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21

A un paso de la salvación, a un paso del destino

 Lewis observó con atención las luces que desvelaban el mensaje, dándose cuenta de que eran pequeños drones que parecían moverse de manera autónoma, revelando un mensaje enigmático. 

¿Era realmente este el final? Pensó Lewis, sintiendo un rayo de esperanza recorrer su ser. Después de tanto tiempo, había perdido la noción de cuánto había transcurrido en aquel lugar, pero le resultaba difícil creer que estuviera a solo un 5% de alcanzar su libertad. 

Comenzó a caminar, ascendiendo por la montaña de arena. Si de verdad era el final, era el más temido, el más silencioso, el más tranquilo y, a la vez, el más irreal. Lewis quedó atónito ante lo que se desplegaba ante sus ojos.

No había muros laberínticos; el terreno era vasto y extenso, limitado solo por un muro que se arqueaba en un círculo, rodeando aquel espacio desolado. La calma que lo envolvía era desconcertante, y lo más aterrador era el lago poco profundo que se extendía ante él. Sin duda, el lago no contenía agua; su tono rojo brillaba con la luz del cielo, y la gran luminiscencia que se percibía a lo lejos era sangre, indudablemente sangre. Pequeñas irregularidades emergían del suelo, como rocas de formas extrañas, mientras una niebla inquietante se deslizaba por encima del lago, añadiendo un aire de misterio al lugar. 

Al alzar la vista, Lewis se dio cuenta de que en el cielo flotaban objetos de toda índole: automóviles, edificios en ruinas, rocas, cristales, puentes… todo lo inimaginable danzaba en el aire, moviéndose en un ballet silencioso y aterrador. 

El pulso de Lewis se aceleró, dominado por el miedo; no sabía qué más le aguardaba. En un instante, las luces se apagaron, y el cielo se tornó grisáceo, repleto de tormentas. Grandes relámpagos iluminaban el paisaje, cayendo con ferocidad sobre el lago de sangre, pero el agua no se agitaba; solo caían y ya. La atmósfera se volvió aún más opresiva, como si el propio lugar se burlara de su desesperación.

Y las voz robótica volvió a hablar: —3…2…1. 

Un fuerte soplido del viento golpeó el cuerpo de Lewis, empujándolo hacia atrás. El cielo comenzó a tornarse más temido y feroz; los rayos caían con mayor frecuencia, y el viento aullaba con ferocidad, sacudiendo todos los objetos que flotaban en las alturas.

No había forma de retroceder y sentarse a esperar que la “tormenta” pasara. Este era el final, y debía enfrentarlo con toda su resistencia y esperanza. Lewis dio unos pasos, sintiendo el agua del lago, que no era nada profundo; apenas cubría la suela de sus botas. Sin pensarlo dos veces, comenzó a correr en línea recta, con todas sus fuerzas. No sabía realmente cuál era el final, pero su instinto le decía que debía encontrarlo.

Corrió sin detenerse, salpicando la sangre en cada zancada, manchando su rostro con ese tono grotesco y aterrador. Los objetos que levitaban en el cielo empezaron a caer. Lewis esquivaba cada uno con agilidad; caía de todo a su alrededor, y en ocasiones se veía obligado a retroceder, pero siempre seguía avanzando, cubriendo su rostro con los antebrazos cada vez que un objeto caía, esparciendo escombros por todas partes. Su respiración se tornó agitada, y al ver la sangre salpicar a su alrededor, su mente fue invadida por recuerdos de un pasado que no lo dejaba en paz.

"Un arma"

El arma sostenida por un sujeto encapuchado apuntaba a la cabeza de ella, cargándola y disparando sin compasión.

—Lewis, soy Frank. El sicario ha matado a tu madre. 

—¿Qué? No pedí que hiciera eso, Frank. ¿Qué demonios me estás diciendo? 

—Somos amigos incondicionales. Si tus padres se negaron a darte la herencia, yo te estoy ayudando por tu bien. Tu empresa de autos te espera. 

—No dije que los matara, solo que les dieran un susto. Mi padre se lanzó del balcón y no entiendo por qué. Todas estas muertes van a quedar sobre mí. ¡Joder! 

—Tranquilo, manejo mis piezas. Los cadáveres no serán descubiertos, y crearé una escena perfecta sin culpables. 

—¿Qué piensas hacer? 

—Asómate al balcón y mira de nuevo hacia abajo. 

Lewis se acercó lentamente, asomando la cabeza por la altura. Observó que el cuerpo de su padre ya no estaba, ni rastro de sangre, ni nada sospechoso. Ni alarmas en el hotel, ni la policía había llegado. Todo parecía normal, lo que lo dejó atónito.

Apretó el teléfono con fuerza en su mano; sus facciones se marcaron por la tensión y la confusión.

—¡¿En qué demonios andas metido?! ¿Por qué carajo pasó esto? El cuerpo de mi padre ya no está, y todo parece jodidamente normal. ¡¿Qué me estás ocultando, Frank?! 

