5
Espejos de la locura
Lewis se quejaba del dolor; su pierna sangraba sin cesar, hinchada y morada. La herida era tan profunda que se podía ver la carne fresca y los tendones expuestos. Sus gritos resonaban como ecos a través de los miles de muros que parecían atrapar el sonido. Aunque el lugar donde habían caído era gélido, el aire frío se sentía denso, y la nieve caía espesa, como si hubiera olvidado la existencia del cielo. Era un paisaje cubierto de nieve, sin muros, solo pequeñas colinas y montones de nieve, además de grandes icebergs que emergían de la tierra. El rostro de Lewis reflejaba una agonía desgarradora; su nariz estaba roja por el frío y su piel, reseca y tirante.
Llevaban siete semanas en el Laberinto, y sus rostros y cuerpos estaban lacerados, llenos de marcas y cicatrices. Pero esta vez, un hombre estaba herido, con una cortadura profunda que lo dejaba al borde del desmayo por el dolor. Lewis había experimentado todo tipo de sufrimientos, más emocionales que físicos, y cada daño era un recordatorio persistente, una reminiscencia de su corazón, de su mente, de su alma cargada de emociones desbordantes y sin sentido:
—Mamá, me caí jugando al fútbol.
—Ojalá te hubieras golpeado más. Eres una carga, levántate, límpiate y enfrenta tus heridas.
—Me duele, madre.
—Una herida no duele si no intentas curarla; ahí es donde sientes el verdadero dolor.
—¿Qué hago?
—Resuélvelo tú, Lewis. Ya tienes 11 años, deberías saber cómo manejarte a esa edad… Tu padre no tardará en llegar; si te ve llorando, te castigará, y sabes de qué forma.
—me duele, ¿si se me infecta?
—Es un simple raspón, no es nada grave. Lárgate de mi presencia, que no he tomado café y la rabia me consume.
—Nunca debí haber nacido.
—Nunca debiste nacer.
***
—Hey Lewis, levántate, vamos hombre
Lewis apenas abría sus ojos y tiritaba del frío
—si no hacemos algo rápido este hombre morirá
Jueves
17:31 pm
170 horas en el Laberinto
—cubrele la pierna con nieve, eso aliviara y bajara la hinchazón.
—Harold, tomó despacio la pierna de Lewis, cubriendola con la nieve del suelo—ya está.
—tenemos que sellar la herida, así evitaremos una infección o algo parecido
—¿como piensas sellar una herida si estamos—miro a todo su alrededor viendo solo nieve—... estamos en medio de la nada?
—por lo Menos ahí nieve, eso ayuda a aliviar el dolor y sirve de anestesia
—Tienes razón Aitana
—¿Aitana?—expresó la mujer ceñuda
—¿no es así tu nombre?
—Es Ainara… Mucha diferencia de letras
—Yo veo esa mierda igual… Bueno no estamos para ser amiguitos, tenemos que salvarlo, él me salvo y caminar es lo mínimo que puedo hacer por ese hombre. Ya cae la noche y tenemos que explorar este lugar para seguir avanzando.
—Bueno. Yo puedo hacer algo por él—revisó sus bolsillos, sacando par de cosas, entre ellas un alfiler, hilo dental, cremas de cuerpo, y otras cosas más—tome esto cuando, apenas entre a este lugar, algo me invento para sellar la herida.
—Entonces llevas aquí 5 meses ¿no?
—si, y noventa días…Largo tiempo y aún no le veo el fin a este infierno.
—él y yo solo llevamos siete días y par de horas, y ya veo la muerte firmando nuestro contrato.
—La muerte es una metáfora para ellos, para nosotros es el sinónimo de libertad y esperanza, tengo la fe de salí de este maldito lugar.
—¿Y cómo terminaste aquí?
—Si estoy aquí es porque soy igual que tu.
—pero algo insiste. Hay miles de cárceles en la tierra, y estamos en la peor de todas, finde vienen los peores criminales de la historia y el mundo.
—¿Cuántas personas asesinaste?
—por qué me lo preguntas, y sabes que soy un asesino
—conozco la miradas de los asesinos… Repito: ¿cuantas personas mataste?
—17 hombres y mujeres.
—Es poco… Es un maldito asesino pero tienes un corazón noble
—mas respetos aitana
—¡Ainara!
