Capítulo Tres
El domingo, lunes y martes no fueron más que repeticiones de charlas vacias y minutos eternos que resonaban en la pared de la sala de estar. Regaños y gritos que provenian del comedor, de la habitación, o de afuera de la casa que siempre terminaban en «no eres una niña» y al final un fuerte azote de puerta.
Luck supo, de un día para el otro, que tratar conmigo no llevaría a nada, y se concentró en su trabajo de repartir pizza. Él le escribia varias cartas a mi madre diciendo todas las cosas que yo no hacía, cuando Luck recibia las respuestas de mi madre lo dejaba en la puerta de mi habitación.
El martes él se fue a toda prisa hacia su trabajo, yo escuché cuando repitió todos sus diálogos antes de salir y largarse furioso.
Salí de mi cuarto con la fina misión de acariciar a mi mascota y darle una cama, ademas; quería pedirle disculpas por como lo saqué de mi cama. Busqué por debajo del sillón naranja que estaba en mitad de la sala, luego por debajo de la mesa: al no encontrar su presencia me levanté presurosa y golpeé mi cabeza con la orilla redonda del mueble e hice caer una taza roja con estanpado de gato.
«¡Crrraaag!»
Se partió en tres, dejando a mi izquierda toda sus partes afiladas. Mi reacción fue estupidamente rápida y malhumorada porque toqué sus partes afiladas y me hizo dos cortes en el dedo indice, uno en el dedo gordo y otro en del medio.
Gruñí un momento y luego de observar la extinta taza roja, recordé: a los 10 años, cuando nadie fue a mi cumpleaños, apareció el quien sería mi futuro novio, él entró nervioso y con un regalo en manos; comimos tres de las diez cajas de pizzas que había ordenado mi mamá, jugamos en el jardín de casa y a la Nintendo, luego, abrimos el regalo: era una curiosa y enorme taza roja con un dibujo de gato. Cuando nos fuimos enamorando él aún me daba regalos, pero esa taza para mí era especial.
Porque... no estaba sola, y después de eso, nunca estuve sola.
Nueve años estuvimos de pareja, siempre apoyandonos y soportabamos todos nuestros problemas porque nos teníamos.
¿Por qué esa estupidez humana de no apreciar lo que tenemos y extrañar lo que perdemos?
Gruñí y solté algo que hasta para mí era inentendible.
Agarré los trozos del suelo sin importarme si me volvía a cortar; no podía sentir más dolor del que sentí en mi ser. Los arrojé hasta el final de la sala y dejé escapar una lagrima que pronto fue borrada por mi mano, cansada, me dirigí a los trozos y los contemplé angustiada, luego, agarré un pedazo afilado e hice un rápido y poco profundo corte en mi brazo izquierdo; di un respingo y solté el trozo mientras lloraba.
La sangre caía estrepitosamente y caminé asustada hacia el teléfono de la cocina: llamé a Luck y este contestó a el tercer pitido.
—No puedo hablar ahora, estoy colgando de un hilo —respondió presuroso.
Mis lagrimas bajaron por mis mejillas y mi nariz comenzó a moquear, tragué saliva y dije:
—Luck, hice una estupidez... Yo, no sé por qué lo hice.—en el teléfono se llegaba a escuchar a uno o dos hombres que gritaban el nombre de mi hermano—¡No sé por qué lo hice, y me duele!
—¡Chloe! Deja de hacer berrinche y no me jodas. Me quieren despedir. ¡Chao!
Inhalé y exhalé repetidas veces apoyada en el lavaplatos hasta que un repentino rayo se oyó y luego empezó a llover. Miré por la ventana el como caían a gran velocidad las gotas, indiferente a la lluvia y a la taza me lavé el brazo en el lavaplatos y me puse un paño en él y en los dedos, un sonido ahogado entró por la puerta de la casa y me dirigí a mi habitación tambaleandome.
Paso tras paso y en cada uno se oía un estruendo, arriba mío parpadeaban las luces del pasillo obligandome a tocar la pared hasta que por fin llegué a mi cuarto: abrí la puerta por completo y en mi cama había alguien muy pequeño, eso estaba acostado y con toda la sábana blanca cubriendo su cuerpo.
Respirar se me hizo imposible por unos segundos. Lo que sea que estaba allí en mi cama dio un fuerte suspiro, solo podía ver su espalda encorbada, pero su suspirar fue más que notable casi hasta opacar el sonido de la lluvia en la ventana.
—¿Quién eres...?—titubeé con la voz fragil. Eso no respondió.
La lluvia se volvió más presurosa y casi furiosa, detrás mío sentí una presencia: tal vez era el hombre de la otra noche. No giré a calmar mi duda y apoyé mi espalda en la puerta.
—Por favor... Dejame sola...
Eso hizo un profundo y ronco respiro, después, susurró:
—¿Me tienes miedo?—inquirió en una voz triste y pausada: era el de una niña.—Sí, me tienes miedo.
Los golpes de las gotitas de lluvia ocuparon el silencio de la habitación sin detenerse un momento. ¿Era real? La habitación se hacía más grande y eso me daba el mismo terror que un espacio cerrado y oscuro. ¿Por qué no me iba, no quería correr?
—Yo también tenía miedo cuando estaba viva. Siempre tenía miedo a la oscuridad. También le temía a mi mamá —giró su cabeza aún escondida entre mi sábana; quizás me estaba mirando—¿Tú le temes a algo?
Tragué saliva y no contesté. Aunque pensé mil veces una respuesta, aun así no quise responder.
—¿Podrías llamar a mi padre? Él está en la cocina. Jugaremos a la princesa y al principe—dijo— Habla. Él se llama Jerry.
—S-señor Jerry —titubeé con miedo hacia el pasillo—¡Jerry! ¡Señor!—regresé mi vista hacia la niña que estaba en mi cama; me temblaba el labio inferior y mis manos estaban frias—Por favor, no me hagas nada.
—Si quisiera matarte ya lo hubiera hecho.
La lluvia se había calmado un poco y el único sonido en la habitación fue el reloj que colgaba de la pared. La figura de su pequeño cuerpo seguía presente en mi cama, y yo seguía apoyada en la puerta de la misma. Por mi mente rondaron varias formas de despertar de ese mal sueño, o quizás, dejar de alusinar.
De pronto sentí una fuerte mordida donde me había cortado, gruñí llevandome la mano derecha al antebrazo y lo alejé con asco rápidamente. Desde mi herida brotaba demasiada sangre que pintaba todo el paño de cocina, también algo sobresalía freneticamente de ella, un montón de bultos pequeños se marcaban y se movian por la zona de la herida.
Grité con fuerza y nuevamente empezó la estrepitosa lluvia.
La niña comenzó a reir en su posición fetal, rió con arcadas y con más fuerza, mientras, muchas cucarachas salían totalmente ensangrentadas de mi cortada y se caían a mis pies.
Aún asustada y asqueada, sentí que algo me mordía la herida e ignoré la molesta y diabolica carcajada de la niña. Ardía, quemaba. Era un dolor terrible. Las cucarachas se fueron por debajo de mi cama dejando manchas de sangre en el piso.
¡Eso no podía ser real! ¿¡No!?
¡No fue real!
¡Cucarachas, insectos! ¡No tenían sentido!
Comencé a reirme poco a poco y terminé en una risa grotesca; de todas formas, mi aspecto era grotesco. La herida y la "mordedura" aún me dolian, di tres pasos hasta el marco de la puerta sin dejar de mirar a la niña, me reí y solté un breve quejido al elevar mi brazo sangriento, cesé mi risa al igual que calmaba la lluvia y dije:
—Esto no es real... ¡Tú no eres real! ¡No eres real, no eres real! ¡Ja ja ja ja! ¡No eres real! ¡Tú no existes! ¡Matame ahora! ¡Vamos! ¡Ah! ¡Ay! —grité por el ardor que subió por todo mi brazo y que llegó a mi oído, llevé con furia mi mano hacia la herida y toqué una cabeza y patas peludas— ¡Aaah! ¡Gato de mierda!
Puch estaba aferrado a mi antebrazo izquierdo, lo sujeté por la cabeza y lo separé de mí tirandole hacia el pasillo: el gato golpeó la pared y cayó de pie, giré a ver si algo estaba en mi cama y no había nada en ella y era como si nada hubiera pasado, volvi mis ojos hacia Puch y empecé a correr furiosa detrás de él.
Corrí tras él y, con enorme estupidez, me resbalé en la sala de estar e hice caer el jarrón de Luck que tranquilamente yacía en la mesita a lado del sillón.
Inhalé profundo y busqué con la mirada a mi mascota, me quedé sentada con las piernas abiertas y tendidas enfrente de los trozos azules del jarrón.
Aún estaba asustada y sentía mi cuerpo pesado, también no pensaba moverme de allí: del piso frio y estable de la casa.
Decidí esperar a Luck justo en esa posición y con esa cara, detrás mío creí que el pasillo era interminable y sofocante, giré para mirar atrás y sí, el pasillo estaba en un rojizo y oscuro sin fin.
—Suicidate—susurraba la voz de la niña en el viento que entraba por la puerta.
Regresé mi vista al frente igual que la lluvia bromista de afuera.
—Suicidate. Muere. Agarra ese trozo afilado y cortate el cuello... Hazlo—susurraba la niña desde un lugar donde mis ojos no podian ver—Quieres morir, eso quieres. Yo lo sé. Nadie te va a extrañar.
Intenté controlar mi respiración y mis manos que se movían temblorosas, el susurro continuaba en palabras inentendibles y luego, oí un zumbido largo y odioso que parecía no tener fin. Me recosté en el suelo y comencé a sollozar dandome mil formas positivas de porqué seguir adelante.
No pude darme alguna.
De repente sonó el teléfono. Di un salto y corrí a atender con las lagrimas y sonrisa de una niña pequeña.
—Hola, Chloe. Solo llamo para decirte que me perdones por lo que te dije... Me tienen jodido aquí y... nada. Perdón. Solo tengo unos segundos, lo siento. Llegaré tarde. Te quiero hermana.
Cortó la llamada y me abracé al teléfono aún en mis lagrimas.
Sonreí en un profundo cansancio.
Hola, hermoso/a, ojala te haya gustado, hazmelo saber con la estrellita y si me recomiendas un libro de terror, mejor para mí jsjs.
Quedate para saber como terminará esto.
Acá hace un calor de la gran puuu... ta.
Besoooosss (∂ω∂)( ͡°з ͡°)
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