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Segundos, minutos, horas, semanas, meses…

Todo parecía haber quedado suspendido en el tiempo, y en efecto, el Laberinto se hallaba detenido, como una caja de cuerdas que había agotado sus baterías; un receptáculo de misterios y secretos temerosos. Lewis y todos los prisioneros allí dentro permanecían inmóviles, petrificados como estatuas.

En el mundo exterior, todo estaba igualmente paralizado. Aunque había cierto movimiento, la muerte, provocada por el virus, se expandía implacablemente. Este avance los sumía en un silencio atroz; las calles estaban desiertas, sin un alma que vagara por ellas. Los informes ya hablaban de más de 20,000,000 de muertes registradas a nivel global, una cifra aún escasa para los seis meses que habían transcurrido. Las personas se refugiaban en sus hogares, aterrorizadas ante la idea de salir y ser contagiadas. El virus era sumamente invasivo y doloroso, como vivir en un constante temor por la incertidumbre que envolvía sus vidas y las de sus seres queridos. Con el tiempo, los programas de televisión y radio fueron cancelados, y los pájaros parecían haberse extinguido; no se escuchaba ni un solo canto en estos días sombríos.

Los gobiernos ingenuos y la OMS trabajaban arduamente para combatir el virus y desarrollar un antivirus. Lo que ignoraban era que este último existía desde mucho antes de que se desatara la pandemia, aguardando el momento y la hora exactos para ser revelado.

Ágata y sus cómplices tenían todo meticulosamente planeado; era un juego de ajedrez entre los ricos y poderosos que habitaban en las alturas, y aquellos que se hacían llamar “ricos y poderosos” en la tierra. Un laberinto de desigualdad e incertidumbre se desplegaba ante ellos.

Frank, por su parte, se encontraba en una empresa dedicada a la fabricación de automóviles lujosos, una nueva marca que iba a ser lanzada al mercado una vez que la pandemia diera un respiro. Trabajaba con esmero, pero a menudo sentía que todo su esfuerzo era en vano. La traición a su amigo lo atormentaba, una carga que le revolvía el estómago y le provocaba náuseas.

Ágata estaba lista para dar un golpe decisivo. En su oficina reinaba una algarabía de personas vestidas elegantemente de blanco, cuyos rostros estaban cubiertos por una tela negra que ocultaba su identidad. Estaban dispuestos en filas, tecleando sin cesar frente a sus computadoras. El aire estaba cargado de tensión. No se sabía con exactitud qué estaban escribiendo; para ellos, era algo positivo, pero ese “bien” escondía intenciones oscuras. A pesar de la decadencia que envolvía al mundo, este se preparaba para un nuevo resurgimiento.

Frank despegó su nave junto a varios miembros de la EMC. La nave se hizo invisible en el aire, dirigiéndose a las alturas donde se alzaba la imponente fábrica.

Todos se encontraban en la sala de reuniones, y Ágata, con su impecable elegancia, brillaba entre la multitud de personas y robots que la rodeaban.

—El Plan C19 ha sido un éxito —expresó Ágata con gran alegría en medio de la multitud, su voz resonando con fuerza.

Los aplausos llenaron el salón.

—Gracias a este éxito, proseguiremos con el nuevo plan… El Plan Laberinto.

Los aplausos estallaron nuevamente.

Frank, con un ceño fruncido por la confusión, levantó la mano para expresar su duda—¿Plan Laberinto? ¿Acaso piensas enviar a todos a esa prisión?

—Eso me indica que tienes la mente en otros asuntos, Frank… El informe lo presenté hace días.

—Perdona, Lord, no he estado muy atento. La incertidumbre que reina en la tierra es… Bueno, mejor sigue.

