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Capítulo 4. Un país en pausa


Capítulo 4. Un país en pausa

La sequía prolongada, agravada por una gestión ineficiente de los recursos hídricos, había devastado la agricultura. A esto se sumaba la inflación galopante, que había erosionado el poder adquisitivo de las familias y había generado una demanda creciente de productos básicos. La combinación de estos factores, junto con las restricciones impuestas por el gobierno, había creado un círculo vicioso de escasez y especulación, sumiendo al país en una crisis alimentaria sin precedentes.

El sol del mediodía castigaba implacablemente a la larga fila que serpenteaba por la calle. El aire, denso y cargado de la mezcla de sudor y desodorante, se volvía irrespirable a medida que avanzaba la mañana. María, cansada y con el estómago vacío, se aferraba al mango de su carrito de compras, su única compañía en aquella odisea. María se apretujaba en la cola del supermercado, su estómago rugiendo de hambre. El sol del mediodía caía implacable sobre la multitud, y el sudor resbalaba por su espalda.

A su alrededor, la gente conversaba en voz baja, compartiendo historias de escasez y desesperación. Una mujer mayor, con los ojos hinchados por el llanto, le confesó que había vendido sus joyas para comprar un kilo de arroz. María sintió un nudo en la garganta. ¿Hasta cuándo tendría que soportar esta situación? María recordaba las tardes de los domingos, su esposo e hijos visitaban el supermercado. Los pasillos estaban llenos de colores y aromas tentadores. Podía pasar horas eligiendo sus galletas favoritas, sus jugos de frutas y los cereales más divertidos. Ahora, al caminar por esos mismos pasillos vacíos y desolados, sentía un nudo en la garganta. La abundancia de antes había dejado paso a la escasez y la desesperación.

Los rumores circulaban como un reguero de pólvora entre la multitud. Unos aseguraban que habían visto camiones cargados de comida entrando al almacén, pero que los dueños los estaban guardando para subir los precios. Otros hablaban de una posible apertura de fronteras y de la oportunidad de escapar de esta pesadilla. Las miradas se cruzaban, llenas de incertidumbre y resignación.

Un niño pequeño, agotado por el calor y el hambre, comenzó a llorar desconsoladamente. Su madre, con voz temblorosa, intentaba calmarlo ofreciéndole un caramelo envuelto en papel de periódico, el único dulce que habían podido conseguir. Los demás observaban la escena con una mezcla de tristeza e impotencia. Mis manos recorrían los estantes vacíos, buscando algo, cualquier cosa que pudiera llevar a casa. Recordaba cuando mi esposo y yo teníamos trabajos estables. Podíamos darnos el lujo de comprar lo que quisiéramos: frutas exóticas, carnes de primera calidad, dulces para los niños. Ahora, cada bolívar cuenta. Me pregunto si alguna vez volveremos a tener esa vida. Quizás la abundancia nos hizo débiles, demasiado confiados. Ahora, aprecio cada grano de arroz, cada gota de agua. La escasez nos ha enseñado a valorar las cosas simples, a ser más resilientes

De repente, un grito rasgó el aire. Una mujer mayor se había desmayado, víctima del calor y la deshidratación. Varios hombres la cargaron y la llevaron hacia un pequeño puesto de primeros auxilios que alguien había improvisado en la esquina. La noticia se propagó rápidamente por la cola, generando un murmullo de preocupación y solidaridad.

Para pasar el tiempo, las personas recurrían a diferentes estrategias. Algunos leían libros o revistas viejas, otros jugaban con sus teléfonos móviles, mientras que los más jóvenes intercambiaban chistes o canciones. Algunos habían llevado sillas plegables y se habían instalado cómodamente, mientras que otros preferían caminar de un lado a otro para aliviar el cansancio. Los más ingeniosos habían organizado pequeños mercados improvisados, vendiendo snacks, bebidas y otros artículos que habían logrado conseguir.

María, mientras tanto, se perdía en sus pensamientos. Recordaba una época en la que ir al supermercado era una actividad placentera, una oportunidad para compartir un momento agradable con su familia. Ahora, se había convertido en una lucha por la supervivencia.

Manuel se encontraba en su pequeño apartamento, mirando por la ventana mientras la lluvia golpeaba suavemente el cristal. De repente, un recuerdo vívido lo transportó al pasado, al día de las elecciones que cambiarían su vida y la de muchos otros.

