Prólogo
Aquella mañana, me desperté con la certeza de que iba a ser mi último amanecer. Todavía oía sus gritos.
"BRUJA"
"QUEMARLA"
"A LA HOGUERA"
Los mismos que hace unos años me habían alzado en hombros bendiciendo mi nombre. Las cosas que parecían inmutables ahora han cambiado y a mí solo me espera la muerte.
Cuando los guardias vinieron a por mí el sol ya estaba descendiendo. Me sacaron arrastras, con las manos atadas a la espalda. Me subieron en un carromato y me pasearon por todas las calles, a los lados la gente me veía pasar y me lanzaban miradas de odio y repulsión.
Algo me dio en la cabeza. Me llevé las manos atadas allí y descubrí los restos de un tomate. Entonces empezó la pesadilla. Todos me empezaron a lanzar todo tipo de comida. Pero yo me negué a bajar la cabeza, estaba orgullosa de lo que hice y me llevo allí.
Después de lo que me parecieron horas llegamos a la plaza. Allí estaba la hoguera. Me levantaron y me ataron dejándome a la vista de todos.
- Águeda Herranz, se la acusa de los crímenes de brujería, hechicería, lectura de libros prohibidos y sacrilegio. El castigo impuesto: la hoguera.
Todos los ciudadanos empezaron a gritar, pidiendo mi sangre. El sacristán me miró y dijo.
- Quieres decir unas últimas palabras.
Alce la cara hacia el cielo. Consciente de que todos analizaban mis movimientos con precisión milimétrica
- Es increíble lo rápido que olvidan. Si no hubiese sido por las mujeres a las que ahora quemáis por brujas esta ciudad habría ardido hasta los cimientos, mientras la sangre de nuestras compañeras manchaba las calles. Puede que ardamos en el infierno, pero ustedes irán detrás.
Silencio. Eso era lo único que se escuchó después de mis palabras. Hasta que alguien grito:
- ¡QUEMAD A LA BRUJA!
Y el torrente de voces se volvió ensordecedor. El verdugo encendió la antorcha de forma solemne. Se bajó del montículo y desde abajo le prendió fuego. La multitud chillaba, pero pronto pase a no oír nada. El fuego devoró mi ropa y mi piel. Ya atardecía. Mi último crepúsculo. Entonces, con una claridad dolorosa, todas las imágenes de aquellos días se me aparecieron, formando una historia. La mía y de mi hermana.
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