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Capitulo cinco. Frutos amargos en la noche más larga


Capitulo cinco. Frutos amargos en la noche más larga

La tensión se palpa en el aire. Las conversaciones en las calles son cada vez más cortas y los rostros, más sombríos. Los niños ya no juegan en la calle como antes, por miedo a lo que puedan encontrar. Además de la falta de aseo, el suministro de agua es irregular y los cortes de electricidad son frecuentes. Los vecinos se organizan para compartir recursos y ayudarse mutuamente. Muchos negocios han tenido que cerrar sus puertas debido a la falta de clientes y a la dificultad para conseguir insumos. Las calles, antes llenas de vida, ahora lucen desoladas. Algunos grupos se han organizado para brindar ayuda a los más necesitados, mientras que otros aprovechan la situación para cometer actos delictivos.

Una vecina NELLY, al regresar a casa con un pequeño saco de arroz, encontró a un grupo de vecinos reunidos frente a su puerta. —"¡Ladrona! ¡Nos has estado robando la comida!"—la acusó Juana, señalando el saco.

*María, sorprendida y aterrorizada, trató de explicar que había comprado el arroz con su propio dinero. Pero la multitud enfurecida no la escuchaba. _ "¡Mientes! ¡Todos sabemos que has estado escondiendo comida!"—gritó otro vecino. Nelly se sintió acorralada y desesperada. Sabía que era inocente, pero nadie parecía creerle. Y así se llenaron las calles de tensión, porque la gente creía que había personas acaparando la comida.

María se encontraba revisando su teléfono cuando vio un mensaje en el grupo de WhatsApp del vecindario. "Atención a todos: ¡Nelly y otros dueños de las tiendas ha estado escondiendo comida en su casa! Es una egoísta que no quiere compartir con los demás".

María se quedó paralizada. No podía creer que alguien hubiera iniciado ese rumor sobre su vecina Nelly. Intentó explicar que era falso, pero sus mensajes fueron ignorados. La conversación se volvió cada vez más acalorada, con insultos y amenazas. El barrio, antes un sueño multicolor, se había transformado en una pesadilla en blanco y negro. Las casas, como esqueletos cubiertos de harapos, se alzaban hacia un cielo gris. Los niños, con ojos de espanto, se escondían en la penumbra, sus rostros pálidos como los fantasmas de un pasado feliz. La basura, un monstruo que crecía sin cesar, exhalaba un aliento fétido que corrompía el aire.

La casa de María no era una excepción. La pintura de las paredes se descascarillaba en grandes trozos, revelando la humedad que se filtraba por el techo. El suelo, de cemento, estaba desgastado y lleno de grietas. A pesar de todo, María había logrado crear un pequeño oasis en su hogar. En un rincón de la cocina, había un pequeño altar con una imagen del sagrado corazón de Jesús. Junto a él, una planta de aloe vera luchaba por sobrevivir en una maceta rota. En el patio trasero, había un pequeño huerto donde cultivaba tomates, lechuga y algunas hierbas aromáticas. Era un recordatorio de que, incluso en los momentos más difíciles, la vida seguía adelante.

La crisis había asfixiado al país como una serpiente constrictora. Las sanciones habían asestado el golpe final, dejando a María, Manuel y sus dos hijos al borde del abismo. El coche, su último bien de valor, se erigía como su única esperanza para escapar de la penuria. Pero también era su única forma de transportarse en busca de alimentos.

Y he aquí que, en el corazón de la sequía, un milagro floreció. Las matas de mango, desafiando las leyes de la escasez, se engalanaron con frutos dorados, como soles diminutos que luchaban por iluminar la penumbra. La naturaleza, sabia madre que siempre encuentra un resquicio, ofrecía un bálsamo a las almas hambrientas. Con el estómago vacío y el corazón henchido de esperanza, María y sus hijos se dirigieron al huerto de un vecino, donde un árbol generoso los aguardaba. Y así, entre las ramas cargadas de frutos, encontraron un oasis de dulzura que sació no solo su hambre, sino también su espíritu.

Sin embargo, la alegría fue efímera. Las noches se tornaban cada vez más largas y oscuras. Un apagón de tres días sumió a la ciudad en la penumbra. La falta de combustible paralizó la vida cotidiana. La cocina, antes un espacio cálido y lleno de aromas, se convirtió en un lugar frío y oscuro. María y su vecina, recordando las enseñanzas de sus madres, buscaron leña y, con un trozo de plástico y un fósforo, encendieron una pequeña fogata. El humo, acre y penetrante, llenaba la habitación, pero ofrecía un tenue resplandor y un poco de calor.

La comida escaseaba. Las arepas, hechas con la harina que el gobierno distribuía, eran su único sustento. Los niños, con sus ojos grandes y llenos de hambre, pedían más. María sentía un nudo en la garganta al explicarles que no había más. Las noches se convertían en una pesadilla, con los pequeños despertándose sobresaltados por las pesadillas. La noche se cernía como una manta de terciopelo negro, salpicada de estrellas frías y distantes. Un viento gélido aullaba, retorciendo los árboles desnudos como garras en la oscuridad. María, envuelta en una delgada frazada, se acurrucó en su lecho, buscando refugio del frío y de la tormenta que azotaba el exterior. María se despertaba sobresaltada, presa de pesadillas. Soñaba con ríos de comida que se escapaban entre sus dedos, con sus hijos llorando de hambre. La sensación de impotencia la consumía. A veces, se preguntaba si sería capaz de soportar tanta adversidad.

la noche se cernía sobre ellos como un manto oscuro, bordado con estrellas frías. Las sombras, alargadas y deformes, danzaban en las paredes, alimentando las pesadillas de los niños. El hambre, un monstruo voraz, rugía en sus entrañas. La cosecha de mango, un sueño dorado, se había desvanecido, dejando tras de sí un sabor amargo de ceniza. María, aferrada a un hilo de esperanza, miraba hacia el futuro con incertidumbre, preguntándose si alguna vez volverían a ver la luz del día.