—más respetos Ainara. No conoces los oscuro y perverso que puedo llegar a ser—se acercó a ella, tratando de intimidarla
—ya te estoy conociendo, y sé que tu corazón no es más perverso y oscuro que este lugar… Y no logras intimidarme un poco hombre.
—eres una…
—si, soy una hija de puta y por esas razones estoy aquí. Secuestre a un senador de Estados Unidos, su cabeza llegó fresca en plena ceremonia, ese día secuestre a toda su familia con mi grupo, les robe todo el dinero posible, me estableci en parís. Allí lo tenía todo, robe todo lo que pude en el museo mas prestigioso, el Louvre, deje vacío el lugar, los artefactos los vendí al mercado negro, y ya tenía todo mi imperio armado. Comencé el tráfico de armas. Surgí como la reina, y desde allí, un infiltrado me traicionó y llegué a este maldito y asqueroso lugar. No he muerto, porque mi sed de venganza espera con prisa.
—Harold solo quedó impresionado por lo dicho de Ainara—wow, enserio eres una hija de puta
—sé que lo soy. Pero soy como tú, tengo buen corazón y me gusta ayudar. Si No conociera a las personas ya los hubiera asesinado. Soy una antigua, conozco… Digamos un 30% del laberinto. Pero sola no lo puedo hacer.
—Bueno ya somos tres, ahora, a ayudar a este hombre ya.
Harold y Ainara se pusieron en marcha. No eran médicos ni expertos, pero sabían como manejar la situación e incluso curar a un herido o una persona grave.
Ainara descubrió la nieve de la pierna de Lewis quien agonizaba del frío, su pierna aún seguía en mal estado, pero sin embargo el frío y el hielo le habían ayudado un poco. Ainara revisó los bolsillos de la braga de Lewis, sacando también artefactos que él había guardado cuando estuvo en las celdas.
—ohh, un enjuague bucal, nos sirve como alcohol, no sé qué tanto puede ayudarnos pero sé que servirá.
Tomó el enjuague bucal, lo abrió, y regó sobre la cortadura, Lewis apenas se movió, su pierna estaba casi inmóvil y debido al frío era posible que sintiera mínimo dolor. Y luego, Ainara tomó el alfiler junto con el hilo dental, hizo un pequeño cabo, y empezó a sellar la herida. No estaba segura si los químicos alteran i caerían mal, pero lo primordial era coser para evitar que derramara más sangre. Harold, limpio la el trapo con el que tenía envuelto la herida y lo puso nuevamente.
Una vez terminado, lo movieron a otro lugar, y se resguardaron en una roca.
19: 05 pm
La noche había caído, no había luna, solo niebla y la nieve que caía sin parar, el frío estremecía los huesos, Harold, Ainara y Lewis estaban juntos tirados, acurrucados, muriendo del frío, su bragas no eran suficientes para cubrirse.
Un golpe se escuchó, a sus espaldas. Harold asomo su cabeza con cautela a través de la roca, percatandose que eran los cubos de alimentos.
—¿Qué es?—preguntó Ainara, cruzada de brazos y temblando del frío
—son los cubos de alimentos. Voy por ellos.
Ainara asintió.
Harold, camino en pasos lentos, y tomó los cubos de uno en uno, y los llevó al sitio donde estaban resguardandose.
Una vez que los escanearon.
Los cubos se abrieron, en ellas había una lata de frijoles cocidos, un cubo de arroz chin, agua y unos pequeños sobres en negro con la marca de un laberinto en ellos.
—¿y esto?—musito Harold, tomando los sobres ceñudo.
—ni idea
Harold desató el nudo de la pequeña tela, que se desplegó como un mágico lienzo en sus manos. Con cada pliegue que se abría, revelaba dos chaquetas impermeables, perfectas para desafiar el frío con un estilo inigualable. Eran tan suaves y acogedoras que parecían susurrar promesas de calidez en los días helados. A su lado, unos gorros de lana se asomaban, listos para completar el atuendo y proteger del viento cortante. Era como si el universo le hubiera enviado un arsenal de confort, todo lo que necesitaba para enfrentar las inclemencias del clima.
—después de todo no son tan malos eh—exclamó Harold
—No son malos, son peores.