—Ágata lo miró con frialdad, ignorando la interrupción de Frank y su pregunta trivial—. Para los ilusos, estúpidos e ineptos —sus ojos se posaron en él con una intensidad que helaba la sangre—. El Plan Laberinto no es más que una forma de propagar la esperanza en la tierra. Sacó un pequeño cubo que, en cuestión de segundos, comenzó a expandirse por sí solo, transformándose en un rectángulo de unos quince centímetros de alto y tres de ancho. En su interior, un líquido verde vibrante brillaba con una intensidad inquietante—Este —continuó, alzando el cubo— es el antivirus. Se dispersará en el aire como lo hizo el virus, pero esta vez, con solo arrojarlo será suficiente. Tardará años en cubrir toda la tierra, pero el tiempo está bajo nuestro control y es un recurso del que podemos prescindir. Pero… —hizo una pausa, dejando que la tensión llenara la sala—. Antes de lanzar el antivirus, lloverá lo que todos anhelan en este momento: dinero. La situación ha llevado al caos, la parálisis económica ha arrastrado a innumerables personas a la quiebra, dejándolas sin nada. Así que… ¿qué compra una vida avariciosa? ¿Qué puede ofrecer felicidad a las mentes putrefactas de la humanidad? ¡El dinero! —su risa sarcástica resonó en el aire, cargada de una siniestra satisfacción—.Lloverá dinero, y las personas de todo el mundo saldrán sin miedo a ser contagiadas. Se alegrarán al ver caer esa abundancia del cielo. Y justo cuando cada alma esté fuera de su encierro, apareceremos nosotros, ofreciendo nuestra "ayuda". Nos verán como ángeles, como dioses que dan sin pedir nada a cambio…En ese momento, los hombres de grises, violetas y magenta descenderán de sus naves, ofreciendo asistencia a los civiles. Y en ese instante, tomaremos el control. Ellos vivirán atrapados en un laberinto de incertidumbre y miedo, pero nosotros seremos la única salida.

Los aplausos resonaron por todo el lugar, llenando el aire con una energía electrizante. Ágata, de pie al frente, sentía una mezcla de ansiedad y anticipación que le recorría el cuerpo. Sabía que estaba a punto de desatar un plan que cambiaría el rumbo de la humanidad.

Los hombres en las computadoras trabajaban frenéticamente, imprimiendo toda la información de las personas de cada rincón del mundo. Era un proceso meticuloso y escalofriante, donde cada dato era recopilado y analizado. Además, estaban fabricando dinero para todas las naciones, adaptándolo a las particularidades de cada país. La magnitud de lo que estaban haciendo era abrumadora. 

Miles de toneladas de billetes recién impresos eran transportadas hacia naves en forma de rombo, que se destacaban en la penumbra del salón. En su parte inferior, un laberinto de luces azules vibrantes se movía como celdas en constante flujo, dando la impresión de que estaban vivas, como si el mismo laberinto estuviera respirando. 

Finalmente, las naves despegaron, elevándose hacia el cielo y volviéndose visibles en la vasta altitud de las galaxias. El rugido de sus motores resonaba como un eco ominoso, presagiando lo que estaba por venir.

Miles de ellas se dispersaron en diferentes direcciones, cumpliendo su misión. Una vez que llegaron al planeta Tierra, se engancharon entre sí, formando un escudo invisible en la atmósfera. La tensión en el aire era palpable, un silencio ensordecedor rodeaba a los hombres y mujeres que observaban desde la base, conscientes de que estaban a punto de presenciar el inicio de un nuevo orden mundial.

Ágata contemplaba el horizonte, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que el éxito de su plan dependía de cada detalle, de cada movimiento. La preparación había sido meticulosa, pero el verdadero desafío apenas comenzaba. A medida que las naves se alineaban en el cielo, una sombra de inquietud se cernía sobre la Tierra, y la incertidumbre de lo que estaba por suceder llenaba el aire. ¿Estaba la humanidad lista para lo que se avecinaba? La respuesta, sin embargo, estaba a punto de revelarse.

—preparados—dictó Ágata como voz de mando 

—1…2…3

Las naves iluminaron el cielo con una luz intensa y deslumbrante, como si un nuevo sol estuviera surgiendo en la oscuridad de la noche. Los ecos de relámpagos resonaron a través del aire, retumbando en los corazones de quienes se atrevían a mirar hacia arriba. En ese instante, en la desolación de las calles vacías de todo el mundo, comenzó a caer dinero como lluvia, una lluvia de billetes que danzaban en el viento, brillando como estrellas fugaces.

La escena era surrealista; cada billete caía con un suave susurro, pero en su caída arrastraba consigo un rugido de caos y desesperación. Las personas, escondidas tras las ventanas de sus hogares, miraban atónitas, con los corazones latiendo al unísono con la incertidumbre que llenaba el aire. ¿Era esto una bendición o una maldición? El dinero, símbolo de avaricia y poder, caía del cielo como si el mismo universo estuviera jugando con el destino de la humanidad.

Los ecos de la tormenta se entrelazaban con los gritos de sorpresa y emoción de aquellos que se atrevían a salir a las calles. Pero, mientras recolectaban los billetes que caían, una sombra de inquietud se cernía sobre ellos. ¿Qué había detrás de esta lluvia inesperada? ¿Qué plan oscuro se escondía tras el brillo del dinero? La fascinación se mezclaba con el miedo, y en cada rostro se reflejaba una guerra interna entre la codicia y la desconfianza. La noche apenas comenzaba, y el verdadero espectáculo estaba por revelarse.

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