—No te alteres, amigo. Te dije que te ayudaría a cumplir tus sueños, y lo estoy haciendo. ¡Seremos grandes! 

El teléfono de Lewis resbaló de sus manos cuando giró para ver el televisor del cuarto de hotel, donde las noticias locales aparecían en pantalla.

—La mansión Foster de los empresarios y la famosa arquitecta Agnna ha quedado en total…  

"Fuego"

Las imágenes invadieron aterradoramente la mente de Lewis. 

La mansión de sus padres había estallado en una gran explosión, convirtiéndose en cenizas. Lágrimas recorrían lentamente su rostro; esto no era lo que había imaginado. Quizás Frank había cruzado la línea. A pesar de todo, eran sus padres.

El teléfono de Lewis vibró sobre la cama. Al mirar la notificación, vio que era un mensaje de Frank.

Frank Bro del alma:Te estoy esperando en las afueras de la ciudad para hablar en detalle. Puede que no entiendas nada, así que te envío la ubicación.

Lewis salió disparado en su auto, un Volkswagen, rumbo al lugar de encuentro que le había indicado Frank. Estaba ansioso por confrontarlo y expresar todo el caos atroz que había provocado.

Llegó a un terreno desolado que parecía una edificación abandonada. 

Bajó de su auto y vio el vehículo de Frank estacionado a pocos pasos delante. Entró con cautela y, en medio de lo que parecía un cuarto oscuro, encontró a Frank. Una pequeña luz iluminaba tenuemente el lugar.

—Pensé que no llegarías —resopló Frank, con un tono de desdén.

Lewis, en un movimiento rápido, sacó un arma y la apuntó a Frank con seriedad.

—¿Por qué actuaste como un demente, Frank? ¡No te pedí que mataras a mis padres! ¡No te pedí nada de esto! ¡Actuaste por tu cuenta!

—Te dije que no te alteraras. Sé lo que hago. Baja esa arma —respondió Frank con calma, levantando las manos en señal de rendición.

—Cuando mis padres ya no estén, las noticias comenzarán a circular por todas partes. ¿Y quién crees que será el culpable de sus muertes o desapariciones? ¿Quién llevará ese peso encima? ¡Yo, joder!

—¿Tu padre no te dijo nada a cambio de esto? —preguntó Frank, con un destello de interés en sus ojos.

Lewis bajó la mirada, recordando.

—Mi padre dijo que mi madre se había suicidado —soltó Lewis, dudoso y pensativo.

—¡Qué mejor manera de hacerlo! Tu padre dejó que le envenenaran la mente con el supuesto psicólogo recomendado, que al final resultó no ser un verdadero profesional. Deberías alegrarte.

—No estoy entendiendo nada de lo que pasa. Vi cómo se lanzó desde la ventana, vi su cuerpo. Las noticias de la mansión en llamas... Todo es un maldito laberinto de incertidumbre que no consigo entender…

—Y jamás lo harás, pero quizás encuentres una salida —murmuró Frank—. Al final, tus padres te odiaban, no te querían. Te trataban como si fueras la peor basura. Yo los desaparecí. Si alguien nos descubre, yo seré el culpable de todo, pero esa empresa que deseas se construirá para tu beneficio, Lewis. ¡Eres casi como un hermano!.

Lewis no comprendía del todo lo que decía Frank. Con tan solo 19 años, su mente estaba abrumada, incapaz de asimilar la magnitud de la situación: su madre muerta, su padre también, su mansión consumida por las llamas, y todo el círculo social de Agnna y Romain Foster desmoronándose a su alrededor.

—No des tantas vueltas a la situación —exclamó Frank con energía—. Mira.

Frank destapó un bulto cubierto con una lona negra, revelando lo que había estado escondido.

“Cuerpos qué yacían tirados en una habitación oscura”

Era ellos: sus padres y cada una de las personas que formaban parte de su círculo de amistad y empresarial. Frank los había asesinado a todos, yacían ensangrentados en el suelo de aquel cuarto oscuro.

Lewis giró la cabeza, sintiendo que la náusea lo invadía. Nunca había presenciado cadáveres, y mucho menos ver a sus padres de una manera tan trágica e incoherente.

—Hazte la idea de que ellos nunca existieron para ti. En realidad, no han existido jamás. Que esto se borre de tu memoria, ¿vale? —dijo Frank, con una frialdad inquietante.

Lewis asintió, su cuerpo temblando de terror. La enormidad de la situación lo abrumaba; al final, él también estaba involucrado en esto.

—Los papeles de la herencia serán modificados y falsificados por un amigo experto en el tema. Todo el jodido dinero de tus padres será tuyo, gracias al buen chico que siempre has sido —declaró Frank, esbozando una sonrisa que helaba la sangre.