—al menos no moriremos de frío y hambre
Ainara se dedicó a colocar el abrigo sobre los hombros de Lewis, mientras le ofrecía los alimentos con delicadeza, metiéndolos en su boca. A pesar de no tener mucho, su compasión brillaba intensamente, y sus palabras eran escasas, limitándose a murmullos que parecían cálidos como el fuego. El frío se intensificó, y los tres se agruparon, buscando el calor corporal que les permitiera sobrellevar la helada noche sin sucumbir al sueño helado. Harold fue el último en cerrar los ojos, observando con una mezcla de preocupación y esperanza a sus compañeros.
Ainara tenía razón: a lo mejor era un buen hombre a pesar de ser un asesino
Los días transcurrían, y Harold y Ainara continuaban esforzándose por ayudar a Lewis en su recuperación. Habían recorrido ya varios kilómetros, pero ante ellos se extendía un mar incesante de nieve, rocas y hielo que sobresalía del suelo como una trampa mortal. A pesar de las adversidades, Lewis aún se movía con determinación, aunque su mayor temor lo acechaba: la posibilidad de caer en una emboscada que podría costarle la vida.
Dia 17
408 horas en el Laberinto
—¿Cómo sigues Lewis?
—ya estoy mucho mejor, me duele pero ya puedo caminar al menos. Gracias por todo
—no des las gracias.
—si no fuera por ustedes hubiera muerto.
—tranquilo, no fue nada.
—Hey ¡vengan acá!—gritó Harold desde la lejanía,su voz se escuchó como eco
Lewis y Ainara se miraron ceñudos, y fueron hacia Harold.
—¿que paso?—preguntó Lewis
—Harold estaba de cuclillas en el suelo—miren esto.
Ainara y Lewis se detuvieron en seco, sus corazones latían con fuerza mientras sus miradas se posaban en lo que parecía ser un hombre, un recluso cuya figura yacía inmóvil, atrapada en un abrazo gélido de nieve congelada. La blancura inmaculada contrastaba brutalmente con la oscuridad que emanaba de su rostro. La frialdad del aire parecía intensificarse, y un escalofrío recorrió sus espinas al imaginar la agonía que había precedido a su triste destino, un recordatorio escalofriante de lo que podría sucederles si no lograban escapar de este desolado lugar.
—¿creés que hayan más reclusos en esta zona?—dictó Harold
—Es mi primera vez en este lugar de nieve—susurró, la voz temblorosa de Ainara mientras miraba a su alrededor—, he estado en peores… Pero no se engañen, aquí hay sombras que se mueven en la oscuridad. Seguro que varios han abierto puertas y han caído en este abismo. Recuerden, no estamos solos en estos pasillos, la soledad es un lujo que no podemos permitirnos.
Un escalofrío recorrió el ambiente, y su mirada se detuvo, aterrada, en una esquina donde la luz apenas llegaba. Los ecos de sus pasos resonaban en la fría muralla, como si algo o alguien estuviera acechando. Y más que eso, sabía que en ningún momento estaban solos, sea cual fuera el lugar.
—Incluso hay reclusos que han cruzado la delgada línea de la cordura —continuó, su voz ahora un susurro temeroso—, y solo buscan ensangrentar sus manos con la vida de quien se les cruce. Cada rincón de este lugar es un recordatorio de su locura, un eco de gritos ahogados y risas maníacas.
El aire se volvió más denso, como si la desesperación misma de esos muros estuviera tratando de apoderarse de ellos: —Este es un lugar de tormento donde cada segundo que tratamos de mantener nuestra cordura, la locura acecha, lista para devorarnos. No podemos permitirnos bajar la guardia, porque lo que se oculta en la oscuridad no es solo un eco del pasado; es una amenaza latente, esperando el momento perfecto para atacar. No solo la locura de reclusos sino de criaturas horrorosas.
Lewis y Harold tragaron grueso.
Y en un instante, unos gritos se escucharon provenientes del cielo, aunque la espesa niebla impedía ver más allá.
—vieron, seguro son más reclusos que caen, avancemos.
Todos se agruparon y comenzaron a avanzar por el inhóspito desierto de nieve y rocas, luchando contra el viento helado que azotaba sus rostros. Tras una ardua travesía, finalmente alcanzaron una cumbre.
Todos expresaron una impresión enorme en su rostro y, más que eso, preocupación, desesperación, y miedo.
Allí, ante ellos, se extendía un vasto laberinto, pero un enorme reflejo deslumbrante les dificulta la vista, haciendo que sus ojos se entrecerraran en un intento de adaptarse a la intensa luz que reflejaba la nieve.
