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16

Alguien "nuevo" se asoma

***

Lewis, Ainara, Harold, Jean y Felipe avanzaban en grupo por los oscuros pasillos, inmersos en animadas conversaciones y anécdotas compartidas. Aún ignoraban que, en poco tiempo, tendrían que convivir con otros reclusos. Los pasillos eran interminables; algunos se extendían abriendo paso a nuevos corredores, mientras que otros se cerraban en un laberinto sin salida. Una densa niebla los envolvía, y solo pequeños rayos de luz solar lograban filtrarse, colándose tímidamente entre las brumas.

Caminaban con una mezcla de relajación y cautela, recordando la advertencia de Ainara sobre la transformación de Dareen. "Para cuando esto acabe, ya estará convertido en una vestía", pensaba Ainara, sintiéndose inquieta ante la posibilidad.

Al girar en otro recodo del pasillo, el grupo continuó su recorrido. Era un pasillo largo, cuya extremidad apenas era visible debido a la niebla que lo envolvía. A medida que avanzaban, distinguieron dos corredores a la izquierda y uno a la derecha. El techo sobre ellos era tan elevado que apenas lograban discernirlo. Las paredes, carbonizadas y cubiertas de mugre, parecían haber sido testigos de un feroz incendio, con marcas de humo y cenizas que alzaban sospechas en sus corazones. En la superficie de las paredes se dibujaban líneas perfectamente definidas, extendiéndose por ambos lados y sobre el techo, como un oscuro recordatorio de lo que una vez fue ese lugar.

Lewis tocó una de las paredes con cautela. —Esto no es piedra ni hierro como las demás —dijo, con un tono de sospecha que resonaba en el aire.

Ainara se acercó, intrigada, y deslizó sus manos a lo largo de la superficie. Al notar la textura carbonizada, exclamó: —Es cristal... Pero, ¿por qué está así? Parece como si algo se hubiera quemado aquí —su voz temblaba, llena de dudas.

—Mejor sigamos adelante, esto me está poniendo nervioso —intervino Felipe, rompiendo la tensión que se había instalado entre ellos.

Continuaron avanzando, pero cuando se disponían a cruzar el siguiente umbral, un sonido interrumpió su camino: pasos que se acercaban, provenientes del pasillo a la izquierda. La inquietud se apoderó de ellos, y la niebla parecía volverse aún más densa en ese instante de incertidumbre.

Todos retrocedieron un paso, alertas y preparados para cualquier eventualidad, mientras los pasos resonaban cada vez más cerca. Instintivamente, apretaron los puños, listos para enfrentarse a lo desconocido.

De repente, una figura se desplomó en el suelo, gimiendo de dolor y acurrucándose en posición fetal. Lewis miró a sus compañeros con una mezcla de duda y alerta. "¿Será otro recluso?", se preguntaron, pensando inicialmente en Morocota. Sin embargo, la figura no coincidía con su complexión; esta persona era notablemente más delgada. Con cautela, Lewis se acercó, tratando de evaluar la situación.

 —¡Hey!, ¡hey! —murmuró Lewis mientras se acercaba lentamente.

—Ayuda, ayuda —susurró la persona, su voz era fina y apenas audible por el dolor que la consumía.

Lewis se acercó un poco más, notando los hilos rojos de sangre que emanaban del cuerpo. Con cuidado, volteó a la persona y se dio cuenta de que era una chica. Estaba sucia, su rostro demacrado y cubierto de cicatrices, mientras la sangre fluía de una de sus manos. Los demás se apresuraron a ayudar. La joven sujetaba su mano izquierda con fuerza. Lewis, con delicadeza, la tomó y se dio cuenta de que sus dedos habían sido cortados con precisión casi quirúrgica perfecta. La herida comenzaba desde el pulgar y avanzaba en diagonal, dejando el meñique apenas seccionado. La mano temblaba, y todos se movilizaron para asistirla.

—Tranquilízate, tranquilízate —le decía Ainara, tratando de calmarla.

Harold rasgó un trozo de su braga y presionó la tela sobre la herida para detener la hemorragia. —No te haremos daño, esto ayudará a que no te desangres más. No somos médicos, pero hemos lidiado con cortes peores.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó Felipe, nervioso.

—Este lugar... es una pesadilla. Cuando cae la noche, todo se enciende —la chica soltó un quejido de dolor—. Las... las paredes...

