
Capítulo 3
La hora había llegado. Me encontraba sentado en una banca, esperando la llegada del castaño.
—¡Hola!—Escuche su agradable voz a la distancia, haciéndome alzar la mirada.
Corría hacía mi, con su típica sonrisa de oreja a oreja.
—Hola.—Saludé con la mano y espere a que llegará hasta dónde me encontraba.
Cuando se detuvo, ya en donde yo estaba, tomo aire y dió algunos brincos; Cosa que me sorprendió.
—¿Qué crees? ¡Ya te encontré un nombre!—Rió y me extendió una flor.
Un... ¿Nombre? ¿A qué se refería con que me había encontrado un nombre? La verdad me dejó confuso, haciendo que ladeara la cabeza mirando aquella flor blanca.
—¿Qué es eso?—Pregunte.
—"Eso" mi querido amigo es una Dalia—Sonrió y me la acercó aún mas—Es una flor Mexicana. Son de mis preferidas. Cuando la ví me acordé de ti al instante. Son muy parecidos, ambos son completamente blancos y serios, así que pensé que podía llamarte "Dalias".—Asintió un sin fin de veces con la cabeza.
"Dalias" No sonaba tan mal. Y debo confesar que me parecía bien que me dejara de llamar "Chico sin nombre". Como respuesta a su interesante propuesta, asentí con la cabeza ligeramente.
—¡Que bien!—Dio saltitos nuevamente.
—Y.. ¿Qué te gustaría hacer Nathaniel?
—Vayamos por un helado.
No sabía que era un helado, pero supuse que debía ser bueno, así que acepte.
Caminamos durante algunos minutos. Nathaniel no paro de hablar en ningún momento. Debo decir que escucharlo hablar de su vida me encantaba. Mi mente no podía desconcentrarse de aquel chico. Estaba embobado.
Llegamos a un lugar llamado "Heladería". Y entramos en este.
—¿De qué quieres tú helado?—Me preguntó mientras el veía el interior de los contenedores.
—No sé cómo funciona esto.
Inmediatamente me volteo a ver con una mueca de confusión.
—En verdad no eres una persona normal—Suspiro para dejar caer la cabeza.—Pues mira.. Elijes de que sabor quieres tú helado y después se lo pides al empleado.
—¿Qué es un helado?—Pregunte para tomarme la barbilla algo pensativo.
—Dios mío...—Susurro para darse un pequeño golpe con la mano en la cabeza y suspirar nuevamente.—Es está cosa que está en los congeladores. Te pediré uno de chocolate.—Miro al empleado y pidió aquella cosa.
—¿Gracias?
El se limitó a reír por mi tono de voz. Era extraño, pareciera que aunque llevará "conviviendo" durante siglos con los humanos, no conocía casi nada de ellos ni de lo que hacían o comían.
Aquel empleado me entrego aquella extraña cosa café. Lo miré detenidamente, hasta que me animé a meterme la puntita en la boca.
Abrí los ojos como platos. Estaba helando. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Nathaniel comenzó a reír por mi reacción, cosa que me animo a seguir comiendo el helado.
Nuevamente le di una mordida más pequeña, aunque esta vez puse una expresión de gusto.
Y era cierto, era la primera cosa que comía en toda mi existencia y seguramente la más deliciosa.
—Nathaniel... Esto está delicioso. Nunca antes había comido uno de estos—Exclame, para seguir saboreando aquel postre que se deshace en la boca.
—¡Sabía que te gustaría!—Me sonrió para hacerme una seña de seguir caminando.
Seguía los mismos pasos que el daba, mientras que comía despacio el helado. Debo decir que me la estaba pasando de maravilla.
—Dalias... Si te soy honesto estoy muy feliz de que estés aquí conmigo—Me sonrió tímido, se veía adorable.
—¿Qué es... Feliz?
—Oye, esas preguntas que haces, son broma ¿No?—Pregunto para alzar una ceja.
