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Julieta

—¿Y es lindo? —Violeta pestañea frente al celular y eso consigue que ría, aunque el asco en mi rostro sigue siendo evidente.

—Es un patán, Vi —suelto sacando la lengua—. Pero su hermano si es guapo.

Mi prima se carcajea del otro lado de la pantalla, pero la señal hace que, en lugar de escucharse como un sonido fluido, se entrecorte. Aun así, agradezco que haya estado libre para contestar a mi llamada, necesitaba con urgencia hablar con alguien acerca de lo que me había pasado, pese a que prometí guardarme esta vergüenza solo para mí.

Bastó que tomara el celular y leyera un mensaje suyo preguntando qué tal había estado el café helado por el que fui, para hacerme caer. Hace una semana le conté que cuando venía del aeropuerto vi un local precioso, con flores y fachada de madera, que prometí ir en cuanto pudiera para conocerlo.

El café estuvo buenísimo, tanto que tomé demasiado. Y como soy demasiado impulsiva, asimilé que caminar todas esas cuadras para conocer el lugar, no me haría ningún daño. Estuve tan equivocada.

—¿Tu Crush internacional?

—No seas tonta, Vi. Ese puesto es de Henry Cavil, o Tom Hidleston —Ambas reímos y por algunos minutos, nos dignamos a hablar de actores y cantantes que están en nuestra lista, como si acaso tuviéramos la oportunidad de salir con ellos, o conocerlos.

—Pero él no está fuera de tu alcance —Arrugo el cejo sin saber de qué está hablando—. Tu vecino, bruta —aclara—. Creo que es el destino. Pido ser la madrina de su primer hijo.

La carcajada que brota de mis labios es tan estridente que temo que los Moore vengan a regañarme por estar hablando por teléfono a media noche, cuando ya debería estar durmiendo para despertarme a las siete, pero la estupidez que ha dicho Violeta no tiene otra forma para ser respondida.

—El destino no es una fuerza sobrenatural, te recuerdo. Nosotros somos quienes lo vamos forjando con nuestros actos.

—Pues tú fuiste la tonta que se confundió de casa, nadie te obligó —Ahora es ella quien se mofa al golpearme con mis propias palabras.

—¡Me estaba orinando! Y todas las casas de la colonia son idénticas —siseo—. ¡Ya basta! O voy a recordar la vez que vomitaste en frente del que te gustaba.

—¡Es culpa de todo lo que comí! ¡Y tú fuiste quien me convenció de subir a ese juego! ¡Fue tu culpa! —acusa, con fingida indignación, aunque sé que aquello aun la sonroja.

Rodrigo sí que le gustaba, y aun lo hace, pero desde que le vomitó encima en la feria del año pasado, no es capaz de verlo a la cara. Para su mala suerte, es su vecino.

—¡Ambas son unas idiotas! Son las dos de la madrugada, algunos queremos dormir.

Sin dejar que pueda contestar. Fabiola, mi prima pequeña, cuelga la llamada.

Me voy a la cama con una brillante sonrisa, que me quita un peso de encima y me ayuda a dormirme mucho más tranquila. Eso me conforta, porque sé que el día siguiente no va a ser muy fácil.

(...)

—¿Comprendes el horario, Juleta? —Asiento. Lo que no consigo comprender es como son capaces de pronunciar tan mal mi nombre, cuando no es fuera de lo común. El señor Moore ha preferido llamarme Julliet, y eso me hace sentir sofisticada.

—Podría llamarme July —propongo—. Así es como suelen llamarme mis amigos.

¡Ja! ¿Amigos? ¿Cuáles? ¿De los que no he sabido nada desde que decidí mudarme?

Vaya amigos.

—¿Qué tal Jules?

Me giro en busca de la voz que lo ha propuesto, y sonrió al observar a Carter en el marco de la sala, recostado sobre ella, en un gesto de lo más despreocupado. Inconscientemente cambio mi postura, irguiendo la espalda y haciéndome el cabello hacía atrás.

El pequeño brinco de mi corazón ha impedido que les preste atención a mis actos.

—¡Excelente idea, Carter! Eres un chico listo —alaga la señora Moore, antes de despedirse. Va retrasada al trabajo, y creo que es mi culpa, aunque quizás habríamos acabado antes, si ella hubiera seguido su horario al pie de la letra, pero es evidente que es bastante despistada, lo cual se evidencia con el sinfín de programas y calendarios en toda la casa—. No olvides, Gigi en Karate a las cuatro y Harvey en pintura a las tres, las niñeras siempre lo confunden.

