La vida me sabe amarga, recuerdo las veces que lloré, grité, pidiendo ayuda.

Pero lo hacía en silencio tengo miedo, miedo a que si me expreso, sea en vano.

Mi trabajo no es lo mejor que digamos, pero me alcanza para mi y para mis hermanas, tengo que servir bebidas alcohólicas en una barra, a hombres borrachos.

¡Es terrible! Tener que vivir todo esto.

—¡Hey bonita!— exclama unos de los señores que están en los sillones.

—Si...-respondo dubitativa, es un desconocido para hablarle.

—¡Ven acá!- dice haciendo un gesto con su mano.

Mis nervios comienzan a salir, mis manos Sudan sin parar, los latidos de mi corazón son fuertes.

Me le acerco.

—¿diga?- pregunto y bajo mi cabeza.

—Eres hermosa, ¿quieres sentarte un momento.?

—¡Lo siento!  Pero estoy en hora de trabajo. —Digo y me marcho.

La vista del señor sigue Posada en mi, lo ignoro por completo, pero, no queda de otra mirar a donde se dirigía.

A la oficina del dueño.