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1._Transistores


Era la quinta vez que el manuscrito de Mary era rechazado por una editorial ese año. Su sueño de convertirse en escritora parecía esfumarse de sus dedos como el humo lo hacía de su cigarrillo. Sentada sobre su maleta en aquella estación de trenes, la mujer comenzaba a cuestionarse si valía o no la pena seguir luchando por un sueño que parecía desafiar al mundo. No había mucho espacio para las mujeres en la literatura. Las pocas que habían conquistado ese sitio parecía que solo podían escribir novelas de amor cursi y poco realista. Mientras que los hombres estaban escribiendo del costumbrismo y la militancia de las nuevas corrientes políticas que se estaban apoderando del mundo. Una gran guerra lo había cambiado todo para siempre y, sin embargo, algunos se seguían esforzando por mantener los viejos cánones. 

Arrojando su cigarrillo a los rieles, Mary se puso de pie para volver a la ciudad y buscar un hotel. Después de meditar un rato decidió no volver a su pueblo y encontrar en la metropolis un empleo. Que de algo sirviera el viaje al menos. Un cambio de residencia podía también cambiarle la vida, aunque cabía la posibilidad de que el cambio no fuera exactamente bueno. Una mujer sola por la calle a esa hora era como una gallina paseando por el campo infectado de zorros. A leguas se notaba que ella era una provinciana y eso atraía a los galanes de callejón. Ella los ignoraba y seguía su avance hacia un hotel barato que había visto esa mañana cerca de la estación de trenes. Descansaría ahí unos días hasta encontrar trabajo. Dos semanas era su tiempo máximo.

Un cuarto diminuto con una cama que parecía haber sido sacada de una barraca militar, una mesa coja y dos sillas, un velador y un ropero estrecho; fue lo mejor que Mary pudo pagar. Al menos tenía una ventana que daba a la avenida y un pequeño radio color caoba que encendió para despejar la cabeza un rato. La música la ayudaba a relajarse. Con su manuscrito en la mano y un vaso de agua que iba a fingir era un poco de licor, Mary se sentó a la mesa para leer su obra. Lo hizo con un poco de desprecio, sosteniendo una sonrisa sarcástica todo el tiempo.

La música dejó de sonar para dar paso a la aterciopelada voz del interlocutor que promocionó unos tónicos y habló de cosas de política unos minutos antes de anunciar un programa de radio teatro. Mary oía, pero no le prestaba atención. Ese tipo de programas eran populares, pero las historias que contaban no eran interesantes. Jamás le hubiera dedicado un instante de su tiempo de no ser porque la voz del narrador cautivo todo su interés. Al escuchar la primera oración que ese hombre pronunció, su cuello se giro a la pequeña radio con una destreza cervical que un búho hubiera enviado. 

Un escalofrío bajo por la espalda de Mary al escuchar el timbre de aquella voz que no caía en la definición de grave. Tenía un tono equilibrado, un sonsonete elegante y calmo. Sin verlo supo que su dueño era una persona de temple helado, como la brisa de invierno que recorre los primeros días de la primavera. No prestó atención a lo que él decía, solo escuchó el sonido de su voz como quien lee una canción sin cantarla. Cada sentido de Mary se prestó a una única recepción.

El sonido, cual fuera, si era de calidad obtenía la atención de Mary. Después de las palabras era la música la otra pasión capaz de deleitarla y satisfacerla. Por ello Mary encontraba en las voces un gose único y especial, pues era la voz el único instrumento que mezclaba la música y la palabra. Mary podía olvidar una cara, podía olvidar el nombre de su madre, su propio cumpleaños, pero nunca una voz o un sonido. Y la voz del narrador de ese radioteatro quedó cincelada en las paredes de su memoria ese día. El programa duro media hora, pero ella percibió un lapso más corto.

-Y este ha sido el capítulo de hoy- dijo el locutor- No olvide sintonizar su emisora favorita para cada tarde a las cuatro poder seguir esta apasionante historia...

