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4._Ludico


Mary devolvió el papel a la mesa con una leve sonrisa.

-¿Cuántas enviaste?- le preguntó yendo hacia el tocadiscos.

-Noventa y dos- respondió Dai al llegar junto a la mesa donde dejó las copas para poder descorchar la botella.

-Noventa y dos- repitió Mary como para reflexionar poniendo un dedo en el disco y luego en la aguja- Siempre he querido comprar uno de estos- murmuró.

-Hay unos muy accesibles- le respondió Dai poniendo un poco de vino en la copa- ¿Cuántas cartas enviaste tú, querida?

-Ciento veinte- le respondió Mary volteando a él con una amplia sonrisa.

-Juntos hacemos poco menos de la mitad del total de cartas recibidas- le dijo Dai al ofrecerle la copa de vino- Eso quiere decir que el cincuenta porciento de los elogios a tu capitulo son auténticos. Felicidades.

Mary no respondió más que chocando su copa con la de él para tomar un pequeño sorbo que le humedecio los labios. En ese momento, la mujer no llevaba lápiz labial ni un traje formal como la última vez. Su aspecto era más sencillo, pero le lucía mejor, en cierta forma, y Dai no dudo en hacérselo saber.

-Seria una lastima que te desprendieras de ese favorable atuendo tan pronto- agregó dejando su copa en la mesa para ir a poner un disco, Mary no hizo comentarios y se sonrió con una sutil coquetería- Espero mi pequeña colección musical sea de tu agrado. No soy tan aficionado a la música como tú.

-No pareces alguien aficionado a las artes, en general.

-Es un mundo muy poco objetivo, para alguien como yo. Pero sé apreciar la belleza- le respondió al colocar la aguja sobre el vinilo- Tampoco ignoró lo que, por ejemplo, la música puede desatar en una persona.

Dai volvió hacia la mesa para recuperar su copa y se quedó de pie frente a Mary. La música inundó la estancia con un ritmo que invitaba a bailar suavemente, pero ellos no tenían intención de eso.

-Como aprendiz de escritor debes conocer la obra de Shakespeare- habló Dai después de beber un poco de vino.

-He leído varias de sus obras- afirmó la mujer.

-"Si la música es el alimento del amor, ¡toquen! Denme de ella en exceso, pues saciándome quizá se hastíe mi deseo y muera."- recitó Dai.

- Orsino, Noche de Reyes- reconoció Mary riendo avergonzada. Su pálida cara se pintó de rosa y se medio sentó en la mesa como para recuperar la compostura.

-Creo que hay... preferencias mucho más embarazosas- le dijo Dai al verla así de desencajada.

-Asi es, pero es que está es la primera vez que está... "preferencia" a quedado expuesta- declaró Mary cruzando los brazos, pero sonriendo de buen humor.

Dai dejó su copa junto al muslo de la mujer para extenderle la mano.

-Le advierto que no soy un buen bailarín...

-Eso no importa- le contestó Mary al sujetarle la mano.

Dai no exageró. Realmente era un mal bailarín, pero con discreción pudo acompañar a la muchacha antes de llevarla a su habitación. La aguja recorrió todo el disco antes de que esos dos se internaran entre esas blancas sábanas y una venda oscura cubriera los ojos de Mary para agudizar la delicadeza de su oído. Palabras finas, pero agudas como una hoja de afeitar dejó caer Dai en el fondo del sentido auditivo de la mujer, cuya piel se erizaba con cada sílaba del mismo modo que con cada una de sus caricias. Pero ese encuentro no era unilateral. Mary sabía retribuir lo que él le brindaba.

En esa oportunidad Dai quiso verla sobre él. Apreciar a la amarillenta luz de la lámpara, en la mesa de noche, la frialdad de esa piel blanca todavía joven. La luminosidad tostada de la bombilla pinto ese cuerpo del tono ámbar de un desierto y dio a ese cabello anaranjado un tono bronce. Era como observar una escultura atrapada en un movimiento hipnótico, en una cadencia deleitante. Mary no hablaba, pero su boca soltaba sonidos exuberantes que anunciaban su gozo como su siguiente acción. Había que ponerle atención y Dai tenía toda su atención puesta en ella. A ratos repasaba los muslos de la mujer con sus dedos como si fueran un arado sobre la tierra. Era un tanto doloroso para ella, pero era un dolor cosquilloso, placentero.

