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Sálvame

Mila se despertó con una sensación de extrañeza, la luz que entraba por la ventana dándole de lleno en los ojos la hizo despertar. Trató de abrir los ojos pero sólo pudo abrirlos a medias, pues los rayos de sol no la dejaban hacerlo. Se incorporó y buscó a Skye, su pequeña perra peluda, no la encontró y frunció el ceño. Solía dormirse con ella todos los días y despertar ambas al mismo tiempo. Buscó su móvil que estaba a lado de su cama, esperando tener miles de mensajes de Ethan, de Marilyn o de Ava, esperando un "estuvo genial la fiesta de ayer, guapa" de sus amigos, pero nada, su móvil ni siquiera tenía señal. Lo volvió a colocar en el mueble.

Y de nuevo, la sensación de extrañeza se posó en su cuerpo.

En seguida se levantó y se dirigió al baño que estaba ahí mismo en su habitación, cerró la puerta y se observó al espejo. Todo estaba normal, fijó su vista en su reflejo y así era, todo era normal. Ahí seguía su cabello claro, ondulado y largo, echo un desastre porque acababa de despertarse. Seguían sus dos ojos grandes color miel. Seguía su nariz recta y definida. Seguían sus labios delgados y finos. Y seguían ahí sus dos mejillas enrojecidas, que con su piel blanca se notaban aún más. Aparte que tenía unos cachetes prominentes y esto hacía más notorio el sonrojo. También observó sus cejas, sus lunares, su cuello.

Todo estaba normal. Todo parecía estarlo.

Recordó la noche anterior, la discusión que tuvo con sus padres porque Mila había llegado sumamente tarde y un poco ebria, después de la fiesta de Marilyn. Fue una discusión un poco grande. Mila creía que no la entendían, cómo iba a llegar a la 1 de la mañana si apenas la diversión empezaba a esa hora. Parecía que sus padres nunca habían tenido 18 años. Ella les gritó y su mamá le gritó a ella, la castigó como tantas veces atrás, diciéndole que ese sábado no saldría a ningún lado. Mila dijo que los odiaba y azotó su puerta escuchando como Josh su pequeño hermano, lloraba por el ruido que habían hecho con aquellos gritos. Skye había ido con ella, como siempre. Mila se metió a la cama, el mareo que sentía la hizo dormir inmediatamente.

Y como cada sábado se despertaba ya entrada la mañana, por los rayos del sol. Las cortinas de su recámara no podían tapar esa luz, impidiéndole dormir más. Y ahí estaba en frente de su reflejo teniendo esa sensación tan extraña.

Abrió la regadera y comenzó a desvestirse para tomar una ducha, se dijo que probablemente esa sensación que tenía era por la discusión que había tenido con sus padres. No le gustaba discutir con ellos en lo absoluto. Sí, sentía que no la entendían, sobre todo en eso de salir de fiesta y querer divertirse. Pero los amaba, tenía una buena familia y constantemente se sentía orgullosa de eso. Se metió al agua y pensó que después bajaría y como siempre, se disculparía con ellos. No los odiaba, como podría hacerlo. Son esas palabras que se suelen decir cuando se está enojado con alguien. Palabras que todos hemos dicho.

Rápidamente salió de la ducha y tomó la toalla, comenzó a secarse y a vestirse. Tomó su cepillo y comenzó a cepillarse el cabello, era la única forma de poder cepillarlo, así mojado, sus ondas no la dejaban desenredarlo de otra manera. Después de algunos minutos terminó, dejándose el cabello suelto haciéndolo a su lado derecho. Salió del cuarto de baño y tendió su cama. No solía hacerlo y también a veces por esto su mamá la regañaba. Pero ya estaba castigada y no quería estarlo más. Terminó de tenderla y abrió la puerta de su recámara.

No, Skye no fue corriendo. ¿Dónde estaría? Era como si Skye tuviera una conexión con ella y sabía cuando entraba y salía y Skye siempre estaba ahí. Había pensado que tal vez había querido salir al baño y sus padres la habían sacado de su recámara, y que al abrir la puerta, Skye llegaría corriendo como esa pequeña bola de pelos blanca con gris que era. Moviéndose toda de la emoción. Casi sonriendo, o pareciendo hacerlo.