A las cuatro. Eso fue todo lo que a Mary le importó de lo que ese hombre dijo y para ella esa hora se volvió sagrada. Claro que no por ello podía descuidar su vida. Debía encontrar un trabajo si quería quedarse en esa ciudad y al día siguiente salió a buscar uno, mas volvió a las tres para oír el radioteatro. Todos los días a las cuatro de la tarde, Mary estaba en ese cuarto oyendo aquel programa y dando rienda suelta a su imaginación.

La voz de ese sujeto le erizaba la piel. De solo imaginar su boca susurrando en su oreja desataba hileras de hormigas que bajaban desde su cuello, por toda su piel, provocando un cosquilleo capaz de arrancarle suspiros, pero estos eran sofocados detrás de sus labios como la imagen del dueño de esa voz estaba oculta tras un transistor. A veces se abrazaba a si misma, cerrando los ojos, imaginando estaba entre esos brazos que podía sentir tan solidamente en torno a ella que al caer en ese trance, se perdía en una corriente de exuberantes sensaciones.

El eco de la voz del narrador la perseguía en la vigilia. Habían palabras que él pronunciaba tan deliciosamente que resultaban afrodisíacas. Despertaban en ella una pasión que muy, pero muy pocos fueron capaces de exaltar aun pudiendo tocarla. Celos, envidia, hubieran sentido sus ex amantes de saber que un hombre sin rostro, pronunciando una palabra era capaz de hacer con ella lo que ellos tuvieron que esforzarse por horas en conseguir. El color de esa voz era lujuria para Mary.

Una semana después la mujer consiguió empleo en una industria de manufactura textil. Hacían semana británica así que ella podía conseguir un segundo empleo para solventar mejor los gastos, pues el sueldo que pagaba esa empresa no era mucho. Pero la sala de máquinas de coser tenía una radio y eso la alentó a presentarse ese lunes a su nuevo trabajo que era coser vestidos a las damas de sociedad. Tristemente para ella ese día no pudo escuchar a su hombre de voz incitante debido a que las mujeres de allí preferían oír música a escuchar un radioteatro, pero a la jornada siguiente Mary se tomó el atrevimiento de cambiar de emisora a las cuatro de la tarde. Contrario a lo que creyó ninguna se quejo. No abiertamente. Porque de que se ganó miradas de desaprobación, se las ganó. Le dió igual y fue a sentarse a su lugar.

-Que linda voz la de ese hombre- comentó una mujer en la hilera tras la de Mary.

-Suena como un profesor- comentó otra. En ese momento se escuchaba al narrador en el radioteatro así que era obvio a quien se referían.

Otros comentarios así se oyeron al rededor de Mary que consiguió que la dejarán sintonizar su programa unas semanas. A muchas les gustó la historia. El cuento de una mujer que salía a vivir aventuras por la carretera de la mano de un chico rebelde del que se enamoraba y de un detective que también la amaba, era sin duda las gotas de naranja en el té de todas esas chicas que hacían parte de la nueva mano obrera de la ciudad. Ninguna tenía un sueño más allá de encontrar un hombre con el que casarse. Ojalá uno con dinero lo que era ridículo porque todas venían de familias humildes en las que los acaudalados no ponían sus ojos más que para contratar empleados o para divertirse un rato con las incautas chicas con sueños ilusos de vestir de arminio y colgarse oro en el cuello.

Mary no podía burlarse de ellas, aunque ganas no le faltaban a veces, pero es que al fin y al cabo no estaba en una situación más favorable. Tenía sueños, sin embargo, no los estaba logrando. En lugar de eso disfrutaba de la voz de un extraño al que ni siquiera había visto y mucho menos él sabía que ella existía. Para el caso era más ilusa que las chicas que esperaban un novio rico que la sacara de la pobreza para darles una vida de lujo y entretenimiento que no consistía más que un libertinaje ridículo que las dejaría más vacías que cuando no tenían con que llenar la panza.

-A veces eres muy crítica, Mary- se decía cuando a solas en su cuarto hacía listas de los vicios de la sociedad y escribí sátiras de ello.

Una tarde después del programa de radioteatro, el locutor anunció algo que cambiaría las cosas, siempre y cuando ella tuviera el valor de intentar algo. La emisora organizó un concurso para escritores aficionados. Consistía en enviar un capítulo de la historia que se interpretaba todas las tardes. El ganador no solo recibiría un premio en dinero que no era nada despreciable, sino que también podría conocer la emisora y compartir con los actores que cada tarde llevaban entretenimiento a toda la ciudad y sus alrededores.

