Capítulo 17 🎬
Despierto a causa de la claridad que se filtra por mi ventana, miro el reloj que tengo y son casi las doce del mediodía. Me levanto, sigo con la ropa de anoche así que decido darme un baño y sacarme los restos de maquillaje.
Un rato después, voy al comedor. Sara está cocinando y se voltea a mirarme con cara de enfado.
—Felipe dijo que estabas borracha —regaña.
—No es cierto —respondo con diversión. Ella me pone un plato con frutas en frente y me sirve jugo en un vaso, lo hace todo sin dejar de mirarme.
—Pensé que habíamos superado esa etapa, Ori, llevas demasiado sin tomar un trago.
Suspiro y niego.
—Tienes que creerme, no estaba borracha, solo fingía —digo mientras como.
—¿Por qué harías algo así?
—Le pedí al barman que me sirviera agua como si fuera vodka, que no me descubriera, y fingí emborracharme... quería ver qué hacía Ramiro —digo y al admitirlo siento un poco de vergüenza. Sara me mira y achica los ojos.
—¿Lo estabas probando? —inquiere.
—Bueno... si lo dices así suena mal —respondo y me encojo de hombros—. Solo quería asegurarme... Ay, Sara... tú me conoces, no quiero volver a confiar en alguien que...
—Oriana —me interrumpe. Sara trabaja en mi casa desde que yo era una niña, antes de trabajar para mí lo hacía para mi madre, y apenas me independicé ella deseó venir conmigo. Ha sido mi refugio en mis peores tormentas, la única en cuyo abrazo pude refugiarme cuando era pequeña—. Eso no se hace, no puedes poner a prueba a las personas, a ti no te gustaría que te lo hicieran.
—Lo comprendería... si se diera el caso... —Trato de justificarme—. Entiéndelo, por favor... pasamos mucho tiempo juntos y...
—¿Te gusta? —inquiere y sus ojos toman un brillo cargado de emoción.
—Sí... o no... bueno, lo que me gusta es compartir tiempo con él, sin darme cuenta me abro... le cuento mis cosas... Pero entonces me doy cuenta de lo que hago y siento miedo. Él está subiendo, Sara, está empezando. Habrá mucha gente que querrá quitarle información... yo podría... caer más bajo y no deseo eso, estoy tan cansada —digo y coloco los codos sobre la mesa, suspiro y pierdo mi cabeza entre mis manos.
—Yo lo comprendo —me dice Sara y me acaricia el cabello—, pero no está bien... si es que vas a ir a algún lado con ese chico debes ser sincera con él... No funcionan las relaciones que se basan en mentiras y falsedades.
—El mundo en el que vivo se basa en eso —digo y ella asiente—, ¿cómo saber qué es real cuando todo siempre es falso?
—Pues... no lo sé —dice y niega—, pero creo que lo sientes... en tu corazón debes sentirlo, al mirarlo a los ojos podrás ver en ellos...
—Es buen actor, al igual que yo —digo y ella sonríe—. Tenías que ver su mirada cuando grabamos la escena del beso, parecía que de verdad estaba...
Me silencio. Sara asiente.
—No puedo ser tan tonta y caer en la mirada de un niño, ¿verdad?
—¿Es más joven que tú? —inquiere y yo asiento—. ¿Cuánto?
—Cuatro años...
—Eso no es nada —dice ella y hace un gesto con la mano—. ¿Te sientes bien con él? —Vuelvo a asentir—. Entonces dale la oportunidad, solo ve con cuidado...
—Estoy tan rota, Sara, que si se me hace una grieta más creo que desapareceré.
—Eres fuerte, siempre lo has sido, eres la mujer más fuerte que yo conozco y sabes que te admiro por eso... no vas a desaparecer... No puedes pretender vivir una vida sin sufrir, Oriana...
—Pero he vivido una vida sufriendo, ¿no es hora ya de vivir sin sufrir? —pregunto—. Estoy agotada, Sara y necesito un cambio...
