Capítulo 7
No habían vuelto a hablar desde ese día, ni siquiera a entrenar. Naevia estaba demasiado ocupada con los preparativos y Neji tuvo que salir de misión. Tampoco Yu y Yume mencionaron más lo ocurrido en el despacho, pero ciertamente su relación con la albina empezaba a enfriarse cada vez más. Las expectativas que habían tenido todos empezaban a derrumbarse, y la realidad los golpeó fríamente. Ni su líder era la misma, ni parecía que fuesen a lograr que volviera a serlo.
Aquel día, después de muchos, amaneció sin lluvia, y el cielo brilló azul desde primera hora. Aquella mañana se sintió aliviada al despertar y comprobar que Yu había salido por una misión urgente. Aunque también dicho alivio se mezcló con el amargo sabor de un sentimiento encontrado y no deseado, intentó dormir un rato más, protegiéndose bajo las sábanas del arrollador sol que entraba por la ventana.
Viendo sus intentos de seguir durmiendo frustrados, decidió darse una ducha rápida para despejarse, y vestirse de manera cómoda. Ese día debía ir junto a su madre a buscar las flores que decorarían el salón el día de la fiesta, y sabiendo el hábito de compra compulsivo de su progenitora, prefería ir lo más cómoda posible.
—¿Tenemos que ir? —se quejó Bure, en su forma humana, sentado sobre su cama.
—Seréis mi apoyo moral —alegó la albina, mientras recogía de manera descuidada su cabello—. No podré aguantar tantas horas sola con mi madre...
Él suspiró, y Yasa no pudo evitar reír, mientras se acercaba por detrás a Naevia, y la hacía dejarse el cabello, encargándose ella—. No le hagas caso, se queja por todo.
En otros tiempos hubiese disfrutado del tiempo de compras y vueltas con su madre, en los que se pasaban horas que más que comprando, charlaban de cosas banales y se hacían compañía mutua, puesto que Naevia estaba siempre trabajando y esos pequeños huecos eran sagrados. Pero entonces se sentía agobiada, lo único de lo que oía hablar esos días era de la fiesta y de su nombramiento como líder, nada más. Sus únicos momentos de paz se encontraban en su jardín, o cuando entrenaba con Neji.
Neji. No estaba segura de si quizá se había enfadado con ella por la petición que le había hecho, o si la había considerado quizá una idiota por siquiera pensar en algo así. Y eso le preocupaba. Aunque la relación de ambos no fuese precisamente de amigos, se sentían, por mucho que no lo reconociesen, cómodos en uno con el otro. No pensaban en sus constantes problemas cuando entrenaban, o simplemente cuando meditaban. No se llevaban de maravilla (aunque no había punto de comparación a cómo se habían llevado en el pasado), pero parecían complementarse de una manera cuanto menos curiosa. Los pocos que los habían visto juntos se daban, inevitablemente, cuenta de ello, de cómo sus batallas se convertían en una danza, o como los silencios eran imperturbables. Quizá esa era la razón por la que Naevia había pensado en él primero cuando pensó en marcharse, porque había creído, erróneamente el parecer, que no iba a juzgarla, que entendería sus razones. Sin embargo, como había dicho, parecía que erróneamente había creído eso.
—¿Estas te gustan? Sé que son muy importantes para Yu y para ti —murmuró su madre, enseñándole un preciso ramo de crisantemos azules como centro de mesa. La peliblanca despertó de sus pensamientos, y los miró por unos segundos, sintiendo su pecho revolverse.
—N-No, esos no, no —negó, dejándolos suavemente sobre la repisa de nuevo. La otra mujer dejó escapar un suspiró de derrota, más no dijo nada, mirando fijamente como se iba en busca de otros ramos.
Su mirada se posó casi de manera instantánea en un minimalista centro de rosas blancas y rosáceas, adornadas con un lazo de seda roja. Lo cogió entre sus manos con sumo cuidado, y miró a su madre. Ella sonrió también, solo de ver como durante unos segundos su hija parecía recobrar algo de vida y brillo en sus apagados orbes púrpura.