Las manos de Mary descansaban sobre el pecho de Dai, sus dedos se retrajeron cerca del desenlace, pero antes de poder dejar su huella ahí él entrelazó sus manos con las de ella, abriendo los brazos hacia los costados. Mary perdió el balance cayendo hacia delante, por poco estrellando su cabeza con la de Dai. Todo eso coincidió con su explosivo final, pero la de él tardo unos minutos más y Mary tuvo que recuperar el aliento mientras el de Dai se perdía y fue sofocado con un muy oportuno beso. 

-Lo único que odio del sexo, es lo asqueroso que puede ser- le dijo Mary al limpiar de la barbilla de Dai el hilo de saliva que broto del encuentro de sus bocas.

Él no le respondió y la vio dejarse caer a su costado sujetandose de forma traviesa de su brazo. Dai se cubrió la cintura con la sábana y al flectar una rodilla se encontró con sus dedos húmedos y viscosos. Los observó un momento y se sonrió dando en silencio la razón a la muchacha que se ponía su bata para ir al baño.

-Me temo que todavía tengo agua helada. No han arreglado la caldera- le advirtió.

-No importa. Prefiero el agua fría- le contestó Mary desde la puerta.

Eran las nueve de la noche cuando ella se metió en aquella tina. A las diez él se vestia y Mary estaba acurrucada en un sofá junto al tocadiscos. Tenía puesta solo su blusa y miraba esa máquina como viendo un sueño.

-Abrigate por favor- le pidió Dai hablándole casi en el oido. Ella no notó que él había llegado a su costado hasta que lo escuchó- Ahora que trabajarás en la radio debes cuidar tu voz- agrego cubriéndole las piernas con su chaqueta.

-Es cierto- murmuró Mary viendo la prenda del narrador, que iba hacia la mesita por una copa de vino.

-Tendrás que practicar tu dicción, entre otras cosas. Puedo ayudarte con eso...si quieres- le dijo Dai- Respecto a tu empleo como mi ama de llaves...

-No quiero ese trabajo- lo interrumpió la muchacha con un poco de angustia.

-Te entiendo...- exclamó Dai viendo hacia otro lado.

Callaron un momento.

-¿Por qué enviaste todas esas cartas?- le consulto Mary cuando él volvía a llenar su copa.

-¿Estás segura de que quieres conocer esa respuesta?- le cuestinó Dai yendo hacia ella. Mary asintió con la cabeza- Por hastio- le respondió al pararse al costado de la mujer- Mi vida es bastante monótona. Leo publicidad de la radio, hago de narrador en ese programa, traduzco libros y ocasionalmente doy algunas clases de locución. Nada de eso puede considerarse estimulante. Son actividades que me complacen pero no me satisfacen.

-En palabras vulgares soy un entrenamiento para ti- exclamó Mary apartando un poco la mirada de él, que le tomó el rostro por la barbilla para que ella lo viese de nuevo. No estaba molesta, ni ofendida, pero era obvio que le hubiera gustado oír otra cosa.

-Y yo el objeto de tu deseo- le señaló Dai y ella torció un poco la boca- No puedes negarme que es un trato justo.

-Te tomaste demasiadas molestias para divertirte un rato...

-Hay sido más que un rato y será más que unos días- le dijo haciéndole una caricia en la mejilla que ella aceptó cerrando los ojos.

Obviamente Mary no iba a irse a esa hora de la noche por lo que se quedó ahí, con él, hasta en la mañana siguiente. Dai era muy tranquilo a la hora de dormir, para su desgracia su compañera no lo era tanto, sin embargo, consiguieron descansar muy a gusto. También desayunaron juntos y luego Dai la acompañó al tranvía para que volviera a casa pidiéndole que regresara al día siguiente, pero después de las seis de la tarde para presentarla con unos conocidos suyos que le darían trabajo.

-Estare en tu casa a las seis treinta- le respondió Mary despidiéndose de él con un beso en la mejilla.

