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Oculto a simple vista

Tom Ryddle, no pudo dormir esa noche.

Esa misma tarde, un hombre extraño le había visitado para hablarle. No le creyó. ¿Qué tontería era esa? Era un niño, sí. Pero esas mentiras para llevarlo a un loquero eran completamente absurdas.

Apenas ese tal Albus Dumbledore dijo que era un profesor, Tom casi espero que la puerta se abriera violentamente y un par de hombres entraran para llevárselo a fuerza ante un psicólogo o a un manicomio.

Pero eso no ocurrió.

Su desconfianza se incrementó, ante la insistía de ese hombre, que trabajaba en un colegio. Un colegio de magia. Eso le emocionó. Siempre supo que era "Muy especial" y fue ahí donde cometió su segundo error.

Pues su primer error fue admitir que podía usar su magia conscientemente para castigar e intimidar a los otros niños del orfanato.

Su segundo error, fue exigirle que demostrara su poder mágico a ese hombre; quien le puso en su lugar, recordándole que al aceptar ir al colegio, debía llamarlo "Señor" o "Profesor"; casi se negó a ello, pues no quería reconocerlo como a un semejante, pero eso cambió cuando hizo arder su armario y le hizo prometer...

¿O lo obligó?

Ambas cosas.

Tuvo que regresar sus tesoros, o mejor dicho, casi todos. La armónica había pertenecido a un niño llamado Billy pero había sido adoptado unos días atrás. Por lo demás aunque se disculpó con los otros niños, el realmente no lo lamento.

A decir verdad, en el momento en que se acercó para devolver esas chucherías. Mentalmente se dijo a sí mismo:

«Voy a mentirte. Te diré algo que no es verdad pese a que parezca lo contrario.» Fue lo que se dijo una y varias veces con los otros niños, mientras sonreía amablemente y ante la Sra. Cole, les devolvía esos objetos insignificantes mientras se "Disculpaba de todo corazón".

Aunque en realidad, dijo que los encontró cuando ayudaba a limpiar y que no sabían de quien eran, por eso les había guardado.

En realidad, lo que Tom quería hacer, era salir del orfanato e ir en búsqueda de ese lugar donde comprar las cosas que necesitaba para hacer magia. Quería irse en ese mismo momento. Pero ya eran pasadas las 7 de la tarde y la Sra. Cole no le dejaría salir.


Podía usar su magia para obligarla, pero no lo hizo. Porque tuvo el presentimiento de que ese hombre, el profesor Dumbledore se enteraría de eso; entendió la amenaza velada de su expulsión del colegio si seguía usando magia "accidentalmente" y eso, era algo que no quería.

Sobre un ministerio de magia; eso no se lo esperaba, pero no le preocupaba aún. Primero tenía que mantener las apariencias, algo que ya tenía dominado.

—Ese hombre, no es de fiar. —Se dijo a si mismo mientras miraba por la ventana a la calle. Tendré que ser cauteloso. —Mientras más pensaba en él, menos le agradaba la idea de estar cercano a dicho profesor; por eso, no pudo conciliar el sueño.

El orfanato estaba en el barrio de Edgware, en el municipio de Barnet, tuvo que tomar el autobús para llegar a Charing Cross; como el profesor le había indicado, llegó ante una calle muy transitada donde vio diversas tiendas, desde un café a una librería y solo porque noto a un hombre que llevaba ropas de diversos colores chillones entrando a lo que parecía ser una taberna de mala muerte, es que comprobó cómo las personas pasaban por la acera sin mirar ese local.

Dudo un instante hasta que entro al local, donde un hombre de mediana edad atendía a un par de hombres sirviéndoles jarras con cerveza. Miró a su alrededor, pero no vio al hombre de ropas llamativas de un momento atrás.

—Bienvenido. —Dijo sonriendo amablemente. —Bienvenido al Caldero Chorreante, muchacho.

—Aquí es donde se entra al... —No devolvió el saludo y aunque mantuvo una expresión tranquila le irrito la apariencia de ese hombre que compartía con él su nombre, puesto que otro de los clientes le llamo "Tom".

— ¿Al callejón Diagon? —Le interrumpió el tabernero con una risa alegre. —Claro muchacho, ven te mostraré la entrada.