Mientras la adulta pagaba Naevia salió, con Yasa y Bure en sus brazos acunados. Hacía frío pese al sol, y el jersey largo que llevaba, aunque cubría hasta medio muslo, dejaba traspasar el aire hasta su piel, que de por sí, ya estaba helada. Algunos mechones de finas hebras plateadas se escaparon de su recogido, y ondearon libres. Miró atentamente la calle, y a sus transeúntes. La gente iba y venía, sin mirar al resto, algunos se paraban a charlar amenamente, dejando escapar sonoras carcajadas, mientras los niños corrían de un lado a otro alegres. Konoha había recuperado su alegría, volvía ser esa aldea cálida que recordaba, llena de vida. Y, sin embargo, ella se sentía totalmente fuera de lugar ahí. No lograba, por mucho que lo intentase, contagiarse de ellos, de su felicidad, del ritmo de su música.
—Cariño, ¿estás bien? —Unas suaves palmadas en la mejilla la despertaron, y pestañeó rápidamente hasta enfocar el rostro preocupado de su madre.
—Sí, solo estoy algo cansada... —murmuró, alzando sus pálidos labios en una sonrisa.
—¿Quieres que vayamos a casa?
—No, no... —Era consciente de cuánto necesitaba hacer eso su madre, y no quería arrancarle esa felicidad entonces—. Vamos a almorzar, ¿te parece?
La mujer asintió con una radiante sonrisa, mientras enlazaba su brazo con el de su hija. Echaron a andar, tranquilamente, como en los viejos tiempos. Naevia intentó coger el ritmo de la conversación, pero como se le estaba haciendo costumbre, perdió el hilo rápidamente y la dejó hablar solo a ella.
Cuando llegaron a la cafetería y fueron atendidas, en silencio se cernió sobre ambas. Los gatos se acurrucaron cerca de la chimenea del local, puesto que buscar calor en el regazo de su dueña se hacía imposible entonces, ella estaba helada—. Y con Yu... ¿cómo está todo?
—¿Con... Yu? —Sus ojos se despegaron de la taza de té, y subieron hasta su madre, que bebía ''descuidadamente'' de su taza, evitando cruzar miradas con ella—. Bien, ¿por qué iban a estar mal? —Aunque no era cierto del todo, tampoco una mentira. No estaban bien, ni mal. Simplemente no estaban. No parecían una pareja. Yu se esforzaba por acercarse de nuevo a su esposa, pero a cada paso que daba, ella retrocedía tres.
—Él... está algo distraído... Supuse que entre vosotros no estaban bien las cosas —asumió, dejando de nuevo su café sobre el platito. Entonces su mano cálida se posó sobre la de su hija, e inevitablemente durante unos segundos no pudo evitar sorprenderse por el contraste de color—. Es totalmente normal, cariño, después de todo lo que ha pasado... Debe de ser muy duro, y quizá yo no pueda entenderlo del todo... Pero no puedes ser egoísta. —Sus cejas blanquecinas se alzaron, sorprendida—. Del mismo modo que tú has sufrido, todos nosotros también, Yu el que más... Victimizarte ahora no hará que nada de lo ocurrido cambie. Y seguir haciéndolo solo logrará hacer más grande la herida. —Apartó la mano—. Debes esforzarte por todos ahora, pero sobre todo por tu matrimonio, por Yu.
Un nudo se instaló en su garganta, y apretó con fuerza la porcelana—. Yo ya no amo a Yu.
Silencio. Doloroso. Sepulcral. No lo había dicho, no lo había querido reconocer hasta ahora, bajo ninguna circunstancia ¿Cómo no iba a amar a Yu? ¿Cómo después de todo lo que habían sufrido para estar juntos, era capaz de algo así? Se sentía culpable por reconocerlo, pero peor aún por sentirlo.