—¿Qué clase de cambio? —inquiere al tiempo que retira mi plato y lo lava.
—Uno que dé vuelta mi mundo...
Ella no dice nada y el timbre suena en ese momento. Sara va a abrir y en unos minutos aparece en la cocina con Ramiro siguiéndola.
—Ramiro, ¿qué haces aquí? —pregunto, no quería sonar desagradable, pero creo que me ha salido así.
—Vengo a buscarte para ir a dar un paseo. Tengo moto nueva —dice y yo levanto las cejas.
—¿Un paseo? —pregunto—. Yo no doy paseos, Rami... la gente me reconoce por las calles y hoy no es un buen día para andar sacándome fotos y sonriendo.
—¿Amaneciste de mal humor? ¿Te duele la cabeza? ¿Es por lo que tomaste anoche? —pregunta.
Yo sonrío, Sara también lo hace.
—Ya le di algo, se le pasará en un rato —comenta Sara y yo la miro con sorpresa—. ¿Por qué no vas? —inquiere y me mira—, el día está precioso.
—Nadie va a reconocerte, te lo prometo —dice él—. Te he comprado un casco...
—¿Me has comprado un casco? —inquiero y sonrío ante su afirmación.
—Sí, es de color turquesa. ¿Te gusta ese color? Solo había ese o rosado chillón, y una vez leí en una entrevista que no te gusta el rosa —dice a toda velocidad.
Sara sonríe y me mira de reojo, yo me sonrojo.
—Gracias... —susurro y él se encoge de hombros—. Voy a cambiarme y vamos.
Voy a mi habitación sintiendo que vuelvo a tener dieciséis años y que el corazón se me quiere salir del pecho. Me siento nerviosa, por un lado, salir me da miedo, hace mucho que no lo hago, no así, sin guardias o sin asegurarme de ir a lugares en los que no habrá gente. Pero no puedo decirle que no, no quiero hacerlo.
Salimos y me muestra su moto, es bonita y le queda muy bien, podría decir que es algo sexi. Saca una mochila que está sobre la moto y me pasa una máscara de tela. Es una máscara de marciano, color verde. Yo lo miro confusa, él saca otra y se la pone, y luego el casco encima. Entonces me pasa el casco turquesa.
—Nadie va a reconocerte, póntela —me dice.
—¿Y vamos a andar por la vida con máscaras verdes? —inquiero.
—Sí, ¿qué más da? —pregunta—. Dijiste que querías hacer cosas normales, cosas que hace cualquier persona. Pues bueno, es tu día de suerte, hoy lo harás. Seremos dos marcianos jugando a ser humanos.
—Estás loco.
—Ya lo dijiste, ya lo sé —responde.
Me saca la máscara de la mano y me la coloca. Sus dedos rozan mi cuello y siento una descarga de estrellas que me invaden. ¿Qué ha sido eso? Coloca el casco sobre mi cabeza.
—Te ves hermosa —dice.
Se sube a la moto y me mira, yo sigo inmóvil, pensando en lo que estamos a punto de hacer, pero hay algo dentro de mí, un ligero cosquilleo en el estómago, una corriente eléctrica en la base de mi espalda, los latidos acelerados de mi corazón y la posibilidad de no ser yo por un día.
Y eso me agrada.
—¿Vamos? —pregunta.
Y decido confiar.
Me subo a la moto.
—Sujétate —dice y lo hago.
Envuelvo mis brazos en su torso y me acerco a él, su aroma me invade y yo lo aspiro con ganas, quiero empaparme de él, de su sencillez, de su alegría, de su manera de ver la vida, de la forma en la que me estira a hacer cosas que me parecían impensables.
—¿Lista?
Asiento, no me puede ver, pero me siente. Arranca y el sonido de la moto se me hace excitante, o quizás es la adrenalina de hacer algo diferente y peligroso, o quizás el aroma de su piel que huele increíble, o quizá no sé qué es... solo sé que me siento bien.
—Lista... —respondo.
—Hoy serás la muchacha más común del mundo —dice mientras nos vamos.
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