Capítulo 3 Cruzando fronteras, dejando el corazón
Llego la navidad, una navidad si luces artificiales, si arbolitos que recorren las plazas llenas de decoración, todo eso era como si el viento se lo llevo y sin esperanza de verlos regresar, las gaitas ya no se escuchan en los hogares como antes y las personas recurren a bebidas tradicionales que en muchos casos mandaron a varios al hospital. María recordaba vívidamente las largas colas que hacían para comprar harina de maíz en el supermercado. Las estanterías, antes repletas de productos, ahora lucían vacías. El rumor de un nuevo aumento de precios corría como pólvora entre los vecinos. A pesar de las dificultades, María y su familia se aferraban a sus tradiciones. Los domingos, preparaban hallacas, un plato navideño que requería de muchos ingredientes, algunos de los cuales eran difíciles de conseguir. Pero la alegría de compartir en familia superaba cualquier adversidad.
María se levantó de la cama y observo en la pared apostado su título universitario y el de su esposo, lleno de polvo frio así se siente la habitación como un reflejo del alma. María cerró los ojos y respiró profundamente, tratando de calmar los nervios. Estaba sentada en un autobús que la llevaba a la universidad. Por la ventana, observaba la ciudad que tanto amaba: los edificios altos, los parques llenos de gente, el mar. Sonrió al recordar su primer día de clases, llena de ilusión y expectativas. Nunca imaginó que aquella ciudad vibrante y llena de vida se convertiría en un lugar de caos y desesperanza.
Se dirigió a la cocina. Abrió la nevera vacía y suspiró. Otra vez, nada. Se sentó a la mesa y comenzó a hacer una lista de las cosas que necesitaba comprar: harina, arroz, leche... Una lista interminable que sabía que sería difícil de completar. Recordó cuando iba al supermercado y podía elegir entre una variedad de productos. Ahora, la única opción era hacer largas colas y esperar a ver qué quedaba. Tomó su bolso y salió a la calle, dispuesta a enfrentar la realidad de la escasez. María se despertó sudando, el corazón latiéndole a mil por hora. Otra vez, había tenido la misma pesadilla: estaba en una tienda tratando de comprar comida, pero los precios aumentaban cada segundo y su dinero no alcanzaba para nada. Abrió los ojos y miró a su alrededor. La habitación estaba oscura y fría. Se levantó de la cama y fue a la cocina. La nevera estaba casi vacía, solo quedaban unas pocas verduras marchitas. Suspiró. Otro día más luchando por sobrevivir. Monto algo de comer, poco para rendir la comida. Mientras revolvía la poca comida que quedaba en la olla, mis pensamientos se dirigían a mis hijos. ¿Cómo podría asegurarles un futuro mejor? ¿Cómo podría protegerlos de este caos? Recordaba cuando les leía cuentos antes de dormir, historias de príncipes y princesas que vivían felices para siempre. Ahora, esas historias parecían una burla. ¿Qué futuro les espera a ellos? ¿Tendrán que pasar por las mismas dificultades que yo he tenido que enfrentar? El miedo me oprimía el pecho. ¿Será que los tendré que dejar ir, enviarlos a otro país para que tengan una oportunidad?"
Escucho los sollozos en el jardín y era si vecina quien estaba despidiendo sus dos hijos que salían esa manan del país, estaba tan triste que podría verse reflejado en sus ojos. Algo que la inquieto mucho. Y de inmediato salió al patio y se sienta en una vieja banca de madera
Un pequeño jardín.
Ana: María, ¿puedo unirme a ti?
María: (Sin levantar la vista) Claro que sí, Ana.
Ana: Te veo muy pensativa. ¿Todo bien?
María: (Suspira) La verdad es que no mucho, Ana. Hoy se fueron los hijos de Rosa.
Ana: ¡Ay, María! Lo sé, me contaste. Es muy duro despedirse así.
