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Capítulo 3

Sintió un dejavú al abrir los ojos, y encontrarse de lleno con una pared verdosa, así como el característico olor a desinfectante de los hospitales. Quiso moverse, pero el peso de dos cuerpos pequeños sobre su vientre se lo impidió. Alzó la cabeza levemente, encontrándose con Bure y Yasa descansado sobre ella, en su forma pequeña. Sonrió levemente, y acarició el lomo del mayor, con ternura, alegre de volver a verle a su lado.

—No se han querido separar de ti ni un momento.

Aquella voz la reconoció enseguida. Los orbes jade de Sakura la observaban fijamente, con una cálida sonrisa en su rostro. Estaba cambiada, pero igual de guapa que siempre. Más madura, más mujeres. Y aquello se acentuaba por su vestimenta blanca de doctora.

Naevia quiso sonreírle, pero no pudo. Frunció el ceño, y apartó la mirada—. ¿Por qué? ¿Por qué habéis venido a buscarme? —su voz sonaba afligida, con resentimiento, aunque únicamente hacia ella.

La Haruno, que hasta el momento se había mantenido a una distancia prudencial, ante la expectativa de saber cómo reaccionaría su amiga. Se acercó a ella, y sujetó suavemente su mano—. Eres nuestra amiga, claro que iríamos a buscarte.

—Soy una asesina —aseguró, con rabia.

—No, la asesina no eres tú, es ese hombre —repuso rápidamente la pelirrosa—. No tienes culpa de haber caído bajo sus redes, eres una víctima más.

—¿Qué ha ocurrido con él?

Sakura se mantuvo en silencio, meditando sus palabras—. Por ahora no hablemos de eso... Aya... Naevia, ¿si? Necesitas descansar, y reponer fuerzas. Tienes una larga fila esperando por verte.

—No... No estoy preparada, agradecería que por ahora...

—Tranquila —asintió comprensiva—, yo me encargo.

Salió poco después, asegurándole que si necesitaba cualquier cosa la llamase. Ambos felinos seguían dormidos, ella podía incluso notar su cansancio. Miró a su alrededor. Todo estaba lleno de flores, de todos los colores, tamaños, y olores, enviadas por multitud de personas. Dejó, con muchísimo cuidado, a los animales sobre el colchón, y con lentitud de levantó. Se sentía cómoda con tanta naturaleza a su alrededor, que nutría su propio cuerpo y aceleraba la curación de éste. Sakura había dejado claveles rosas, con una bonita nota con palabras de ánimo; Hinata unas begonias de un relampagueante color naranja; Ino unos jazmines que la embelesaron, de un suave color amarillo; Naruto unos tulipanes, aunque le llamaron más la atención la cantidad de botes de ramen instantáneo que había al lado de éstos, porque según su nota ''los necesitaría para recuperar fuerzas''. No tuvo siquiera que buscar la nota para identificar las flores de Yume y Yu (aunque en el resto, tampoco era del todo necesario, cada flor representaba en cierto modo a la persona que se la había obsequiado, era bastante sencillo para ella, una amante de la naturaleza). Yume, en una maceta de cerámica blanca unos preciosos lirios blancos, una de las flores favoritas de ambas. Sintió su pecho encogerse cuando divisó entre las flores algo brillante, y al aproximarse, dos orbes amatistas la observaban fijamente, fulgurantes. El búho que tanto la había ayudado durante su amnesia, estaba allí, aguardando por ella. Lo recogió entre sus manos, al tacto, lo notaba cálido, y le transmitía paz. Sonrió, mientras se lo ponía de nuevo sobre su pecho.

Las flores de Yu la enternecieron. Una cantidad abrumadora de crisantemos azules se acumulaban frente a su cama. Esa flor había predominado el día de su boda, puesto que ésta significaba ''eterno'', lo que ambos deseaban para su amor. Suspiró, mientras recogía, con delicadeza, una de las flores con sus manos. Era triste pensar que no había sido así. Y tenía la sensación que jamás podría a ser lo mismo, no después de todo el daño que le había causado.