Era un día soleado y caluroso. Manuel salió temprano de su casa, decidido a ejercer su derecho al voto. Al llegar al centro de votación, quedó impresionado por la cantidad de personas que se habían congregado. Las largas colas serpenteaban alrededor del edificio, llenas de rostros sonrientes y esperanzados. La atmósfera estaba cargada de una energía palpable, una mezcla de anticipación y optimismo.

El aire estaba impregnado del aroma de las arepas recién hechas que vendían en los puestos ambulantes cercanos. Los vendedores ambulantes ofrecían refrescos y golosinas, aprovechando la multitud para hacer negocio. Los niños corrían y jugaban, ajenos a la importancia del momento, mientras los adultos conversaban animadamente sobre el futuro del país.

Mientras avanzaba lentamente en la fila, Manuel observaba a su alrededor. La gente hablaba animadamente sobre el futuro, sobre el cambio que esperaban que el joven candidato, Hugo Chávez Frías, trajera al país. Las palabras de Chávez resonaban en su mente, llenas de promesas de justicia y prosperidad para todos.

El sol brillaba intensamente, y algunos se abanicaban con folletos de campaña para aliviar el calor. A lo lejos, se escuchaban los cánticos y consignas de los simpatizantes de Chávez, creando un ambiente festivo y de unidad. Los colores rojo y azul predominaban en la vestimenta de muchos, simbolizando su apoyo al candidato.

Al llegar finalmente a la cabina de votación, Manuel sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Era una sensación extraña, como si algo importante estuviera a punto de suceder. A pesar de la inquietud, se dejó llevar por la seguridad y la convicción en las palabras de Chávez. Con mano firme, marcó su voto y depositó la papeleta en la urna.

Ese día quedó grabado en su memoria como uno de los más significativos de su vida. Ahora, años después, reflexionaba sobre cómo esas elecciones habían marcado el inicio de una nueva era en su país. Las emociones de aquel día seguían vivas en su corazón, recordándole la esperanza y la incertidumbre que había sentido.

En eso su esposa y los niños lo interrumpen y le piden salir a visitar la casa del abuelo, aprovechar que es domingo y así despejar la mente de tanta presión televisiva. Decidió que era un buen momento para visitar a su abuelo, quien siempre había sido una fuente de sabiduría y consuelo. Manuel se puso su chaqueta y salió de su apartamento, caminando bajo la lluvia que ahora caía con más fuerza. El trayecto hasta la casa de su abuelo le permitió seguir reflexionando sobre el pasado y el presente.

El abuelo estaba en su jardín cortando la maleza con su machete y sumido en un silencio que solo despertaba sentimientos de tristeza, mantenía un dialogo interno: ¡Qué tiempos aquellos! La Venezuela de Acción Democrática, una época de progreso y oportunidades. Recuerdo cuando Rómulo Betancourt nacionalizó el petróleo. Fue un momento de gran orgullo nacional. Sentíamos que por fin estábamos tomando las riendas de nuestro destino. Y la construcción de la Central Hidroeléctrica del Guri, ¡una obra de ingeniería monumental! Era como si el país estuviera naciendo de nuevo. Los adecos nos prometieron un futuro mejor, y por un tiempo, así lo creímos. Había trabajo para todos, los salarios eran buenos, y podíamos darnos algunos lujos. Íbamos al cine, a bailar, y los fines de semana nos reuníamos con los amigos para hacer parrilladas. ¡Qué tiempos aquellos! Pero, como todo lo bueno, llegó a su fin. Los problemas económicos comenzaron a asomar la cabeza, y la corrupción empezó a hacer mella en el gobierno. Y así, poco a poco, fuimos perdiendo la esperanza.

María observaba a su abuelo mientras arreglaba su jardín. Lo veía tan tranquilo, tan ajeno a los problemas del mundo. De repente, el abuelo suspiró y murmuró para sí mismo: '¡Qué tiempos aquellos!'. En eso lo interrumpe y pide la bendición, él se alegra de verla Al llegar, fue recibido por el cálido aroma del café recién hecho y el sonido familiar de la radio que su abuelo siempre tenía encendida. La casa, con sus paredes llenas de fotografías familiares y recuerdos de tiempos pasados, siempre le brindaba una sensación de paz y nostalgia.

—¡Manuel! —exclamó su abuelo con una sonrisa, abriendo los brazos para recibirlo en un abrazo—. Qué sorpresa verte por aquí. Y se dirigen a la casa María se acercó y le preguntó: '¿En qué estabas pensando, abuelo?'. El abuelo sonrió con nostalgia y comenzó a relatarle sus recuerdos de la época de Rómulo Betancourt.