—¿Qué es? ¿Logran ver?—preguntó Lewis.
Ainara, trato de mirar con más claridad.
—es… Es…—su voz se estremeció causando un ambiente tenebroso.
—Di que es mujer—exclamó Harold con tedio.
—Parece ser un laberinto de cristales, de espejos.
—un laberinto en otro laberinto.
—Pero este debe ser algo mucho peor.
Todos se miraron con preocupación expresada.
LA FÁBRICA
9:00 am
Centro de Seguridad del Laberinto:
Las luces parpadeaban tenuemente en el oscuro centro de mando, creando sombras danzantes que se mezclaban con el aire cargado de tensión.
—Hay aproximadamente 19 reclusos en la zona de naufragio; 6 de ellos han perdido la vida. Otros 50 vagan perdidos entre los muros, y 34 se encuentran en la zona del iceberg —informó el operador, su voz temblando apenas perceptiblemente.
—¿Ya han llegado al Laberinto de Cristal? —preguntó la directora, su mirada fría como el acero, fija en la pantalla que mostraba imágenes distorsionadas de los prisioneros.
—Nueve de ellos ya están atrapados en el Laberinto, aturdidos por los reflejos mortales. El resto avanza con cautela, como si el miedo les arañara la mente —respondió, consciente del peligro que acechaba en cada palabra.
—Bien, muy bien —exclamó la directora, una sonrisa cruel asomándose en sus labios, como si disfrutara de la tragedia que se desplegaba ante sus ojos.
—Hay 57 reclusos más en camino —añadió, la inquietud palpable entre los presentes.
—Aún no los metan dentro, esperemos ver la función —su voz resonó en la sala, cargada de un ominoso presagio.
—¿Cuál función? —preguntó uno de los asistentes, la inquietud reflejada en su rostro.
—Liberen las armas biológicas —la respuesta fue un susurro gélido, pero el ambiente se volvió instantáneamente tenso.
—Lord, eso... no es el momento —tartamudeó el joven, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de su voz.
—Cuando hablo, hablo —dijo la directora con una calma inquietante— y pongo fin a aquellos que me desobedecen.
Sin previo aviso, levantó un arma y disparó. El eco del disparo reverberó en la sala, y la sangre salpicó el rostro de ella y el chico quien cayó al suelo, abandonando la vida de su cuerpo en un instante. Los demás miraron, atónitos, sus rostros pálidos y llenos de desconcierto.
—Esto es para todos aquellos que me desobedezcan a partir de hoy —dictó con una voz severa, cada palabra impregnada de una autoridad escalofriante—. ¡LIBEREN LAS ARMAS BIOLÓGICAS YA!
La sala se llenó de un silencio aterrador, mientras la sombra del caos se cernía sobre ellos, y el futuro se tornaba tan incierto como el laberinto que acechaba más allá de esas paredes.
Lewis, Harold y Ainara, llegaron al lugar, se lograban ver en el reflejo de los cristales, pero sus cuerpos eran deformes, casi sin forma, y otros se lograban ver normales. El eco del viento colándose por cada muro les causaba una intriga y escalofrío tenue.
—por lo qué veo. cruzarlo es la única salida de este lugar.
—Avancemos antes de que nos sorprendan con algo más—expresó Ainara con un enorme miedo.
Los tres avanzaron en pasos sincronizados, avanzando, los gritos de personas se escuchaban como ecos lejanos, llenando el ambiente tenso.
5 minutos en el Laberinto de cristal:
Harold se adentró más en el laberinto de cristal, sus pasos resonando entre los muros translúcidos. Un escalofrío recorrió su espalda cuando creyó ver el reflejo de su madre entre los cristales.
—"Harold... Harold..."— susurró una voz fantasmal.
—¿Mamá? ¿Eres tú?— Preguntó Harold, su voz temblorosa.
Llegó a un espacio cerrado donde los reflejos se multiplicaban, y en uno de los cristales vio una pequeña mancha de sangre. La tocó con sus dedos, sintiendo el líquido espeso y frío.
De pronto, vio el reflejo de su madre a sus espaldas. Ella lo miraba con ojos acusadores.
—Tú... Tú… eres un… Un... Asesino,Harold— Siseó la voz.
Harold se dio la vuelta bruscamente, pero no había nadie. Sólo los ecos de la voz de su madre, repitiéndole una y otra vez que era un asesino, un maldito, un cerdo asqueroso.