Le llamó la atención un delicado ramo de rosas blancas. Estaba rodeado por una tela suave y brillante del mismo color, adornada así mismo con una cinta violácea de terciopelo. Lo acunó entre sus manos, y se lo llevó a la nariz, aspirando el dulce aroma de las flores. Debía reconocer que, por mucho, las rosas eran sus favoritas. Sin duda, su belleza y olor la encandilaban, y sus pinchos siempre le hacían creer que no eran tan frágiles como su pureza reflejaba. Se inclinó para buscar la tarjeta, pero algo la empujó, casi llevándola al suelo.

—¡Estás viva! ¡Estás viva! —Yasa, en su forma humana (ni siquiera había reparado cuando se había transformado) se abalanzó sobre ella, oprimiendo su cuerpo entre sus brazos. Era algo más baja, por lo que Naevia acarició tiernamente su cabeza.

—Lo estoy —susurró, dándole un dulce beso en la coronilla—. Gracias a ti —un carraspeo la hizo girarse, para encontrar a Bure cruzado de brazos—. Y a ti también, tonto —lo abrazó, con fuerza—. Aunque no deberías haber hecho eso... —le dijo, una vez separada de ambos.

—No podría haberte visto morir... Otra vez —le acusó, suspirando. Bajó la mirada, sabiendo que había hecho algo en contra de su voluntad.

Naevia sujetó sus mejillas, y lo obligó a mirarla. Con una cálida sonrisa en su rostro, le dio un beso en la frente—. Gracias, Bure —susurró—. No puedo huir de mis problemas por más tiempo.

Un carraspeó la obligó a separarse de él, y al girarse, dos orbes azules la observaban fijamente. Yume había cambiado mucho, su anterior cabello largo estaba entonces por media espalda, con un despeinado flequillo que caía sobre su frente, y su rostro estaba más curtido, más maduro, así como su mirada, mucho más dura—. Naevia... —sus ojos se llenaron de lágrimas, mirándola fijamente.

—Lo siento, he intentado que no entrara... pero... —Sakura apareció por detrás, sofocada, con claro enfado en su rostro. Calló al ver cómo ambas se miraban fijamente, y a su mente llegó el recuerdo de la rubia histérica años atrás, cuando prácticamente los mató a todos. Sin embargo, lejos de ser así, Yume hundió a Naevia entre sus brazos, apretándola con fuerza, acariciando sus hebras plateadas.

—Un cambio un poco drástico, ¿no crees? —le murmuró la rubia, una vez se separaron, con un mechón de su cabello blanco entre sus dedos. Ambas aún lloraban. Naevia se encogió de hombros.

—¿No me odias? —le preguntó, observándola fijamente. Una sonrisa cálida apareció en su rostro.

—No, no te odio —dijo, poniendo las manos sobre sus hombros—. He tenido tiempo para pensar, y no puedo hacerlo... —sonrió ampliamente—. Además, eso es pasado, y lo cambiaste, así que ya no tiene qué que sigas pensando en ello.

Sakura se había ido para darles privacidad (no sin antes haciendo prometer a Yume que no la alterarí), y ambas se situaron sobre la cama. Yume le explicó, con un nudo en la garganta, su tiempo atada a Seikatsu, y como creer que realmente ella era una asesina, la había consumido casi por completo, queriendo únicamente venganza. Después de su ''muerte'', se esforzó junto a Yu para devolver el esplendor al clan Himitsu; abandonaron los dominios antiguos, debido a los malos recuerdos que proporcionaban éstos; forjaron una estrecha relación con Konoha, y lucharon junto a ésta en la guerra; después de esto, establecieron los nuevos dominios dentro de la ciudad y crecieron de nuevo junto a ésta. Yu tomó el relevo como líder, y desde entonces, todo parecía ir viento en popa.

