Sentí un ligero escalofrío en mi espalda el cual me hizo abrir los ojos, cuando miré a mi alrededor estaba en un lugar completamente desconocido para mí. Delante había una persona igual de confundida que yo y cuando miramos alrededor, lo único a la vista era una gran fila, millones de personas de diferentes razas, colores y físicos.

¿Cómo habían reunido a tantas personas? Y ¿Por qué?

―¿Sabes que ocurre? ―le pregunté a la persona de adelante.

―I can’t understand you, man. ―me contestó. Sabía que era inglés, pero no tenía idea de cómo contestarle, así que me limité a esperar.

Poco a poco la fila iba disminuyendo y yo me acercaba más a lo que parecía ser una oficina.

Minutos después, llegó mi turno.

―18’497 ―se limitó a decir pasándome una carta con el número antes mencionado.

―Disculpe, ¿para qué es esto? No entiendo que estoy haciendo aquí, debía llegar a mi casa antes de las seis para que no embargaran mis muebles, pero…

―El que sigueee ―gritó tan fuerte que tuve que cubrir mis orejas.

Continué caminando, pues la fila en ningún momento se había descompuesto. Subí unas escaleras y de repente dos grandes cortinas se dispersaron frente a mí, dejándome expuesto en lo que parecía ser un escenario. Una multitud de diez personas observaban cada uno de mis movimientos. Me quedé paralizado. Siempre había tenido miedo escénico y mi jefe cada día me lo recordaba en las juntas; pero ya me encontraba allí y aunque estas personas parezcan ser autoridades, podría aprovechar para desahogarme.

―¿Por qué la vida nos pone tantos retos? ¿Por qué no somos capaces de superar todos esos retos? Mi nombre es Federico Zarzuela y les voy a platicar sobre mi vida mediocre. ―dije con seguridad por primera vez en mi vida― Cada día no ha sido mas que una tortura para mí, cada pobre experiencia que al final no me serviría para nada, los momentos de pena, vergüenza y dolor. Las miles de humillaciones mientras mi cuerpo iba evolucionando. Fui gordo, mori delgado, pero al final eso solo me afectaba a mí. Muchas veces pensé en deshacerme de mi miserable existencia y aunque no lo hice y tampoco lo intente, sabía que moriría de forma estúpida. ―proseguí― Mi conducta desadaptada no era más que una capa de acero de la que nunca pude deshacerme, una capa que impidió mi crecimiento mental, mi salud y mi autoestima. Todos aquellos bien ajustados mentalmente, siempre felices y con actitud, me daban tanta envidia, pero el día de hoy puedo afirmar y gritar a los cuatro vientos que estoy feliz de haber muerto. ―terminé de hablar y todos me miraban en estado de shock― Disculpen… ¿Qué pasará ahora?

―Ahora es el momento en el que vuelves, pero no a tu mediocre vida, sino a una mejor ―habló uno de ellos con una de las voces mas profundas que haya escuchado jamás.

Estuve a punto de abrir la boca para contestarle, pero en cuestión de segundos todo se tornó negro.