Solo porque lo vio necesario, es que el niño siguió, aunque unos pasos detrás al tabernero quien rodeo un par de mesas para llegar a un pequeño patio amurallado donde había un gran bote de basura. Los ojos de Tom se clavaron codiciosamente en la varita que el tabernero sacó del bolsillo de su delantal.

—Mira, debes tocar de este modo estos ladrillos. Sobre el bote de basura, 3 hacia arriba y 2 al costado. —Le indico mientras tocaba con la punta de su varita en la pared. Aunque se esperaba algo, aún así Tom se sorprendió cuando los ladrillos comenzaron a vibrar y a moverse de su lugar y reacomodarse para formar un arco que daba paso a una serie de tiendas una frente a otra, donde muchas personas con túnicas, capas, capuchas y sombreros de ala ancha iban y venían. Niños de diversas edades y adolescentes así como adultos les acompañaban de una tienda a otra, aunque alguno que otro iban solos.

Lo que más sorprendió a Tom fue que en el final de la calle un alto edificio blanco se alzaba imponente y orgulloso ante las otras tiendas.

— ¿Qué es ese edificio blanco? —Pregunto amablemente al tabernero.

—Es el Banco de Gringotts, es manejado por los Duendes. Mi consejo es que tengas cuidado con ellos, se ofenden fácilmente y no son muy amigables ni pacientes ni siquiera con los niños.

—Entiendo. Disculpe ¿Dónde venden las varitas y los libros?

El tabernero agito su varita, y un momento después, llegó a su mano una hoja de papel pergamino donde había un mapa con diversos edificios marcados con el nombre de las tiendas, y la mercancía que vendían.

— ¿Es tu primer encuentro con el mundo mágico? —Pregunto pero no obtuvo respuesta pues Tom estaba más atento al mapa. —Hay 2 tiendas de Varitas, Ollivanders es la tienda que está algo apartada del banco. —Señaló en el mapa, Tom niño asintió. —La segunda tienda, tiene el nombre más específico: Varitas Gregorovitch.

Tom miró al callejón a las otras tiendas abarrotadas de clientes. El tabernero le señaló en el mapa otras 3 calles secundarias del Callejón Diagon.

—Mercado Carkitt, es una calle lateral, la tienda de Gregorovitch está ahí; el Callejón Knockturn está a la aquí y es una zona peligrosa, con tiendas de dudosa reputación y cosas tenebrosas. Y finalmente el Callejón Horizont que es una calle transversal del Callejón Diagon se intersecta con el Callejón Knockturn y el Mercado Carkitt.

—Gracias. —Dijo el huérfano mientras miraba al tabernero. — ¿De, estas 2 tiendas de varitas... cuál diría que es la mejor?

—Ollivanders. —Respondió el tabernero. —Algunos dicen que Gregorovitch también vende varitas de muy buena calidad, pero para muchos en gran Bretaña, Ollivanders sobresale entre otros.

—Entiendo. —Respondió el niño negándose a darle las gracias a ese tipejo.

—Si, gustas puedo pedirle a uno de mis hijos que te acompañe, cargar con las cosas podría...

—No es necesario. —Respondió Tom en tono irritado. —Puedo valerme por mí mismo.

El tabernero no le respondió porque un muchacho le habló desde la barra. Con una sonrisa que el niño no le devolvió, entró a su negocio.


Tom miró codiciosamente el banco, pero no se acercó más de lo necesario. La imagen de esos duendes ante las puertas del edificio no era como la representaban los muggles, le parecieron refinados pero desagradables. Además el Profesor Dumbledore le había dado una bolsa con monedas de oro, plata y bronce para comprar los artículos.

Camino por la calle principal hasta detenerse ante una tienda estrecha con vitrinas donde se veía en un pequeño cojín una varita mágica que atrajo su interés.

Al entrar le pareció que era una biblioteca, reinaba un silencio intimidante que le pareció digno de respetar, y después de llegar al mostrador un hombre de edad, de cabello negro vetado de canas salió de la trastienda con varias pequeñas cajas en brazos.

—Bienvenido, soy el señor Ollivanders. —Dijo en un susurro. Los ojos plateados de ese hombre eran fríos, pero no como los de Tom.