Mary vio en ello una gran oportunidad y algunas chicas con las que compartió su gusto por la escritura la alentaron a que participara, aunque también hubo unas que le dijeron que era una pérdida de tiempo. La oportunidad de conocer al dueño de la voz que tanto la cautivaba y hacía soñar con quimeras de fuego sin duda era como un milagro caído del cielo, sin embargo, el tiempo límite del concurso y su ajustado horario no le iban a permitir crear un capítulo de calidad. Mas si era honesta ella no consideraba la historia de ese radioteatro algo muy bueno. De todas formas requería tiempo para hacer un buen esfuerzo y no lo tenía, pero no se desesperó. Tomó uno de los capítulos de su novela, le hizo unos cambios para que pudiera ser incluido dentro de la historia principal y unos días después lo envió el concurso. Nunca esperó ganar. Cuando oyó su nombre después del programa no podía creerlo. Muchas de sus compañeras se levantaron de sus puestos para ir a felicitarla, emocionadas con su victoria. Mary tardo un poco en reaccionar y cuando lo hizo brincaba como una niña pequeña de la alegría de poder hacer su sueño realidad. Aunque en ese momento no estaba viendo el panorama completo, pues solo estaba enfocada en conocer al hombre tras aquella voz.

Lo más difícil fue conseguir que su jefe le diera un día libre para poder ir a reclamar su premio. Pero lo consiguió diciéndole que al sujeto que cuando estuviera allí recomendaría su textilera. Nadie se niega un poco de publicidad gratis. Contando con un día para disfrutar de su mayor fantasía Mary hizo algo que pocas veces solía ser: arreglarse. Si bien siempre mantenía un aspecto cuidado y limpio no era la clase de mujer que resaltaba sus atributos femeninos. Apenas si usaba un poco de maquillaje y solo en ocasiones muy puntuales. El trabajo no era una de ellas. Sin embargo, ese día puso principal atención en su aspecto. Pensó en llevar un vestido, pero terminó optando por el traje de dos piezas color vino que usaba cuando se presentaba en las editoriales. Su anaranjada melena la peinó con cuidado, usando bastante fijador para dar formas a las ondas que tenía en el cabello. Los sombreros estaban de moda entre las señoritas, mas a ella esa prenda nunca le resultó cómoda salvo los días muy soleados y ese no era uno de esos. Queria verse elegante, un poco sensual, pero también sería; como ella era. Su impasible fachada, su profunda y serena mirada lograban esconder la exaltación en su pecho y en su sangre que le provocó el solo hecho de poner un pie en la emisora a la que se trasladó en tren, pues estaba del otro lado de la ciudad.

Mary fue recibida por el dueño del lugar, un locutor y el autor y director del radioteatro que era un hombre con aspecto de catedrático e ínfulas de empresario exitoso. Un sujeto arrogante que la miró de pies a cabeza más como un pedazo de carne que como la ganadora de un concurso.

-Esperaba una mujer diferente- le comentó- Un ama de casa. Usted todavía no tiene la fortuna de estar casada.

Mary guardó silencio, fingió una sonrisa y le estrechó la mano como quien tiene que limpiar el inodoro sin usar guantes. Venía soportando comentarios semejantes hacia bastante tiempo. Sobre todo desde que intentó colarse en las editoriales.

-Acompáñame por favor. La presentaré a los actores y le daré sus líneas- le pidió el hombre poniendo la mano en la espalda de la mujer.

-¿Mis líneas?- repitió Mary.

-Sí, le daremos un pequeño papel en el capítulo de hoy- le explicó el tipo mientras la hacía avanzar por un pasillo que más parecía un túnel.

