Capítulo 5
No todo iba a ser un camino de rosas. O por lo menos, evitar las espinas de éstas. En Konoha muchos la odiaban aún, el título de asesina traidora aún pesaba sobre sus hombros. Y tenía el presentimiento de que iba a ser así por mucho tiempo. Suerte tenía de que los hermanos felinos estaban alrededor de ella para enseñar sus colmillos a aquellos que se atrevían a mirarla con mala cara.
Habían pasado un par de semanas, y se le habían hecho más agotadoras y estresantes incluso que estar en el limbo. Aunque se esforzaban para hacerla sentir cómoda, no se adaptaba tan rápido como creía, y seguía buscando cualquier excusa para permanecer sola. Pero eso era bastante difícil, dado que la situación, no se lo permitían demasiado. Bure y Yasa no se separaban de ella, fuese en su forma animal, grande o pequeña, o como humanos, y Yu cada vez que tenía algún momento libre, corría hasta su lado, así como Yume. No sentía que fuese correcto pedirles que le diesen espacio, después de todo lo que estaban haciendo por ella.
Sin embargo, estaba segura de que Yu lo había notado. Ella estaba dispersa, y eso lo demostraba con la falta de muestras de cariño, que en un pasado eran tan habituales entre ellos. Se le hacía más sencillo para ella dormir sobre su pecho, dejarse relajar por el vaivén de su respiración, que cualquier otra cosa. No le molestaba, esperaría pacientemente a que estuviese preparada, suponía que no estaba acostumbrada.
Además, estaba mucho más estresada cuando los preparativos para el cambio de líder, algo muy importante dentro del clan, empezaron. Su esposo (cuán raro le sonaba eso, pese a ser así) aseguraba que no había nadie mejor para devolverle el resplandor y dirigirlo de nuevo que ella. Y una muy pequeña facción de éste se había negado, el resto estaba a favor. Principalmente de continuar con la línea de sangre en el liderazgo, algo sumamente importante para ellos. No se sentía con fuerza para negarse, porque sabía perfectamente que no iba a servir de nada, pero no tenía ninguna intención de volver a ese puesto. No sólo por lo ocurrido en el pasado, que entonces se esmeraba en olvidar, sino porque no sentía con fuerzas de soportar tal peso sobre sus hombros.
—Algunos clanes no quisieron retomar las relaciones con nosotros... —murmuró Yume, llevándose un bocado a la boca.
—Han pasado más de cien años, es normal —respondió Naevia, con aire despistado, mirando por la gran ventana del local, que dejaba ver la calle desolada siendo bañada por una fuerte lluvia. La peliblanca aún tenía el cabello bañado por algunas gotas de agua, que provocaban algo de frizz en éste.
—Ya, pero algunos fueron muy rudos... —Y siguió hablando, aunque su amiga no estaba pendiente de lo que decía. Una de sus manos estaba sobre el suave lomo de Yasa, que reposaba sobre su regazo, y la otra sujetaba su mentón. Sus pestañas revolotearon cuando vio una pareja solitaria bajo la lluvia, cubiertos por un paraguas oscuro—. Oye, ¿me estás escuchando?
—¿Mh? Sí, lo siento. —Volvió a observarla, y la gata se removió sobre ella, gruñendo levemente—. ¿Qué decías?
Yume suspiró, dejando la taza humeante de café, y bajando su mirada hacia el plato de la chica, dónde seguía la porción de pastel intacta, así como su té. —Oye... sé que todo esto está siendo difícil, y realmente quiero ayudarte para que te sientas de nuevo en casa... pero tienes que poner de tu parte, si no... —Naevia entrecerró los ojos, sintiendo que quizá la estaba acusando por algo. Más no dijo nada, y le sonrió, disculpándose—. ¡No! ¿lo ves? Siquiera discutes, te dicen algo, asientes, o te disculpas, y ya está. No nos dices cómo te sientes, qué te pasa, qué piensas... Simplemente te quedas callada y eso... exaspera...
—Yume, para, estás pasándote. —La voz de Yasa sonó, asomándose entonces por encima de la mesa, con una mirada acusadora.
—Necesito tomar el aire. —Se levantó de su lugar, dejando a un lado el animal, con suavidad.
—Pero está lloviendo —dijo éste, con mirada preocupada. La rubia siguió en silencio, meditando quizá si realmente se había excedido con lo que le había dicho. Más si creía que sí, no se disculpó, y observó a su amiga salir del local, bajo la intemperie de la lluvia. Cuando Yu se enterase de que le había dejado hacer algo así, le iba a caer una buena.
