Capitulo dos. La pesadilla de la realidad
El esposo de María, al salir a buscar comida, se enfrenta a una serie de peligros: la inseguridad, la violencia, la incertidumbre de encontrar algo. Estos miedos pueden manifestarse en pesadillas, irritabilidad o un excesivo cuidado al salir de casa. Además de la búsqueda física de alimentos, el esposo carga con la responsabilidad de proveer para su familia. Esta presión constante puede generar un gran estrés y afectar su salud mental. Doña Rosa tenía un pequeño huerto en su patio trasero. A pesar de la sequía, lograba cultivar algunas verduras. A menudo, le llevaba a Manuel un manojo de cilantro o un tomate, como un pequeño gesto de solidaridad. En la cola solo se escuchan las quejas de cada persona y su descontento.
Vecina 1: "¿Viste lo que aumentó el kilo de carne? ¡Ni para un cumpleaños alcanza!"
Vecina 2: "Ni hablar, y la harina ni se diga. Mis hijos me están pidiendo pan todos los días y no tengo con qué hacerles."
Joven: "Esto es una locura. ¿Hasta cuándo vamos a seguir así?"
En eso, se le acercan unos amigos, el solo escucha sin mencionar ni una palabra
Amigo 1: "Ayer me tocó hacer cola tres horas para comprar leche. Y cuando llegué, ya no quedaba."
Amigo 2: "A mí se me dañó el refrigerador y no tengo cómo comprar uno nuevo. Todo está tan caro."
Amigo 3: "Lo peor es la inseguridad. Ya no se puede salir a la calle tranquilo."
Al regresar a casa, Manuel dejó la pequeña bolsa de harina sobre la mesa y se dejó caer en la silla. Su rostro estaba pálido y sus ojos reflejaban un cansancio profundo. María se acercó a él y lo abrazó con fuerza. "Gracias por todo, mi amor", susurró. Carlos asintió con la cabeza, pero no dijo nada. En su mente, aún resonaban los gritos de los hombres que peleaban por un cartón de huevos en la cola. El miedo lo había acompañado durante todo el trayecto, pero había encontrado la fuerza para seguir adelante, por ella y por sus hijos yúnior y Camila. Manuel se fue a su habitación a tratar de dormir un poco y los recuerdos lo invaden.
Sali del trabajo mas temprano que de costumbre, se me ocurre invitar a maría y a los niños a comer algo en la calle, envié n un mensaje de texto avisando que esta lista en media hora pasare por ellos para ir a un restaurante tipo pollera en la cuidad.
María: ¡No puedo creer que vayamos a comer pollo asado! ¡Se me hace agua la boca! ¡Y después, quizás podamos darnos una vueltecita por el centro y comprar ese helado que tanto te gusta!
Manuel: ¡Perfecto! Y luego, ya de noche, nos podemos quedar en casa viendo una película y comiendo palomitas.
María: ¡Ay, amor! ¡Qué ganas tenía de pasar un día así contigo!
La cocina es pequeña y sencilla, con muebles de madera gastados por el tiempo. El suelo de baldosas está desgastado y hay manchas de comida en algunos lugares. Una ventana pequeña da al patio trasero, donde cuelga la ropa tendida. El sonido de una olla hirviendo en la estufa, el tic-tac del reloj de pared, el viento que sopla contra la ventana y el lejano ruido de los coches en la calle. El aroma a café recién hecho se mezcla con el olor a comida quemada, un recuerdo de los tiempos en los que tenían suficiente para cocinar a diario.
María: (Sentada a la mesa, mirando por la ventana) ¿Recuerdas cuando solíamos hacer barbacoas en el patio? El olor a carne asada se sentía en toda la cuadra.
Manuel: (Sonriendo) Claro que lo recuerdo. Y después, nos sentábamos en el porche, a mirar las estrellas.
María: (Suspirando) Ahora, las estrellas se esconden detrás de la contaminación y el patio está lleno de ropa tendida.
María se acercó a la ventana y miró hacia afuera. La ciudad estaba envuelta en una bruma gris. Recordó cuando de niña solía pasar horas mirando las nubes, imaginando formas y creando historias. Ahora, las nubes parecían cargadas de tristeza. Suspiró y se volvió hacia Manuel.
—¿Te acuerdas de aquella vez que fuimos al parque y nos perdimos? Teníamos como cinco años y nos asustamos muchísimo.
Manuel sonrió. —Sí, y cómo lloraste cuando te encontré debajo del tobogán.
