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Capítulo 8

Aquel día amaneció encapotado, casi totalmente cubierto por oscuras nubes que amenazaban con cernirse sobre Konoha en cualquier momento. El viento que corría era helado y calaba los huesos de los pocos valientes que se aventuraban a las calles, la gran mayoría ANBU que patrullaban la ciudad y que observaban bajo sus máscaras recelosos a la mujer que cruzaba las avenidas silenciosas. Quizá aquellos ninjas creían que no notaba sus presencias, pero poco sabían que Naevia podía decir la posición exacta de cada uno de ellos.

Mentiría si dijese que se sentía extraña, abrumada, acongojada. Cada paso que daba hacia la salida de la aldea se volvía más pesado, como si lo que estuviese haciendo fuese el error más grande de su vida. Por suerte, ese ya lo había cometido.

Todavía notaba en su mano la pluma mientras escribía aquella carta para Yu. Se disculpaba numerosas veces. No lo decía que lo quería ninguna. Solo pedía espacio, quizá entendimiento. Quería un tiempo para ordenar su mente, un tiempo para entender su nuevo yo y estar en armonía con él. Necesitaba desprenderse del bullicio de la sociedad y sumergirse en un viaje que la permitiera encontrarse. No culpaba a nadie más que a sí misma. Él no había hecho nada más que apoyarla, intentar entenderla. ¿Pero cómo iba a pedirle que lo hiciese si no se entendía ni ella misma? Era cruel y egoísta seguir así, en una situación que solo la hería a ella y a todos aquellos que intentaban apoyarla. Le pedía disculpas de nuevo. Y que no la buscase, esta vez estaría segura y protegida, no cometería el mismo error dos veces. Regresaría. Quizá pronto, quizá tarde. Regresaría con las fuerzas suficientes como para demostrarle al mundo que todo estaba bien. Le daba las gracias.

Neji aguardaba por ella en la entrada de la aldea, con la vista puesta en el camino que se alejaba de esta. Naevia volvió sus pasos más pesados con intención de que este se percatase de su presencia. Pronto sus ojos chocaron con los orbes perlas del Hyuga.

El susodicho no logró enmascarar lo suficientemente bien su sorpresa al observar a la mujer. Sin duda, no se parecía en nada a la muchacha que recordaba de su pasado, siquiera a las semanas anteriores practicando. Parecía un ninja de muy alto ranquin con un mero ANBU de escolta. Su constaba un simple kimono corto de color violáceo, revestido con un ori blanco y ropa interior de rejilla que asomaba por sus clavículas descubiertas. Dos correas abrazaban su torso y cintura, las cuales contaban con numerosos compartimentos colgando de ellas. En sus piernas musculadas, enfundadas en unas medias oscuras y opacas, también se hallaba una bolsa cartuchera que se conectaba con su cintura, en la cual contaba llevaría vendas y demás. Su largo cabello había sido recogido en una coleta alta, revestida con trenzas que aseguraban el peinado. Sobre la frente, reposaba la bandana de la aldea.

—Buenos días, Neji —saludó la mujer, al encontrarse siendo inspeccionada—. ¿Cómo has amanecido?

El susodicho carraspeó, regresando la mirada al cielo.

—Bien. Parece que hoy el tiempo no nos acompaña.

Naevia sonrió ligeramente, imitando su acción—. Estoy bien con el tiempo así, es más agradable que un sol abrasador a mi parecer.

No dijeron mucho más y emprendieron la marcha hacia su destino: el País del la Hierba, donde contaba con una de las muchas residencias ocultas de los líderes del clan. El viaje duraría aproximadamente dos días. Aquellas viviendas eran útiles en la antigüedad para resguardarse allí y llevar a cabo reuniones necesariamente secretas. Naevia, adicionalmente, solía usarlas cuando necesitaba alejarse del bullicio social y reponer sus fuerzas.

El silencio estuvo cernido sobre ellos durante cerca de las tres primeras horas de viaje. No habían cruzado palabra para más que indicaciones breves del camino a seguir. Su paso iba a la par, pero sus miradas no se apartaban del recorrido.

A media mañana decidieron hacer un pequeño descanso, más con idea de asegurarse que nadie los estaba siguiendo que descansar en sí.