—Tom Sorvolo Ryddle. —Se presentó el niño con una sonrisa encantadora. —Vengo para comprar mi varita.

—Obviamente. Por acá. —Le indico el anciano mientras dejaba las cajas en una mesa y sacaba un rollo de cinta plateada. — ¿Cuál es tu mano dominante?

—Soy ambidiestro, aunque uso mas la derecha. —Con su respuesta, la cinta en manos del vendedor se elevó en el aire y midió el largo de los dedos a la muñeca del chico quien dio un paso hacia atrás. No le gustaba que lo tocaran.

—Tranquilo muchacho. —Dijo el vendedor con un destello en sus ojos plateados. —La cinta es necesaria para comprobar la longitud de tu compañera, es decir tu varita.

—Bien...

La cinta sólo midió el largo de su antebrazo y del codo al hombro antes de dirigirse por sí misma al escritorio.

—Las varitas de mi tienda; están talladas en diversos tipos de maderas, su longitud, grosor y flexibilidad permiten ciertas cualidades en ramas diversas de la magia, así mismo todas mis varitas tienen un núcleo, formado por Cabello de Unicornio, Nervios de Corazón de Dragón y Plumas de Fénix. —Explico.

—Señor... ¿Una varita puede volverse más poderosa?

La mirada sorprendida en el Señor Ollivanders fue respuesta suficiente para Tom.

—Qué pregunta tan interesante, joven Ryddle. Pero no, no es posible que una varita pueda incrementar su poder. La varita elige al mago y es una herramienta para que demuestre el potencial y poderío en su amo. —Explico. —En palabra simples, una varita no puede volverse más poderosa porque desde un principio ya es muy poderosa. El que debe volverse fuerte, es su dueño.

Tom considero estas palabras, eran sabias aunque no le agradaron.


El vendedor entró a la trastienda y volvió con una caja negra.

—Prueba esta, Serbal, 29 centímetros de largo, flexible, su núcleo es cabello de unicornio. —Tom tomó la varita y la agito sin que sucediera nada. El señor Ollivanders la tomó y le ofreció otra. —Madera de Ciprés, 32 centímetros de largo, de diseño elegante, nervios de corazón de dragón.

Igual que la anterior, la varita no hizo nada.

— ¿No? Hum... Manzano, 31 centímetros de largo, pluma de fénix; bonita y elástica.

Tom iba a tomar la varita pero se contuvo, sintió un hormigueo frío, como cuando se te duerme una pierna, giro un poco y el hormigueo guío su mirada hacia uno de los estantes donde distinguió una caja blanca, el hormigueo se detuvo lentamente.

—Señor Ollivanders. —Dijo amablemente. — ¿Puedo probar, la varita en esa caja blanca? —Señaló el estante, el anciano le miró un instante y sin decir nada, guardó la varita de manzano y acercó una escalera para bajar la caja que le indico el niño.

Tom tomó de manos del anciano una varita blanca cuyo mango parecía vagamente un hueso e incluso tenía una pequeña púa curvada.

En el momento en que la tomó, sintió que la varita se adhería a su mano y cuando la alzó, de su punta emergieron hilos de humo blanco que brillaban ligeramente.

—Felicidades señor Ryddle, ha encontrado a su compañera. —Dijo el señor Ollivanders. —Madera de Tejo, 34 centímetros y cuarto, rígida y pluma de fénix.

Tom sonrió sin percatarse de ello. Se acercó al escritorio para pagar, pensando en un argumento para regatear el precio de la varita, pero no fue necesario porque el señor Ollivanders pidió solo 4 galeones por ella, un precio que a Tom le pareció excesivamente barato.

—Lleva contigo, una varita poderosa para realizar con mayor facilidad, sortilegios que requieren mucha concentración, joven Ryddle. Las varitas de Tejo, por lo general buscan la grandeza a la par del potencial en su dueño. Pero tiene un defecto. El mismo defecto que tienen todas las varitas sin excepción...

Tom que tenía ya un pie en la calle giro la mirada al vendedor.

— ¿Y cuál es? —Pregunto conteniendo su furia.

—Su portador.

                                                                                *---*---*


Garrick Ollivanders suspiro mientras veía al niño alejarse por la ventana.