María sonrió a su vez. —Y tú me prometiste que siempre estarías a mi lado.
Manuel tomó su mano y la apretó. —Y aquí sigo, mi amor. Siempre lo estaré. Y se acuestan a dormir, la noche esta calorosa, el aire acondicionado se daño con los apagones y no hay dinero suficiente para pagar un técnico, por lo que optaron por un viejo ventilador.
Manuel despertó sobresaltado, el sudor empapándole la camiseta. La pesadilla aún lo perseguía: una cola interminable de personas, empujándose y gritando, mientras él buscaba desesperadamente algo de comida para su familia. Su corazón latía con fuerza en su pecho. Respiró profundamente, tratando de calmarse. Miró hacia el lado de la cama, donde María dormía plácidamente. Se sintió culpable por haberla despertado con su pesadilla, pero necesitaba hablar con alguien.
—¿Todo bien, amor? —preguntó María, frotándose los ojos.
Manuel asintió con la cabeza, pero no pudo evitar que una lágrima rodara por su mejilla. —Solo fue una pesadilla.
María se levantó y lo abrazó con fuerza. —Sé que es difícil, mi amor. Pero estamos juntos en esto.
Manuel se aferró a ella, sintiendo un poco de consuelo en su abrazo. —Tengo miedo de no poder cuidarlos, María. De no poder darles lo que necesitan.
María lo miró a los ojos. —Siempre nos hemos cuidado los unos a los otros, ¿no es así? Y lo seguiremos haciendo. Juntos saldremos adelante.
Y así continúan los días, El sol aún no se asomaba por el horizonte cuando Manuel abrió los ojos. Un nuevo día, una nueva lucha. El sonido de los grillos y el canto de algún pájaro perdido en la ciudad trataban de imponer una melodía de paz, pero la realidad era otra. La sensación de vacío en el estómago era persistente, un recordatorio constante de la escasez que los rodeaba.
Se levantó de la cama, tratando de no hacer ruido para no despertar a María. Caminó hacia la ventana y miró hacia afuera. La ciudad aún dormía, pero sabía que pronto se despertaría a una nueva jornada de incertidumbre.
Después de un desayuno escaso, Manuel se dirigió a la calle. El sol comenzaba a calentar y el aire estaba cargado de una mezcla de olores: humo, basura y esperanza. Caminó durante horas, buscando cualquier oportunidad de conseguir algo que llevar a casa. Las colas eran interminables, la gente murmuraba y se quejaba.
Recordó los días en los que trabajaba en una oficina, con un sueldo fijo y beneficios. Ahora, cada día era una lucha por la supervivencia. A veces encontraba algo en el mercado negro, a precios exorbitantes. Otras veces, se quedaba con las manos vacías.
Al regresar a casa, Manuel se sentía agotado, tanto física como emocionalmente. La pequeña bolsa que llevaba contenía lo justo para preparar una cena sencilla. Al entrar, fue recibido por la sonrisa de María y los abrazos de sus hijos. En esos momentos, sentía que todo el esfuerzo valía la pena.
Después de la cena, la familia se reunía alrededor de una pequeña radio a pilas. Escuchaban las noticias, aunque a menudo eran más pesimistas que alentadoras. A veces, cantaban canciones antiguas para recordar tiempos mejores.
Antes de acostarse, Manuel leía un cuento a sus hijos. Era una forma de escapar de la realidad, de llevarlos a un mundo donde los problemas no existían. A pesar de todo, trataba de mantener viva la esperanza en sus corazones. Coloca un poco de música venezolana en la radio y recuerda.
Los viernes por la noche, la pequeña plaza del barrio se convertía en un escenario improvisado. Los vecinos sacaban sus instrumentos –cuatro, maracas, guitarra– y comenzaban a tocar. Manuel y María se sentaban en una banca, escuchando las melodías mientras sus hijos jugaban alrededor. A veces, alguien tomaba el micrófono y cantaba una canción que todos conocían, y la plaza se llenaba de voces. Era una pequeña dosis de alegría en medio de tanta incertidumbre
Al apagar la luz, Manuel se acurrucaba junto a María. El techo de zinc era delgado y el ruido de la lluvia, cuando caía, era ensordecedor. Pero en los brazos de María, encontraba un refugio seguro. Antes de quedarse dormido, Manuel pensaba en el futuro. ¿Cómo sería la vida de sus hijos? ¿Lograrían escapar de esta situación? A veces, se sentía abrumado por la incertidumbre, pero también por una determinación férrea de seguir luchando por su familia.
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