Los cuerpos fueron incinerados, consumidos por las llamas hasta convertirse en cenizas. Con el tiempo, esas cenizas comenzaron a esparcirse por el aire, como si borraran toda evidencia de lo ocurrido, dejando solo un oscuro eco de lo que había sido.

Así, Lewis logró establecer su magnífica empresa de autos. Y Frank, su amigo y hermano inseparable, llevaban en sus conciencias el peso de esas muertes. A pesar de que Lewis no había ordenado el asesinato de nadie, sentía que él mismo lo había hecho, que él mismo había matado a sangre fría.

Cada instante, su memoria le traía destellos de recuerdos perturbadores, culpándolo de estar atrapado en un laberinto de crímenes. Estaba pagando por cada muerte, aunque nadie supiera de los Foster: su madre y su padre. Ni siquiera la policía llegó a interrogarlo, como si nunca hubieran existido.

En medio de esos recuerdos, Lewis levantó una nueva sospecha, y al regresar a la realidad, se lanzó de rodillas al suelo. Sus rodillas se empaparon en un lago de sangre. Llorando, sus lágrimas se mezclaban con el líquido rojo que lo rodeaba, dándole la apariencia del verdadero criminal.

—Yo lo hice, yo los maté. A pesar de que no cometí ningún acto, ¡yo los maté! —se repetía a sí mismo Lewis, atrapado en una espiral de culpa, incertidumbre y nostalgia. Observó sus manos, manchadas de sangre por el lago que lo rodeaba, mientras continuaba su lucha interna entre el miedo y la culpa.

—Mis manos están manchadas de sangre, soy un asesino. Me culpo por esto, por estar aquí pagando un crimen que no cometí... No maté a Shatman, pero vi cómo ustedes morían —murmuraba una y otra vez, golpeando el agua ensangrentada. Su reflejo carmesí se distorsionaba en el mar de sangre, y al contemplar su rostro, una verdad dolorosa lo abrumaba—. Soy esto. Soy un asesino, un hijo de puta, una bestia. 

Con cada palabra, su ira crecía. —¡Saldré de aquí, sí o sí! Frank, él me las debe todas —se decía, apretando los puños con fuerza, sus facciones marcadas por la furia. Al final, un grito de lucha resonó en el aire, un eco de su desesperación y su determinación por enfrentar la oscuridad que lo rodeaba.

Continuó corriendo por el vasto y aterrador paisaje carmesí, donde los objetos seguían cayendo a su alrededor y la niebla añadía un toque de tenebrosidad al entorno. A pesar de todo lo que había vivido allí dentro, Lewis se aferraba a la idea de escapar de aquel lugar con vida. Corría, corría y corría sin descanso, sintiendo que se acercaba a lo que parecía ser el final. Un gran brillo caía del cielo, destacándose en medio de la desolación. “Ese podría ser el final”, pensó Lewis, y siguió avanzando, cada vez más cerca.

En ese momento, tropezó con una roca y su cuerpo cayó abruptamente al suelo. Se giró boca arriba y vio un enorme auto que se precipitaba hacia él. Con un movimiento rápido, se apartó justo a tiempo. El vehículo cayó con ferocidad, esparciendo escombros y salpicando sangre a su alrededor. Lewis quedó tendido con los brazos extendidos, sintiendo un dolor punzante en su pie, donde la mordida comenzaba a hacerse más intensa.

Para su desgracia, un enorme fragmento de vidrio cayó sobre su brazo, rebanándole una parte del antebrazo. No lo vio venir. Un grito desgarrador escapó de sus labios, intensificando la tensión de la situación. Sin embargo, su espíritu de lucha por conseguir la libertad no flaqueó. A pesar del dolor y de su brazo sangrante, se puso de pie y siguió avanzando. Su respiración se volvía cada vez más entrecortada, y su corazón latía a un ritmo casi agonizante.

Aun así, con cada paso doloroso, Lewis finalmente alcanzó el brillo. Sin pensarlo, se lanzó hacia el centro de la luz, sintiendo que estaba al borde del desmayo, mientras su visión se nublaba poco a poco.

Y entonces alguien gritó:

—¡¡¡Lewis, Lewis!!!

Con un esfuerzo titánico, Lewis giró apenas su cabeza, tratando de ver más allá de la luz que lo envolvía. Su visión se nublaba cada vez más, y los sonidos se transformaban en ecos lejanos y ahogados. Sin embargo, la voz que resonaba era conocida; era Ainara.

—A-A-Aina-ra —balbuceó Lewis, su voz sonando agonizante, casi como un susurro desgarrador.

Una lágrima surcó su rostro manchado de sangre, deslizándose lentamente hasta caer al suelo. A través de su vista difusa, logró distinguir la silueta de alguien acercándose a él. En ese momento, la luz se intensificó, deslumbrante, impidiéndole ver más. En su dolor, Lewis cerró los ojos, sumido en una oscuridad abrumadora.

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