La crisis había transformado sus vidas por completo. El miedo, la incertidumbre y la tristeza eran compañeros constantes. Pero a pesar de todo, María encontraba fuerza en su familia. Juntos, se aferraban a la esperanza de que algún día las cosas mejorarían. La noche se extendía, envuelta en un silencio sepulcral, interrumpido solo por el sonido de la lluvia que golpeaba contra el techo de zinc. María abrazó a sus hijos con fuerza, buscando refugio en su calor. En ese momento, comprendió que el amor era su único bien más preciado y que, juntos, superarían cualquier adversidad."

Días después, la cosecha se había agotado y el dinero escaseaba. María, desesperada, pidió prestado a su vecina Carmen para comprar un pan. Con unos pocos bolívares en la mano, se dirigió a la panadería, lista para hacer una larga fila.

Mientras se preparaba para salir, entró en el depósito donde guardaban las cosas viejas. Buscaba un par de zapatos en buen estado, pues los que tenía estaban rotos. Al mover una vieja olla, un sonido metálico la sobresaltó. Se detuvo y escuchó atentamente. Era un ruido familiar, como el que hacía su madre en la cocina. Con cuidado, levantó una vieja manta tejida a mano y, debajo de ella, encontró un tesoro: el antiguo molino de mano de su madre.

En el fondo de un baúl polvoriento, como un tesoro enterrado, yacía olvidado el viejo molino de mano. Al descubrirlo, María sintió un escalofrío recorrer su espalda. Era como reencontrarse con un viejo amigo, con un pedazo de su infancia. Al acariciar la piedra rugosa, sus dedos trazaron los surcos tallados por el tiempo, reviviendo los recuerdos de su madre enseñándole a moler el maíz. María sintió una oleada de emociones. Recordó a su madre enseñándole a moler el maíz y a preparar deliciosas arepas. Era como si su madre le estuviera diciendo: "Aquí tienes la solución". En el corazón de las sombras, el molino brillaba como una estrella solitaria. Al tocarlo, María sintió una corriente de energía que la conectaba con su pasado. Era como si el molino guardara la sabiduría de sus ancestros, susurraba historias de cosechas abundantes y de familias reunidas alrededor de una mesa.

María acarició el viejo molino, sus dedos trazando los surcos de la madera gastada por el tiempo. Era como si estuviera tocando un pedazo de su historia familiar. Los recuerdos de su madre inundaron su mente. Una sonrisa se dibujó en su rostro, una mezcla de nostalgia y esperanza. Con cuidado, envolvió el molino en un paño y lo llevó a la cocina. Manuel la observaba con curiosidad, intrigado por su entusiasmo.

—Este molino nos salvará —afirmó María con convicción.

Manuel la miró desconfiado, pero al ver la determinación en sus ojos, asintió con la cabeza. Juntos, comenzaron a trabajar. María preparó la masa, enseñándole a Manuel los secretos de su abuela. El aroma del maíz recién molido llenó la casa, despertando en ellos recuerdos de una infancia más sencilla.

—¡Manuel! ¡Tenemos que hacer arepas de maíz! —exclamó, corriendo hacia su esposo.

Manuel, que nunca había probado las auténticas arepas de maíz, se mostró escéptico al principio. Pero ante la insistencia de María y la curiosidad de sus hijos, accedió a intentarlo. María compró un kilo de maíz y, con el viejo molino, preparó una masa esponjosa y sabrosa. Las arepas resultaron deliciosas, y la familia disfrutó de una comida casera y reconfortante.

Al día siguiente, María, con la ayuda de Manuel, adaptó el viejo molino para que funcionara con un motor eléctrico. Así, pudo producir mayores cantidades de masa. Colocó un cartel en la puerta de su casa anunciando la venta de masa casera. Pronto, los vecinos comenzaron a llegar, atraídos por el delicioso aroma que emanaba de su cocina.

Reseña:

El fragmento presentado nos sumerge en una narrativa conmovedora que entrelaza elementos de realismo social y un profundo humanismo. La historia de María y su comunidad, enfrentada a una crisis que pone a prueba su supervivencia, es un relato que resuena con fuerza en tiempos de adversidad.

La figura de María emerge como un faro de esperanza en medio de la oscuridad. Su determinación, su capacidad para encontrar soluciones creativas y su compromiso con su comunidad son cualidades admirables que la convierten en un personaje inspirador. El molino, un objeto aparentemente simple, se transforma en un símbolo poderoso que representa la conexión con el pasado, la resiliencia y la capacidad de reinventarse.

La narrativa destaca la importancia de la solidaridad y el apoyo mutuo en momentos de crisis. La comunidad se une en torno a María, demostrando que juntos pueden superar cualquier obstáculo. Además, la historia explora temas universales como la esperanza, la perseverancia y la importancia de preservar las tradiciones.

Uno de los puntos fuertes del fragmento es la descripción detallada de los escenarios y las emociones de los personajes. El lector puede sentir la desesperación de la comunidad ante la crisis, pero también la alegría y la satisfacción que surge al encontrar soluciones colectivas.

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