— ¿Qué te parece? —Dijo una voz entre las estanterías. Albus Dumbledore apareció lentamente al disipar el mismo un hechizo desilusionador. —Un niño interesante ¿No lo crees?

— ¿Cómo me convenciste de poner a prueba a un niño, Albus? —Respondió el vendedor de varitas visiblemente irritado. — ¿Y cómo es que yo acepte en ayudarte a esto?

—Amigo mío. Tengo algunas sospechas del joven Ryddle. Tú mismo viste como esas varitas lo rechazaron.

El señor Ollivanders dirigió la mirada las varitas que le había dado a probar a Tom.

Las varitas de Manzano tenían una reputación de no tolerar la magia oscura, si el dueño de una de estas varitas intentaba hacer un maleficio o un hechizo perverso, se malograría o su efecto sería mínimo.

Lo mismo podía decirse de las varitas de Serbal, conocidas por fortalecer los hechizos defensivos y de protección y negarse a hacer magia si su dueño quería emplear magia oscura.

Las varitas de Ciprés por otro lado, tenían fama de ser portadas por magos o brujas honorables que estaban dispuestos a dar proteger hasta con su vida a sus seres queridos.

—Eso no significa nada.

—Lo eligió una varita de Tejo y esas varitas...

—Han estado en manos de magos tenebrosos así como en defensores de la justicia por igual. —Le interrumpió el vendedor con impaciencia. —Como le explique al joven Ryddle, las varitas de Tejo buscan aquellos que tengan una mente despierta y deseen resaltar.

Tal parecía que el profesor quería dar un argumento en contra pero el señor Ollivanders ya estaba un tanto harto y no le dejó hablar.

—Albus, te recuerdo que en su momento, a ti, te rechazaron 16 varitas antes de que obtuvieras tu primera varita de manos de mi abuelo. —Respondió el señor Ollivanders. —No es la primera vez que una varita rechaza aun niño en sus primeros intentos, y no será la última, puedo jurarlo con un juramento inquebrantable si así lo deseas.

El profesor Dumbledore no respondió al momento.

—Garrick, hay algo en ese niño que me inquieta. Con solo verlo a la cara, sé que tiene mucha furia contenida.

— ¿Te sorprende que un niño que ha pasado toda su vida en un orfanato este molesto con el mundo? —El señor Ollivanders no pudo ocultar el sarcasmo en su pregunta. —Estás pre juzgándolo, Albus y de la peor forma. Desde lo que paso con Grindelwald parece que esperas que otro Líder Tenebroso se alce nuevamente. Y ya estás sacando rápidas opiniones malintencionadas, en un niño, Albus ¡¡En un niño!!! No es como si un "Señor del Mal" este oculto a simple vista. Y luego te preguntas, porque Perenelle Flamel te tiene desconfianza.

Albus Dumbledore evitó la mirada del vendedor de varitas, por un instante se sintió avergonzado porque Ollivanders tenía razón.

Desde la derrota de Gellert Grindelwald, tal parecía que Dumbledore esperaba que otro Señor Oscuro emergiera para ser vencido a sus manos nuevamente.
Una digna ironía, tomando en cuenta que por años se negó a confrontar a Grindelwald por el pacto de sangre que habían hecho y también porque... Aún estaba algo enamorado de él.

Y Grindelwald lo sabía.

—Puede que tengas razón... —Reconoció aunque algo de mala gana, mirando hacia la calle por la ventana. —Garrick, si la memoria no me falla, Fawkes permitió que tomaras...

—5 plumas, no tienes que recordármelo.

— ¿La varita de ese niño, tiene una de las plumas de Fawkes?

—Sí, solo pude usar 2 de las plumas de tu fénix, las otras 3 se destruyeron cuando intentaba crear varitas con ellas, a veces pasa que ciertas maderas se niegan a aceptar un corazón y se destruyen entre sí... Es una lástima, eran material de muy buena calidad...

Dumbledore miró a su alrededor como si quisiera encontrar con la mirada la varita hermana de la varita de Tom Ryddle.

—Por favor amigo mío. Si alguien compra la varita hermana.... ¿Me avisaras?

—Si a mi parecer es necesario.