María: (Secándose las lágrimas) Sí, es como si me hubieran arrancado una parte de mí. La casa se siente enorme y vacía ahora.
Ana: Te entiendo perfectamente. Yo recuerdo cuando mis hijos se fueron a estudiar a otra ciudad, sentí lo mismo.
María: Pero ellos se fueron a estudiar, con la ilusión de volver. Los hijos de [Nombre de la familia de los niños] se fueron porque aquí no hay futuro para ellos.
Ana: Es una situación muy difícil. ¿Cómo te sientes?
María: (Con la voz entrecortada) Siento una mezcla de tristeza, miedo y rabia. Tristeza por la separación, miedo por ellos y rabia por todo lo que estamos viviendo.
Ana: Es normal sentir todo eso, María. Nadie te juzga.
María: (Mirando hacia el cielo) A veces siento que no puedo más. La casa me recuerda a ellos en cada rincón.
Ana: Sé que es difícil, pero poco a poco te acostumbrarás a esta nueva realidad. Y recuerda, siempre los llevarás en tu corazón.
María: (Sonriendo levemente) Tienes razón. Y siempre estaremos conectados por las llamadas y los mensajes. Pero no es lo mismo.
Ana: Lo sé, no es lo mismo. Pero piensa en todo lo que han logrado y en las oportunidades que tendrán allá.
María: (Con un suspiro) Lo sé, pero no puedo evitar sentirme egoísta. Quiero que estén conmigo.
Ana: Es natural sentirte así. Pero también debes estar orgullosa de ellos por ser tan valientes.
María: (Mirando a Ana a los ojos) Gracias por escucharme, Ana. Significa mucho.
Ana: Siempre estaré aquí para ti, María. Somos más que vecinas, somos amigas.
[Ambas mujeres se quedan en silencio por un momento, disfrutando de la compañía del otro.]
Ana: ¿Te gustaría que vayamos a tomar un té? Quizás hablar un poco más nos ayude a sentirnos mejor.
María: (Sonriendo) Me encantaría. María y Ana se sentaron en la mesa de la cocina, una taza de té humeante frente a cada una. Mientras observaban cómo la noche envolvía la ciudad, Ana se dio cuenta de que no estaba sola. Tenía a su amiga, a sus vecinos, y a un amor incondicional por sus hijos. Y aunque la situación era difícil, sabía que juntos podrían superar cualquier obstáculo. Con una nueva determinación, Ana tomó una decisión: iba a escribir una carta a sus hijos, una carta llena de amor y esperanza, y les diría que, a pesar de la distancia, siempre estarían unidos por un lazo indestructible.
Una sonrisa tímida se dibujó en los labios de Ana al recordar la última Navidad que habían celebrado como familia completa. La casa estaba adornada con luces y un árbol de Navidad, y el aroma a pan dulce invadía cada rincón. Sus hijos abrían los regalos con entusiasmo, sus ojos brillando de alegría. En ese momento, no podía imaginar que la vida daría un giro tan drástico.
[Ambas se levantan y caminan hacia la casa de María. A medida que se alejan, la luz del atardecer ilumina sus rostros, ofreciendo un rayo de esperanza en medio de la tristeza.]
Al llegar a su casa, Ana se sentó a la mesa de la cocina y miró la silla vacía frente a ella. Recordaba las cenas familiares, cuando todos se reunían alrededor de la mesa para compartir historias y risas. Su esposo servía la comida, mientras que sus hijos hablaban sin parar sobre sus aventuras del día. Ahora, la mesa estaba vacía y el silencio era ensordecedor.
Muestras que maría en la suya, se quedó mirando el cielo nocturno, salpicado de estrellas. A pesar de todo lo que había pasado, sentía una profunda sensación de paz. Se dio cuenta de que la vida era un viaje lleno de altibajos, pero que lo importante era aprender de las experiencias y seguir adelante. Con una sonrisa, susurró: "Siempre habrá un nuevo amanecer
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro