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Capítulo Siete


"¿Cuánto tiempo pasó desde que me encerré en mi casa?"
    
El frio recorrió mi espalda y piernas haciendo que mi respiración se detenga unos segundos. Apoyé mi cuerpo en la pared y miré hacia la salida.
No esperé a nada y salí del sótano subiendo los escalones como un maldito perro, y Munich agarró algo de la mesa y oí como se aproximaba hasta donde yo estaba.
   
Yo estaba arriba, en su cocina, con mi cuchillo en la mano y muy rápidamente abrí su puerta y corrí hacia mi casa mientras golpeaba las puertas de los vecinos pidiendo ayuda. Recuerdo haber gritado hasta que se me estancó la garganta. Claro que era casi imposible que alguien me ayudara a esas horas.   

—No puedo más—exclamé agitada y adolorida mientras me acercaba a mi casa.

Entré de un portazo y me golpeé el hombro en una esquina, agotada, me dirigí hacia el teléfono de la cocina y con mis dedos torpes presioné el número de la policia. Mis ojos horrorizados miraron a Munich que se aproximaba a la puerta.

La policia no contestó.

Las pocas ideas que tuve en segundos fueron: encerrarme donde sea.
Corrí al baño ya que era el lugar más cercano y, una vez dentro, le eché el seguro mientras Munich ya estaba en mi cocina, furiosa y gruñendo.
Encerrada y asustada me aferré a mi cuchillo, solo tenía que esperar. ¿Esperar qué? Me daban miedo los lugares cerrados. Ese miedo se me fue en los instantes que creí que serían los últimos. Parpadeé varias veces solo para darme cuenta la decisión que había tomado.
    
El baño era pequeño y de color azul, con la ventana amarilla enpañada que era diminuta. Respiré cada vez más y más rápido hasta sollozar y sentarme en el suelo y escondiendo mi cabeza entre mis rodillas, escondiendome de todo.
Levanté la mirada de un susto porque Munich empujó la puerta, una y otra vez la golpeó. Ella olfateaba y palmeaba como si de un golpe la derribaría, giró y giró la perilla con fuerza hasta patearla.
    
Sin más, comenzó a golpear la puerta con algo que parecía ser un hacha pequeña, dando debiles pero rápidas cortadas.

—¿¡Te atreves a entrar a mi hogar sin saludar a mi hijo!? ¿¡Tus padres no te educaron!? ¡Pendeja de mierda!—gritó dando un hachazo.

—¡Vayase!—grité con todas mis fuerzas y cubrí mi rostro dañado—No vi nada, se lo juro. Por favor. No vi nada —mis labios comenzaron a temblar y mi nariz moqueaba. Ella siguió hachando sin lograr hacer una cortada más grande.
    
—Ese era mi hijo. ¿Notaste lo delgado que está? Esa inútil de su esposa no sabía alimentarlo y solo le causaba estrés. Yo sabía que el pasaba hambre—dio un corte profundo al gruñir-— Por eso vine a vivir cerca de ellos.
¿Qué mujer no sabe complacer a su esposo? Ah, tú debes saberlo, ya eres una mujersita grande.—dijo, y descargó otro hachazo— Debes de ser una perra, seguro.

—¡No vi nada, lo juro!—grité y me arrastré hasta la ventana, luego volteé a ver asustada a todas las paredes y caí rendida al piso.
    
—¡Cuando te haga salir de ahí te cortaré los brazos, y las piernas, y las uñas y la piel! ¡Cocinaré cada parte de tu cuerpo y te los haré tragar! ¿Me oyes?
   
Cada golpe de hacha expandía poco a poco la grieta astillada donde se visualizaba la nariz de Munich. Yo temblaba y respiraba cada vez más rápido, cada golpe hacía retumbar mis oidos y me paralizaba. Su gruñido acelerado, cada respirar de la vieja eran para romper la maldita puerta.
   
Sostuve el cuchillo con mi alterada mano, mi vista estaba puesta en su metal y su filo, mis ojos con lagrimas impedian mirar mi reflejo. Me limpié las lagrimas e intenté tranquilizar mi aliento: tomaba y soltaba aire y mantuve lo más posible mis manos nerviosas.

Observaba mi reflejo dañado y sucio, que había allí: la cara de una chica sucia, zorra, inmunda, una mujer que sufrió la violación de su padre por más de dos años. Se me había olvidado quien era yo. Pero... ¿Quién era? ¿Una borracha y demente chica, que se cortaba las piernas y la cintura, el cabello y rasguñaba su cara?

¿O una chica educada y correcta, sin amigos, ni novio, ni familia, ni cordura?
      
¡No lo soporto, no lo soporto!
Quiero salir. Estoy encerrada. Encerrada... Quiero salir...

Me reflejaba asustada ante una herramienta filosa y sangrante, de mango negro y larga.

Los golpes fuertes seguian rompiendo la fragil puerta naranja y yo caminé a una esquina de la puerta sosteniendo el cuchillo con ambas manos. Aquello que me separaba del ser humano era la única herramienta defensora, la única dueña de mi victoria.
Los golpes del hacha iban más y más rápidos con sus gruñidos infernales haciendo que la puerta retumbara.
    
La vieja Munich finalmente terminó la abertura para pasar su arrugado brazo y llevarlo al seguro de la puerta, su brazo estaba siendo lastimado por las astillas pero eso no le importaba, solo le importaba quitar el seguro.
En un rápido y fuerte movimiento apuñalé su mano haciendo que soltara un grito. Nuevamente, en mi más agil apuñalada, le di en su brazo y  el cuchillo por un momento no quiso despegarse de su piel pero un segundo intento lo sacó.
El más grande grito que pudo dar lo dio raspando su brazo al sacarlo y soltó un gran insulto.
    
—¡HIJA DE PERRA!—ella golpeó su cuerpo en la pared del pasillo y gruñó mientras soltaba quejidos y sangre.

Quité el seguro de la puerta y mi mirada se puso en Munich; al balancearse manchó las paredes con sangre y se le había caído su hacha pequeña.
Con la maxima expresión de dolor en sus ojos se agarró el brazo y me miró.
Levanté su hacha del suelo y convertí mis ojos en ojos de asesino: llenos de furia. Mis manos que antes estaban temblorosas ahora estaban hartas junto a mi impulso de dudosidad.
    
Ella y yo. Dos mujeres en la pequeña casa.
  
Di un movimiento penosamente ágil y tiré al suelo a la vieja Munich y tenía vista fija de su rostro que mostraba enojo, miedo, y sus ojos grandes lleno de odio y el quejido de sus dientes.
Estaba sentada en su estómago y con mi mano izquierda desviaba sus dedos de uñas largas. Ella intentaba defenderse moviendo con frenetismo sus brazos, levanté muy alto mi mano derecha sujetando el hacha y golpeé su rostro provocandole en un solo corte la descolocación de su ojo izquierdo.    
Cada vaívem de cortes se aproximaban más al quiebre de su cara, uno tras otro cada una con la misma precisión en sus golpes, ademas; se acercaba el quiebre de su cráneo.
    
Munich solo retorcía sus piernas arrugadas con sus gritos e insultos cada vez menos y menos fuertes.
Arañó el suelo y gritaba a la vez que sentía que lloraría; la vieja sabía que de nada le servía arañarme a mí, así que solo le quedaba ese acto penoso.
    
Hice el último corte con mi más grande fuerza y sí: se partió la cabeza, se rompió, se quebró de un gran hachazo salpicandome la cara y la remera con su sangre.

La vieja dejó de moverse finalizando así sus pataletas y sus rasguños. El recorrido que hacía su sangre en el piso casi se asimilaba a una laguna que terminaba en la puerta principal, allí afuera, gruñía Puch con la espalda hacia arriba y en posición de querer atacarme.
    
Tuve miedo pero no dejé de mirarlo, él también lo hacía. Ambos sabíamos que hasta allí llegaba la cordura.

Corrió hacia mí tan rápido que no sujeté el hacha y enseguida lo tuve en mi cuello mordiendome, luego, subió hasta mi cabello y comenzó a arañarme toda la cara y a enredarse.
El pánico se apoderó de mí y me fui contra la pared más cercana y luego hasta la mesa, después hasta el pasillo.
Grité mientras lloraba del dolor y el odio, entonces, como el gato seguía enredado en mi cabello, corrí hasta la pared de la cocina y le di un golpe con la cabeza. El gato soltó un quejido y desesperadamente lo sujeté mientras él desprendia mi cabello. Con todo mi odio y frustración lo sostuve desde sus patas traseras y lo golpeé repetidas veces contra la mesa hasta que los intestinos se le salieron.
     
Respiré y tragué saliva. Observé hacia todos lados y solté un gran suspiro; yo no me escondería de esto y tampoco lo limpiaría.    

Los sonidos de afuera se hacían más fuertes, tanto el de las pequeñas gotas de lluvia como las sirenas, como las goteras como el reloj. Era evidente que esa era la policia y sus gordos oficiales con sus deslumbrantes uniformes.   
Mi mente ya estaba puesta en mis pies, los observé con suma rareza, moviendo mis dedos juguetones.
Caminé medio tambaleante hacia un asiento de la cocina, la traje hasta mí y me senté. Escuché los pasos de la policia afuera de mi casa y un arma, dos armas se asomaron por la puerta, luego se mostraron dos hombres.
     

Me miraron estupefactos y la sangre bajó por mi frente hacia mi cara cansada. Y en mi oido estaba el extraño y largo sumbido que se oye rara vez.    
 

 

  



    




    
Joder buenas tardes B)
Acá pos, casual, queriendo entretener y ser querido uwu.  
Espero que te haya gustado y si es así hazmelo saber, que me da animos.
Muchas gracias :"3
...   
  

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