No tengo un nombre, pero puedo ser llamado de muchas maneras. Los humanos me han puesto diferentes nombres. Depende de su cultura y sus creencias, aunque, debo admitir que la que más me ha gustado es: Muerte.

Caminaba como un día común de trabajo. Tocando gente que debía dejar de vivir, por miles, millones de razones.

Como a diferencia de los humanos, yo sé cómo ha muerto cada cosa con vida en este mundo. Si alguien se suicidó, se sus razones; Si alguien asesino a otra persona, se sus razones; Si alguien murió de la nada, sé cómo pasó. Al fin y al cabo, yo soy quien termina con todo.

Algo que me hace ruido, es que todos tienen una imagen errónea mía.

Yo odio ser la Muerte.

Todos me tienen miedo, me odian, evitan hablar sobre mi, causo pánico cuando hago mi trabajo, traigo tristeza y rencor en el mundo. Siempre cuando veo a las personas llorar por alguien muerto, un extraña sensación se apodera de mi.

Todos, o al menos la mayoría, alguna vez han soñado con mi desaparición.

No es fácil, créanme cuando digo que no es fácil matar a alguien. Y ese es mi trabajo de todos los días... Matar miles de criaturas.

Me gustaría dejar de ser la muerte, así no me odiarían o me tendrían miedo.

La Muerte odia ser Muerte.

Es gracioso, porque nadie se espera que fuera así. Uno pensaría que lo disfruto y me hace sonreír como todo un psicópata, pero es todo lo contrario.

En toda mi existencia, desde el principio del universo, nunca he sonreído ni nada parecido. Durante todos estos miles de millones de años he odiado lo que hago y lo que soy.

Un espíritu con la peor de las maldiciones.