Prefacio
Adoro el agua. Adoro hundir mis dedos en el río Blitz y que la materia transparente cosquillee en mi piel. No le importa mi obstrucción, el agua siempre fluye. Adoro dar un clavado en lo profundo, que el frío explote en mis poros, se amortigüen los sonidos y cada vello flote como si ya no fuera la tierra sino otro planeta.
Diez segundos, el oxígeno sale de mis poros en mini burbujas. Treinta segundos, cada pieza de mi cuerpo busca flotar hacia la superficie. Al minuto, cierro los ojos e imagino que vuelvo a nacer pero, treinta segundos después, mis pulmones exigen aire desacostumbrados a la escasez. A los dos minutos me niego a subir, si lo hago dejare de fluir, más mi cabeza empieza a doler y mi nariz inspira agua con cloro obligándome a salir del trance líquido para toser con desesperación en la seca realidad.
Tan seca que lastima, pesa y agota.
Adoro el agua porque es preciosa, el sol siempre brillará como diamantina en su reflejo, y ella siempre fluirá sin importar quién o qué se cruce. El agua nutre, barniza la corteza y florece las plantas. El agua da vida.
Yo no soy agua. Yo me detengo, me rindo y me pierdo. Si hay trabas no las se ignorar. Puedo ser un mar embravecido de emociones, una tempestad de insultos, lágrimas y gritos, una corriente entre las olas que jala y ahoga. Si fuera agua, volvería cada continente una nueva Atlántida.
Sin embargo, yo siempre seré más fuego porque aunque el fuego parece que fluye, solo lo hace a base de absorber oxígeno y consumir combustible. Abusos y maltratos. La llama se extiende, trepa, crece, dejando a su paso nada más que muerte. Con el fuego no hay vida que resista. Alimentalo, dale tiempo, verás como asesina. La más pura destrucción.
Yo soy fuego, así que te dire dos cosas que nunca debes olvidar:
1. Tarde o temprano todo se quema.
2. Cuídate de mí porque no sé perdonar.
Próximamente...
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