El hombre comenzó a alardear de sus logros como dramaturgo. Según le contó en su juventud había sido un afamado escritor de teatro. Mary escuchaba con gentileza, sin embargo, su cabeza estaba en otra parte. En un escenario que se acabó creando espontáneamente ante ella. Lo escuchó antes de verlo y el timbre y color de aquella voz le hizo bajar una gota de hielo por cada vértebra de su espalda, desde donde termina la cabeza hasta donde inicia la cola. El ritmo de los timbales en su corazón se agravó y pronunció como el redoble de una marcha, pero de una marcha de Venus.

La breve exclamación vino desde atrás, por lo que se giro lentamente hasta encontrarse de frente con la figura detrás de los transistores. No era lo que esperaba. Ella siempre imaginó un hombre alto, con un poco más de cuerpo. El sujeto delante de ella era de baja estatura, delgado, con un semblante que no podía considerar atractivo, aunque por supuesto apreció muy bien su belleza, sin embargo, Mary lo hubiera definido como lindo restándole así bastante masculinidad. Se veía joven, mas observándolo con atención te dabas cuenta de que era bastante mayor. Su estampa no era lo que Mary llegó a visualizar, pero su prestancia era la misma y sus ojos, aunque transparentes, le resultaron bastante misteriosos.

El productor lo llamó para presentarle a la ganadora del concurso. Se refirió a él con un nombre bastante corto: Dai. Más tarde le explicarían que era un diminutivo. En ese momento Mary simplemente se quedó viendo a ese individuo ir hacia ella viendola fijamente a los ojos, quizá porque ella hizo exactamente lo mismo solo que no se dio cuenta de la insistencia de sus mirada, pues para ella era natural mirar a las personas directo a las pupilas.

-Un gustó- le dijo Dai al estrecharle la mano- Y la felicito. Leí el capítulo y me resultó interesante, un poco atrevido.

-Me alegra que le gustara- le  contestó, Mary, tragando saliva con un poco de dificultad. Y es que sujetar aquellos dedos fue semejante a lo que pasa cuando la escarcha toca el fuego.

-Dai por qué no me haces un favor- le dijo el director- Lleva a la señorita a mi oficina para que espere el inicio de las transmisiones del programa de la tarde. Yo tengo que ir a revisar unas detalles en la otra estación.

-Será un placer- le contestó Dai poniendo un poco nerviosa a la joven mujer que no dejaba de verle. La sutil ansiedad en ella no pasó desapercibida para él.

El director se despidió educadamente y los dejó solos. Dai invitó a Mary a seguirlo haciendo un elegante movimiento con la mano. Ella se acomodó el bolso y fue tras él.  Caminaron un rato callados hasta que él volteó a verla para hacerle unos comentarios respecto al capítulo que había escrito. Fueron unos dichos breves, concisos, pero dejaron bastante claro que Dai había leído el texto y lo había comprendido muy bien.

-No es usual que las mujeres se interesen en temas como esos- agregó a su observación.

-Tal vez no nos dan la oportunidad para hacerlo- respondió Mary viéndole fijamente la parte de atrás del cuello. Dai tenía un cuello bastante delgado considerando el tamaño de su cabeza, aunque el peinado ayudaba a exagerar el volumen de su cráneo.

-Es cierto. Los hombres somos cerrados a brindarles oportunidades a las mujeres en ciertos campos. Hasta no hace mucho existía la llamada histeria femenina...

-Tengo por hábito robarle oportunidades al mundo, pero soy demasiado egoísta para intentar cambiarlo- le respondió Mary-Y un capítulo en un radioteatro no logrará, sino entretener a un montón de gente y concederme un momento de placer...

Dai y le di una pequeña mirada al escuchar la última palabra.

-¿Puedo preguntarle algo?

-Sí, adelante...

-El capítulo que nos envió contenía un largo texto narrativo, los diálogos apenas componían un tercio de este. El director tuvo que modificarlo y aun así mi participación abarca el 50% del episodio...¿Qué razón hay para ello, señorita Mary?- la consultó al llegar a la puerta de la oficina la que entre abrió antes de dirigirla a ella una penetrante mirada.

-Puedo contárselo o puede descubrirlo- respondió Mary.

Dai remarcó su sonrisa para sacar un reloj de bolsillo de su pantalón.

-El el director tardará en volver unas dos horas y quedan unas tres para que inicie el programa. Tenemos tiempo de hacer ambas...

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