—Si seguimos a este ritmo, podríamos llegar mañana antes del mediodía —mencionó Neji, mientras le daba un mordisco al pastelito en forma de luna que la mujer le había tendido. Sintió como este se deshizo sobre su lengua nada más hacer contacto con esta, y una explosión de sabores lo arrolló por unos segundos. Un dulce no muy excesivo, pero sí tremendamente embriagador, empapó sus pupilas gustativas. Tras este, apareció un suave regusto a lo que estaba seguro sería lavanda y pipas de girasol—. Están deliciosos —reconoció.

—Gracias, los he hecho yo —respondió ella, con suavidad—. ¿Puedo preguntarte algo? —Neji la observó fijamente, esperando dicha pregunta—. ¿Por qué aceptaste acompañarme?

Una mueca pensante tiñó el rostro del hombre, quien repentinamente halló algo interesante en el campo junto al que reposaban. Naevia mascó con tranquilidad la última porción de su pastelito, dejó otro sobre el regazo del muchacho y guardó el resto, silenciosa. Aguardaría por la respuesta, e incluso si no la recibía, estaba bien con ello.

—Creo que he vivido el suficiente tiempo atrapado en las asfixiantes cuerdas de mi clan, que puedo entender una ínfima parte de lo que estás viviendo y lo que necesitas —murmuró, mientras recogía el pastelito y lo desenvolvía con cuidado—. Y, sin embargo, siento que solo es una excusa.

Naevia alzó la vista, fijándose en el semblante serio de su acompañante—. ¿Una... excusa?

—Porque incluso así, cualquier pretexto es válido si puedo recuperar algo de tiempo junto a ti.

Silencio. Fue lo único que se cernió sobre ellos tras aquellas palabras. El viento se enredó entre las copas de los árboles y con él pareció llevarse aquellas palabras. No obstante, Naevia las escuchó perfectamente, tanto que sentía que se habían grabado a fuego en su mente. No porque las hubiese descifrado, porque podían significar muchas cosas y nada a la vez, sino porque el semblante sincero de Neji volcó algo en su pecho.

El sonido de los arbustos moviéndose se alzó por encima del silencio que los envolvía y ambos lograron salir de aquel embrujo que los apresaba, de esa atmósfera que los rodeaba, para ponerse alerta al instante. Algo o alguien estaba a su derecha, lo sentían. Neji no estaba seguro porque su chakra era débil y Naevia notaba sus sentidos ligeramente embotados.

—¡¿De verdad pensabas que no iríamos contigo?!

Una pequeña bola de cabello oscuro surgió de entre las hojas y se posicionó frente a ellos, con su pelaje erizado. Naevia suspiró.

—Siempre os llevo conmigo —puntualizó esta, refiriéndose a su lazo.

—Y-Ya, me refiero a que... —Bure dudó—. Me refiero a físicamente

—Si queríais venir podríais habérmelo dicho —murmuró la mujer, levantándose de su lugar y acercándose a ellos. Ciertamente aquella distracción le servía para no regresarse a mirar al hombre, cuya presencia sentía más cerca de lo normal tras ella.

—¿Lo ves, Bure? ¿Por qué siempre te pones en lo peor? —Una pequeña explosión de humo se disipó y la forma humana de Yasa miró despectivamente a su hermano felino—. Habríamos acabado antes...

Tras aquello volvieron partir, esta vez con ambos dos nuevos acompañantes en sus formas felinas, quienes más pronto que tarde iniciaron una conversación banal sobre que agradecían el pelaje más grueso que revestía sus cuerpos durante las épocas más frías. Neji no volvió a hablar en lo que restaba de trayecto.

Naevia se deshizo en sus pensamientos, completamente absorta. Las palabras se enrollaban en su garganta haciendo un denso nudo, demandando ser expulsadas en algún momento. Quería preguntarle a Neji a qué se refería con lo que había dicho, por lo menos antes de hacerse cábalas de ningún tipo en su mente. Sin embargo, sentía un grueso muro entre ellos en aquel momento. Muro que ella misma había impuesto. Porque, aunque el hombre —porque era ya un hombre, no un chico— había iniciado el paso más cerca de ella que el tramo anterior, Naevia había marcado la distancia, aproximándose a sus guardianes de forma automática.