María y Manuel se sentaron en el viejo sofá de la sala, el mismo en el que había pasado innumerables horas jugando con sus hermanos. Podía sentir la suavidad de la tela desgastada bajo sus dedos. Recordó las noches en que su abuela le contaba historias sobre su juventud, sobre las fiestas que organizaban en la calle y los juegos que jugaban. Sonrió al recordar la imagen de su abuela bailando al ritmo de la música, llena de vida y alegría. Ahora, la casa estaba en silencio, y la alegría se había desvanecido. Se preguntó si alguna vez volverían a vivir esos momentos. En eso llega un vecino del abuelo y lo escucha con atención y de repente responde con una pregunta:

Vecino: ¡Esos opositores solo quieren el poder!

Luis: ¡Y ustedes, los chavistas, son unos ciegos!

María: Por favor, vecinos, no empecemos otra discusión. Todos estamos sufriendo.

Manuel: Tenemos que aprender a escucharnos y a encontrar puntos en común. En eso interrumpe maría tratando de hablar de otros temas, mientras Luis muy molesto se retira y Carlos lo acompaña hasta la puerta.

María: Abuelo, ¿te acuerdas cuando eras joven y Venezuela era muy diferente?

Abuelo: (Sonriendo con nostalgia) ¡Cómo no me voy a acordar, mi niña! Aquellos eran otros tiempos.

María: ¿Qué era lo que más te gustaba de esa época?

Abuelo: (Suspirando) Todo era tan fácil. Teníamos trabajo seguro, buenos salarios, podíamos comprar lo que quisiéramos. Recuerdo que íbamos a la playa todos los fines de semana, y el dinero no era un problema.

María: ¡Qué suerte! Yo nunca he vivido una época así.

Abuelo: (Poniendo su mano en la de María) Ya verás, mi niña, las cosas mejorarán. Este país siempre se ha levantado de las caídas.

María: Ojalá tengas razón, abuelo. Pero a veces me pregunto cómo será el futuro.

Abuelo: (Mirando fijamente a María) El futuro depende de nosotros. De jóvenes como tú, que tienen la fuerza y la energía para cambiar las cosas.

María: ¿Crees que algún día volveremos a tener la Venezuela de antes?

Abuelo: (Silencio por un momento) Las cosas nunca vuelven a ser iguales, María. Pero podemos construir un nuevo futuro, un futuro mejor.

Abuelo: ¿Sabes, María? Cuando yo era joven, Caracas era una ciudad muy diferente. Recuerdo cuando inauguraron el Metro. ¡Fue todo un acontecimiento!

María: ¿En serio? ¿Cómo era Caracas antes del Metro?

Abuelo: ¡Imagínate! Para trasladarse de un lado a otro, la gente usaba mucho el autobús o el carro. Pero en las horas pico, el tráfico era terrible. Tardabas horas en llegar a cualquier lugar.

María: ¡No me lo puedo imaginar! María observaba a su abuelo con una mezcla de admiración y tristeza. Admiraba su sabiduría y su capacidad para recordar el pasado con tanto detalle. Pero también sentía una profunda tristeza al pensar en todo lo que había perdido su país. Se preguntaba si alguna vez volvería a experimentar la alegría y la esperanza que él había descrito. ¿Sería posible reconstruir un país tan dividido y herido?

Abuelo: Sí, era así. Por eso, cuando anunciaron que iban a construir el Metro, todos estábamos emocionados. Era como un sueño hecho realidad. El día de la inauguración, todo el mundo salió a las calles a celebrar. Había música, fuegos artificiales... ¡Fue una fiesta!

María: ¡Qué increíble! ¿Y tú te subiste al Metro ese día?

Abuelo: ¡Claro que sí! Me acuerdo de que hice cola desde muy temprano para ser de los primeros en usarlo. Cuando entré al vagón, me sentí como si estuviera en el futuro. Todo era tan moderno y limpio.

María: ¡Qué bueno que lo hayas vivido!

Abuelo: Sí, fueron tiempos muy buenos. Venezuela estaba creciendo, y nosotros con ella. María y su abuelo se quedaron en silencio por un largo rato, contemplando las fotografías familiares que adornaban las paredes. Finalmente, María preguntó: "¿Crees que algún día Venezuela volverá a ser como antes?" Manuel la miró fijamente, pero no respondió. Se limitó a acariciar su mano y a suspirar.

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