—¿Qué quieres decir? —preguntó Lewis, intrigado.

—Láseres—respondió la chica, asustada y jadeante—. Estos pasillos están llenos de láseres. Algunos permanecen quietos, otros avanzan cortando todo a su paso.

—¿Por eso las paredes tienen esas líneas? —murmuró Felipe, comprendiendo.

—Cuando cae la noche, esos láseres se activan, creando una red que debemos atravesar con cuidado. Los muros se iluminan, pero apenas se distinguen por el polvo que los cubre. Debemos estar atentos... podrían apuntar directo a nuestra cabeza en cualquier momento.

Lewis observó atentamente a la chica que se había dejado caer junto a una de las paredes, su rostro reflejaba un agotamiento profundo. Algo en ella le resultaba familiar. Recordó su llegada inicial: su cabello teñido de azul en la coronilla, cayendo en mechones que se mezclaban con el negro, sus ojos verdes brillantes y el tatuaje de un basilisco visible en su nuca.

—Te me haces conocida —dijo Lewis, intentando confirmar sus sospechas.

—No soy tan vieja —respondió ella con una sonrisa cansada—. Entré hace... ya perdí la cuenta. Siento que he estado aquí mucho tiempo, aunque parece que fue ayer. Tu rostro también me suena familiar.

—¿Entraste con nosotros? —inquirió Lewis, todavía dudoso—. ¿Eres tú?

—Hela, me llamo Hela. Quizás recordando mi nombre te ayude —dijo la chica.

—¡006! —exclamó Harold de repente, con una chispa de reconocimiento.

—¿006? —repitió Hela, frunciendo el ceño en desconcierto, pero luego sonrió ampliamente—. ¡Soy 006, Hela!

—Yo soy 018, ¿te acuerdas? Harold —respondió él emocionado.

—Cómo no iba a reconocerlos. Vagar sola estos días, o quizá semanas o meses, me ha hecho concentrarme solo en sobrevivir. No recuerdo sus nombres con claridad, pero sí la numeración que adoptamos cuando nos separamos. Tú debes ser... —dudó un instante, tocándose la comisura de los labios—. ¿017? —miró a Lewis con curiosidad y esperanza.

—Sí, soy yo, el mismísimo 017. Lewis. Te reconocí por tu tatuaje en la nuca y tu cabello teñido, que ha crecido; cuando entramos, lo tenías más corto. Eso significa que el tiempo pasa rápido, y aquí seguimos, buscando la salida, pero lo mejor de todo... ¡vivimos aún! —Lewis soltó un suspiro de esperanza.

—Mi memoria no está tan mal como pensaba —dijo Harold, riéndose de sí mismo. 

Lewis y Harold jamás imaginaron que se encontrarían con uno de sus “compañeros” de entrada; creían que todos estaban muertos. Sin embargo, no eran los únicos que luchaban a diario por sobrevivir y encontrar una salida. Cada uno de ellos poseía su propia fortaleza y determinación. A pesar de que su apariencia podía parecer frágil, cada uno llevaba dentro de sí una fuerza inquebrantable, una llama que se negaba a apagarse ante la cruda realidad que enfrentaban día tras día, minuto a minuto, hora tras hora.

Era una secuencia de tiempo que consumía sus ánimos, sus deseos y su energía, poniendo a prueba su voluntad de supervivencia. No obstante, allí estaban, resistiendo, peleando por cada instante, por cada respiro, aferrándose a la esperanza de un futuro más brillante o ver la luz al final del túnel. 

¿Realmente existe la luz al final del túnel, o es simplemente una metáfora que se usa para consolar a quienes atraviesan momentos difíciles? 

Puede simbolizar la esperanza y la posibilidad de un futuro mejor. Pero vista desde le punto de cada persona, puede ser positiva o negativa, todos no eran igual a Lewis, cada uno llevaba sus propios pensamientos y ganas de salir de esos miles de muros qué cada día eran más mortales. 

 la luz al final del túnel puede ser tanto un símbolo de esperanza como una fuente de desilusión. Su significado depende de la perspectiva de cada individuo y de su capacidad para encontrar sentido y dirección en tiempos de dificultad. Leberitno era ese lugar que quizás ver las posibilidades de encontrar esa luz eran escazas, cada uno vivía al margen, temiendo de morir sin realmente verla, eran criminales pero también eran seres humanos. para ellos los creadores de laberinto simples objetos, para la humanidad  personas esperanzadas en busca de la transformación. Para los gobiernos ilusos un castigo para acabar con la delincuencia, para Ágata: arrogancia, poder, y un velo de distracción a la cruda relidad que el mundo se enfrentaba en sus manos.