                                                                                *---*---*


—Qué vergüenza... —Murmuró el joven Ryddle mientras miraba alrededor antes de entrar a la tienda de libros de segunda mano. En la librería de Flourish y Blotts, pudo comprar 3 de los libros, nuevos en la lista de útiles, pero el resto era costoso y aún tenía que comprar túnicas, ingredientes de pociones y otros menesteres.
Lo peor, es que había libros que llamaron su atención pero su precio era exorbitante. Aunque había ahorrado algo de dinero muggle el tendero no acepto ese dinero por no considerarlo de valor. Pudo cambiar la mitad guardando para el autobús de regreso, por dinero del mundo mágico, pero el duende que le atendió, un pomposo y gordo duende llamado Gulgrom solo le dio 4 monedas de plata y 2 de bronce.

Cuando le preguntó si podía abrir una cámara propia, el duende le dijo que necesitaba de la compañía de su tutor legal y tener como mínimo 15 años. Todo esto con una mirada burlona que Tom no olvidaría. Cuando salió del banco, sintiéndose humillado juró que haría pagar a ese duende por sus sutiles pero evidentes mofas.


La librería de segunda mano, era un poco más discreta que la librería principal. Con 2 grandes mesas a rebosar de libros y diversas estanterías. Con desagrado Tom vio algunos libros con manchas de tinta, té o algunos con partes descarapeladas en el lomo o quemaduras en las portadas.

—Bienvenido. —Dijo una mujer joven de aproximadamente 25 años. De corto cabello castaño y ojos verdes, podía decirse que era una mujer agraciada pero rondaba más en "sencilla" que "bonita". — ¿Quieres comprar algo o vender libros ya usados?

—Comprar. —Respondió Tom enseñándole la lista. —Tengo ya estos, pero me falta el resto.

—«Mil hierbas mágicas y hongos», «Filtros y pociones mágicas», «Estrellas, Satélites y Lunas», «Historia de la magia» y «Defensas y Contrahechizos.»... Primer año. —La mujer bajo la lista y miró hacia unas estanterías. —Lucas, trae un paquete de primer año. —Dijo en voz alta.

—Ok, Abigail. —Respondió una voz joven.

Tom solo espero un momento antes de que un niño de su edad se acercara con una caja de cartón en brazos. Tenía rasgos muy parecidos al de la mujer, cabello castaño y ojos verdes principalmente, pero era demasiado joven para ser su madre, así que era posible que fueran hermanos.

Tom miró la caja de cartón con ojo crítico y sacó los libros del lote de 1er año separando los que no debía comprar.

Excepto por un libro que tenía el lomo un poco doblado, uno con un par de notas en un par de páginas y otro con el borde de las páginas manchadas de "grasa de los dedos" los libros estaban en buenas condiciones.


— ¿Cuál es el precio por los libros? —Pregunto apilándolos.

—Por lo 5, te los venderé en 25 galeones y 15 sickles.

Tom regateo un par de veces, el huérfano quería pagar solo 20 galeones, pero la mujer solo acepto no recibir los 15 sickels.

—3 de ellos tienen algunos desperfectos. —Argumento Tom, pero ante sus palabras, la mujer sacó una varita y tocó los libros.
El libro con el lomo doblado se enderezo; el que tenía manchas en el borde de las páginas se borraron; finalmente las notas en las páginas del último libro desaparecieron cuando las toco con la varita. Ante la mirada derrotada del huérfano, los 3 libros quedaron restaurados.

—25 galeones, por favor. —Dijo la mujer. —Además, por 2 de estos libros —Señaló «Estrellas, Satélites y Lunas» y «Defensas y Contrahechizos.» —Igualmente acabarías pagando 25 galeones; técnicamente te estoy regalando los otros 3, así que tómalo o déjalo.

Tom suspiró, sabía cuando estaba derrotado y no le gustaba, pero necesitaba de esos libros. Bajo la mirada para tomar la bolsa con el dinero; al hacerlo se percató de que ese niño, Lucas les había estado mirando en silencio, y le dirigió una mirada con una expresión que Tom conocía muy bien: Envidia.

Bajo la mirada para ver la caja donde guardaba su varita sobresaliendo un poco del bolsillo de su chaqueta.