—De hecho, es Karate a las tres y pintura a las cuatro —corrijo, a lo que ella lanza una sonrisa divertida y se va sin decir nada más, pero vuelve solo un segundo después para tomar sus llaves.

Me recuerda tanto a Violeta, mi prima.

Sonrío con gracia, aunque sé que no debería hacerlo. Es maleducado.

¡Dios! ¿Por qué me dotaste con la habilidad de expresar mis emociones sin ninguna clase de filtro? ¿Abdomen plano ya no te quedaba?

¡Puf!

—Vaya que es despistada —suelto, a la ligera, mientras observo a Carter evaluarme.

—Al menos no se ha confundido de casa y usado un baño ajeno —No puedo evitar reír por su comentario, aunque por dentro estoy muriendo de vergüenza. Siempre quise una reputación, pero no la de la niñera que confunde la casa de sus jefes.

Pero hay algo que puedo rescatar de mi idiotez, y es haber congeniado con Carter Prescott.

No de la forma en que Violeta lo ha insinuado, sino por lo agradable que es su presencia. Es como si llevara impregnada en su aura una clase de tranquilidad y encanto.

De todas las personas, es la que más me hace sentir a gusto. Claro, después de los Señores Moore y los gemelos

—En mi defensa mi urgencia por ir al baño no me hizo pensar con claridad —ni ver.

Su sonrisa se agranda, tiene unos dientes perfectos, que hacen que aquel gesto se vea mucho más agradable. No es que me considere superficial (no tanto), pero la forma en que sus labios se curvan es bastante armónica, incluso las arrugas que se forman al lado de su boca y esos hoyuelos en sus mejillas, (aunque el izquierdo es mucho más evidente que el derecho). Sus pómulos se elevan y sus ojos se achican, acentuando el brillo en sus pupilas, al mismo tiempo que sus cejas se arrugan en una mímica que es difícil de describir.

—Entonces, ¿qué te parece, Jules?

No es necesario que me lo piense. No es solo el gesto, ni que venga de él, pero me encanta.

—Me gusta. Creo que es cool —trato de mostrarme un tanto desinteresada, pero sé que la diversión en mi rostro me delata.

—¿Crees? Pasé toda la noche pensando en un buen apodo. No me parece justo que lo desacredites de esa forma.

No sé interpretar correctamente sus palabras. Mis cejas se alzan en respuesta, mientras mis labios se entreabren, dejando un tanto de lado el regodeo del momento. No debo emocionarme, sé que solo está siendo amable, pero una pequeña electricidad invade mi sistema digestivo.

Espero que sean ganas de ir al baño, de nuevo.

En mi vida no hay espacio para algo como las relaciones amorosas, mucho menos para enamorarse, a menos que sea de la música o de mí misma.

Sin embargo, y como muchas veces, mis labios hablan mientras en mi cabeza son otros pensamientos los que están, al responder:

—¿Pensaste en mí durante la noche?

No soy capaz de medir mis palabras, porque mi curiosidad siempre ha sido más grande que mi coherencia. Mi subconsciente no conoce el tacto.

Carter lanza una pequeña risa, mientras niega con el labio inferior entre sus dientes.

Un nuevo golpeteo llega a la punta de mi estómago.

Es gastritis, definitivamente.

—Necesitaba darle un nombre a la chica que invadió mi baño, era ese, niñera de los Moore o distraída. ¿Cuál prefieres? —Pese a la confusión en mi interior, sus palabras alivianan el ambiente y me hacen actuar con soltura.

—Preferiría Diosa, pero puedo conformarme con Jules —afirmo sin tapujos.

—Ya veo porque mi hermano te detesta, son tan parecidos.

De pronto, la sonrisa en mi rostro es sustituida por mi ceño fruncido, aunque no he perdido la diversión al expresarme.

—No gracias, prefiero que me compares con el perro de esta casa.

—Los Moore no tienen perro —exclama. Ahora es él quien se ve confundido, con el cejo levemente fruncido.

—Exactamente, porque yo no tengo comparación.

La carcajada que brota de su garganta está lejos de la mofa, más bien sale genuina, con soltura. Se ríe conmigo, no de mí, y yo lo acompaño, aunque espero que le haya quedado claro, porque no estoy bromeando.

No estoy segura si es porque invadí su baño y él suele ser así de amable, pero me agrada demasiado agradarle. No es como si lo hubiera buscado, pero lo cierto es que no puedo quejarme. Pese a que mi intención no es formar una amistad con él, me basta con saber que si algún día puedo necesitar algo (como un baño), puedo pedírselo a él con gusto.