 
—Bueno, nunca imaginé que se conocieran ni que se llamaran por números —dijo Ainara, devolviendo a todos a la realidad. No estaban en un parque o en una cafetería para charlar; estaban en pasillos extraños donde, según Hela, por las noches aparecían láseres. Esa era su pregunta—. Me llamo Ainara —añadió mientras estrechaba la mano de Hela, quien le devolvió el saludo con un gesto de cortesía—. Iré al grano: puede que un monstruo nos aceche y no sepamos qué hacer ni cuándo sucederá. Si dices que las paredes disparan rayos láser durante la noche, ¿por qué tu herida parece tan fresca, como si hubiera ocurrido recientemente, y por lo que puedo ver, aún es de día?

La incisiva pregunta de Ainara dejó flotando muchas más interrogantes en el aire. Tenía razón. Sin embargo, Hela no era de las que se quedaban con dudas; respondía de inmediato.

—Lo que vi fue extraño. Cuando entré en estos pasillos, la primera noche fue tal como describí: todos estos corredores se inundaron de rayos láser, pero se puede sobrevivir. No con todos, hay algunos que se mueven, creo que eso ya lo mencioné, ¿no? —Hela continuó, mientras los demás la escuchaban con atención—. El caso es que, hace un par de horas, ocurrió un tipo de falla: el pasillo se llenó de láseres y luego se desactivó de inmediato, para volver a activarse. Estaba tan atónita que, cuando sucedió por segunda vez, esquivé uno que se movía hacia mí, pero tropecé y caí de espaldas. Mis dedos no corrieron con la misma suerte —dijo, mostrando su mano con los dedos mutilados.

—¿Entonces, estás diciendo que fue una falla? —preguntó Harold, todavía dudoso.

—Sí, diría que fue una falla —confirmó Hela.

—Si mencionas que fue una falla, podría ser que... que se origine en el área de vigilancia del laberinto —sugirió Lewis, vacilando un poco, pero consciente de que estaban bajo constante observación—. No sé si realmente exista, es solo una hipótesis, pero si eso está sucediendo, puede que en la fábrica haya algo que esté causando la falla. Ellos controlan todo, y me imagino que tienen supervisión sobre cada pasillo como este también.

Todos se quedaron en un silencio lleno de incertidumbre. Puede que Lewis tuviera razón, o quizás solo era una inquietud que lo atormentaba. Sin embargo, la realidad de Hela pronto volvió a ocupar el centro de atención.

Las paredes se iluminaron de un rojo escarlata, parpadeando como si una falla eléctrica hubiera estallado. En ese instante, un zumbido ensordecedor resonó en el aire, y el pasillo a su derecha se inundó de láseres, que estallaban en chispas al impactar contra el muro opuesto. Algunos rayos se disponían verticalmente, otros horizontalmente, y otros danzaban en patrones zigzagueantes, creando un espectáculo aterrador de luces y sombras.

Los ojos de todos se agrandaron como platos, llenos de pánico y asombro. Se encontraban en el centro del pasillo por el que habían entrado, un punto de intersección que dividía el camino a la izquierda y a la derecha. Pero solo el pasillo derecho había sido invadido por los láseres; los demás permanecían en la oscuridad, amenazantes y silenciosos, como si estuvieran esperando el momento preciso para activarse.

El aire se volvió denso, y el tiempo pareció detenerse. Cada latido de sus corazones resonaba en sus oídos, mientras el zumbido se intensificaba, como un presagio de peligro inminente. La tensión era palpable, y la pregunta flotaba en sus mentes: ¿qué sucedería si esos láseres decidían moverse hacia ellos? La sensación de que la muerte acechaba en la penumbra se instalaba en el ambiente, y cada uno sabía que debían actuar rápido, o correrían el riesgo de quedar atrapados en esos pasillos. 