—No—Respondí.
—Entonces. Explícame ¿cómo es posible que no sepas que es ser feliz?—Me miró "serio"—Digo, entiendo que no sepas que es un helado, pero ¿Feliz?
—Simplemente no lo sé. No sé casi nada de los huma....—Me detuve, no podía referirme así de ellos.—Quiero decir... No soy muy inteligente cuando se trata de eso.—Corregí.
—Dalias. No es cuestión de inteligencia, es cuestión de sentimientos—Intento poner su mano en mi hombro, pero me aparte.
—No sé que son los sentimientos—Me sobe el brazo. Mi voz se entrecortaba, no sabía que me sucedía.
—Hey, tranquilo—Su expresión era una que nunca había visto en el—No te pongas así, no era mi intención preocuparte.—Suspiró—Esta salida, me ayudó a saber cosas bastante interesantes sobre ti.—Cambió repentinamente de tema.
Me quedé en la misma posición, no sabía que hacer. Mi mente estaba en blanco. Sentía como si hubiera hecho todo mal, como si hubiera arruinado su forma de verme.
—Lo siento...—Susurre casi inaudible.
Me di la medida vuelta y me fui caminando rápido. Tenía una extraña sensación en mi, que me provocaba una respiración más rápida de lo común.
—¡Dalias! ¡Espera!—Me grito, ya cuendo me encontraba lejos.
Llegué a una pequeña banca y se senté ahí.
¿Qué me sucedía? ¿Por qué me fuí así? ¿Por qué tenía esa extraña sensación en mi?
—¿Qué pasa conmigo?—Me susurré a mi mismo mientras fruncía el ceño.
Pasaron algunos segundos. La brisa del lugar movía los árboles que se encontraban a mi alrededor, causando que las verdes y brillantes hojas que caían de estos, se marchitaran al tocarme; recordándome la cruda realidad de ser yo.
—No puedo seguir con esto. Yo soy la muerte, no un humano.—Hablé nuevamente para mí mismo, nadie me escucho. Sin embargo deseaba que en ese momento Nathaniel lo escuchará.
No sabía exactamente porqué, simplemente una parte de mi me pedía que se lo gritara en la cara para que se alejara de mi, mientras que la otra me suplicaba que siguiera viéndolo sin preocupación alguna.
Mi cabeza daba vueltas. No sabía que pensar. Irme o quedarme, desaparecer o explicar. Era algo que parecía que nunca iba a decidir.
—Por fin te encuentro—La voz de Nathaniel se escuchó a un lado mío—Ya me había preocupado.
Por alguna razón mis ojos se abrieron como platos, parecía como si no tuviera ganas de verlo o de hablar con el.
—Dalias—Hablo serio—Mírame a los ojos, por favor.
Subí la mirada, mire directamente a sus hermosos ojos avellana, tal y como me lo ordeno.
—No tenías porque irte. No era mi intención hacerte sentir mal—Suspiro y bajo ligeramente la mirada—Es solo que, me pareces alguien interesante y me causa mucha curiosidad que me hagas esas preguntas—Se sobó la nuca—Pero no lo exprese de la manera correcta, discúlpame por favor.
Aquellas palabras me dejaron sin habla. Ya no se veía radiante como siempre; tenía los ojos algo encorvados y las cejas estaban relajadas. Era como si estuviera...
No estoy seguro de cómo llamarlo.
—Igua te pido una disculpa. No sé qué sucedió conmigo, simplemente actúe sin pensar.—Dije serio, como siempre.
Un incómodo silencio se apoderó de la situación. Nos mirábamos de reojo sin saber que decir. Era como si fuéramos completos extraños que se cruzaban por la calle.
Caminamos hacia su departamento. Cuando llegamos nos limitamos a despedirnos con la mano. Él se acercó a la puerta con el número seis y la abrió.
—Nos vemos... Dalias.
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