Y de cierta forma, estoy consciente que puedo estarme precipitando, pero sé, que su actitud no es una máscara con dobles intenciones, ni que tampoco lo hace por compromiso. Carter es de esas personas que inspiran confianza con solo verlo sonreír. Alguien tan genuino, que difícilmente pasaría desapercibido, y eso hablando únicamente de su personalidad y no de su físico.

—¿Sabes, Jules? Eres la niñera que mejor me ha caído —Aquello es un cumplido, lo sé por cómo me guiña un ojo, pero detrás de sus palabras pareciera ir algo más. Y aun cuando quisiera indagar en ello, y la curiosidad me pique como quemadura al sol, sé que no es correcto lanzar un comentario tan estúpido.

Es difícil controlar mi lengua, suelo actuar sin pensarlo, pero normalmente es más fácil hacerlo cuando estoy relajada. De lo contrario, es como si alguien más me poseyera.

—Y si quieres que se quede, es mejor que nos vayamos ya —Ginger irrumpe en la sala, con ropa deportiva y una banda sosteniendo su cabello. Ni siquiera le presta atención a mi presencia, como es costumbre, la ignora y lo prefiero a que se comporte con desdén. Le sonríe a Carter con la misma dulzura que la he visto hacerlo con anterioridad.

Es evidente que ella no es mala con el resto de las personas, solamente conmigo, aunque su carácter si es medio complicado. Quiero creer que es por su vida de influencer. Más de siete millones de seguidores en Instagram por hacer videos relacionados al Skin Care. Las facciones de su rostro brillan más que el azulejo limpio del baño. Lo cierto es que la admiro por verse tan perfecta, el tono blanco en su piel es uniforme con unas mejillas sonrosadas en un tono rosa increíble, sin una sola pizca de acné, ni puntos negros.

—Como mandes, ricitos de oro —bromea Carter, con esa sonrisa genuina en su rostro a lo que Ginger le da un golpe en el hombro y lo incita a moverse—. Nos vemos, Jules.

Se despide elevando la mano para luego alcanzar a la rubia y rodear sus hombros con uno de sus brazos.

Sé que no debería, pero los observo caminar hasta el auto de Ginger. La forma en que ella recuesta la cabeza en su pecho y él le sonríe de reojo, con complicidad y ternura. Aun no me queda claro lo que hay entre ellos, pero la química en sus gestos es evidente, y sé que es amor. Razón suficiente para no buscar nada más con Carter que caerle bien.

Cambio mi vista de ambos para darme la vuelta, pensando en lo mal que estuvo bromear con él en su casa luego de irrumpir en su baño y ahora, con lo del apodo. De hecho, la noche después de aquel día, no pude dejar de darle vueltas en mi cabeza a los problemas en que me metí por actuar como lo hice en presencia de Ginger. En mi cabeza pasaron un sinfín de escenarios donde predecía lo que sucedería por haber respondido de la forma en que lo hice, pero como es una costumbre en mí, no pensé, solo me dejé llevar.

"¡Tonta! ¡Tonta! ¡Tonta!"

Siempre es lo mismo conmigo. Razón por la que mi padre y yo chocábamos constantemente. Cuando algo me enfada, en lugar de llevar las cosas por la paz, me voy por el camino de la defensiva y lo hiriente.

No soy capaz de medirme, y lo detesto.

Antes de que pueda percatarme, ya tengo las uñas del pulgar y el índice de mi mano derecha sobre mi muñeca izquierda. Las aparto, pero el color morado en mi piel comienza a ser evidente.

Abro y cierro las manos con frenetismo, porque tampoco puedo controlar los actos en mi cuerpo ante mis pensamientos recriminatorios.

—Todo está en tu cabeza, Julieta —me repito las palabras que mi madre y mis amigos solían decirme, porque hasta cierto punto creo que tienen razón.

Y quizás no pueda dar fe eso, pero sí de que voy a comenzar a controlarme. No puedo permitir que las cosas con Carter vuelvan a malinterpretarse.

Sé que no hay malos pensamientos en ninguno de los dos, que tan solo son bromas sin sentido, pero si al hacerlo alguien más puede salir herido, por mal que me caiga Ginger, no puedo hacerle eso.

(...)

Veo a Gigi salir del salón con una sonrisa en su rostro. Admiro su potencial, porque según lo que vi, le han dado una paliza.

—He mejorado mi técnica —dice con orgullo—. Antes conseguían derrotarme en menos de un minuto. Mi profesor ha dicho que esta vez han tardado minuto y quince segundos. ¿No es genial?