No le importó mojarse, y agradeció llevar su cabello largo trenzado, porque incluso de ese modo se le hacía un engorro. A lo lejos divisó a la misma pareja. Desde ahí los escuchaba reírse, esa risa de enamorados, así como el tonteo de sus manos entrelazadas. Continuó caminando, y giró unas cuantas calles, perdiéndolos de vista. Su chaqueta oscura empezaba a calarse, y con ello llegaba un frío que impregnaba sus huesos. Tiritó, y deseó sentir algo de calor.
Su mirada se posó al final de la calle, en donde una figura igual de solitaria que ella, con un paraguas cubriéndola, caminaba lentamente, casi disfrutando del agua. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, identificó a Neji. Sus miradas se cruzaron durante unos segundos, y se detuvieron ambos, con un metro de separación. Él frunció el ceño, y la repasó, viendo como estaba totalmente empapada.
—Necesitaba estar sola —respondió a la pregunta silenciosa que él le había formulado.
—¿Y coger un resfriado también? —Su voz seguía igual de ronca de lo que recordaba, pero menos mordaz que antes. Suavizada, quizá.
Se encogió de hombros, con una diminuta sonrisa en sus labios. —Un daño colateral. —Volvieron a quedarse en silencio, hasta que él suspiró.
—Ven. —Retrocedió inconscientemente unos pasos cuando él se acercó, más se quedó quieta cuando la cubrió bajo el mismo paraguas. Neji alzó las cejas, y empezó a caminar junto a ella. No sabía hacia dónde iban, pero tampoco iba a preguntar. No se sentía con ganas de hacerlo.
Yume los observó desde lejos, con los ojos entrecerrados.
*
*
*
Los dominios Hyuga no eran muy distintos a los Himitsu, posiblemente más serios y fríos, pero por lo demás, prácticamente iguales. La casa de Neji era bastante grande, pero era obvio, teniendo en cuenta su estrecha relación con el Souke. Se estremeció al pensar en ello, y alzó, de manera disimulada, su mirada, que reposó sobre la frente del chico, donde una venda blanca cubría su marca. Seguía pensando que esa jerarquía era tan injusta como absurda.
Él desapareció por un largo pasillo. Naevia se quedó de pie, aguardando pacientemente con las manos cruzadas. La decoración de la sala era austera, sin nada demasiado personal. Todo frío y tradicional. No había siquiera fotografías sobre algún mueble, como cabría esperar. Parecía que allí realmente no vivía nadie.
—Ten, es de Hinata, supongo que te irá bien. —Le agradeció con una pequeña sonrisa la ropa que le tendía—. El baño está al final del pasillo a la derecha.
Asintió y desapareció por éste. Escuchó la puerta cerrarse unos segundos después. Retuvo unos instantes el aire en sus pulmones, y cuando lo soltó, decidió ir a preparar algo caliente. Había notado perfectamente como ella tiritaba por el frío.
Era extraño, tenerla en su casa, simplemente, verla ahí, de pie, seguía sin hacérsele verosímil. Había tenido mucho tiempo para pensar, y habían ocurrido muchas cosas desde que ella había ''muerto'', y, aun así, se sentía igual de incapaz que antes de entablar una conversación mínimamente amable con ella. Y ya no era esa niña indefensa de antes. Era una mujer hecha y derecha, incluso más mayor que él, y líder de un clan al nivel del suyo. Y lo peor de todo. Estaba casada. Y él la había traído a su casa.
El carraspeo suave lo sacó de sus pensamientos, y la vio parada en la puerta de la cocina. Era una blusa simple de color azul claro, que le iba ligeramente grande y exponía gran parte de su cuello y clavículas, el pantalón era un simple tejano oscuro, pero siendo Hinata bastante más baja que ella, le iba por encima de los tobillos, ligeramente más pequeño. Ya no llevaba el cabello recogido, sino suelto, una larga melena plata que le resultaba, inconscientemente, preciosa. Sobre sus hombros reposaba una toalla blanca.
—He cogido una toalla, espero que no te importe —murmuró, señalándola. Él negó, y regresó a preparar algo de té. Ella observó su espalda ancha, y su largo cabello castaño recogido débilmente con un coletero.
Si algo le gustaba de los kotatsu tradicionales con estufa, era instalarse bajo ellos en épocas de frío. Y más entonces, cuando su piel siempre estaba fría. Neji le dejó frente a ella una humeante taza, y se sentó en frente, dando un sorbo a la suya, totalmente rígido. Sus hombros decayeron, y también acunó la cerámica entre sus manos, bebiendo silenciosamente. Unos segundos después alzó su mirada, y la movió por su alrededor.
—Están buscándome... —dijo, con desdén. El castaño alzó las cejas—. Sin embargo, soy muy buena en esto de ocultarme... —siguió, más para sí misma que para alguien.
—¿Escondiéndote? —Se sorprendió cuando él dijo algo. Al fin y al cabo, recordaba que no había tenido una buena relación con él en el pasado. Más bien parecía que tenía algún tipo de problema con ella y no le había caído nunca bien. No obstante, estaba ahí, en su casa. Como si hubiesen sido viejos amigos.
Por alguna razón, a su mente volvieron los recuerdos de Seikatsu, y como segundos antes de ''morir'', sin saber exactamente por qué, sus ojos viajaron hasta él, quién respiraba agitado y parecía querer decirle tantas cosas con aquellos orbes perla Hyuga que siempre le habían gustado tanto. Había preferido pensar que por el momento se lo había imaginado.
Movió su cabeza, intentando empujar esos pensamientos de ella, y volvió a sonreír, aunque la sonrisa no llegó a sus ojos. —Creo que tú más que nadie llegas a saber cuán abrumadores pueden llegar a ser los clanes... —respondió—. Hace nada estaba en medio de la nada, supuestamente muerta, y un día, de algún modo, volví a la vida... Y todos piensan que es tan sencillo como regresar a ella, sin más; volver a ser líder, a tener el peso de todo y todos sobre mis hombros... Cuando siquiera puedo con el mío propio... Es tan...
—Abrumador. —Alzó la vista, y sus ojos se encontraron—. Sé a lo que te refieres. —Él lo sabía, sabía perfectamente el peso de un clan, cuando había sido catalogado como un Genio, y debía mantener ese título, junto a ese sello maldito sobre su frente.
—Realmente extraño cuando sólo era Ayaka.
—Más no recordabas quién eras.
—No —coincidió. Movió su mirada hacia la gran ventana de cristal, que daba al patio interior, que estaba siendo inundado por la lluvia. Pestañeó repetidas veces, y de manera distraída se llevó la cerámica a los labios—. Y sin recuerdos, era más sencillo todo... Siento que sigo siendo más Ayaka que Naevia... Y eso me asusta. —Y le envió una intensa mirada.
—¿Y no sería más sencillo decirlo, que no huir?
Un bufido de mofa brotó de su nariz, y se reacomodó en su lugar. —¿No crees que he hecho bastante daño ya, como para que ahora haga algo así? Si me negara a ser líder, sería como negar a mi propio clan, traer la vergüenza a mis padres y a mi esposo. —La última palabra resonó en ambos, en ella porque seguía sintiéndose extraña al pensar en él de ese modo, y en Neji, porque seguía sintiendo un ardor cada vez que oía el nombre de Yu—. Esta vez tengo que lidiar con esto sola.
Lo que había empezado sólo como una simple lluvia, terminó evolucionando en una tormenta con fuertes rayos y truenos resonando en las paredes de la casa. Mientras que Neji recogió las tazas para llevarlas a la cocina, Naevia se levantó de su lugar, y se movió hasta el jardín. Abrió las puertas corredizas con cuidado, y se paró sobre el porche, acunando sus propios brazos, intentando brindarse calor. Se movió por el lugar, disfrutando del olor a humedad. Por sobre ese olor, identificó otro. De rosas. Las buscó con la mirada, encontrándose con un gran rosal con preciosas rosas blancas en él. Un jadeó brotó de su garganta, cuando recordó que esas rosas eran las mismas que las del ramo tan bello que alguien le había dejado durante su estadía en el hospital. Una sonrisa que agitó su pecho apareció en su rostro, sintiéndose de algún modo feliz al darse cuenta que ese obsequio venía de él.
—No te quedes ahí fuera. Hace frío, y podrías resfriarte. —Neji llegó a su lado, y pese a lo que le había dicho, se quedó también encandilado por la lluvia. Estuvieron un buen rato ahí, de pie, observando el agua caer, apreciando de algún modo la compañía del otro.