—No sabes lo que sentimos todos cuando supimos que estabas viva, Naevia —acunó sus pálidas manos entre las suyas—. Aunque hayamos intentado devolver al clan su esplendor, no podría haber sido así sin ti, y lo sabes... —murmuró—. Cuando... cuando moriste —tragó saliva con fuerza al recordar eso— Yu estuvo a punto de perder la cabeza, y yo no podía evitar pensar que era mi culpa —apartó la mirada—. No quiero imaginarme lo que sentiste cuando ese hombre te obligó... —se detuvo, y suspiró, mirando a su amiga—. No, no quiero pensar en nada de eso. Estás aquí, Naevia, estás a mi lado de nuevo, y no quiero que vuelvas a irte jamás, ¿me escuchas? Voy a pegarme a ti incluso para ir al baño —la peliblanca hizo una mueca—. Bueno, hasta ese punto no... Pero casi —ambas rieron.

—Muchas gracias por todo, Yume.

—Sabes que estoy siempre para ti, tonta —le dijo, para después abrazarla con fuerza.

Estuvieron hablando por mucho rato más, en el que la rubia le informó sobre infinidad de cosas, desde las trifulcas graciosas entre Yu y Naruto, hasta las graciosas bromas que ella misma le hacía al imperturbable de Shikamaru. Aunque Naevia siguiese sintiéndose extraña en esa situación, el carácter alegre de su amiga la hizo sentirse de nuevo viva, en un ambiente ameno y gracioso.

Cuando el sol ya empezaba a bajar, y Sakura regañó a Yume, dado que supuestamente debería haberse ido hacia bastantes horas, ésta se marchó, tras despedirse cariñosamente de su amiga y llevarse consigo a Yasa y Bure (a la fuerza) para que éstos descansaran y la dejaran descansar a ella. Después de que le trajeran la cena (que le pareció inmensamente insípida, sumándole su poco apetito), la dejaron reposar. En la penumbra de la habitación, con la única luz entrando por la ventana, proveniente de las luces de la ciudad, suspiró.

Se quitó la sábana de encima. Llevaba una simple camiseta ancha blanca, y un pantalón igual, lo básico en un hospital. Volvió a repasar su entorno, las flores empezaban a marchitar, y ante la desagradable sensación que eso lo daba, levantó su mano, con los dedos índice y corazón alzados, y una tenue luz violácea emergió de ellos, al instante, todas volvieron a su esplendor, como si se hubiesen abierto tan solo unos segundos atrás. Una diminuta sonrisa apareció en su rostro, y se movió hacia la ventana. Konoha había cambiado durante ese tiempo, era más grande, estaba más iluminada. Al abrirla, aspiró el aire, el olor característico, su esencia seguía intacta.

En realidad, recordaba poco de su tiempo en el ''limbo'', sólo que había sido tremendamente lento, y aunque no sentía ni sed ni hambre, muchas veces podía sentir sus propias lágrimas caer por su rostro, o el frío calando sus huesos. El silencio le había dado mucho en qué pensar, y ella misma se había convertido en su peor enemiga. Era consciente de que no había sido su elección hacer lo que hizo, sin embargo, seguía pensando que podría haberse resistido, o que quizá podría haberse suicidado de algún modo... Negó repetidas veces, intentando quitarse esa sensación del pecho. Como bien había dicho Yume, eso era pasado, y tenía que ser razonable y afrontarlo como algo que formaba parte de ella.

*

*

*

—¿Puedo irme ya, entonces? —escuchó a la pelirrosa sonreír, mientras terminaba de pasar el frío estetoscopio por su espalda desnuda.

Había pasado cerca de una semana, y gracias al mal carácter de Sakura, la única que había logrado colarse en su habitación había sido Yume. Un par de veces lo había intentado Yu, Naruto, e incluso Hinata intentó hacer ceder a la Haruno, pero nada consiguió convencerla. Naevia se negaba a ver a nadie, aún no se sentía preparada, y así lograron entenderlo sus amigas.

—Sí, sí que puedes —le dijo, una vez frente a ella—. Estás perfecta, ya no tienes fiebre y tus pulmones parecen trabajar correctamente —aseguró, mientras anotaba algo en una hoja—. Aunque me gustaría que hoy terminases aquí el día, simplemente para terminar de checar que estés del todo perfecta —se llevó uno de sus mechones rosas tras la oreja—. Yume-chan me ha dicho que regresarás con tu clan, ¿no?