Pero no. Nada. Sólo silencio.

Y por fin lo notó. Todo estaba demasiado silencioso. Como nunca antes.

Había observado la hora en su recamara y eran las 10 de la mañana, sus padres tendrían que estar abajo, desayunando. Josh tendría que estar haciendo ruido, como siempre. Pero no. Nada de ruido.

Bajó las escaleras poco a poco, todo estaba normal, cada cosa estaba en su lugar. La enorme sala blanca y cómoda, la enorme pantalla enfrente. Del otro lado la cocina grande, la barra y la mesa para comer, todo en su lugar. Pero no había nadie.

Mila frunció el ceño.

¿A dónde fueron todos?, susurró.

Pensó que tal vez habían salido, a veces solían hacerlo, salir a desayunar en familia o cosas así. Pero siempre la incluían. Pensó también que tal vez no quisieron despertarla, o que tal vez seguían molestos. Decidió no darle mucha importancia y fue hacia la cocina pues moría de hambre. Tomó un pan de la alacena y lo puso en el tostador. Abrió el refrigerador y sacó la jarra de jugo y un recipiente con fruta picada. Sacó un plato grande y puso el pan tostado caliente. Le untó mermelada y le dio una mordida. También se sirvió un vaso de jugo y un poco de fruta, llevó todo esto a la sala. Pensó que aprovecharía el día para relajarse.

Se recostó en un sofá delante de la pantalla y prendió la televisión, le dio otra mordida al pan mientras cambiaba el canal, pues éste estaba en las noticias. Cambió el canal y de nuevo las noticias. Le puso al canal de música y de nuevo sólo salían noticias. Le puso al canal de películas y de nuevo, noticias en la pantalla.

Mila volvió a fruncir el ceño.

Con rapidez le cambió a la televisión pasando por todos los canales, encontrándose noticias en todos. Apagó y prendió la televisión, pensando que era una falla. Pero no, al encenderla de nuevo, otra vez lo mismo. Dejó el pan en el plato que había puesto en la mesita que estaba delante de ella y se sentó. Observó la televisión con detenimiento. Ahí en la pantalla estaba el hombre que solía dar las noticias, con su típico traje negro, su cabello bien peinado y su pose seria y formal. Pero observó su rostro y en su rostro había algo muy extraño.

Subió el volumen de la televisión y escuchó con atención...

—Un virus ha sido esparcido por todo el planeta, atacando a los humanos, el virus se ha colado a las casas, a las calles, a todos los lugares, se están destruyendo unos a otros, han llegado imágenes, imágenes de lo que está ocurriendo, es... es terrorífico —decía con visible terror en la voz— si tú estás viendo esto, eres uno de los pocos sobrevivientes. Eres quien tiene que salvarnos. Te necesitamos —repetía como suplica— tienes que salvar al planeta... El tiempo se acaba...

Y de nuevo, se repetía el mensaje, como una grabadora una y otra vez. Mila observó y escuchó todo aquello con incredulidad. Vió también en la pantalla algunas letras saliendo en lo bajo y pequeñas.

Letras que decían:

"tienes que ir por la mochila que está en una recámara de tu casa ahí tendrás cosas que te ayudarán...",

"si estás sola o solo en tu casa, es posible que tu familia haya sido capturada y estén a punto de ser contagiados",

"el virus del Odio está atacando a todos",

"tú eres de los pocos sobrevivientes..."

Estos mensajes se repetían una y otra vez, Mila se levantó sintiendo como su corazón latía rápidamente. ¿Qué estaba pasando?, ¿su familia contagiada?, ¿de qué?, ¿ella una de los pocos sobrevivientes?

—Tiene que ser una maldita broma —expresó con incredulidad.— Sí, seguro estoy soñando y ahorita voy a despertar... —comenzó a decir, sintiéndose estúpida por eso.

Pero no. Los segundos pasaban y todo estaba igual. No despertaba, no había nadie que la despertara. No había más ruido que aquel mensaje aterrador en la pantalla, una y otra vez.

Tomó el control y lo aventó con fuerza a la pantalla, rompiéndola, pero ni así ese mensaje dejaba de escucharse. Ni así la televisión dejó de sonar.

Salvamos, sálvame, sálvate, se repetía como un eco sin fin.

Continuará...

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