El paisaje del País del Fuego cambiaba conforme avanzaban al pequeño País de la Hierba. Los frondosos bosques de árboles cuyas copas parecían no tener fin empezaban a abrirse, obligándolos a que su paso, que hasta el momento había sido saltando entre las ramas ocultándose, se desplazase al camino de tierra contiguo. Los árboles tenían cada vez más distancia entre ellos y sus copas se volvían más grandes, pero menos espesas. La hierba parecía cada vez más húmeda, de un color más vivo y llamativo. Olía mucho más a humedad porque, aunque el País del Fuego contaba con una generosa vegetación, predominaba más el olor a hierba y tierra seca que otra cosa. Conforme se acercaban a los límites de la frontera, Naevia sentía con más frecuencia pequeñas motas de gotas de agua adherirse a sus medias.

Pasado el atardecer atravesaron la frontera con el País de la Hierba, decidieron hallar algún lugar en el que pasar la noche hasta que saliese de nuevo el sol y reanudar su paso. Yasa y Bure pronto cayeron dormidos, y Naevia decidió acurrucarse entre el pelaje del primero. Aunque Yasa se ofreció a acompañar a Neji durante su turno de vigilancia, este se negó rotundamente. En realidad, necesitaba tiempo a solas para ordenar su mente.

En el silencio abrumador de la noche, interrumpido solo por las bestias nocturnas que pululaban por ahí, el viento nocturno y húmedo y los grillos cantadores, Neji se sentó en la rama más alta que halló, desde la cual tenía una perspectiva perfecta de su compañera.

Compañera. Ciertamente era la primera vez que la consideraba así. Algo más que una mera conocida, la consideraba una compañera. No obstante, si le preguntaban si la consideraba como tal del mismo modo que lo hacía con Tenten, debía ser sincero y negarlo rotundamente. Si le preguntaban cómo, no sabía qué responder. Del mismo modo no sabía por qué le había dicho algo así, pero el rostro de desconcierto que esta le había devuelto mentiría si dijese que no le había dolido. Tampoco sabía qué esperaba recibir, pero desde luego no eso.

Tras la supuesta muerte de Ayaka, ahora Naevia, se cernió sobre el mundo shinobi una guerra que opacó todos los sentimientos personales que nadie pudiera sentir. Él, en particular, quedó gravemente herido hacia el final de esta y no recordaba demasiado a partir de ese momento. Había quedado grabado en la piel de su pecho una grande cicatriz que le recordaría de por vida lo ocurrido. E incluso así, cuando habían atravesado y rozado su corazón, Neji sintió que nada de eso había sido tan doloroso como la pérdida de Naevia.

¿Por qué? Se lo preguntó un centenar de veces. Más tarde que pronto logró admitir que quizá había sentido algo por aquella muchacha perdida y desolada que un día despertó en el hospital. Día que recordaría toda su vida. Cuando recién llegaba de una misión ya le habían otorgado otra; cuidar a una forastera que había aparecido de la nada. Le resultó fastidioso, porque solo quería descansar. Quizá entrenar más tarde con Hanabi e ir a cenar con sus compañeros de equipo después. Pero todo aquello se vio frustrado por algo que no podía negarse. Recordaría siempre cuando entró en la habitación y unos ojos de color púrpura, apagados, desorientados y aterrorizados se plantaron sobre él. La chica una contradicción, para tan fuerte como débil, tan intimidante como intimidada. Neji sintió algo revolverse en su interior, una mezcla de molestia y ternura, como si lo único que necesitase aquella chica fuese una palmada en la espalda y un ''todo estará bien''.

Pasaron más cosas entre ellos, algunas que se había esforzado en dejar en su interior más profundo. La vio luchar en aquella fiesta y arriesgar su vida con fuerzas que no tenía. Entrenó con ella y se sintió ligeramente orgulloso al verla mejorar. La vio sentirse perdida en los exámenes chunnin y esforzarse por conseguir respuestas en su amnesia. Sintió el miedo como todos al creer que había sido secuestrada y posiblemente asesinada, para sentirse aliviado al verla regresar. Sintió lástima cuando la vio perdida al saber que lo único que había entorno a ella y su identidad eran dudas, recelos y miedo, y pensó que solo era una niña que necesitaba que todo estuviera bien, encontrar su razón de ser y quizá una familia. La vio romperse y deshacerse entre lágrimas mientras su esposo gritaba por ella. Y lamentó no decirle que en todas y cada una de sus vivencias, había sentido brotar en él una pequeña semilla, algo que lo empujaba una y otra vez, que quería seguir viéndola crecer junto a él.