Se rio, su madre simplemente se rio. Bure la miró, con enfado, ante ese gesto—. ¡Qué estás diciendo! —se levantó de su lugar, y miró a su hija desde arriba—. Eso lo dices ahora, estás confundida todavía. Lo mejor será que os vayáis de viaje, los dos solos... Un tiempo a solas... —dijo sugestivamente— y todo se arreglará.
*
*
*
Estaba acurrucada en el cómodo sofá del comedor, frente al fuego crepitante que alumbraba la sala. Una humeante taza de chocolate reposaba entre sus manos. Yasa estaba a su lado en su forma humana, recostada sobre su hombro, en total silencio, y Bure en el suelo, con su cabeza recostada sobre el regazo de la albina. Disfrutaban de la compañía mutua.
Ellos eran los único que parecían entenderla de verdad. Parecían entender que aquello que realmente necesitaba era el silencio, el silencio más abrumador hasta que sus propios pensamientos acallasen en su cabeza, hasta que todo el caos que había dentro de ella se disipase por completo. Ellos estaban ahí, para protegerla de todo el daño que pudiesen hacerle. De todo el daño que ella misma pudiese hacerse.
En cierto punto Bure se marchó, dejándole más intimidad a las mujeres, y Yasa se irguió en su lugar—. Eso de que ya no amas a Yu...
Naevia suspiró, y alargó su brazo para dejar la taza sobre el cristal de la mesa—. Es cierto. Así lo siento.
—No pasa nada por eso, Naevia... —Yasa acunó sus manos, y le dio un suave beso en el dorso de una—. Los sentimientos no pueden controlarse, ni son para siempre... no tienes que sentirte mal por algo así. No después de todo lo ocurrido —aseguró—. Tu madre ha sido demasiado dura contigo. No estás siendo egoísta. Cada uno está actuando como puede, está tomándose las cosas de un modo distinto. Sin embargo, no creo que lleguemos a comprender lo que está ocurriéndote. Solo tú sabes cómo te sientes, solo tú sabes qué hacer con todo esto. No dejes que nadie te diga lo contrario —susurró, con un tono cálido y apacible—. Sé que estás luchando contra ti misma para complacer al resto, porque sientes que se lo debes, porque te sientes culpable.... Pero ya es hora de que te des cuenta de que no tuviste culpa de nada, y que ahora lo importante aquí eres tú. Y cuanto antes te des cuenta, antes todo mejorará, para todos.
La máscara de insensibilidad se quebró en segundos, y unas lágrimas gruesas y heladas empezaron a bajar por su rostro, mientras seguía observando a su amiga. Sentía, en cierto modo, que eso era lo que había querido escuchar desde que había despertado. No había sido capaz de decírselo a sí misma, porque cada vez que pensaba en algo así, solo achacaba que estaba intentando deshacerse de la culpa que debía permanecer sobre sus hombros eternamente. Y oírlo por boca de otro, y con la convicción que desprendía Yasa al decir eso, hizo que rompiese en el llanto que tanto necesitaba para empezar a liberarse.
Un carraspeo interrumpió el momento, y al girarse ambas, Bure estaba de pie con Neji a su lado. El semblante de ambos era serio y frío—. Neji-san ha venido a verla, desea hablar con usted —anunció el guardián, siguiendo el protocolo honorífico ante el resto hacia su líder. Naevia se secó rápidamente las lágrimas, y asintió, levantándose, e hizo un ademán para que ambos saliesen de la sala.
—¿Ocurre algo? No esperaba tu visita a estas horas de la no-
—¿Cuánto lo necesitas? —preguntó con su voz ronca, acercándose a ella. Pestañeó, aturdida.
—¿Ne...cesitar? ¿El qué? —inquirió, sin entender a qué se refería.
—Irte. —Su piel se erizó—. Cuánto lo necesitas.
Se miraron largo y tendido fijamente, y él deseó saber por qué sus ojos púrpuras estaban enrojecidos y entelados por una fina capa de lágrimas y respiraba con algo de dificultad. Ella tragó con fuerza, y se alejó, quedando de espaldas, frente al fuego. Neji se quedó en su lugar, aguardando.