—Ah... —suspiró—. No estoy muy segura, pero seguramente no tenga otra opción.

Sakura se sentó a su lado, y la observó unos segundos—. Sé que lo que estás pensando, y puedo asegurarte que nadie te odia —rio levemente—. De hecho, llevo toda la semana peleando con Himitsus porque me negaba a dejarles ver su líder. Bueno... y con Naruto.

—Te agradezco mucho eso, Sakura.

La mencionada se encogió de hombros, intentando quitar hierro al asunto, y se levantó. Desapareció unos instantes de su habitación, y al regresar, traía una gran caja con ella. Ésta era oscura, con un lazo blanco en ella. Se la tendió.

—Es de parte de Yume, dijo que te gustaría —la dejó sobre el colchón, y después, sacó de su bolsillo una cajita más pequeña, alargada—. Y esto... Es de parte de todos.

La acunó entre sus manos, y tras dedicarle una mirada a la chica, interrogativa, la abrió lentamente. Una gran sonrisa se instaló en su rostro. Era una bandana de Konoha, con una cinta oscura, y el reluciente emblema de la villa grabada en el metal—. En su momento no se te pudo brindar correctamente, así que éste es tu regalo oficial de bienvenida, Naevia.

—Es un gran detalle, muchísimas gracias —le brindó un abrazo.

La pelirrosa tuvo que marcharse poco después, por una operación de emergencia. Aprovechó eso para darse una ducha rápida, antes de que llegaran las enfermeras a reñirla por no esperar a nadie. La caja que Yume le había obsequiado era un sencillo vestido grisáceo de manga larga, algo ancho, y con un vuelo en la falda, que le llegaba hasta un poco más allá de medio muslo, y unos zapatos oscuros. Cuando terminó de vestirse, escuchó la puerta abrirse, pero segura de que era Yume, no se giró para cerciorarse.

—Naevia...

Se quedó estática, y dejó caer lentamente la ropa doblada del hospital. Su corazón se agitó al oír su voz, tan nítida, tan real. Después de tanto tiempo, imaginándose poder encontrarse con él de nuevo, el hecho de que estuviese ocurriendo le llenaba el pecho de un sentimiento cálido, pero abrumador a la vez.

—Yu... —no había podido verlo bien, puesto que cuando la encontró, cayó desmayada a los pocos segundos. Pero seguía igual de como recordaba. Su cabello oscuro estaba algo más corto, pero igual de despeinado que siempre. Su piel dorada destacaba sus orbes ámbar, que en esos instantes brillaban por la tela de lágrimas que los cubría. Él dio un par de pasos, acercándose. Seguía estática, sin poder siquiera moverse. Cuando estuvieron frente a frente, únicamente separándolos unos centímetros, las grandes y ásperas manos de Yu se postraron a cada lado de su rostro, acunándolo, y una sonrisa apareció en su boca. Naevia alzó su pequeña y palidísima mano hacia el de él, y acarició su mejilla, con suavidad—. Eres real.

—Creo que el que tendría que decir eso, soy yo —musitó él, con una leve carcajada que le pareció música para sus oídos. Se inclinó, hasta que sus labios se fundieron en un beso que ambos necesitaban desde hacía mucho tiempo. Se prolongó, hasta que la falta de aire les demandó separarse—. Nunca creí poder volver a verte —cada palabra, provocaba que su aliento se mezclara con el de ella. Instintivamente, lejos de querer decir nada (que no fuera seguir culpándose a si misma), lo abrazó, con fuerza, hundiendo su cabeza en el surco de su cuello. El pelinegro acarició su largo cabello plata, con cariño, y esperó pacientemente a que las lágrimas de su amada cesaran.

Estuvieron así un buen rato, hasta que Naevia se separó de él, secándose las lágrimas con el dorso de la mano, y con una sonrisa apareciendo en sus labios—. Estoy realmente contenta de poder volver a estar aquí, Yu.

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