Arrastró ese lamento por años. Por años hasta que un día de lluvia la vio allí parada. Tan perdida como siempre, tan abrumada, tan rota. La volvió a ver y volvió a sentir que su corazón latía. Que algo brotaba de nuevo en su interior. Podría haberle dicho todo lo que no le dijo en su momento; que lo sentía, que quería arreglarlo, que quería ayudarla, que quería sanarla. Simplemente, que la quería.

—Neji, es mi turno.

La voz de Naevia quebró sus pensamientos, y se giró rápidamente hacia ella. Su cabello plateado estaba suelto, llegándole a mitad del muslo, desordenado, con hebras enredándose a su alrededor. Un leve tono rosáceo cubría el pico de su nariz, quizá por el frío. Se había echado sobre los hombros una capa tupida oscura con el emblema de su clan en la espalda. Sintió un regusto amargo en la boca.

—S-Sí, yo- —Neji se halló sin palabras, abrumado.

—Ve a descansar. Yasa continúa allí, ella te brindará calor —mencionó, mientras Bure bostezaba.

—Si no te da una patada mientras duerme —dijo con voz soñolienta.

No compartieron más diálogo, y pronto la mujer se quedó junto a su guardián, entre cuyas patas se acurrucó para opacar el frío de la noche. Debía reconocer que el frío de aquella nación, al ser posiblemente más húmedo, calaba más profundamente sus huesos y lograba hacer tintinear ligeramente sus dientes.

Pasaron dos horas sin incidencias, en las cuales se dedicó a ver las estrellas e identificar constelaciones. Bure llevaba rato durmiendo y roncando, y poco pretendía hacer algo de ruido y despertarlo. Le parecía tremendamente tierno.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando notó una presencia. Estaba casi al cien por cien segura que aquello que oía corretear por entre el bosque no era un simple conejo. Echó un vistazo a su guardián, y al encontrárselo dormido profundamente, suspiró, regresando su atención al objetivo. De un elegante salto bajó de aquella copa. Fuese quien fuese quien estuviera ahí, echó a correr nada más sus pies tocaron el suelo. Naevia no dudó en imitar su acción y empezó a moverse ágilmente por entre la espesura de la naturaleza. Sus ojos púrpuras se iluminaron, alargándose unas muescas a lo largo de estos que alcanzaron sus sienes. Ante ella huía alguien cuyo chakra era sumamente débil, casi imperceptible.

Se detuvo justo antes de llegar al río, por el cual el agua reposaba tranquilamente, siendo testigo reflejo de la gran luna llena que todo lo iluminaba. Sus ojos se desplazaron por todo el lugar y gruñó sensiblemente al darse cuenta de que ya no lograba percibir a aquella persona. Las muescas de sus ojos se redujeron hasta casi imperceptibles. Dio unos pasos hacia el borde del agua, todavía absorta por lo ocurrido. Aunque el chakra era débil, no podría haber desaparecido sin más, era imposible.

No tuvo tiempo de reaccionar cuando sintió unas manos heladas posicionarse en espalda baja, como si traspasasen las numerosas telas que cubrían su cuerpo y se aferrasen como cuchillas a su piel. Lo siguiente que sintió fue el frío demoledor del agua quebrarse contra su tez como punzantes cortes y el aire llenar instintivamente los pulmones. Braceó con fuerza, viéndose envuelta por la nada más absoluta al caer al agua. Logró, de algún modo, darse la vuelta y abrir los ojos, solo para encontrarse con la silueta distorsionada de la luna blanquecina sobre ella. De repente, una figura de una niña pequeña apareció en su campo de visión y, conforme se acercaba a la superficie, esta tomaba forma.

''Soy... ¿yo?'' pensó abrumada. El aire en sus pulmones se disipó justo para el momento que pudo volver a salir y el aire frío de la noche golpeó con agresividad su cuerpo. Miró a su alrededor con nerviosismo, solo para encontrarse que allí no había nadie.

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