Observó como las sombras y luces que la llama producía danzaban por sobre su rostro, jugaban sobre sus facciones, acariciándolas. Había cerrado los ojos, y ambas manos encerraban el collar del búho que siempre llevaba puesto. Su respiración se había relajado.
—¿Vendrías conmigo?
—Si lo necesitas y deseas, sí. —No era aquel Neji que recordaba. Posiblemente había madurado, ambos lo habían hecho. Y con ellos su relación.
Ella le sonrió.
Yasa y Bure escuchaban al otro lado de la puerta, con un extraño sentimiento en su interior.
*
*
*
Lo había hablado con el Hokage. Aunque Kakashi lo había visto sospechoso, decidió creerse lo que Naevia le pedía, contratar un escolta para su viaje de retiro. Tampoco mencionó nada que pidió que fuese exclusivamente Neji Hyuga. Esas formalidades eran necesarias, puesto que de otro modo, ella podría ser considerada como una traidora dadas sus acciones anteriores y él podría tener graves problemas con su clan. De ese modo, enmascarándolo todo como una mera misión oficial, no deberían encontrarse con obstáculos.
Los días pasaron rápido, para ambos, y de nuevo no volvieron a verse ni a mediar palabra. Yu regresó aquella tarde, y fue en busca de su esposa. No fue una sorpresa encontrarla en su jardín, absorta con un ramillete de pequeñas flores azuladas acunado entre sus manos. Sus ojos violáceos vagan por entre los pétalos, entre los cuáles se enredaban hebras plateadas de su largo cabello. Él la apreció, largo y tendido, viendo como disfrutaba de ello.
—¿Cómo ha ido tu misión? —La voz tranquila de ella lo despertó de su ensoñación, y al alzar la mirada, la vio frente a él, aún con las flores entre sus manos, y una sonrisa pequeña y claramente forzada sobre sus labios. Deseó poder acercarse, pero el temor a que volviese a asustarse y alejarse de él, lo hizo aguantar, puesto que aquello era lo más cerca que habían estado durante todo ese tiempo.
—Bien... ha ido... bien.
La tarde ya empezaba a teñirse de la oscuridad de la noche, y el frío de este emergía lentamente. Naevia dejó sobre el banco de piedra el ramillete, y recogió su bolso del suelo, acercándose a Yu. Él tembló, sorprendido, al sentir la mano fría de su mujer sobre la suya—. Vámonos a casa, es tarde.
Aunque la mujer echó a andar, él se mantuvo estático, mirándola fijamente. Sin previo aviso, tiró de su delgado brazo, y la aprisionó entre sus brazos. Naevia sintió su mente perderse durante unos segundos, quedándose en blanco por completo al sentir la calidez del cuerpo de su marido rodeándola, embriagando todos sus sentidos. ¿No lo amaba ya? ¿realmente no lo hacía...? ¿nada de lo pasado quedaba ya en su helado corazón?
—Vamos a casa —repitió, separándose de él lentamente, volviendo a acunar su mano y a tirar para empezar a caminar.
El regreso fue cuanto menos silencioso, pero Yu solo podía apreciar el tacto suave de la mano de su esposa contra la suya rasposa. Pese a su fría piel, la calidez que le transmitía era suficiente para eclipsarlo todo, le sensación de volver a sentir su contacto era abrumadora, y lo hacía sentirse más feliz de lo que lo había estado en mucho tiempo.
La cena no fue tan silenciosa aquella noche. Yu intentó hablar con ella, y ella intentó responder con menos frialdad que habitualmente. Él sintió que quizá entonces las cosas empezaban a estar mejor. Quizá.
—¿Dónde están Yasa y Bure? —preguntó él, mirando a su alrededor. Era realmente raro que los guardianes no estuviesen cerca de ella, tal y como habían estado desde su regreso, sin dejarla ni a sol ni sombra.
—¿Huh? —frunció el ceño. Era cierto, no los había vuelto a ver desde que estuvo con Neji—. No lo sé, desde anoche que no los veo...