Naevia suspiró finalmente, cerrando los ojos, disfrutando de eso. Seguía sintiéndose débil, no estaba recuperando su poder tan rápido como esperaba, y sabía que no lo conseguiría si no empezaba a entrenar arduamente. Sin embargo, no se lo permitirían, no cuando debía ''reposar'' por el bien de su salud. Y el sentirse tan inútil la amargaba tremendamente, necesitaba volver a sentirse fuerte, a ser capaz de hacer lo mismo que antes, de poder defenderse a sí misma. Pero nadie del clan la ayudaría.
—Hm... Neji... —El susodicho la miró de reojo, recordando como ese tono nunca traía nada bueno—. ¿Me ayudarías a entrenar?
Eran prácticamente igual de altos, él un par de centímetros más. Alzó sus cejas, sorprendido. No era un secreto que Naevia Himitsu era fuerte, muy fuerte, ¿por qué alguien cómo ella iba a necesitar ayuda para entrenar?
—No estoy recuperándome como creía, por alguna razón, mi chakra y mi energía interior no están restaurándose debidamente. —Sus ojos viajaron a sus manos, que plantó frente a ella—. Lo siento circulando dentro de mí, pero no puedo controlarlo y exteriorizarlo como antes. Y sé que la única manera de poder volver a hacerlo es entrenando. Además, los Hyuga sabéis de las redes de chakra.
—¿Y no debería ayudarte alguien de tu clan? —inquirió el chico, cruzado de brazos. Ella resistió el poner sus ojos en blanco, realmente hastiada de ese carácter frío e imperturbable.
—Nadie querrá, supuestamente debería descansar y dejarme proteger. —La mofa brillaba en sus palabras—. Pero si vuelvo a ser líder, no serviré de nada si no puedo protegerme yo misma, y a los que me rodean. —Entró al salón, y Neji detrás de ella, cerrando las puertas corredizas—. Sé que me odias... Pero me has ayudado más de una vez, así que entiendes mi dinámica, y yo la tuya.
El silencio se plantó sobre ellos. —Nunca te he odiado, Naevia. —Su nombre en sus labios sonaba realmente bien.
—¿No?
—No, sólo eras bastante irritante —alegó.
—Me consolaré viendo que lo dices en pasado. —Rio levemente.
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No llegaron a ningún acuerdo, pero antes de marcharse, cuando el sol empezaba a ocultarse y la lluvia había amainado durante un rato, el Hyuga le mencionó que cada día entrenaba en el campo número dos, a las seis de la mañana. Ella tampoco le dijo nada, pero ambos sabían que así se consolidaría su entrenamiento.
Cuando regresó a casa, Yu estaba de los nervios, y le reprochó el no dejarse encontrar, sabiendo también cómo estaba la cosa, y más con Hineku aún libre. No mencionó que estuvo con Neji, sólo alegó que había estado dando un paseo, y que, con la tormenta, se había resguardado en una cueva en el bosque. Él seguramente no se lo había creído, pero decidió no escarbar más. Si algo sabía, era que ella siempre había sido muy reservada.
Cenaron junto con sus padres, una cena en la que básicamente hablaron ellos, y Naevia respondía de vez en cuando. Su madre explicaba emocionada como los preparativos de la ceremonia iban viento en popa, y como no escatimaban en nada, queriendo hacerlo por todo lo alto. Simuló sentirse alegre, aunque siguiera pensando que estaban dejándose llevar por la emoción, y no estaban pensando realmente en ella.
—¿Estás bien? —preguntó Yu, cuando estuvieron en su habitación, y ella se encontraba frente al tocador cepillando su cabello húmedo después de una larga ducha. A través del espejo, ella lo miró, pacientemente.
—Claro, ¿por qué lo preguntas? —Dejó el cepillo sobre la superficie, y empezó a trenzar el pelo hábilmente.
—Sé que aún estás adaptándote... Pero espero que sepas que puedes decirme cómo te sientes... Estoy aquí para ayudarte y hacerte sentir cómoda... —Se acercó a ella, y acarició sus hombros desnudos, sin notar el pequeño sobresalto que le causó a la peliblanca. Ella se levantó, y se giró para quedar cara a cara.
—Lo sé, tranquilo —murmuró—. Estoy bien. —Le dio un suave beso en la mejilla, y lentamente cogió sus manos, llevándolo a la cama—. Vamos a dormir, estoy cansada.
Yu no dijo nada más, y volvió a dormirse abrazado a ella.
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