ya hubiera estado allí antes, como si los conociera a la perfección.
Finalmente, llegaron a un extenso pasillo abierto, del tamaño de una cancha de tenis, pero no había salida. Las cuatro paredes estaban selladas, como cualquier pared normal. La única salida que parecía haber era un ducto que se alzaba sobre el suelo, en medio del terreno. Los tres, completamente agotados y casi agonizando tras haber corrido por esos largos y laberínticos pasillos, se agacharon sobre la rejilla del ducto, tirando con todas sus fuerzas, pero era imposible abrirla. Estaba sellada con grandes barrotes.
—Esto es una mierda… ¡Moriremos! —exclamó Harold con profundo temor.
—Debe de haber otra salida —respondió Lewis, mirando a Ainara con ceño fruncido.
—He corrido por todos los pasillos y todos conducen a este mismo lugar. Esta es la única salida… Debe de haber una manera de escapar; este ducto no está aquí solo por curiosidad.
—No quiero ser tragado entero por una serpiente que parece de metal, o cualquier otra cosa —dijo Harold.
—Entonces… —Lewis se detuvo a pensar y, una vez más, recordó el fragmento de la primera vez que entró al laberinto: <<sus códigos QR sirven para abrir celdas>> —¡Claro! Nuestros códigos QR… nos dijeron que abrían celdas, desde el principio.
—Eres un genio, Lewis, el maestro del misterio —bromeó Harold, sonriendo de oreja a oreja a pesar de la situación de vida o muerte.
—Tenemos que buscar dónde están grabados los códigos o el escáner para abrirla.
El sonido escalofriante de la serpiente resonó a sus espaldas. La bestia asomó su cabeza por el único pasillo abierto; sus ojos, aterradores, y su cabeza, tan grande que parecía un enorme barril, intimidaban. Su boca, repleta de colmillos afilados, y el hedor a carne podrida que emanaba llenaban el ambiente de una atmósfera lúgubre. Los tres tragaron saliva, conscientes de que no había tiempo para jugar a adivinanzas buscando sus códigos; quizás luchar era lo primordial. Pero, ¿cómo demonios matarían a semejante bestia?, pensaron.
Cada uno analizaba la situación, observando detenidamente a la criatura sin pronunciar una palabra, mientras también exploraban su entorno en busca de algo con qué defenderse. Por suerte, el suelo del pasillo estaba cubierto de fragmentos de hierro, piedras, metales y tubos con grandes perforaciones, armados estratégicamente para atacar. No era normal, ni incierto, que los mismos fabricantes o la directora les proporcionaran armas, facilitándoles el desafío. Cada pasillo que atravesaban en el laberinto guardaba sus propios misterios, desafíos y métodos.
Sabían que no eran los únicos vagando por ese lugar; quizás otros reclusos estaban allí y no lograron escapar de la serpiente, dejando atrás sus medios de defensa. Las paredes y el suelo hablaban por sí mismos, estaban cubiertos de sangre seca, cráneos y restos de huesos humanos esparcidos por doquier, todo ello cubierto de polvo, moho y enredaderas.
No tenían tiempo para planear nada, así que Lewis corrió hacia su lado derecho y tomó un metal con un gran filo. Ainara y Harold hicieron lo mismo; Ainara tomó un tubo que contenía clavos afilados, mientras que Harold optó por unos pedazos de hierro que tenían un filo capaz de rebanar. Apretó sus puños en unas aperturas que había en los fragmentos, dándole mayor comodidad de agarré.
En menos de un segundo después de armarse, la serpiente se abalanzó sobre cada uno de ellos. Ainara saltó para esquivar el cuerpo de la criatura y golpeó su piel con el tubo. Los clavos se aferraron a su carne, y al retirarlo, la sangre salpicó por todas partes. Harold se enfrentó a la serpiente de frente, resbalándose ocasionalmente, y cortó la parte inferior de la bestia, rebanando un buen trozo verticalmente. Al pasar por debajo de la serpiente, se dio cuenta de que en su vientre había varios códigos QR hechos de un fino metal brillante; eran miles. ¿Cómo encontraría el suyo mientras luchaba?, pensó.
Todos luchaban contra la imponente serpiente hasta que un mal paso de Ainara dejó a todos estupefactos. Ainara cayó al suelo, golpeándose la cabeza con una pequeña roca y quedando casi inconsciente. La serpiente, entonces, la tomó y comenzó a estrangular su débil cuerpo, elevándola en el aire. Su mirada bestial se fijó en ella, abriendo su imponente boca para tragársela entera.
Harold y Lewis dieron un grito aterrador ante lo que estaban viendo. El terror y el suspenso recorrieron sus cuerpos con un escalofrío estremecedor.
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NOTA DEL AUTOR:
¿Que tal la historia hasta ahora?
Mejor no hablemos más...
No te quedes con la intriga
>>>>>>>>>Doble capitulo hoy>>>>>>>>>>>
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