Mary sabía que tendría que renunciar a su trabajo en la textilera para poder dedicarse a la radio y a hacer de negro del director del programa. También sabía que su jefe no se lo iba a tomar bien y muy probablemente no le iba a pagar los días que llevaba trabajando allí ese mes, pero le daba igual pues ella contaba con el dinero del premio y con ello podría sobrevivir el tiempo suficiente para estabilizarse o al menos eso esperaba. Considerando que su nuevo trabajo y el que le iba a conseguirle Dai estaban de ese lado de la ciudad, mudarse era lo mejor. Pero no haría eso hasta no estar segura de que tendría ese empleo que el locutor le prometió.

Dai le consigo trabajo con unos conocidos suyos, limpiando sus casas por la mañana para que pudiera quedar desocupada a partir de las dos de la tarde y tuviera tiempo suficiente para ir al programa de radio, como también para poder escribir los capítulos de una nueva historia. Aunque Mary había pensado en adaptar algunos de sus escritos presentados y rechazados en las editoriales, reduciendo así su trabajo y garantizándose un par de cosas. Todavía no estaba muy segura de eso y prefería meditarlo detenidamente e incluso consultarlo con alguien de confianza para tener una segunda opinión, mas en esa ciudad no conocía a alguien lo suficiente como considerarlo de fiar.

Mary cumplió su palabra y llegó exactamente a las seis treinta a la puerta de Dai que la llevó con unos vecinos suyos, unas casas más allá. Eran un matrimonio con un pequeño hijo que se sintió muy complacido de contar con la ayuda de una mujer joven, educada y  recomendada por el locutor quién la hizo pasar por una ahijada suya llegada de un pequeño pueblo al sur del país. Ellos estaban dispuestos a ofrecerle una habitación, pero Mary rechazo esa oferta gentilmente debido a que pensó que de quedarse en esa casa tendría que estar al servicio de la familia todo el tiempo. Incluso más allá de las dos de la tarde. Aquello era una práctica recurrente en la contratación de servicio y ella no estaba disponible para una tarea tan demandante como servir a una familia tiempo completo. Dai intervino diciendo que la muchacha se quedaría en las noches en su casa, pues él había prometido a su familia que la cuidaría bien. Ante esta situación el matrimonio no insistió.

-Lo de que darme en tu casa ¿Lo decías en serio?- le preguntó Mary, calmadamente, mientras volvían por la acera hacia la resistencia del locutor.

-Lo siento, pero no. No quiero volver nuestros encuentros parte de la rutina- respondió.

-Eso es verdad- admitió la mujer- Si te tengo todo el tiempo mi deseo por ti se mitigará perdiendo fuerza y sabor, sin embargo, postergando esto en el tiempo creo que terminaremos cayendo en la monotonía de todas formas...

- Es imposible evitar algo como eso- le respondió Dai justo al parar la escalera que subía al pórtico de su casa- La monotonía es la máxima expresión del conocimiento que tomamos del otro, de nuestra rutina, de lo que sea que hagamos; sin embargo, es posible postergar el hastio...si no nos conocemos más de la cuenta.

Mary se le quedó viendo, reflexionando. De manera un poco juguetona, la muchacha, se apoyó en el barandal de la escalera y descansó su rostro en su mano viendo hacia la acera de enfrente.

- Tiene sentido- admitió con una alegría agridulce.

-¿Quieres..?- le decía Dai cuando Mary lo interrumpió dándole un beso en la mejilla.

-Nos vemos después. Adiós Dai- le dijo apartandose de él para cruzar la calle.

El locutor se quedó con la propuesta en la boca, pero acabó sonriendo complacido. Acariciando la mejilla en que ella dejó sus labios rojos marcados, Dai entró a su casa.

Mary tuvo que correr para alcanzar el tranvía que era el último de la jornada. Terminó medio aplastada entre un montón de trabajadores que volvían a su hogar cansados y mal olientes. Había algunos hombres de traje elegante también, contra uno de esos ella estrelló la cara teniendo que disculparse por ello, pero al levantar el rostro se encontró con un conocido.

-Buenas tardes, señor Bills- le dijo sonriendo.

-Buenas tardes- le contestó él de manera seca y viendo con desagrado la mancha de lápiz labial en su solapa.



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