Los reflejos en los cristales se distorsionaron, transformándose en rostros aterradores, bocas abiertas en gritos silenciosos, ojos hundidos en sombras. Las voces lo rodearon, susurrando insultos y blasfemias, acusándolo de todos sus crímenes. Eran sus víctimas reflejadas horrorosamente en el cristal.
Harold cayó de rodillas, tapándose los oídos con desesperación, pero las voces seguían resonando en su cabeza. Hasta que finalmente el silencio lo envolvió.
Entonces, un sonido de pasos lo hizo levantar la cabeza. Un rugido ensordecedor llenó el laberinto y, de entre las sombras, surgió una figura pálida y ensangrentada, con ojos muertos y una mirada hambrienta. Un muerto viviente se abalanzó sobre Harold.
Harold gritó aterrorizado. Escuchandose su grito como eco por todo el laberinto.
Lewis y Ainara seguían avanzando por el laberinto de cristal cuando escucharon un grito desgarrador.
—¡Harold!— exclamó Lewis, dándose la vuelta con pánico
—Mierda, ¿dónde está el hombre?—exclamó Ainara
—Venía detrás de nosotros—respondió Lewis, con la preocupación reflejada en su rostro— Vamos a buscarlo.
Ainara aceleró el paso, con Lewis siguiéndola de cerca. Pero de pronto, Lewis se detuvo en seco al escuchar un susurro proveniente de un pasillo lateral.
Se acercó con cautela, mirando con el ceño fruncido el reflejo que se proyectaba en el cristal. Era alguien conocido.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí?— llamó Lewis, pero sólo escuchó el eco de su propia voz.
Entonces, un llanto débil llegó a sus oídos. Avanzó unos pasos y vio la figura acurrucada de un hombre llorando.
—¿Frank? ¿Eres tú? ¿Qué haces aquí?—preguntó Lewis, con rabia creciendo en su interior.
—Perdóname... por traicionarte—sollozó Frank.
—Eres un maldito hijo de puta—siseó Lewis, apretando los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos. Se acercó para golpearlo, pero sólo logró romper un poco el espejo frente a él.
—¿Pensabas que te lo devolvería todo?—susurró la voz de Frank, reflejada en otro cristal.
—¡¿Qué demonios es esto?!—exclamó Lewis, cada vez más confundido y aterrado.
—Es tu peor pesadilla… No debiste haber nacido—la voz se transformó en la de su madre.
—¡Déjenme en paz!—gritó Lewis, desesperado.
—Aquí no hay paz, engendro de mierda—volvió a susurrar la voz.
Los cristales se empañaron, volviéndose oscuros, y comenzaron a proyectar imágenes perturbadoras de la infancia de Lewis: fracasos, humillaciones, golpes, lágrimas... Hasta que la escena se transformó en una pesadilla sangrienta, con Lewis clavando un cuchillo en varios cuerpos. Su rostro pálido por el miedo, y manchado en sangre. Su mirada era un vacío doloroso y desesperante. Um grito silencioso viendo todos los cadáveres apuñalados.
En ese momento, un muerto viviente se abalanzó sobre él. Lewis logró esquivar la mordida y salir del pasillo, sólo para encontrarse con más criaturas reflejadas en cada cristal del laberinto.
—esto no es posible—exclamó Lewis, asustado.
Avanzó su paso, gritando el nombre de Ainara y Harold, en todos lados había sangre, y se escuchaban gritos desgarradores y rugidos qué estremecía. Además de cuerpos de reclusos mordidos ensangrentado y muertos vivientes distraídos comiendo de los cuerpos. Era un caos y ver cada reflejo era imposible avanzar por el camino correcto. Lewis rompió un pedazo de vidrio con su fuerza tomando un gran filo del mismo, para salvarse de cualquier ataque, pero fue un grave error.
Una oleada de muertos vivientes “armas biológicas” comenzaron a inundar el laberinto, chocando con cada espejo, causando quebrarlos. Todo el lugar se estremeció en un grito. No estaban solos, habían mas reclusos y la peor pesadillas con ellos muertos vivientes con hambre voraz que los perseguía.
Lewis avanzó su paso, empezó a correr por cada pasillo rápidamente, unos sin salida um y otros que lo llevaban a enfrentamiento con los mismísimos muertos vivientes.
Lewis avanzaba, a la altura se podía ver la enorme cantidad de muertos vivientes que tomaban el lugar, sangrientos, voraces, con ganas de comer.
Harold se encontró con Ainara, quienes corrían rápidamente tratando de buscar el final.
48 minutos en el Laberinto de cristal
Los cristales estaban rojos, llenos de sangre, cuerpos cortados, cabezas rodando en el suelo frío, cuerpos sin vidas regados por todos lados. El ambiente era turbio, sangriento, la nieve se tornaba roja por la cantidad de sangre derramada.
Más allá Harold seguía avanzando, estaban a pocos pasos del final. Ainara tropezó y cayó al suelo, dejándola al punto del desmayo, lo s zombies venían tras de ella, Harold, rápidamente tomó una roca y empezó a golpear a los zombies, derramando el líquido viscoso carmesí en todos lados, los cristales vibraban, poniendo tenso el ambiente, hasta que por Fin lograron ver el final. Ainara cómo podía seguía corriendo con ayuda de Harold, hasta que cruzaron la línea roja saltando, saliendo del laberinto de cristal, la oleada de zombies que lo perseguían se detuvieron justo en la línea roja y no avanzaron ni un paso más.
—¡que mierda es eso!—exclamó Harold asustado—¿dónde quedó Lewis ?
—no lo sé, se me perdió de vista.
—Tenemos que volver a ayudar a ese hombre, su pierna puede que siga herida.
—no podemos volver.
Ainara se miraba reflejada en un cristal, cuando de pronto escuchó una voz varonil, como susurro:
—Ainara. Ven… Estamos aquí, ven por nosotros.
—¿Corney? ¿Corney eres tú?
—Ven, estoy aquí resguardado, vine ayudarte.
—donde estas
Ainara camino de vuelta al laberinto y casi al cruzar la línea roja de vuelta, Harold la tomó de su brazo jalandola hacia él
—No escuches esas voces, solo quieren engañarnos y volvernos locos.
—que, ¿qué pasó?
—Los espejos causan locura, no le hagas caso, solo quieren que pierdas la cordura.
—escuche la voz de mi esposo allí dentro
—Yo escuché la de mi madre, y no fue nada bien, nada es real…
Y los segundos Lewis venía en la lejanía, casi pisándole los talones a los muertos vivientes hasta cruzar la línea y los zombies se detuvieron, Lewis cayó al suelo, respirando agitadamente.
—¿que es esta mierda?—exclamó
—Todo aquí sorprende ¿no?. Ellos jamás nos harían la libertad tan fácil.
Varios reclusos más, salían, saltando la línea por otros pasillos, y otros solo eran decorados por los zombies.
La voz robótica se escuchó:
Sección IceBerg en auto destrucción. 1 ... 2…
—¿que pasa?—dijo Harold ceñudo y asustado
—corramos ya, ¡vamos!—grito Ainara
—3, autodestrucción, activada.
El Laberinto de Cristal comenzó a temblar y crujir, como si fuera a desmoronarse en cualquier momento. Harold, Ainara y Lewis corrían con desesperación, esquivando los cristales que salían disparados en todas direcciones.
Los gritos de los otros reclusos llenaban el aire, algunos siendo alcanzados por los afilados fragmentos, sufriendo cortes profundos que les arrebataban la vida. Y otros devorados por los muertos vivientes.
—¡Sigan corriendo!— gritó Harold, empujando a Ainara para que acelerara el paso.
A lo lejos, un resplandor brillante parecía indicar una salida. Los tres se lanzaron hacia ella, sin saber qué les esperaba al otro lado.
Al cruzar, cerraron los ojos, sintiendo cómo el cristal cedía bajo sus pies, como si atravesaran una pared de agua. Emergieron en un espacio diferente, lejos del caos que habían dejado atrás.
Volvían a estar rodeados por los imponentes muros de piedra y hierro, el ambiente oscuro y perturbador. Pero al menos habían escapado del Laberinto de Cristal, que ahora se desmoronaba por completo, convirtiéndose en una pila de escombros brillantes y sangrientos.
—Lo logramos…—suspiró Ainara, mirando a sus compañeros con alivio.
Pero la calma duró poco, pues sabían que aún tendrían que enfrentar lo que les aguardaba más allá de esos muros, oscuros, altos y perturbadores.
Habían vivido mil pesadillas y quizás esta era la menos que enfrentarían a lo largo del bastó y distópico laberinto.
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