—25 galeones. —Repitió con algo de mala gana, dejando las monedas de oro en el mostrador. Lucas se les acercó ofreciéndole a Tom una bolsa para guardar los 8 libros.

—Por lo menos, tú, puedes aprender magia. —Dijo el niño mirando la caja con la varita. Tom alzó la mirada un tanto confundido ante ese comentario.

— ¿Qué quieres decir?

Lucas no le contesto solo se internó entre las estanterías. La mujer en el mostrador suspiro.

—Discúlpalo, mi hermano no podrá ir a Hogwarts jamás.

Tom miró entre las estanterías. Había oyó, o creyó haber oído un llanto.

— ¿Por qué? —Preguntó con genuina curiosidad.

La mujer dudó un momento.

—Hay familias de magos, cuyo poder se debilita con el pasar del tiempo, y entre dichas familias mágicas nacen niños o niñas que no tienen magia. Ningún poder más allá de ver a algunas criaturas que solo los magos pueden ver, o poder hablar algunas palabras de vocablos arcanos. Pero más allá de eso... Muchos de esos niños son abandonados en orfanatos y se niega su existencia. —Explico. —Se les llama Squib. Lucas es un squib.

El huérfano, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Por nada del mundo iba a decirle a esa mujer que él provenía de un orfanato.

—Entiendo. —Respondió con algo de sequedad. No dijo nada más innecesariamente y cargando con la bolsa con libros, salió de la librería para dirigirse al resto de las tiendas para comprar el resto de los útiles escolares.

3 horas después; estaba en su habitación en el orfanato. Amablemente Tom el tabernero le había pagado el taxi de regreso aunque el huérfano no se lo pidió. No le gustaba deberle favores a nadie. Pero eso podría dejarlo para después.

Examinó una y mil veces su varita y después de comprobar algunos movimientos tuvo que auto controlarse para no ponerse a practicar muchos de los hechizos que despertaron su interés en los libros que había comprado.

Levantó la vista, molesto cuando oyó unos golpes en la puerta. ¿Quién se atrevía a interrumpir sus estudios?

—Tom —Dijo la Señora Cole.

— ¿Sí, señora Cole? —Preguntó con falsa amabilidad tras abrir la puerta un poco.

—Ha llegado un paquete para ti, es del señor que te visito el otro día.

— ¿Del Profesor Dumbledore? —Dudo unos instantes y tras cerrar la puerta de su habitación acompañó a la mujer a la entrada.

Un arcón de madera elegantemente tallado con una cerradura de hierro le esperaba así como un sobre sellado que a Tom le sorprendió la señora Cole no lo hubiera abierto. Cuando lo tomo, sintió algo duro y pequeño dentro.

En el centro de la tapadera había un disco de acero con un relieve de un león, un águila, una serpiente y un tejón rodeando un escudo de armas con una letra H.

Tom abrió el sobre pero se lo pensó mejor y se lo guardó en el bolsillo al ver que la señora Cole trataba de acercarse a él para leer sobre su hombro el contenido de la carta.

—Gracias, señora Cole. Llevaré el baúl a mi habitación y después iré a ayudarles en las cocinas. —Agrego esto último para distraer a esa mujer entrometida.

Sorpresivamente el baúl era ligero, aunque sospecho que se debía a que estaba vacío. Se sentó en su cama y sacó del sobre un pequeño silbato de plata, una llave, que supuso era del arcón y después la carta.


Estimado señor Ryddle.

Estos arcones encantados son asignados a todos los alumnos de Hogwarts con el fin de que puedan guardar dentro sus útiles escolares así como mudas de ropa, libros y otros objetos misceláneos. El hechizo sobre estos arcones es que reducen a la mitad el peso de los artículos dentro, para mayor comodidad de su traslado.

Transcurridos los 7 años de estudio, se pide por favor que sea devuelto en buenas condiciones para que sea asignado a otro estudiante.

El silbato de plata en el sobre con esta carta, puede llamar a una lechuza que pertenece a Hogwarts y que podría ayudarle a enviar cartas a amigos y conocidos mientras dure su educación en el colegio. En caso de haber adquirido una lechuza, se pide que devuelva el silbato al jefe de casa a donde será asignado.

Atentamente: Albus Dumbledore

Director adjunto. 

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