La verdad es que lo genial es su autoestima. Si yo hubiera tenido uno así a los seis años, definitivamente mi vida sería algo completamente distinto.

—¡Es fantástico, Gigi! ¡Dame esos cinco!

Estrella su pequeña mano junto a la mía, pero su actitud ha cambiado.

—Gracias, pero te faltó el preguntarme como me siento con esto —Cruza sus brazos sobre su pecho y no puedo dejar de sonreír. Convivir con ella es toda una experiencia.

—No lo creí necesario, te veías bastante feliz y sé que sabes que practicando conseguirás mejorar mucho más hasta poder derribar a tu oponente.

Asiente con la cabeza en alto, lo que deja en evidencia la confianza que tiene en lo que hace.

—Gracias, Jules. Mi niñera anterior solo solía felicitarme y a Ginger no le agradaba que hiciera eso, quizás por eso se fue.

Cuando los gemelos hablan de la niñera anterior, siempre me surgen dudas. Poco se sabe de ella. De hecho, las referencias que me dieron en la agencia sobre los Moore omitían a la que estuvo antes de mí, solo hablaba de las anteriores y me parecía extraño, porque estuvo casi el año a su lado. En un principio creí que se debía a algo relacionado a la confidencialidad de ella o de su agencia, pero luego recordé que en el contrato dice que la niñera al igual que las familias, pueden dejar sus opiniones para que la sucesora sepa a donde se está metiendo, pero de ella no se sabe ni su nombre, de no ser por los gemelos, probablemente se pasaría desapercibido el año en el que estuvo con ellos.

De hecho, fueron las dudas acerca de ese lapso lo que me hizo dudar acerca de hacer match con los Moore, pero al realizar las llamadas y conocerlos, terminé por aceptar, no solo me agradaron, también influyó el hecho de salir corriendo de mi hogar lo más pronto posible.

Y no hay forma de averiguar de ella, o el porqué de su desaparición en el mapa, porque la única opción serían los gemelos, pero sus padres les tienen prohibido dar detalles del tema y si se enteran de que he preguntado mi trabajo podría correr peligro, y tampoco es que ellos sepan a ciencia cierta que fue lo que ocurrió. Estoy casi segura de que al igual que yo, también viven con dudas.

—Mamá dijo que podía comer un helado si mejoraba en Karate —su anuncio me distrae del enigma sin resolver en mi cabeza. Asiento casi saliéndome de la carretera para dirigirnos al centro comercial a comprarle lo que ha pedido hasta que luego de algunos parpadeos, recobro el razonamiento.

—Ella no me ha mencionado nada de eso, y no está en el horario —comento y a través del retrovisor la veo fruncir el ceño. Es una niña bastante astuta, espero ansiosa su contraataque.

—De seguro se le pasó por alto. Confunde mis horarios con los de mi hermano y llevamos más de un año teniéndolos —Aunque quiero refutar a ello, soy consciente de que tiene razón—. ¿Vamos por mi helado?

Sonríe con las cejas alzadas en un gesto que quiere pasar por divertido cuando está manipulándome. Agradezco que el semáforo haya marcado rojo para poder girarme hacia ella.

—Gigi, cielo. Tú no puedes comer helado más de una vez por semana —le recuerdo y casi veo el rastro de llanto en sus ojos—. Pero ¿qué te parece un yogurt natural?

Sus labios se fruncen en un pequeño puchero, mientras sus ojos se cristalizan. Cierra los párpados un segundo, antes de asentir, con una frustración que yo puedo hasta oler. Mi corazón se oprime al verla así.

Ojalá pudiera comprarle el helado que me pide, pero no es solo su horario el que lo frena, también lo es su diabetes.

Al menos su estado de humor cambia en cuanto comienza a relatarme acerca del nuevo libro que está leyendo. Me emociono junto a ella, y en cuanto llegamos por Harvey, este ya nos espera con su portafolio y su pequeño maletín en mano.

La maestra me detiene un segundo para recordarle a los señores Moore que la presentación de sus pinturas será el próximo sábado, por lo que lo apunto en mi celular para que, al llegar a casa, no olvide escribirlo en el calendario del refrigerador.

No creo que yo vaya a olvidarlo, pero no puedo pensar lo mismo de Gretel Moore.

—¡Oh Cielos, Harvey! —Freno frenéticamente en medio de la calle, antes de girarme para atender al grito de Gigi.

—¡¿Qué pasa?! —La adrenalina corre por mis venas al ver el líquido color rojo teñir la camisa y manos del niño.

—Gigi me ha golpeado en la nariz —vocifera el niño sosteniendo su nariz con ambas manos.