—Naevia... —La susodicha volvió a alzar la cabeza, mirando como el hombre removía el líquido de su vaso, con claro nerviosismo. No dijo nada, aguardando a que volviera a hablar—. He estado hablando con tu madre, antes de ir a buscarte.
Se removió inquieta en su lugar, con un mal presentimiento en su pecho.
—Y creo que ella tiene razón en eso de irnos durante algún tiempo... —murmuró—. A alguno de los dominios, no sé, en el País de la Hierba, por ejemplo. Está restaurado y podríamos descansar y quizá tú... —alzó la vista, mirándola fijamente. En sus ojos se reflejaba el cansancio, no brillaban del mismo modo en el que lo hacían antes.
—Yo- —apretó y relajó las manos varias veces—. Cuando vuelva.
Yu aguantó la respiración durante unos segundos, aturdido—. ¿Cuando vuelvas? ¿De dónde?
—No lo sé todavía —reconoció, llevándose un mechón plata tras la oreja—. No lo he decidido aún. Simplemente- Simplemente necesito alejarme un poco de todo, encontrarme de nuevo a mí misma, aclarar mis ideas.
El frunció el ceño. Con ese gesto, ella supo que empezaba a enfadarse—. ¿Irte? ¿De nuevo? ¿Es que no recuerdas qué ocurrió la última vez que te fuiste? ¿Lo que te hizo hacer ese monstruo?
—Yu-
—No, no Naevia —se levantó, y se pasó la mano por el cabello, alterado—. No lo entiendes, ¿verdad? No quiero volver a perderte, no quiero que vuelvas a desaparecer de mi vida, no sé qué haría si volviese a...
La mujer se levantó rápidamente, y se acercó a él, uniendo ambas manos, con lentitud—. Sé cómo te sientes, sé que nada está siendo como pensabas, y siento que de este modo quizá todo vuelva a la normalidad... Solo necesito desaparecer un tiempo, irme de aquí y de toda la presión que siento sobre mis hombros.
—Déjame ir contigo —pidió, cerrando más el espacio que había entre ellos, y acariciando tiernamente su mejilla—. Déjame estar a tu lado en todo esto.
Sintió, quizá por primera vez desde que estaba ahí, un cosquilleo allí por donde el dorso de su mano acariciaba, y su piel se erizó. Cerró los ojos, disfrutando, inesperadamente, del tacto—. Pedí al Hokage un escolta —dijo—. No iré sola esta vez.
El la miró, fijamente, y acunó su rostro, mientras lo acariciaba con el pulgar. Se miraron durante unos segundos, antes de unir sus labios. Fue un beso tímido, el primero que se daban sin que Naevia huyera de él. El primero después de tanto tiempo que no parecía tener un muro inquebrantable entre ellos.
*
*
*
Despertó cuando recién salía el sol, entrando por la ventana que la noche anterior se habían olvidado de cerrar. Yu la tenía agarrada por la cintura, quizá con el miedo de que se fuese y que todo aquello hubiese sido solo un sueño. Ella lo miró por encima de su hombro, vio como bajo sus párpados sus ojos se movían con tranquilidad, así como una respiración armoniosa. Estaba tranquilo. Seguramente pensaba que todo estaba bien por fin, y que Naevia no se marcharía.
Sin embargo, la chica se levantó con lentitud, intentando no moverse mucho para no despertarlo. Se iría igualmente. Aquello no solucionaba nada, en realidad. Había pensado, en un último intento, que quizá su madre tenía razón, y que simplemente necesitaba estar con Yu para aclarar sus ideas. Pero realmente solo había servido para enturbiarlas más. Estaba casi segura que no sentía nada por su marido, pero su piel se había erizado provocándole un cosquilleo cada vez que él la rozaba tiernamente.
—Te irás igualmente.
Él estaba de espaldas, sentado al borde de la cama, con su cabeza entre las manos. Naevia se quedó quieta, con la pequeña mochila sobre sus hombros—. Yu yo-
—Está bien, lo entiendo —se levantó—. Entiendo que necesites esto, solo... solo regresa pronto... a mi lado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro