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Capítulo Dos

El poco ruido de los pájaros y las gotitas de las lluvias eran melodias al caer. La ventana a poco enpañarse dejaba pasar una leve luz, esa luz que daba a mi cama roja y dibujaba mi habitación blanca.
Era sábado y tenía todo el día planeado, el televisor y mi gato Puch me harían compañia en la terrible crisis.
No me levanté de cama y me quedé suspirando boca abajo, mi gato dio un brinco y se acurrucó en mi espalda. Le hice unos mimos hasta que se hartó de mí y se largó con dirección a la sala.

Me dirigí a la cocina por el pasillo blanco y rojo, y para mi sorpresa, me encontré con la señora Munich.  

Qué diablos.

Ella se encontraba desayunando junto a mi hermano, tomando té y comiendo panesillos con una ligera actitud coqueta que le mostraba a Luck; ella era una vieja horrible, tan horrible como su vestido verde con flores blancas que llevaba esa vez.
Creía que lo enamoraría con ese pelo negro carcomido por sus canas.    

Ella me daba mala espina, de alguna forma.
Llegué a la cocina e hice una sonrisa a los presentes, con la mayor flojera del mundo me acomodé el pelo y la remera.

—¡Oh!—sonrió Munich mostrando sus dientes amarillos —al fin te levantas, querida. Vamos, sientate.

—Deberias dormir temprano. —sugirió Luck, ofreciendome asiento con su vista.
   
Me refregué los ojos y me senté frente a mi taza de té: una roja y graciosa taza con un dibujo de gato; mi favorita. Bebí con los ojos perdidos en no sé qué lugar y noté, después de segundos, que Luck se había marchado y estaba sola con la vieja decrepita.  

—¿Cómo estás querida? Se te ve tan palida —preguntó Munich tocando mi mejilla.

—Estoy bien —respondí, tajante, y bebí mi té.

—Debes decirle a tu hermano que deje de flojear, afuera creció el pasto. Ademas, dile que haga ejercicio, un hombre gordo no es atractivo para nadie.

¿En serio?

—Eso del ejercicio no le debe importar... ¿No cree que usted está algo pasada de edad?

—¿Así te educaron tus papás, niña?—espetó y yo asentí burlona— Caray, qué falta de respeto.—dijo Munich. Bebí mi té con mi mirada puesta en la mesa y la cocina se ahogó en silencio.
   
Ella no conocía a mi hermano, ¿qué se creía? Necesitaba respetar el espacio personal.
¿Qué le importó si hacía o no ejercicio? Total, Luck nunca estaría con una mujer como ella.
Era una señora que normalmente se sentaría a hablar con sus idiotas amigas sobre el bingo y desde afuera se muestra como una señora carismatica, pero es una víbora.

Mamá nos contó de ella, supuestamente, Munich estaba casada con un millonario, un hombre que invirtió en la bolsa y luego se dio un tiro. Munich agarró el dinero y compró casas para sus hijos, hijos que no la llamaban ni en navidad.
Ella se aclaró la garganta luego de un largo rato callada, me miró y dijo:
   
—¿Qué te parece New York? ¿Lindo lugar, no? ¿Como te va en en la universidad?—preguntó con clara intención de acusarme; o al menos, eso creí. Se inclinó en su silla con el té en la mano mostrando un gesto de grandeza.

—Me va increible.—contesté con un sonrisa.

—No debes flojear por ahí, tal parece que tu madre no sabe que no ingresas a tus clases. ¿Acaso quieres terminar como una vaga? Entra a clases, querida.

—Tal parece, señora, que mira demasiadas cosas que no le deben importar.

Ella bufó y soltó una carcajada.

—¿Demasiado...? Ay, niña. No tengo que andar tras tuyo o atrás de otras niñas como para saber que no hacen lo que sus padres dicen. Dime ¿por qué tan rebeldes?

—No lo sé, sera por los recientes derechos de la mujer, supongo.
—suspiré y pregunté— ¿alguien más vivia aquí?—todo fue para desviar el tema. Juro que estaba apunto de mandarla al diablo.
    
—Sí. Mi hijo. Él tenía esposa y una hija. Y creo que una amante. No sé por qué salió así de mujeriego.

—¿Por qué tan rebelde?—dije con una sonrisa. Ella se calló unos segundos con su mirada puesta en mi sonrisa ladina y ojos entrecerrados. Yo bebí mi té.

—Él tenía esquizofrenia, pero lo superó.—respondió sin parpadear—Él decía que habían fantasmas por aquí —susurró.

Dejé escapar un bufido seguido de una diminuta risa.   

—¿Y usted le creía...?—pregunté con un poco de curiosidad, aunque muy dentro mío sabía que me daban miedo los fantasmas.

—Sí... Siempre me alertaban sus gritos. Se escuchaban hasta mi casa. Decía que alguien había en el sótano, y su tonta esposa no le creía. Lo llamaban loco a mi pobre hijo... Hasta su hija le decía loco.

Me callé unos segundos y desvié mis ojos a la taza de té.
   
—Se habrá resbalado porque una vez bajó al sótano y miró algo —dijo al mirarme con los ojos grandes—Se cayó del susto y se partió el cuello con los escalones. O eso me contó su hija, mi nietita. Yo opino que era un fantasma que se encontraba allí abajo.   

No podía contestarle, me enmudecí. Ella sabía que no había ninguna confianza como para que me contara eso. Obviamente quería asustarme por como le respondí.
Noté que mis manos sudaban, las puse en mis piernas para limpiarlas y observé rápidamente a Munich: estaba con el mismo gesto serio.

—¿Sabe? Yo pinté aquel cuadro, aquel de allí —aclaré mi garganta con una sonrisa fingida y señalé la pared de la sala de estar—La considero mi mejor pintura.
    
—La miré. Tal parece que le tienes miedo a algo. Por la forma de pintarla, tenías todo el lienzo para ti, y solo ocupaste el centro, ese centro pequeño en rojo y azul. Y hay algo pequeño y gris que está muy mal dibujado.
—comentó sonriente— Diría que le temes a los lugares pequeños, segun los colores: ¿claustrofobia talvez? Y un accidente. ¿Algun suceso terrorifico en espacios pequeños?
     
Me quedé atonita y mi respiración se agitó, hice un suspiro casi imperceptible y cerré los ojos con una sonrisa.
Capaz que mi cara delató la verdad pero me intenté mantener firme al soltar mi taza.
Nuevamente pensé otro tema de conversación que cambiara mi cara.

—Es muy buena con las pinturas, sí —respondí sin titubear.

—No soy una vieja estupida
—sentenció con una enorme dureza en sus ojos. Volvió a sonreir y dijo—: Qué lindo gato —observó a Puch— No es tan gordo. ¿Cuánto pesa?—la observé con rareza y no pude contestar.

La conversación concluyó con mi hermano saliendo del baño. Él tomó la charla con Munich y me fui a mi cuarto.

¡Vieja de mierda! Pensé.

       

                            °°°

      

Cuando cayó la noche me quedé sola en casa, Luck tenía que trabajar y diría que también quería arreglar las cosas con su novia.     
Recorrí la casa y miré la calle desde la ventana de la sala: oscuro y poco iluminado estaba la calle, habían al frente unos fumadores en un auto y una mujer en los asientos traseros.    

Me aseguré de llevarme a Puch a mi cama pero se escapaba a la cocina, iba y volvía como un guardia de seguridad.
Quería dormirme un poco pero no me sentía comoda. El cuarto era silencioso y el único ruido era el tic tac del reloj que colgaba de mi pared; un placer culposo es decir que era hipnotico y horrible ese sonido. 

Me acomodé en posición fetal y Puch subió a la cama al lado de mis piernas, ronroneó y comenzó a pinchar sus uñas en mi sábana.

Silencio y tic tac. Silencio y tic tac del bendito reloj, bentido sonido que inundaba la habitación y tal vez toda la casa: el ruido pasaba la puerta y llegaba como eco a la sala.   
El ronroneo se detuvo y el aire entró por los costados de la ventana provocando un pequeño silbido. En ese punto sí sentí que me había vuelto loca, porque todo pero todo estaba en un rotundo silencio... Callado, ¿tranquilo? ¡Hasta pude oír mi circulación sanguinea!
Tal era el silencio que algo miraba Puch con punto fijo en la pared oscura, en el rincón de la pared, allí en lo oscuro donde estaba mi espejo.
Cerré mis ojos e inhalé haciendo de cuenta que mantenia una tranquilidad, no era tonta; yo sabía que el gato estaba mirando, qué algo miraba el gato, como un tigre apunto de atacar observa a su presa.   

El sonido del todo regresó a la habitación, pero, aquellos hombres en el auto se estaban riendo... se estaban riendo. ¿De mí? De mí se reían.
El pendulo del reloj mataba mis oidos, el sonido iba de un lado para el otro y al otro con el tic y el tac más y más fuerte haciendome creer que alguien más estaba allí dentro. Solo era yo y el silencio abrazador de la habitación.   
     
Dejé mi posición fetal y, exasperada, agarré a Puch que contemplaba la pared. Miré por unos segundos lo que estaba allí en el rincón de mi habitación: tenía sus ojos blancos y unas grandes manos, estaba quieto en la pared con nada más que su mirada puesta en mí. Solo en mí.
Me recosté rapido sosteniendo a Puch en ambos brazos sin soltar quejido.
Sentí mi espalda más y más fria al oir los pasos del hombre detras mío. Pensé que me gritaría o me sujetaría, pero no. Solo se quedó parado unos segundos al lado de mi cama y luego se sentó en la orilla.

Respiré profundo una y otra vez y mis ojos estaban en la dirección de mis pies. El hombre no se movía de allí, no se movía ni un centimetro de mi cama, solamente estaba sentado con una tranquilidad que me molestaba. Toda pero toda la habitación estaba oscura y sonaba el reloj. Ese reloj horrible y de mierda.
    
Él suspiró en todo ese silencio macabro, me incliné en un grito que rebotó en la habitación, él ya no estaba.  
Inhalé profundo y me llevé las manos temblorosas hacia la cabeza, palpeé mi pelo y poco de ello se salía con facilidad. Puch soltó un bufido seguido de un rasguño a mi panza, gruñí con los dientes bien cerrados y, sin calma ni espera, Puch volvió a rasguñarme, lo bajé de la cama en un grito y un golpe.

El felino se fue quejando y tosiendo por debajo de mi cama, yo sin poder controlar mis impulsos le tiré la almohada y el gato corrió perdiendose en la oscuridad del pasillo.   
      
      

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