Los veo a ambos antes de soltar el aire en mis pulmones.

—Tienen suerte porque me gustan las bromas y se identificar la pintura de la sangre —alardeo mientras saco el paquete de toallas húmedas de la guantera—. Y que a penas vayamos saliendo del estacionamiento.

Uno de estos días, van a causarme un infarto.

—No es justo —Gigi ayuda a su hermano a limpiarse la pintura mientras ambos fruncen el ceño—. Nada funciona contigo.

Lanzo una pequeña carcajada, mientras muevo mi cabello hacía atrás.

—Se los dije. El marcador es: Julieta, cinco; terremotos, cero.

Tengo suerte de haber sido advertida por sus padres que ambos se divierten haciendo travesuras y bromas, pero no contaban que mientras ellos iban, yo venía de regreso. Es divertido verlos intentar molestarme, y aunque consiguen ponerme alerta, aún no han obtenido lo que quieren, yo en cambio, ya les he gastado unas cuantas bromas.

Hacerme la muerta luego de que ambos fingieran asustarme al bajar las escaleras, fue mi favorita. Especialmente porque planearon donde esconder mi cuerpo para que sus padres no se enteraran.

—Aun no cantes victoria —amenaza Harvey observando a su hermana de reojo.

Entrecierro mis ojos en su dirección a través del retrovisor, pero acepto el reto.

Ser niñera es lo más divertido que he podido escoger, aunque trabajar con los Moore sí que es difícil.

Retiro lo dicho al estacionar el auto frente a la casa de los gemelos. En la entrada se encuentra parado la última persona con quien quisiera encontrarme.

Dash Prescott me observa con fastidio y yo le respondo el gesto, mientras ayudo a los niños a bajar del auto con cuidado. Ambos corren a saludarlo y él contesta con emoción. Cuando es mi turno de pasar por su lado, suelta un bufido.

—Necesito hablar contigo —Expresa antes de que consiga cerrar la puerta.

—Suerte que yo no —repongo, pero él no me permite alejarme, adentrándose en la casa. Supervisa que no haya nadie cerca para seguir hablando.

—Quiero que te alejes de Carter.

—¿Algo más? ¿Qué tal leche con galletas? —Me es inevitable no rodar los ojos por su rostro engreído y su actitud altanera.

—Mi hermano no sabe lo que hace la mayoría del tiempo...

—Qué raro porque él parece ser el sensato de los dos —lo interrumpo—. Mira, Dash, no estoy buscando engatusar a tu hermano si es lo que crees, así que ahórrate todo este teatro y vuelve a tu casa.

Con mi dedo paso de señalarlo a mostrarle la salida, para dejarle en claro que sus amenazas tan solo me abruman.

—Aléjate de él, Jules —menciona con desdén—. O me voy a encargar de que te envíen a tu país en menos de lo que puedo contar a diez.

—¿Sabes contar tan lejos?

Utilizo la expresión en mi rostro, alzando la ceja izquierda y sonriendo de lado para remarcar mi sarcasmo. Dos podemos jugar al mismo juego, pero solo uno puede ganar. Yo odio perder.

Dash no responde, al igual que yo, sonríe antes de abandonar la casa.

Lo único en todo esto que me enoja, es que él crea que voy a cambiar mi actitud con su hermano por sus palabras y no por decisión propia. Quisiera que no me importara tanto lo que fuera a pensar, pero lo hace y eso me fastidia.

Ahora soy yo quien necesita la leche y galletas para tranquilizarme, y quizás también darme una larga y relajante ducha.

—¡Jules se quema la cocina!

Corro para encontrarlos a ambos quemando una fotografía de la cocina con el encendedor y sonrisas diabólicas en sus rostros.

No sé si me divierte más su actitud o su imaginación.

—Bien, Julieta, cinco; terremotos, uno. Pero solo porque me tomaron desprevenida.

Mejor dicho, enfadada, fastidiada y asqueada, pero no tengo ánimos de describir mis emociones y dudo que ellos puedan retener toda esa información cuando tienen cosas más importantes que hacer.

🎤🎹🎤🎹🎤🎹🎤🎹🎤🎹🎤🎹🎤

Hola!

¿Les ha gustado el capítulo?

¿Qué piensan de Cárter? ¿De verdad está saliendo con Ginger?

¿Por qué creen que Dash le haya pedido eso a Jules?

Hablando de su apodo, ¿cuál sería su reacción si alguien les dijera lo que Carter le ha dicho a Julieta?

¿Tienen algún apodo? ¿Cuál?

Gracias por leer. No olviden votar y comentar

Con amor, Mz

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