—¡Debemos movernos de aquí ya! No sabemos en qué momento todos se enciendan y terminemos divididos en dos o más pedazos —exclamó Hela, esforzándose por levantarse del suelo húmedo. La sangre en su mano había disminuido, y ya no manaba como antes; ni siquiera sentía el mismo dolor agudo que la había atormentado al ser encontrada. A pesar de que la herida permanecía expuesta, ella se esforzaba por manejar la realidad con una determinación férrea, como si aún tuviera sus dedos intactos.

Rendir su espíritu ante el sufrimiento solo le traería más problemas, tanto a su cuerpo como a su mente. Era consciente de que sus dedos no volverían a crecer como los de una salamandra; ese hecho era irrefutable. Sin embargo, se negaba a dejar que la desesperanza la consumiera. En su interior, una chispa de lucha ardía, impulsándola a seguir adelante, a sobrevivir a pesar de las adversidades. Sabía que viviría el resto de sus días con esa pérdida, pero era una perspectiva que no la detendría. 

Mientras se esforzaba por mantenerse en pie, el eco del zumbido se intensificaba a su alrededor, recordándole que el tiempo se agotaba. La urgencia se apoderó de ella y de los demás; cada segundo contaba. Con una mezcla de dolor y determinación, Hela se preparó para enfrentar lo que viniera, decidida a no ser una víctima más de aquel laberinto mortal.

Todo se puso en marcha. Con cautela, comenzaron a avanzar hacia el pasillo derecho. En ese instante, los muros se iluminaron de nuevo con un intenso tono escarlata, y un zumbido ominoso llenó el aire. Al fondo, un láser apareció en forma de cruz, pero no se quedó quieto; comenzó a avanzar a lo largo del pasillo. El sonido que emitía era aterrador, como el estruendo de una corriente de alta tensión haciendo contacto con otro cable, haciendo circuito. A su paso, los muros quedaban marcados, y el suelo crujía, dejando una estela de polvo y quebrando pequeñas rocas.

El grupo retrocedió instintivamente. Aunque podían esquivar el láser esta vez en forma de una cruz, y había espacio suficiente para hacerlo, a mitad de camino la cruz láser comenzó a transformarse en una red. La desesperación se apoderó de ellos: no había escapatoria. La muerte parecía inminente.

Intentaron volver por el pasillo por el que habían entrado, pero al mirar hacia atrás, vieron que otro láser en forma de red se acercaba rápidamente. Estaban rodeados. El miedo llenó el ambiente, y las palabras se congelaron en sus labios al imaginar cómo enfrentarían esa amenaza. La realidad era clara: no había salida. La sensación de claustrofobia y desesperanza se apoderó de ellos, mientras el zumbido se intensificaba, anunciando que el tiempo se había agotado.

—¡Moriremos! —exclamó Jean, rompiendo el silencio y aplastando las últimas esperanzas del grupo.

Todos se tomaron de las manos, formando un círculo con las espaldas entrelazadas, mientras sus miradas se dirigían a la luz vibrante de los láseres que se acercaban. Cerraron los ojos, sintiendo que, en verdad, era el fin…

A solo centímetros de ser desmembrados en miles de pedazos, las luces comenzaron a desvanecerse. Los láseres se extinguieron, dejando tras de sí un par de tintineos antes de desaparecer por completo.

Lewis entreabrió los ojos con cautela al notar que la luz había desaparecido. 

¡Estaban vivos! 

¿Era suerte? ¿Una bendición divina? ¿O había algo estaba sucediendo en la zona de vigilancia o en la fábrica tal cual como había pensado Lewis? 

No tenían respuestas, y ni siquiera se les pasaba por la cabeza que pudieran estar ocurriendo eventos más allá de los imponentes muros del laberinto.

—Dios, padre santo —resopló Jean, su voz temblorosa y su rostro, además de estar cubierto de mugre y sangre seca, empapado en sudor.

—Hoy hemos tenido suerte —suspiró Hela—. ¿Vieron? Lo que les decía es cierto.

—Aún no ha llegado la noche, por lo que parece —Lewis observó a su alrededor, notando que, a pesar de la niebla, el ambiente seguía visiblemente claro—. Si esto está sucediendo, o si solo están jugando con nosotros, necesitamos salir de aquí ya.

—Los pasillos son interminables, y ni siquiera he logrado encontrar una salida o una sección diferente —respondió Hela, su voz llena de frustración. 

El grupo se miró entre sí, conscientes de que la lucha por sobrevivir apenas comenzaba. El laberinto todavía guardaba secretos oscuros, y el peligro acechaba en cada esquina… 

De repente, un rugido profundo y aterrador resonó en el aire, como un eco que parecía provenir de todas partes y de ninguna al mismo tiempo. El grupo se tensó, mirando frenéticamente a su alrededor, incluso al techo, buscando la fuente de aquel sonido inquietante. Pero no había nada anormal a la vista; solo la penumbra y la niebla que los rodeaban, como un manto que ocultaba secretos oscuros.

En medio de esa tensión, un nuevo sonido rompió el silencio: pasos apresurados, como si alguien estuviera corriendo a toda prisa, acercándose rápidamente. Todos se giraron, sus corazones latiendo al unísono, llenos de una mezcla de miedo y expectación. 

Y entonces, a través de la bruma densa del pasillo por donde habían entrado, apareció un hombre, su figura oscura y frenética emergiendo de la niebla como una sombra. Su rostro estaba pálido y desquiciado, y sus ojos reflejaban una desesperación palpable. El aire se volvió espeso, y el grupo contuvo la respiración, sintiendo que el tiempo se detenía. ¿Quién era ese hombre? ¿Qué había detrás de su carrera frenética? La incertidumbre se instaló en sus mentes, y el rugido aún resonaba en sus oídos, como un recordatorio de que el verdadero peligro aún acechaba en las sombras.

—¿Morocota? —musitó Jean, su voz temblando con incredulidad.

—Sí, es... —respondió el otro, pero no pudo terminar la frase.

—¡¡¡Corran!!! —gritó aquel hombre, comprobando qué realmente era Morocota, su voz resonando con una urgencia aterradora. Era él, sin duda alguna. Su grito era una advertencia inminente, un eco de desesperación que heló la sangre de todos.

El pánico se desató en un instante. El grupo no necesitó más palabras; el terror palpable en su voz era suficiente. Sin pensarlo dos veces, comenzaron a correr, sus corazones latiendo desbocados mientras la niebla oscura los envolvía. La sensación de peligro acechante los impulsaba hacia adelante, dejando atrás las dudas y los miedos. Morocota sabía algo que ellos no, y esa revelación los empujaba a escapar de lo desconocido. 

¡En realidad, era una advertencia!

Además de los pasillos llenos de láseres, de la chica que habían encontrado y de Morocota apareciendo de la nada, corriendo como unos demente desesperado… había algo que habían olvidado, alguien que acechaba en las sombras: el terrible monstruo que los seguía, Dareen.

En ese instante, entre la niebla espesa, emergió la figura robusta y aterradora de Dareen. Su presencia era casi indescriptible, un horror que desafiaba la razón. Un rugido feroz resonó en el aire, una advertencia de que no estaban a salvo, que el verdadero peligro se acercaba. El sonido vibrante llenó el ambiente, y el grupo sintió cómo el pánico se apoderaba de ellos. La realidad se hizo clara: no solo debían escapar de los láseres y de la locura, sino también de la bestia que los acechaba, lista para devorarlos.

¡Mierda! —exclamó Lewis, con el corazon palpitando a mil, casi saliendo de su pecho.

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¡Holaaaaa personas lindas que me leen!

Cada vez más lleno de suspenso. ¿No?

¿Qué tal le ha parecido este viaje Laberíntico?

Ustedes se estaran preguntando :¿qué carajos sucedió con Frank y la llave que saco de sus piel? ¡Raro no!
Bueno no se preocupen que tampoco los dejaré con esa intriga.
El proximo capítulo finalizará con esos muros de láser que rodean al grupo ¿alguien muere? ( quien quiere que muera sean sinceros jajaja), y después si anexara todo con Frank y el capitulo que dejó dudas e intriga.

En fin.

Ya se acerca el final de estos muros, aun falta un par de capítulos más. Y esto llega a su temido fin...

Todo anexara todo

¿Realmente lo que descubrió Hela eran fallas? ¿Algo en relidad pasa en la fábrica?

¡Sospechoso todo! ¿No?

Nos vemos en el proximo capitulo, vuelvo pronto.

NO OLVIDEN   VOTAR Y DEJARME SUS COMENTARIOS, ME AYUDAN MUCHO PARA QUÉ ESTA HISTORIA TENGA MÁS RECONOCIMIENTO.

Besos ❤️

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